Capítulo 1: Emma
La pequeña tormenta que se esperaba para la noche era anunciada en la tv por el presentador del clima de turno, pero Emma Dotson no hizo esfuerzo alguno por mirar al aparato a pesar de que escuchaba que podría haber apagones en algunos sectores de la ciudad. Quizás era cierto, porque por la ventana se veía el cielo gris, aunque eso, al igual que casi todo últimamente, le daba igual.
―Parece que va a llover ―Emma dirigió la mirada hacia Stella, su madre, quien venía entrando en la habitación con una sonrisa en su rostro y una charola en sus manos, sobre la cual traía un plato con frutas y yogur para su hija―. Afuera está venteando fuerte.
Emma la observó, sin decir nada.
―Entonces ―la escuchó continuar―, ¿qué tal el libro?
Emma observó el libro sobre la mesita a lado de la cama. No lo había abierto más que para poner el separador y dar la ilusión de que había avanzado hasta dicha sección.
―Es bueno ―mintió. Quería que Stella se fuera rápido de su alcoba. Estaba esforzándose por no ser grosera, porque, por lo visto, esa era una nueva faceta suya después del accidente.
Todo le molestaba, todo la irritaba... A veces quería gritarle a todos que se larguen y a veces quería llorar, presa de la rabia y la frustración, peor aun cuando su madre tenía que ayudarla a darse un simple baño.
Stella asintió, viendo cómo su hija tenía la mirada perdida en algún lugar del techo. Le preocupaba que Emma nunca volviera a ser la misma, y eso podría ser algo extremista, pero había casos. Ella había investigado. Había buscado muchas cosas en Internet, aunque no supiera exactamente qué era lo que quería encontrar.
―Mamá ―llamó Jamie desde afuera―. Ya... ―Emma lo vio empujar la puerta hasta que esta tocó la pared, y luego él se detuvo al verla directo a los ojos―. Ya me voy. Hola, Em.
―Hola.
―¿Volverás temprano? ―intervino Stella antes que la situación se volviera más incómoda.
―No lo sé, quizás, me gustaría hacerlo rápido. Parece que va a llover.
Mientras hablaba, él se acercó a su madre para depositar un beso de despedida en su frente, y luego caminó dubitativo hacia Emma. Él se agachó un poco para repetir la misma acción con su hermana, y Emma no se opuso. Más que nada por el pequeño remordimiento que sintió al recordar aquella noche varias semanas atrás cuando volvieron del hospital y él quiso darle un abrazo, pero estando ella en una cama, dificultaba todo. Más aún cuando se sentía demasiado alterada aún.
―Hasta luego ―les dijo Jamie desde la puerta, permitiendo que el silencio se asentara en la habitación luego de su salida.
Stella tomó el plato y se sentó a lado de Emma.
―¿Quieres que...?
―No tengo hambre ―la cortó ella―. Déjalo ahí. ―En realidad, no quería que le dieran de comer en la boca; sus manos servían a la perfección.
Emma notaba que la situación entre ellos se había tornado complicada, más que nada por culpa suya; ninguno sabía cómo actuar en realidad. La tensión había invadido el ambiente tan tranquilo de esa casa, todo gracias a un idiota que se había pasado la roja y había estrellado su maldita moto contra ella. Cómo deseaba que ese infeliz se pudriera en el infierno.
―Está bien ―aceptó Stella, mostrando otra sonrisa que parecía forzada.
Emma volvió a quedarse sola, mirando por la ventana el cielo que cada vez se oscurecía más y más. Quizás sí llovería. Esperó que Jamie hubiera llevado un paraguas y su teléfono bien cargado. Ella se estaba comportando como una idiota, pero sabía de más que su madre no necesitaba más preocupaciones. Si tan solo pudiera poner de su parte y cambiar esa actitud que estaba afectando a su familia. ¿Por qué era tan difícil?
Ladeó la cabeza sobre la almohada para ver el plato en la charola sobre la mesita de noche. Prefería mirar a cualquier lugar antes que a ese rinconcito donde habían estado las medallas que había conseguido en concursos de baile y demás. Se movió como pudo para poder incorporarse, arrastrando sus piernas con fuerza y más que nada, voluntad. Una lágrima casi se le salió cuando la realidad de que ya nada estaba bien, de que ya nada era como antes, la golpeó otra vez. Aquello que dejó atrás, aquello que perdió. Pero aún tenía vida, que era lo importante, o al menos, eso le habían recalcado varias personas.
Se tragó un grito que casi le quemó la garganta. Estaba frustrada y cansada, pero se forzó a sentarse. ¡Maldita sea!
Se sentía tan débil, tan derrotada. Se recordaba a sí misma siendo optimista y positiva la mayor parte del tiempo, pero en este momento se daba cuenta que no era tan sencillo mantener esas cualidades cuando se estaba en una cama con un yeso en la pierna, impidiéndole ser ella misma.
