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Capítulo 10: Emma

A pesar de la noche que habían compartido, contándose sus secretos, reviviendo momentos y haciéndose promesas, Jamie y Emma disfrutaban del almuerzo sin ningún problema, sino con risas a las que se unía Stella.

―En serio me gustaría ir ―les dijo Stella, haciendo un mohín con los labios.

―Yo iré ―recalcó Jamie, sonriendo antes de meterse un bocado de Lasaña a la boca―. Cuando vuelvas no la reconocerás.

Emma rodó los ojos.

―No creo que sea buena idea ―dijo ella.

―No te vas a echar para atrás.

A Jamie le había costado convencer a Emma para que se hiciera un ligero cambio de look. No iba a dejarla voltearse así por así.

―Te hará bien un pequeño cambio ―le animó Stella, con el cariño y mirada que solo una madre sabe dar.

Emma resopló, sonriendo al final para su familia.

―Está bien ―aceptó, ya qué más daba. Había cambiado su actitud un poco, y eso la hacía sentir bien. Le gustaba sentirse así, sobre todo luego de haberse sentido como la mierda por varios días y noches. Intentaría lo que pudiera para seguir sintiéndose bien.

Jamie sonrió.

―Esa es la voz que me alienta ―alabó él.

Stella soltó un suspiro cansado cuando vio su reloj.

―No quiero ir a trabajar ―les dijo, haciendo un puchero―. Quiero ir contigo ―le dijo a Emma.

―Será una sorpresa ―respondió Emma―, así tendrás un motivo para volver pronto.

Stella sonrió, dejando ver las pequeñas líneas a los lados de sus ojos, típico de la edad. Sus pómulos y sus rasgos eran finos, igual que su nariz pequeña, y su cabello rubio brillante, hacía que su imagen fuera la de una mujer delicada como el pétalo más suave de una rosa, pero la vida y las circunstancias le habían negado la oportunidad de ser delicada como una flor.

―Estoy ansiosa desde ya ―dijo la madre.

Los tres terminaron de comer lo que había preparado Stella con ayuda de Jamie. Para las dos de la tarde, Emma estaba despidiendo a su madre en la puerta, balanceando su cuerpo con las muletas para no perder el equilibrio. Jamie apareció de la nada para besar a su madre y luego regresar corriendo a su habitación a cambiarse.

Emma cerró la puerta, deteniéndose para darse un vistazo en el espejo donde se encontró a sí misma a cuerpo entero. Su short de siempre, su blusa de mangas cortas, su cabello castaño claro alborotado reteniendo en él las noches en las que Emma no pudo dormir, sus ojos color la miel, como los de Jamie, aunque los de ella tuvieran una sombra oscura adornándolos por debajo, recordándole las noches en vela ya sea por el dolor o las pesadillas. Sus labios agrietados, lo que le recordó que tenía sed. Se veía a sí misma en ese espejo, pero no se reconocía. El cabello le había crecido más, sus cejas estaban sin depilar y su piel estaba pálida. Esa sería la primera tarde que saldría de su casa, aun de pie, le preguntó mentalmente a la chica en el espejo si estaba lista. No hubo respuesta.

―Creo que... ―Emma volteó a ver a Jamie bajando por las escaleras―, tú te vas como estás ―completó él―. Así te ves bien de todos modos.

Emma se miró la blusa, el short de licra, las sandalias en los pies y el yeso en la pierna izquierda.

―¿Seguro? ―preguntó ella, sin importarle tanto su imagen en cuanto pensó que si iban al centro, tendrían que tomar un taxi.

―Sí ―le contestó su hermano―. ¿Quieres que te acompañe a cambiarte, de todos modos?

―No, no. Me da flojera.

Jamie sonrió.

―Lo supuse.

―Te cambiaste rápido ―observó Emma.

―Sí. Es que ya me bañé en la mañana, así que...

―Puerco ―bromeó ella.

Jamie sonrió de nuevo, tocándose los bolsillos para salir corriendo de nuevo en busca de las llaves.

―Aquí están ―cantó él.

Salieron, cerrando con seguro la puerta de la casa, y la que daba a la vereda. Emma se aclaró la garganta, pero de pronto se sintió avergonzada de preguntar, y agradeció que Jamie hubiese entendido la mirada que ella le dio a un taxi que pasaba con pasajeros en su interior.

