7 de enero de 2007
—Oye, chaval, ven aquí. —Marcus levantó la mirada al oír aquella voz. Era una voz familiar que había escuchado durante las últimas semanas, pero que jamás se había dirigido a él directamente.
Vio a un chico de unos veinte años acompañado de una chica de más o menos su edad. Llevaban yendo a sus pequeñas sesiones de magia en el mismo lugar en el que empezó un tiempo. Siempre había notado que lo miraban mucho, sobre todo su habilidad a la hora de mover las cartas o robar objetos para los trucos de desaparición y aparición.
Se metió en la mochila los pocos objetos que usaba para los trucos de magia junto al dinero que le habían dado por su habilidad en los mismos y se acercó a la pareja.
—Si nos haces un favor, te daremos el diez por ciento de lo que saquemos con ese favor.
—No hago cosas ilegales, será una mierda pero quiero ser legal.
—Venga ya, seguro que no tienes ni el permiso para estar ahí actuando... Haznos el favor y no damos el chivatazo para que te desmonten el chiringuito y te detengan.
—No puedes hacerme eso, podría denunciaros yo de vuelta.
—¿A quién van a creer? —preguntó la joven que hacía compañía al que había llevado la palabra hasta ahora —¿A un crío sucio de la calle que no tiene ni identidad o a una pareja joven con buenos apellidos?
Esa declaración a modo de pregunta dejó a Marcus descolocado. Era obvio que iban a creerlos a ellos antes que a él, pero no se esperaba que ese par que querían cometer un delito tuviesen unos apellidos de buena familia. Vale que él no era un ángel que se mereciese a la familia más acomodada y cariñosa del mundo, pero de tenerla no andaría delinquiendo como hacían esos dos, ya había perdido demasiado.
—¿Qué se supone que tengo que hacer?
—Nada del otro mundo... tienes mucha habilidad en las manos, y seguro que también sabes colarte por alguna ventana. Vas a entrar en mi casa y vas a llevarte unas cuantas joyas.
—Entonces quiero más que un simple diez por ciento.
—Lo tomas o lo dejas, y sabes que el dejarlo implica que te denunciemos a la policía.
Tras un resoplido Marcus finalmente asintió, cerrando el trato de mala manera en un callejón lleno de gatos hasta el que le arrastraron. Esa misma noche entraría a las doce en la casa por una ventana que ellos dejarían abierta, atravesaría el pasillo sin hacer ruido y se metería en la habitación en la que la dueña dormiría plácidamente por las pastillas para dormir que tomaba.
El joven de diecisiete años no volvió al edificio abandonado que le servía de hogar para pasar las horas antes del golpe que tenía que dar. En vez de eso fue en busca de la chica que una y otra vez aparecía por sus actuaciones para charlar un rato cuando la gente ya se iba. De aquellas pequeñas charlas sabía que tenía hogar en las casas del borde de la ciudad, malvivía junto a su madre en aquel espacio de pocos metros cuadrados y una sola habitación.
Al llegar a la zona no tardó en encontrar el cuchitril al que tantas veces había acompañado a la chica, era la única que tenía una pintada en la puerta en la que ponía "puta" en mayúsculas. Se acercó despacio y llamó a la puerta, preparado para encontrar algo violento, pero se encontró a la que podía llamar amiga con un fino vestido blanco que sorprendentemente no estaba sucio.
—Marcus, ¿Qué haces aquí? —El rubor en las mejillas de la chica se hizo presente rápidamente.
—Tenía unas pocas horas libres, así que he decidido que podía pasar un rato contigo, ¿Te has puesto así de guapa para ir a verme después?
—En realidad... No iba a verte hoy, es mi cumpleaños y mi madre quiere que empiece en el negocio.
—¿Qué? Pero tú no querías met- —Antes de poder acabar la frase la joven lo paró.
—Necesitamos dinero y se paga muy bien a una chica de mi edad virgen.
—¿Cuánto han pagado por tu primera vez?
—Unos trescientos por media hora.
—Te doy el doble por la mitad de tiempo. —Los ojos de la joven brillaron a la vez que el ruido de la puerta que conectaba al cuarto se escuchaba.