Tomó el plato y lo puso sobre sus piernas, viendo el yeso que cubría su extremidad inferior izquierda. Los doctores que la atendieron dijeron que había tenido mucha suerte de que el pedazo de metal de la puerta no le haya tocado el hueso, más que causarle una herida profunda en el muslo, por lo que tuvieron que intervenirla quirúrgicamente para extraerlo y evitar infecciones o cualquier complicación de este tipo. La herida sanaría, sin embargo, el golpe directo contra su rodilla provocó una dislocación de la rótula, algo explicado en términos que Emma no entendió. Lo único que le quedó claro era que tendría un yeso en la pierna, más específicamente en la mitad, ocupando parte de su pantorrilla y unos diez centímetros de su muslo (lo suficiente para inmovilizar su extremidad y sin tocar las puntadas), el cuál la acompañaría por mes y medio, que no podría caminar normalmente por varias semanas, y mucho menos podría bailar. Además de que necesitaría ayuda para moverse por la casa cuando se le diera de alta. Aquella noche, no vio más que sus sueños salir por la ventana. Becca estuvo ahí, pero Emma no escuchaba nada de lo que le decía. Esa noche se dejó envolver por los sedantes deseando que al despertar todo hubiese sido un mal sueño nada más.
Y aún lo esperaba.
Emma Dotson era una mujer fuerte, decidida, con objetivos y estrategias, o como diría su mamá, una mujer que donde pone el ojo, pone la bala. Sin embargo, un mes después del accidente, no lograba encontrase a sí misma dentro de la fachada de aquello en lo que se había convertido.
Stella volvió a entrar a la habitación, sonriendo de repente cuando vio a Emma sentada y comiendo.
―Hey ―saludó―. Cielo, voy al súper de acá a la vuelta... ¿Necesitas algo?
Negó con la cabeza y Stella se despidió con una sonrisa, asegurando que no tardaría mucho. De todos modos, dejó le indicó a Emma que podría llamarla por teléfono por cualquier cosa.
Emma desconocía el hecho de que su madre se encerró en su habitación varias noches a llorar luego de cerciorarse de que ella se quedaba dormida. ¿Cómo ayudar a quien no quiere ser ayudado? Las miradas que Emma le daba cuando la sostenía para que pudiera bañarse, o a levantarse para ir al baño, la mataban. Los gritos en el hospital, cuando Emma se despertaba adolorida en la noche, o le picaba la pierna y se desesperaba por no poder rascarse, y los mismos gritos cuando llegaron a casa, amenazaban con volverla loca.
Cuando John los abandonó, Emma trató de ayudar de muchas maneras, motivándolos a unirse, a seguir, a no sentirse más tristes, a no dejarse caer, aunque le dolía verse a sí misma cayéndose en su tristeza al ver a Jamie o a Stella llorar. Ahora se sentí inútil, cuando siempre fue muy activa. Sabía que estaba siendo muy injusta consigo misma al forzarse a una rápida recuperación, pero era casi imposible de evitar. Tenía solo un mes de haber estado en un accidente que pudo haberle salido peor, pero aún no era tiempo de ver los resultados que ella esperaba.
Recuperarse era un proceso largo, y ella sabía que tenía que entender eso. Metérselo en la cabeza de una vez por todas. Pero las pesadillas no ayudaban.
Se sentía peor cuando veía el rincón donde antes habían estado sus premios de vida. Stella y Jamie los habían sacado antes de que ella volviera del hospital, y Emma comprendía que lo hacían por ayudarla. En la casa tampoco se escuchaba música, ni tampoco se le subía mucho el volumen al televisor. Ellos estaban tratando con todo, pero ella no podía retribuir esa ayuda. Ella no sabía aceptar ayuda. Y saber eso, no hacía más que empeorar el reciente odio que había descubierto por sí misma.
Cuando Stella le decía que la quería, un pinchazo daba en el corazón de Emma al no poder responder aun cuando las palabras estaban en la punta de la lengua. ¿Sería estado de shock? ¿O simplemente estaba siendo estúpida? Pensó que era algo raro poder decir fácilmente esas cosas en su mente, aceptar la ayuda en su mente, y ser una luchadora aguerrida en su mente, pero por fuera, era todo lo opuesto. Dios, que estaba exagerando probablemente la situación, pero ¿por qué, si sabía eso, no podía controlarlo? ¿Cuándo se volvió tan impulsiva y fastidiosa?
Terminó de comer el aperitivo de media tarde y puso el plato con la cuchara de nuevo en la charola, se bebió lo que quedaba en el frasco del yogur, relamiéndose los residuos en su labio superior, y cuando estaba por ponerlo sobre la mesita de noche, el celular comenzó a vibrar. No tenía que hacer mucho esfuerzo para saber quién era: Becca. Le había mandado mensajes de texto todos los días, pero nunca los respondía. Una que otra llamada que terminaba en "Estoy bien" y cortaba.
Tomó el pequeño aparato y abrió el mensaje:
"Hola, guapa. Te extrañamos. Penny y Sara quieren ir a visitarte, y yo también. ¿Te parece bien si vamos mañana?"