―Si es mucha presión podemos volver ―dijo él―, aquí tengo las llaves ―y sonrió, bromista.

―Está bien ―respondió Emma, más para ella que para Jamie―. Vamos.

Jamie iba a su lado mientras caminaban hasta la esquina a unos cuantos metros, donde pasaban los taxis en dirección al centro. Podrían cogerlo frente a la casa, pero tendrían que esperar que fuera a dar la vuelta en U más adelante, y prefirieron evitarlo.

Emma tragó fuerte pero el ruido de los automotores ahogó el sonido en su garganta. Se dijo a sí misma mentalmente que estaba bien, y se lo repitió al menos cinco veces antes de que Jamie detuviera un taxi. Luego de que él negociara con el chofer, miró a Emma, aun dudando, dándole la oportunidad a Emma para retractarse, pero sonrió cuando ella tomó su ayuda para subirse.

Abruptamente los recuerdos de ese día golpearon en algún lugar de su cabeza cuando el vehículo se puso en marcha. No había notado que sus manos estaban sudando y sintió un pequeño toque de la desesperación. Ocupaba el asiento trasero para ella sola, con la pierna enyesada sobre el acolchonado y la otra flexionada entre el estante para bebidas en medio de los dos asientos delanteros y el lugar donde ella estaba. Las ventanas de atrás iban subidas pero las de adelante no, lo que permitía que aire del exterior se filtrara en el auto. Jamie iba en el asiento del copiloto, con una mano sobre la rodilla de Emma, dándole pequeñas caricias y una que otra sonrisa al voltearse, que ella identificó como apoyo.

Al detenerse en un semáforo, Emma no pudo levantar la mirada y la clavó en el yeso en su pierna. Pensó que cuando volviera a subirse a un taxi se volvería loca y comenzaría a gritar como en las películas, donde la protagonista se volvía paranoica, presa de sus miedos. Pero a pesar de ello, Emma reconoció que estaba intentándolo y estaba funcionando. Gritó, pero fue por el bache en el camino que hizo saltar el auto, sin embargo, volvió a calmarse, porque había descubierto que cuando tranquilizaba su respiración, muchas veces su cuerpo le seguía.

Se detuvieron justo frente a una peluquería que tenía pegados letreros hechos a mano, con marcador en cartulina de colores brillantes, sobre descuentos en manicura y pedicura, y algo sobre queratina más alisado.

El taxista se bajó para ayudar a Jamie con Emma. Cuando ella estuvo en la vereda, el taxista se devolvió y se marchó, escuchando un "Gracias" por parte de los chicos a los que había transportado.

Entraron al gabinete y el olor de los líquidos para el cabello, así como quitaesmaltes, les pegó en las fosas nasales. Una chica pelirroja con el tatuaje de una flor en el hombro se acercó, ofreciendo un cortés saludo a Emma y un beso en la mejilla a Jamie.

―Emma, ella es Jasmine ―presentó Jamie―. Jas, ella es mi hermana: Emma.

Jasmine, por inercia, miró primero la pierna de Emma antes que su rostro, y luego le dio una sonrisa de disculpa.

―Mucho gusto ―ofreció Jasmine, extendiendo la mano.

Emma sonrió, sin decir nada y solo tomando la mano extendida para estrecharla.

―¿Qué te harás hoy? ―le preguntó Jasmine a Jamie―. ¿Te lo pintarás por fin?

Jamie negó sonriendo.

―Ya te dije que eso no va a pasar. ―Jamie se movió hasta estar detrás de Emma, colocando sus manos sobre los hombros de su hermana―. Ella sí lo hará.

Un destello de emoción acudió a los ojos de Jasmine.

―Okey ―aceptó ella―. Vengan, siéntese ―les indicó los asientos libres―. Termino con un cliente y te atiendo ―esto último se lo dijo a Emma, sonriéndole, aún algo emocionada.

―¿La conoces? ―le preguntó Emma cuando pudo sentarse, con una silla frente a ella donde descansaba su pierna. Solo esperaba que el lugar no se llenara y se convirtiera en un estorbo.

―Estudiamos juntos ―contestó Jamie―. Se metió a un curso de cosmetología antes de que saliéramos de la escuela.

―¿Y practica aquí o qué?

―Esto es de la tía ―respondió Jamie, haciendo círculos con los índices referenciando todo el lugar―, y les dio trabajo aquí.

―Ah, ¿ya terminó el curso? ―preguntó Emma.

