Capítulo 11: Emma
No era fácil caminar usando muletas, mucho menos con un yeso que no le permitía flexionar la rodilla. A cierto punto se volvía desesperante, pero Emma empezaba a sentirse con la suficiente fuerza de voluntad para evitar volverse loca. Además, Jamie estaba a su lado, caminando despacio, sin apurarla y pendiente de cada paso que daba.
―Suave ―le recomendó él en voz baja cuando Emma hizo una mueca―. Despacio...
Pero Emma no quería ir despacio. Ya casi eran las seis. No llegaría a tiempo a ese paso, así que decidió confiar más en el apoyo que las muletas le daban y las empezó a colocar con toda la firmeza, que sus brazos le permitieron, en el suelo, y balanceó su cuerpo, dando el pequeño saltito con la pierna buena. Descubrió que, si lo hacía rápido, y poniendo todo su peso sobre las muletas, la otra pierna no dolía tanto. De todos modos, se recalcó a sí misma tener cuidado; no quería caerse.
―¿Ahí? ―preguntó Jamie, cuando Emma cambió de dirección para cruzar la calle.
―Sí ―contestó, con algo de cansancio notándose en su voz―, vamos, rápido.
Jamie la ayudó a cruzar la calle, por la que por suerte no pasaban muchos vehículos. Entraron a un parque enorme, tanto que tenía una laguna en el centro, la laguna era tan grande para permitir usar botes que funcionaban con pedales impulsados por el agua, pero no tan grande como para tocar los bordes del parque. La laguna era como un ovalo, limitando a los lados con una pista de atletismo que rodeaba todo el terreno, y tenía un puente empedrado en el medio, el cual tenía en la mitad, en su punto más alto, una casita estilo carrusel, con el techo de piedra, tipo carpa, y vigas de acero y concreto que lo sostenían, así como dos barandillas a cada lado donde daba cara al río, dejando libre el camino en el centro para los visitantes.
Del lado del parque por el que Jamie y Emma iban, había niños y adultos, era el parque estilo familiar, donde iban todos a jugar y a pasar el rato. Cruzando el puente, estaba la parte deportiva, con máquinas de metal aseguradas al suelo para ejercitar ciertos músculos, pistas para bailoterapia, canchas de básquet y futbol, así como de tenis, y los baños con una que otra ducha.
―¿Crees que puedas pasar? ―le preguntó Jamie cuando llegaron al puente empedrado. Le preocupaba que las muletas se atascaran.
―Sí, sí ―respondió apresurada―, vamos.
Jamie le ayudó cuando las muletas, efectivamente, se metieron entre las piedras, que aunque no era tan profunda la hendidura para ser considerada un hoyo, era lo suficiente para que Emma se tambaleara.
Llegaron a la casita, donde estaba una pareja de enamorados, sentados en el suelo, arrimados de espaldas a la barandilla opuesta a la que Emma escogió, parándose firme de vista al atardecer.
―Mira ―demandó Emma con una sonrisa―. ¿No es hermoso?
Jamie enfocó el atardecer frente a él. No recordaba la última vez que lo había hecho.
Emma sonrió, como siempre lo hacía cuando iba a ese lugar. El cielo estaba cubierto por un fino manto de nubes rosadas, que parecían algodón de azúcar, con toques anaranjados bajo el cielo azul. Y más abajo, en el centro, reflejándose en el agua de la laguna, estaba el sol, de un amarillo brillante, casi dorado, al cual podía ver directamente sin que los ojos le dolieran. Para Emma esa imagen podría fácilmente representar la felicidad, la paz y el amor. Era tan... perfecto, que nunca apartaba sus ojos de tal espectáculo hasta que la noche se tragaba el sol.
Y así sucedió.
―Increíble ―comentó Jamie, cuando el sol terminó de desaparecer, aun dejando un destello del brillo que iluminaba el cielo hacía un momento. Arriba, ya se veían varias estrellas aparecer.