La madre de la joven era la que aparecía por la puerta en ese instante, negando con la cabeza ante la situación. En pocos minutos los había empujado hasta la habitación y había cobrado a Marcus, este último sabía que les había salvado el mes entero.
Cuando quedaron a solas la chica empezó a desnudarse despacio, pero Marcus hizo que parase.
—Quieta, tú no te acuestas con nadie si no quieres, no vas a ser puta como tu madre, puedo darte dinero para que te vayas lejos y así empezar de cero. Eres menor y te aceptarán en un orfanato si te presentas.
—Sí que quiero acostarme contigo, Marcus... voy todos los días a verte solo para que te fijes en mi y tener la oportunidad de que seas mi pareja... mi madre me dijo que si tenía novio no tenía porque ser prostituta.
—Jen, sabes de sobra que no siento esa clase de amor por ti, pero... podemos fingirlo si así no tienes que venderte.
La recién nombrada se lanzó a los brazos de su falso novio, a quién notó levemente excitado, seguramente por haber pensado en la idea de acostarse con ella.
—Sé que no me quieres como novia, pero quiero que seas tú quien me de la primera vez... —susurraba de forma sensual en el oído del joven, quien empezaba a perder autocontrol.
Siempre le pasaba lo mismo, excitarse era igual a perder el control de sus emociones, de recordar la adrenalina que sentía cuando mataba o atacaba a alguien, sentir como una chica se retorcía bajo su cuerpo le daba un placer inmenso, pero le era indiferente si esos retorcijones se debían al placer o al dolor, solo le importaba poder disfrutar de esa sensación que tan pocas veces conseguía sentir.
—No, no, yo... No puedo acostarme con nadie que quiera... y menos si aún no has probado a nadie... —El habla se le entrecortaba por la agitación que sentía, el cuerpo de Jen pegado al suyo era revelador, solo llevaba el vestido.
Las manos de la inexperta bajaron con maestría profesional hasta el pantalón del cada vez más nervioso joven y, al sentir el roce de esos suaves dedos con su piel, perdió todo el control que intentaba mantener sobre si.
Fue cuestión de segundos lo que tardó en apartarla de su cuerpo y ponerla contra la cama. No escuchó ninguna queja, no se retorcía para huir, solo soltó un gemido tan suave que no estaba seguro de si aún respiraba, pero por alguna razón, eso lo excitó mucho más.
No se molestó en levantarle el vestido cuando empezó a buscar el calor de su cuerpo, el calor de dos cuerpos compartiendo el mismo espacio, quemándose levemente al sentir la tela rozándole, sintiendo demasiada presión una vez empezó a meterla, oyendo chillar a Jen por el dolor.
No paró, no fue más despacio, no hizo nada porque dejase de dolerle, solo le tapó la boca para sentir los gritos además de escucharlos acallados. Empezó a ir cada vez más rápido y cogió con fuerza el pelo de Jen en una coleta, estirando de la misma para arquear la espalda de la primeriza. El cuerpo de la joven se tensaba cada vez más rápido, pensando que se dejaba guiar por su único amigo, sin saber que la realidad era muy diferente.
Marcus sentía como su amiga perdía poco a poco el control de su cuerpo y se dejaba llevar por lo que a él le interesaba. Quería disfrutar todo lo posible de la situación, desde que había perdido el control no quería nada más que su propio placer, independientemente de lo que le pasase a Jen.
Siguió estirándole del pelo hasta que sentía que llegaba al límite, que ya empezaría a dolerle de doblar tanto la espalda... entonces estiró con más fuerza aún, haciendo que la joven gritase de dolor a la vez que él gemía de forma grave al llegar al placer del orgasmo.
Soltó a la joven, quien cayó sobre la cama agotada, y se alejó levemente para ponerse la ropa bien y peinarse con las manos, apoyándose finalmente en la pared para admirar a quién acababa de desvirgar.
La chica estaba tendida sobre la cama con la respiración aún agitada, las mejillas húmedas por las lágrimas y los ojos cerrados con fuerza. Bajó la mirada despacio por su cuerpo, el vestido estaba arrugado y manchado de sudor, salpicado levemente en la parte de abajo por la sangre que aun caía por sus muslos, mezclándose con el rojo pálido de la irritación de los golpes.
—Te he avisado... no me controlo... ya te dije que soy peligroso...