―No. Bueno ―Jamie miró al techo―, no sé en realidad, pero he venido aquí los últimos meses a cortarme el pelo y la he visto aquí.

Emma asintió, y luego entrecerró los ojos a Jamie.

―¿Les dio?

Jamie no entendió, abriendo más los ojos.

―Dijiste que la tía les dio trabajo, ¿a quiénes?

―Ah, a Jasmine y... al hermano.

A Emma le pareció notar un toque de incomodidad en Jamie al dar esa respuesta. Jamie se reprendió mentalmente al encontrarse con la mirada de Emma.

―¿Y dónde está? ―volvió a preguntar Emma, recorriendo el interior del lugar con la mirada. Se sacaría de la duda ella misma―. El hermano, digo ―aclaró, bajo la mirada interrogante de su hermano.

―Ah, pues ―Jamie desvió la mirada hacia la puerta, entrelazando los dedos de sus manos en su regazo, tratando de calmar el movimiento que hacían cuando estaba nervioso―. Creo que... no está aquí hoy. ―Sonrió sin mostrar los dientes.

―¿Y qué hace él? ―siguió Emma. Casi se había quitado la duda ya―. ¿También corta el pelo?

―No ―contestó Jamie, añadiendo de inmediato―: Estudia Derecho creo que me dijo Jas... ―Agregó una pequeña sonrisa que rápidamente cubrió con sus labios, volteando la cara.

Emma creyó identificar algo de orgullo en las palabras de Jamie, y sonrió.

―Ah ―dijo ella. No presionaría el tema.

Sin embargo, no pudo evitar sonreír ante el ligero nerviosismo que Jamie se molestaba en ocultar. No sabía bien de qué iba la situación de su hermano, porque era obvio que había una situación, pero le agradeció mentalmente, ya que su mente estaba distraída y su cuerpo se había relajado, dejando la tensión con la que había llegado al lugar.

―Vengan ―les pidió Jasmine luego de unos minutos, ellos pusieron las revistas que leían de nuevo en la mesita a lado del asiento de Emma―. Lo siento ―se disculpó ella cuando Emma trató de pararse―, soy muy despistada. Te ayudo...

―No te preocupes ―le dijo Jamie con una sonrisa―. Está gorda, pero la puedo solo.

Emma fingió ofenderse, pero no respondió al estar más concentrada en ponerse de pie. Ya se desquitaría.

―Por ahí ―les indicó Jasmine, cruzándose al otro lado del local, que era igual que el anterior con la diferencia de que no había sillas donde se cortaba el cabello, sino máquinas de secado y de lavado, más unas pechas con varias botellas de colores y tamaños―. Esa ―volvió a indicar―. Te ayudo.

Jasmine se había tomado la molestia de acomodar una de las sillas de cortar cabello justo detrás de una de las sillas donde se lavaba el cabello, quedando ambas estructuras espalda con espalda, de manera que cuando sentaron a Emma, podrían lavarle el cabello y luego retirarla para poner una secadora en caso de ser necesario, o simplemente apartar la silla y cortarle el cabello.

―Uou ―se sorprendió Jamie―. ¿Tú arreglaste esto?

―Sí ―respondió Jasmine, sonrojándose ante la mirada de Emma a través del espejo―. Pensé que no te gustaría moverte de un lado a otro, así que mejor movemos las sillas.

―Muchas gracias ―contestó Emma, sonriendo amablemente. Esa Jasmine era, como decía Stella, un pan de Dios.

Unos minutos después, luego de que le lavaron el cabello y removieron la silla detrás, mientras Jasmine mezclaba los líquidos en un pequeño bol, a Emma se le ocurrió ponerse a platicar, y sabía qué tema tratar exactamente.

―Jamie me dijo que trabajas aquí con tu hermano ―le dijo a Jasmine. La muchacha asintió y luego levantó la mirada hacia el espejo―. ¿Dónde está?

―Ah ―Jasmine miró hacia la puerta, igual que había hecho Jamie antes―. Se supone que ya debería estar aquí, pero... ―Regresó su mirada a Emma a través del cristal―. Ni idea. ―Y sonrió, volviendo a su trabajo, apartando varios mechones del cabello de Emma y sujetándolos por encima de su cabeza con varias vinchas.

―¿Y él qué hace? ―volvió a preguntar―. Digo, aquí...

