El imperio ya había terminado, y el gobierno del país quería quitarle todo a la emperatriz. El problema ya era lo suficientemente grande como para que sus hijas estuvieran junto a ella.

Así que, para tenerlas en un mejor lugar y para que ambas estén tranquilas, las enviaría lejos.
La mayor que ahora tenía 2 años, seria enviada junto a sus cuñados, a la antigua aldea natal de su difunto marido; Sooga. Allí, seria bien cuidada, después de todo, al ser la primera sobrina la consentían mucho. Además, siendo su primera hija, estaría muy bien en ese lugar; no llama la atención, y es el ideal para esconder a la heredera del título.
Por otro lado, su hija menor que recién cumpliría 1 años, la enviaría a otro país, la enviaría junto sus servidumbres más fieles, con ellos estaría segura y totalmente escondida de lo que estaba pasando.

Por más que le doliera alejarse de ellas, tenia que hacerlo para mantenerlas a salvo.

En alguno otro lado y lejos de la capital, y en otro rincón del país; en uno de los antiguos clanes, se encontraba una revuelta.

Todo empezó hasta hace unos años atrás. Cuando los primogénitos del clan Sanada y Takeda, se habían comprometido a espaldas de sus padres y de ello, el nacimiento de su hijo.

Aquello había causado que Osamu despojara de todo a su hijo, debido a su falta, además de haber desconocido al pequeño.

Su vida, durante los primeros años de su hijo fue dura, pero gracias a Isao el pequeño pudo vivir como se debía. Él, les había ofrecido su ayuda con criar y cuidar al pequeño, mientras ellos lograban anivelar su economía.

Después de ese tiempo, Osamu comenzó a presentar una enfermedad que le impedía llevar su vida tranquila, fue hasta entonces que recapacito.
El haber alejado a su hijo, y ahora nieto, lo había dejado completamente solo.

Por ello, y en forma de arrepentimiento, le había dejado un apoyo a su nieto, un fideicomiso, para que, en un futuro, le fuera de ayuda en su vida.