―Perfecto ―corrigió Emma.
―Hey ―la agarró Jamie. Emma estaba agotada por haberse forzado a caminar rápido―. Ven.
Emma sabía que, desde esa peluquería, el parque estaba muy cerca, pero no contó con que le fuera a costar tanto llegar hasta ahí.
Jamie los dirigió hacia una de las banquetas junto a la laguna, justo debajo de una de las farolas. La ayudó a sentarse, subiendo la pierna enyesada y dejando la otra en el suelo. Él se sentó en el extremo, casi tocando el pie de Emma.
―¿Te gustó? ―le preguntó Emma, sonriendo, aún cansada, y reprimiendo una mueca que le quería causar el ligero dolor que sentía en la pierna.
―¿La puesta de sol? ―Emma asintió―. Ah, sí. Fue... muy lindo. ¿Y a ti?
Emma se rió.
―Siempre venía aquí cuando salía de la academia ―confesó―, bueno, cuando no tenía que quedarme a ensayar.
―Pensé que siempre salías tarde...
Emma negó con la cabeza.
―Me gusta la puesta de sol ―contó ella―. Siempre es tan... tranquilo. Todo lo demás parece ser demasiado pequeño, incluso los problemas... ―Emma sonreía, sumergida en su relato, pero Jamie no pudo evitar pensar en las ocasiones donde John le gritaba a su madre―. Antes de ir a casa, venía aquí y sentía que me purificaba de algún modo.
Jamie enarcó una ceja.
―Pues... ―Jamie meneó la cabeza, buscando las palabras correctas. Notó que Emma estaba compartiéndole algo importante para ella, así que no quería arruinarlo―. A decir verdad, me hizo sentir... paz.
Emma sonrió. Era la razón principal por la que lo había llevado.
―Se siente bien, ¿cierto?
Él asintió, devolviéndole la sonrisa, aunque no entendía por qué ella estaba sonriéndole así.
―Le enviaré un mensaje a mamá ―dijo Jamie―. Si llega y no nos encuentra...
Emma lo vio sacar el móvil de su bolsillo, mover sus dedos a través de la pantalla, presionando ligeramente sobre uno que otro ícono y luego comenzar a teclear. Si no era ahora, entonces nunca.
―Entonces, Santiago... ―comenzó Emma. En realidad, no sabía cómo comenzar. Nunca había tenido una conversación de este tipo con Jamie y no quería incomodarlo.
―¿Qué pasa con él? ―preguntó Jamie, casi como si no le importara, sin apartar la vista de su móvil.
―Nada... Solo que... noté cómo lo veías ―Emma lo observó, examinando sus gestos, su reacción.
Jamie dejó de teclear, levantando la mirada hacia la grava en el suelo. Bloqueó el teléfono oprimiendo el botón en el costado derecho del aparato y luego sonrió de medio lado. Con la misma sonrisa tranquila levantó la mirada hacia los niños que jugaban a la distancia, en los columpios, luego se volteó hacia Emma.
―Ve al grano.
Emma no notó nada de molestia ni amargura en la demanda de Jamie, así que le devolvió a la sonrisa. Lo que sí notó, fue un poquito de nerviosismo al pronunciar aquellas palabras.
―No sé ―dijo Emma―, dime tú... ¿Hay algo que quieras contarme?
Jamie negó con la cabeza suavemente, inseguro. Emma no podía contra la mirada de Jamie, sentía que lo estaba presionando de algún modo, así que prefirió no insistir. Realmente no quería que él se preocupara. Ya se lo contaría cuando estuviera listo.
―No importa ―dijo Emma, sonriéndole y haciendo un gesto con la mano para enfatizar sus palabras―. Mejor vamos siguiendo porque mamá se va a poner...
―Me gusta ―admitió Jamie, casi bajando la voz.
Emma volvió a dejar las muletas en su sitio, arrimadas a la banqueta, sobre el asiento y el respaldo, formando un ángulo donde su pierna descansaba en el interior.