Jasmine la miró, extrañada por la pequeña insistencia en su hermano.

―Es repartidor... Bueno ―Jasmine meneó la cabeza, rodando los ojos―. Él hace los encargos que se le pide. Mi tía tiene otros tres locales y Santi, o bien va a hacer las compras de algo que falte en uno de ellos, o lo lleva de un local a otro.

―¿Santi?

―Sí, Santiago.

―Ah, y... ―antes de continuar, Emma observó a Jamie con los ojos clavados en una revista, pero con la atención claramente puesta en la conversación―. No estudia, supongo.

―No, sí. Bueno, estudia de noche, así que trabaja aquí en el día. Mi tía le dio este trabajo mientras él encuentra otro. La carrera es muy cara y pues, aunque mi tía quiera ayudarlo, no basta ―dijo con una mueca.

―Me imagino ―comentó Emma.

―¿Por qué preguntas? ―Jasmine fue directa, con una sonrisa.

―No es nada malo ―contestó, riéndose levemente y haciendo que Jasmine también ría―. Es que Jamie me dijo que los dos trabajaban aquí y como no lo vi me entró curiosidad.

Jasmine se enfocó en un mechón de cabello para empezar a aplicar el tinte. Emma vio cómo su cabello claro pasaría a ser oscuro. Eso la haría ver más pálida, pero sería un buen motivo para salir a tomar el sol.

―¿Viven con su tía? ―preguntó Emma. Jasmine le caía bien.

―No ―respondió Jasmine, riendo―. Con mis papás.

Emma puso su mirada perdida en Jamie a través del espejo. Jasmine entendió la duda de la chica.

―No nos llevamos muy bien ―confesó Jasmine, en voz más baja, solo para Emma.

―¿Cómo así? ―preguntó Emma―. Claro, si se puede saber.

―Pues ―Jasmine miró hacia las otras clientas, todas enfocadas en sus teléfonos o revistar―, mi papá quería que mi hermano entrara a la marina y yo a la Facultad de Medicina.

―Oh ―entendió Emma, abriendo los ojos y mostrando una pequeña sonrisa―. Los hijos rebeldes.

Jasmine asintió, contenta de haberse dado a entender.

―Suele pasar. ―Emma le dio una mirada comprensiva.

Estaba por preguntar más al respecto, ya que sentía curiosidad y había entablado una pequeña confianza con Jasmine, pero la muchacha se enfocó en la pared de vidrio al frente del local. Un chico vestido de negro, con un casco blanco, estacionó una moto al frente. Se quitó el caso y sacó un pequeño paquete de la caja que traía la moto adherida.

―Ve ―casi gritó Jasmine―, hablando del rey de roma...

Emma podría decir que en su otra vida fue una detective, y por esa razón supo que ese chico de la moto era el tal Santiago, y la mirada que Jamie le estaba dando lo comprobaba por encima del anuncio de Jasmine. El chico, cuyo cabello negro brillaba bajo el sol de la tarde, caminó hacia el otro lado del local. Emma tragó saliva, desechando todo lo malo que tuviera que ver con motos. No, no iba a pensar en eso. Estaba siendo otra, por eso estaba ahí.

Jasmine colocó papel de aluminio en el otro mechón de cabello con el que había culminado cuando Emma escuchó la puerta por la que ella había pasado abrirse y cerrarse. Unos instantes después, Jasmine se detuvo, como si supiera que su hermano iba a cruzar hacia el lado donde ellos estaban y así fue.

―Hey ―le saludó Santiago―. Buenas tardes ―añadió a los demás en ese lado del lugar, encontrándose con los ojos de Emma a través del espejo.

Unas cuantas señoras respondieron el saludo al igual que Emma. Ella a penas pudo distinguir la voz de Jamie.

―¿Por qué te demoraste? ―le preguntó Jasmine.

―Pff! ―respondió Santiago, colocando el paquete sobre uno de los estantes vacíos―. Se me dañó la moto y tuve que pedir ayuda en una casa por ahí...

―¿Trajiste lo que te pedí? ―le preguntó Jasmine, acercándose al paquete.

―Lo que estaba en la lista... ―Santiago abrió la pequeña caja y Jasmine examinó su interior, asintiendo y volviendo con Emma sin dejar de mover la mezcla en sus manos.

―Pensé que ya no venías ―comentó Jasmine.

Emma guardaba silencio mientras veía a Santiago caminar hacia Jamie, el cual pareció tensarse, pero lo ocultó con una media sonrisa.