Al final, una serie de emoticones que, Emma dedujo, trataban de disimular el temor en los dedos de Becca al enviar el texto. Como siempre, hizo el móvil a un lado.
Ver a sus amigas en este preciso momento de su vida no le ayudaría mucho, quizás. Seguro que estaban preocupadas, fueron amigas toda la secundaria, pero Emma dudaba que estuviera en plan de aceptar sus preguntas y apoyo abrumador. Era muy probable que salieran de la casa afligidas y con miedo de volver, tal vez se sentirían culpables por empeorar su estado. Sonaba duro incluso aceptarlo, pero ellas no eran el apoyo que Emma necesitaba. No. Corrección: No tenía ni puta idea de cuál era el apoyo que necesitaba. Sin embargo, se volvería loca si no veía más personas aparte de su madre, su hermano, y la enfermera que contrató Stella para que viniera a casa a revisar el estado del yeso de vez en cuando, y a hablarle de uno que otro programa de rehabilitación aparentemente sencillito.
"Está bien." Escribió al agarrar de nuevo el celular y presionó el botón de enviar. «Ya está», aceptó.
―No me comportaré como una imbécil.
Estaba claro que había algo malo en ella, empezando por el hecho de que estaba hablándose a sí misma.
Sacudió la cabeza para luego mirar el yeso en su pierna y negó sus pensamientos pesimistas. Estaba agotada y no quería empezar a llorar y a lamentarse por algo que no podía cambiar, otra vez. Bien, reconoció ese como un primer paso, pequeño, pero positivo. Podía hacerlo, claro que podía.
Se encontró a sí misma sintiendo algo solo con la noticia de que sus amigas la visitarían, algo bueno. Tal vez no era tan mala idea a fin de cuentas.
―Mala idea ―la sobresaltó Stella entrando a la habitación y caminando directo a la ventana―, empezó a llover ―y sonrió, más aún cuando vio el plato vacío.
―En la tele dijeron que habría tormenta ―mencionó Emma.
―Sí, algo así escuché, pero no creí que tuviera razón.
―Nunca la tienen ―dijeron las dos a la vez, y luego siguió un pequeño silencio por un par de segundos―. Llevaré esto a la cocina ―le dijo Stella, tomando la charola con todo lo que había subido antes―, y voy a llamar a tu hermano.
―¿A dónde fue? ―preguntó Emma. Lo vio irse, y despedirse de ella con miedo, pero no sabía nada de él. Ya casi ni hablaban.
―Fue a sacar unos papeles de la escuela, dijo que se los habían pedido en la Universidad.
Jamie estaba terminando su último año de secundaria, y su plan era ir directo a la Universidad. Emma pudo sentir algo en su pecho que reconoció como orgullo, leve, pero ahí estaba. Ese tonto era medio distraído a veces, pero desde que su padre los dejó él le prometió a Stella darle la vida que se merecía. Tenía un plan ambicioso de vida, pero Emma y Stella confiaban en que lo lograría si lo apoyaban... Claramente ella no estaba siendo de mucha ayuda para su hermano en estos días.
Emma simplemente asintió, dando la sonrisa que había implementado desde semanas atrás cuyo significado era que ya no quería hablar.
―Iré a... preparar la cena. ―Stella caminó dubitativa a la puerta, y se dio la vuelta para añadir, con la misma sonrisa y el mismo temor al rechazo de todas las tardes: ―Ya regreso para el baño.
A Emma le punzó un poco el dolor en la pierna. Esas palabras siempre la regresaban a la realidad, a su realidad, por más distraída que se esforzara por estar. Volvió a asentir.
Escuchó los pasos de su madre alejarse poco a poco, bajar los escalones uno a uno, y luego dejó de oír el ruido de sus zapatos contra el piso de madera de la planta baja.
Podía hacerlo. Podía hacerlo. Podía hacerlo. Se repetía en su mente esas dos palabras, como un mantra, creyendo que, de alguna forma, podría tatuárselas allá donde nacían los ánimos, la motivación y las ganas de hacer algo. Podía hacerlo, ¿verdad? ¿Podría volver a bailar?
Sacudió sus pensamientos. No. Ya había decidido no volver a pensar al respecto, al menos no por hoy.
Se recostó mejor, sintiendo algo de dolor al mover la pierna. Cerró los ojos, recordando que al día siguiente tendría visita por primera vez en varias semanas luego de que le gritara a Becca que se largara cuando le dieron de alta, y sabía que Stella se pondría feliz cuando le contara a lo que había accedido. Tal vez estudiaría la reacción positiva de su madre para imitarla cuando viera a sus amigas.
Hey, querido lector. Si has llegado hasta esta pequeña nota, te lo agradezco mucho. Este es un nuevo proyecto netamente mío y espero que, si te ha gustado lo que has leído o simplemente quieres apoyarme, consideres el dejar tu voto. También estoy abierto a todo tipo de comentarios/críticas constructivas.
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