―¿Cómo? ―preguntó ella, como si no hubiese escuchado, aunque lo hizo perfectamente. Reprimió una sonrisa.
―Santiago ―dijo Jamie―. Me gusta.
―Lo noté ―contestó Emma, tanteando el terreno. Jamie no mostró rechazo alguno a sus palabras, así que siguió―. Eres un poquito obvio.
Jamie abrió los ojos, un poco alarmado.
―¿Qué? ¿En serio? Dios... ¿Crees que él...?
―Nah ―Emma sacudió su mano frente a él―. Lo que tú tienes de obvio, él lo tiene de distraído.
Jamie se relajó, exhalando el aire que retenía en sus pulmones. Volvió a bajar la mirada a sus manos entre lazadas, retomando su pose encorvada.
―Oye ―le llamó Emma―, ¿qué pasa?
―Nada. Es solo que...
―¿Que qué?
―Quise contarte, pero no sabía cómo... Lo siento.
―Oye ―le reprendió con una risita―. ¿Por qué te disculpas? Está bien tener secretos.
―Sí, pero... ―Jamie resopló―. Es que pensé que te desagradaría o algo.
Emma agradecía que él fuera sincero, pero pensaba mal.
―¿Por qué iba a desagradarme? ―bufó ella―. El Santiago ese no es que sea feo tampoco...
Jamie soltó una risita.
―¿Verdad?
Emma sonrió. Jamie solía ser adorable cuando su sinceridad y su timidez se combinaban en su rostro.
―Sí... Es decir, esos brazos.
―Lo sé ―admitió Jamie, elevando un poco la voz y mirando a Emma―. Quiero decir...
Emma notó el arrepentimiento repentino y le tomó la mano.
―Oye ―regañó, divertida―, deja de pensar que me molesta que digas lo que sientes. ¿Okey?
Jamie asintió.
―¿Crees que él...? ―Jamie se sonrojó tanto, que sus orejas también se coloraron, resaltando aún bajo la luz intensa de la farola―. O sea...
―¿Si es gay?
Jamie se rió, para sorpresa de Emma.
―Lo siento ―dijo él―, es que no sé por qué me cuesta tanto decir las palabras.
Emma se rió con él, más por contagio que por otra cosa. Supuso que le costaría tanto porque la última vez que lo hizo, su padre casi lo golpeó y luego lo abandonó, pero no iba a sacar ese tema en ese momento. Que se joda John.
―Pero sí ―terminó Jamie―. ¿Tú crees?
―No lo sé ―respondió honesta―. Puede que sí, puede que no... Por cierto, ¿por qué te dice pequeño Jamie? ―Emma alzó las cejas un par de veces al decir el apodo, con una sonrisa de "ya cuéntame".
Jamie sonrió de oreja a oreja.
―Bueno ―él se acomodó en el asiento―. ¿Quieres la versión larga o la corta?
―La que tú quieras, pero cuéntame. Ya.
Jamie sonrió.
―Okey... ―Jamie se frotó la sien derecha con los dedos índice y medio de la mano del mismo lado, como si tratara de pulir su recuerdo―. Un día fue a la escuela a ver a Jasmine. Cuando salimos, él la estaba esperando en la moto porque ella tenía que irse a su casa a no sé qué... Y entonces se quitó el casco. No sé ―se encogió de hombros, escondiendo una sonrisa y sus manos entrelazadas entre sus piernas―, pero sentí algo en el pecho y en el estómago. Jasmine me hizo acercarme y nos presentó. Él me sonrió cuando me dio la mano y lo que sentí en el pecho fue como... como si se acelerara. Sentía que me quemaba la cara y las orejas. ―Jamie se rió al ver la sonrisa embobada de Emma―. Sí, así de estúpido me puse. ―Emma le golpeó el hombro―. Bueno, ahí nos conocimos. De ahí, yo no sabía que él estudiaba de mañana, y un día cuando acompañé a Jasmine a la parada del bus, él estaba ahí, se puso a conversar con Jasmine y de ahí la invitó a comer un helado, y por no dejarme botado, ella le dijo que me invite a mí también. No te miento, quise patearla en el útero, pero no lo hice porque él dijo que no había problema.