―¿Qué más pues Jamie? ―le saludó Santiago, con el mismo ánimo con el que entró, con un pequeño deje juguetón al decir su nombre sentándose a su lado.

―Todo bien ―contestó Jamie.

Emma alzó una ceja. ¿Todo bien?

―¿Ya diste el examen? ―le preguntó Santiago.

Jamie se removió en el asiento.

―Nada. Pero ya nos dieron la fecha y estoy esperando... ―contestó Jamie, masajeándose levemente las piernas con las manos.

―Estudiando a full, supongo.

Jamie asintió. Estaba luchando internamente por no mirar más del tiempo necesario los bíceps que se hacían notar más en Santiago mientras tenía los brazos cruzados. Además, las mangas de esa camiseta polo color negra no ayudaban en absoluto, era como si le estrangularan los brazos al muchacho, para el deleite visual de cualquiera.

―¿Y tú? ―preguntó Jamie, tratando de sonar normal.

―Ahí ―respondió Santiago, haciendo una pequeña mueca al mirar sus zapatos. El jean negro se ceñía a sus piernas y hacía que sus muslos parecieran los de un tipo que va al gimnasio cada día―. Algo complicado... Se vienen los exámenes ―explicó con un mohín. Jamie asintió.

―Estudiando a full, supongo ―dijo Jamie, imitando las palabras de Santiago.

Santiago le sonrió a Jamie de oreja a oreja, divertido, y asintió. Jamie sintió algo por dentro que identificó como alegría al ver esa sonrisa que, creyó, fue causada por él.

―¿Fuiste a la playa? ―le preguntó Santiago de repente, cambiando de posición, con las manos en las rodillas y el cuerpo ligeramente ladeado hacia Jamie, meciéndose hacia atrás y hacia adelante, ignorando por completo lo que causaba su mera presencia y cercanía en chico a su lado.

Jamie negó con la cabeza.

―Es que como estás rojo...

Emma estuvo por intervenir. Esa era la prueba que necesitaba y el aviso para salvar a su hermano, pero Jasmine fue más rápida.

―Ella es la hermana de Jamie ―le dijo a Santiago. Él levantó la mirada y sonrió a Emma.

―La hermana del pequeño Jamie ―volvió a sonreír.

Emma le devolvió la sonrisa, y luego captó el rubor en las mejillas de Jamie, el cual giró la cara hacia la calle en el exterior. Sonrió, tendrían mucho de qué hablar cuando salieran de ahí. Mientras tanto, Jasmine le daba un guiño de complicidad a través del espejo. ¿Se habrá dado cuenta también?, se preguntó Emma vagamente, regresándole el guiño.

―Bueno ―Santiago se puso de pie―, tengo que hacer otra entrega.

Emma lo vio caminar por el mismo sendero por el que llegó.

―No llegues tarde ―le dijo Jasmine, Santiago la miró con intriga―. Mi abuela viene a comer, ¿ya te acordaste?

Santiago sonrió, abriendo más los ojos al entender.

―Nunca lo olvidé.

―Claro ―bufó Jasmine.

―Un gusto ―le dijo Santiago a Emma, con una cortés sonrisa.

Santiago señaló a Jamie, como si le fuera a dar una advertencia divertida. Jamie no pudo evitar sonreír.

―Estudia ―le aconsejó Santiago―. Y no te pierdas otra vez... ―Santiago sonrió, como si estuviera por decir una broma que a Jamie le molestaría pero que a él le causaría gracia―. Pequeño Jamie.

Y se fue. Jasmine, Emma, Jamie y una que otra clienta, lo vieron subirse a la moto, ponerse el casco, mirar la calle para cerciorarse que no venían autos y luego irse, haciendo ruido con la moto. Jamie regresó a la revista que había dejado por ahí, sonriendo, e ignorando la mirada de Emma sobre él.