Jamie tuvo que interrumpir la historia por la risa de Emma.
―Sigue, sigue ―animó ella, terminando se reírse―. Lo siento, sigue.
―Bueno... ―Jamie rebuscó en su mente por dónde se había quedado en el relato―. Ah, ya, entonces fuimos a un McDonald's que estaba cerca y Jasmine se largó directo al baño. Él me dijo que escogiera el que quería y cuando me paré a su lado y pedí el de oreos, se me quedó viendo y luego pidió los tres de oreo. ―Emma sonrió de nuevo, completamente entretenida―. De ahí nos fuimos, comiendo en el camino, y Jasmine peleaba con él porque ella quería Sundae. En la parada, había un anuncio, y quise poner la basura encima de un anuncio publicitario, pero no alcanzaba, él me quitó el vasito y lo puso allá arriba.
―Qué cochinos ―comentó Emma, fingiendo decepción con una sonrisa.
Jamie sonrió.
―Y luego de ese día, cada vez que nos topábamos en la parada me saludaba y me decía pequeño Jamie... Ya cuando hubo más confianza me paraba frente a él, pero ni irguiéndome bien podía ganarle en estatura, y ya pues, solo lo empeoré. ―Jamie cambió su semblante, casi dejando la emoción con la que había contado todo, o parte de ello―. Y como luego entró a estudiar de noche, ya dejé de verlo.
Ambos guardaron un momento de silencio. Emma esperaba que Jamie siguiera, pero dedujo que ya había terminado.
―¿Y te gusta desde entonces?
Jamie asintió, medio avergonzado, con las mejillas enrojecidas. Emma sonrió, agradeciendo la confianza con la mirada. Luego frunció el ceño, antes de sonreír de oreja a oreja.
―Tú no coges bus ―le dijo Emma, acusándolo―. Podías caminar hasta la casa.
―Iba a acompañar a Jasmine ―se excusó él rápidamente, como si lo tuviera planeado―. ¿Por qué me miras así?
Emma lo golpeó en el hombro.
―Después de que dejaste de verlo, ¿seguiste acompañándola?
Jamie meneó la cabeza, más avergonzado aún. Emma se rió y lo golpeó en el hombro de nuevo.
―Oye ―se quejó divertido―, deja de pegarme.
―Eres un tonto ―se rió Emma―. Usaste a esa pobre chica.
Jamie quiso ofenderse, pero la risa se le escapaba.
―Eso no es cierto ―se defendió―. Solo que ya después hacía mucho sol y...
Emma volvió a golpearlo en el hombro.
Ambos se rieron, pero entonces Jamie bajó la mirada a sus manos otra vez.
―Además... ―Jamie se removió incómodo, tomando algo de seriedad. Emma también dejó de reírse y puso su atención en las palabras de su hermano―. Pasó lo tuyo y pues... me iba directo a la casa. Mamá pasaba en el hospital y solo venía a bañarse los días que estuviste allá.
Emma también bajó la mirada, a su yeso. Sonriendo a modo de disculpa, aunque Jamie no la veía.
―Hablando de mamá ―se adelantó Jamie antes de que Emma hablara―, mejor nos vamos.
―Cierto ―concordó ella―. Ayúdame.
Jamie tomó las muletas bajo uno de sus brazos y luego ayudó a Emma a ponerse de pie. El que el yeso no cubriera toda la pierna ayudaba bastante a poder movilizarse sin demasiadas complicaciones. De todos modos, ya faltaba menos para que se lo quitaran, luego sería más fácil usar las muletas, aunque eso no terminara de devolver la tranquilidad completa a Emma. Pero algo es algo.
―Gracias ―le dijo Emma cuando llegaron a la vereda afuera del parque.
―¿Por?
Jamie miraba calle abajo, esperando que apareciera un taxi pronto porque, en serio, Stella podría molestarse.
―Por confiar en mí.
Emma vio a Jamie quedarse quieto, de espaldas a ella, luego él se volteó y le regaló una sonrisa. Se acercó y le dio un abrazo. Emma lo recibió con gusto, porque no recordaba el último abrazo que se habían dado. No, no como el de la noche anterior, sino un abrazo de verdad. Y aunque estaba con las muletas, ese se acercaba más a un abrazo real.
―No le cuentes a mamá ―le dijo Jamie cuando rompió el contacto.
―Por mí no te preocupes ―contestó Emma―. Pero si ese chico aparece por la casa, yo no respondo por tus orejas rojas.
Jamie sonrió.
―Nunca irá a la casa, así que...
―Nadie sabe ―insinuó Emma―. Tal vez si un día lo invitamos...
Jamie abrió los ojos como platos, sonriendo otra vez.
―Ni se te ocurra. Emma, si tú...
―Tranquilo ―se rió―, quita esa cara y respira. Enfoquémonos en el presente.
Jamie soltó una risita, negando la cabeza.
El taxi llegó, y Jamie le pidió al taxista que le ayudara con Emma. Igual que antes, dejándole todo el asiento trasero solo para ella, y él adelante con el chofer.
―Mira ―le dijo Emma a Jamie, visualizando la cafetería a la que se acercaban. Jamie volteó hacia ella para luego seguir su mirada―, ahí trabaja Sara.
La cafetería pasó por la ventana del asiento de Emma.
―¿En serio?
―Sí... ¿Venimos mañana?
Jamie se volteó, sonriéndole.
―Como que te lo tomas con calma, ¿no?
Emma sonrió también, mirando hacia la ventana cuando Jamie se volteó hacia el frente otra vez.
Salir le había hecho bien, o quizá era el tinte, porque ya se empezaba a sentir como ella. Como la Emma antigua, aunque con nuevo color de pelo.
Sonrió para sí misma mirando la parte trasera de la cabeza de Jamie. Ese cabello ligeramente desordenado... Sintió que valió la pena aguantarse el dolor en la pierna cuando estaban en el parque, ahora ya no le dolía tanto, pero lo haría de nuevo. Jamie se había soltado en esa conversación como si hubiese estado guardando aquellas palabras tanto tiempo, esperando por alguien que las escuchara, alguien con quien desahogarse. Y qué gusto que haya sido con ella. Volvió a sonreír, esta vez por orgullo. Estaba cumpliendo la promesa que un día le hizo a su hermano en silencio.
A pesar de ver varias motos pasar a toda velocidad al lado del taxi, y semáforos, y tráfico, y de imágenes de su accidente, se forzó a sí misma a pensar en el paso que había dado Jamie, y en que aún tenía que dar muchos más. Santiago no se veía como una mala persona, ni tampoco era feo que digamos... ¿Querría Jasmine ir a visitar a Jamie? Quizás Santiago podría llevarla. Emma podría darle la dirección. O podría convencer a Jamie a tomar la invitación de Jasmine para pintarle el pelo. Emma sonrió cuando se le prendió el foco: la fiesta de graduación de Jamie.
Viendo las luces de la ciudad pasar por la ventana mientras, dentro del auto, sonaba la canción Touch The Sky de Avril Lavigne, distrayéndola de los recuerdos que trataban de hacerse presente en su mente, Emma se preguntó, vagamente, si conocería algún día a alguien que provocara en ella esas sensaciones que Santiago parecía causar en Jamie.
Ojalá...
Hola, amigos. Muchas gracias por leer; un poco más profundo este capítulo. Si les gustó, apreciaría mucho si consideraran en dejar su voto. :) Nos vemos en el siguiente. Espero que pasen bien este fin de semana. :D
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