Emma siempre sintió la necesidad de proteger a su hermano, pero no contaba con que un día, justo cuando se quedó hasta tarde en la noche en la academia, Jamie reuniría el valor para contarle a sus padres que creía que era bisexual. Cuando Emma llegó, con hambre, la recibieron gritos desde el interior. Al abrir la puerta e ir al comedor, lo primero que vio fue a Jamie llorando, sentando en el piso, con miedo, mientras Stella trataba de detener a John, quien quería propinarle un golpe, con el puño extendido en el aire y su pose de atacante. Stella lloraba, pero también le gritaba. Emma se había acuclillado junto a Jamie y lo había levantado, colocándolo detrás de ella, siendo un poco más pequeño en ese entonces, y decidió, en ese momento, que, aunque no sabía lo que pasaba, ella lo protegería. Incluso, desafió a su padre a golpearla a ella en lugar de a Jamie. John ya lo había hecho antes con Stella, pero nunca ella lo detuvo, y Emma pensó que ahí no sabía si debía o no intervenir, pero con Jamie, que lo haría. Esa noche Stella le puso un alto a John, parándose frente a sus niños y secándose las lágrimas, enfrentando al hombre que amaba pero que también la lastimaba a ella y a sus hijos. Él se fue, dejando tras sí palabras hirientes, miradas de ira y un comentario que a Emma le ayudó a entender mejor la situación: "No voy a tener un hijo maricón." El desprecio por ese hombre comenzó a crecer en Emma luego de escuchar esa línea y ver el corazón de Jamie romperse, a través de sus lágrimas. Después de aquella noche, después de romperse en pedazos su familia, o lo que quedaba de ella, Emma se dispuso a sonreír y animar a Jamie, a disfrutar lo que quedaba de su adolescencia y a la vez, no hacer sentir a su madre culpable por lo que había pasado. Stella, cuando hubo superado el abandono de John, o al menos fue lo que dijo, se dispuso sacar a sus hijos adelante, cueste lo que le cueste. Emma se puso como meta entonces unirlos, repitiéndole a Jamie cada vez que lo encontraba llorando en su habitación que la familia no se abandona, y que así todos se fueran, ella siempre estaría para él.

Jamie nunca volvió a tocar el tema, pero Emma fue paciente, porque sabía que en cualquier momento él lo haría, y esta vez, ella estaría ahí.

―Ya está ―anunció Jasmine con orgullo cuando terminó su trabajo.

Emma se vio en el espejo. Como había pensado, ese tono la hacía ver más pálida, pero le gustaba. Era otra. Quería verse como otra. Necesitaba, sentirse otra.

Jamie se paró detrás de ella.

―Te ves hermosa ―le dijo él. Emma le devolvió la sonrisa.

―Fue un gusto ―se despidió Emma de Jasmine cuando los acompañó hasta la salida del local, luego de pagar y maniobrar con su pierna enyesada.

―Vuelvan cuando quieran ―les invitó Jasmine―. No es por nada, pero... ―acunó su boca con una mano y bajó la voz hasta un susurro― somos los mejores de por aquí.

―Lo sé ―le contestó Jamie.

―Tal vez volvamos para pintar el de Jamie ―mencionó Emma, estudiando el cabello de su hermano.

Jasmine sonrió, totalmente de acuerdo.

―Es lo que le he venido diciendo...

―No vas a practicar conmigo ―replicó Jamie.

―Oye ―se quejó Emma―, dijiste que me veía hermosa.

―Pues sí...

―¿Y qué te hace pensar que no te dejará hermoso a ti también?

Jamie no respondió.

―De todos modos ―dijo Jasmine, mirando detrás hacia el local, donde la llamaban―, Santi me tiene que traer unos nuevos productos el jueves a eso del medio día... ―sus palabras salieron más lentas, haciendo énfasis a la fecha y hora que mencionaba, mientras le sonreía a Jamie―. Digo, más calidad para tratar tu cabello, si es lo que te preocupa.

Jamie se quedó callado un momento.

―Okey ―contestó al fin―. Suficiente. No vas a convencerme.

Jasmine soltó una risita, Emma reprimió la suya.

―Adiós ―se despidió la pelirroja y se fue hacia el interior de la peluquería.

―¿Qué hora es? ―le preguntó Emma.

―Las... cinco y media.

Jamie volvió a guardar su teléfono y se dispuso a llamar un taxi, pero Emma lo detuvo.

―Acompáñame a un lugar ―le dijo ella, sonriéndole tímidamente.

Jamie asintió, devolviéndole la misma sonrisa, preparándose para las preguntas que vendrían con esa invitación.


Hey, gente, espero estén pasando bien. Nuevo capítulo y nuevos descubrimientos. Una pregunta: Cuando leen, ¿les gusta conocer a los personajes o les gusta ir directo a la acción?

Que tengan linda noche. :)

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