—No estoy enfadada. No voy a decir que me haya gustado, pero que tu hayas sido el primero es lo único bueno que va a tener mi vida sexual... —Jen empezó a levantarse, temblando levemente por el dolor que le causaba la espalda de haberse curvado tanto antes.
Pasó las manos por su pelo intentando colocárselo de una manera decente y se empezó a dirigir al baño para ducharse.
—Deja que te ayu.. —Antes de poder terminar la frase Jen negó y desapareció tras la puerta del baño.
Marcus se sentó sobre la cama mientras oía el ruido de la ducha en la que Jen iba a meterse. No entendía el porqué de sus reacciones cuando se excitaba, los recuerdos de todos los sitios en los que había vivido le venían a la mente con situaciones similares. Las peleas en el orfanato, las agresiones en el psiquiátrico, los asesinatos en la que había sido su primera casa y la imagen de Aiden siendo consumido por el fuego...
—¡JODER! —gritó con fuerza, queriendo desahogarse por todo, pero siempre había pasado lo mismo: cualquier tipo de excitación en su cuerpo traía mal a su alrededor, siempre causado por él.
Se giró a mirar las mesillas, en una de ellas había unos cuantos Post-It de colores en un taco junto a unos bolígrafos, se acercó y escribió unas simples palabras "Perdóname, y mejor para ti si me olvidas".
Salió por la puerta de la habitación y se despidió de la madre de Jen tras darle todo el dinero que llevaba encima, apenas cien dólares más de lo que ya le había cobrado antes. Aún así Marcus sabía todo el daño que había hecho a su amiga, de la que ahora se alejaba para no herirla más, sin ocurrirsele ninguna manera de compensar lo que acababa de suceder, repitiendo lo que su padre hizo años atrás sin saberlo.
Necesitaba descansar un poco antes de dar el golpe, por mucho que al principio no quería ir para no ver a la chica que lo volvía rematadamente loco de amor. No quería darle explicaciones, no era capaz de decirle las cosas malas que tenía que hacer esta noche, se le partía el corazón cuando veía su cara de terror o de preocupación por la gente, no quería además ser el causante de esos sentimientos.
Subiendo las escaleras polvorientas y a medio caer pudo escuchar la voz de Irene junto a la de otro hombre. Subió un poco más, en silencio para que no le descubrieran y detuvieran así la conversación, quería oír de lo que hablaban, quería saber si Irene tenía problemas de algún tipo.
—¿Y si a mi no me gusta ese tipo de vida? —La voz de Irene sonaba temblorosa, como si estuviera a punto de romper a llorar.
—¿Prefieres este tipo de vida? —La voz del hombre sonaba fría y distante, pero segura. Pertenecía al mismo hombre que le había dado las instrucciones a él el día en que llegó a la comunidad que se formaba en ese edificio destartalado —Eres muy guapa, también muy inteligente, pero no hay dinero aquí... Tus dos únicas salidas lógicas son la prostitución y el casarte con alguien que sí que tenga dinero, tú decides.
—¿Pero qué pasa con lo que quiero? Quiero estudiar, casarme con alguien de quién esté realmente enamorada, no vender mi cuerpo al mejor postor o a cualquiera que esté por la calle más salido que el pico de una mesa.
—¿Acaso crees que podrás estudiar viniendo de aquí? No terminaste siquiera la escuela primaria, todo lo que sabes es inútil académicamente hablando porque no tienes ningún título, no podrás tener ninguna clase de boda o de tipo de contrato matrimonial o enlace por falta de dinero... Te he dado dos salidas en las que conseguirías una gran cantidad de dinero.
—Venderme no es una opción, no quiero que absolutamente nadie me compre, y mucho menos compartir toda una vida con alguien solo por su dinero.
Marcus salió corriendo en dirección a la salida, no quería oír cómo intentaban convencer a la mujer con la que quería vivir para siempre de que diese su vida a la prostitución o al ser una mujer florero.
Había hecho de todo menos descansar, y los malos pensamientos habían sido recurrentes, además de que aumentaban de forma exponencial con cada una de las cosas que sucedían a lo largo del día.
Aunque quedaba tiempo para medianoche y la cena le quedaba de por medio, se fue en dirección a la casa en la que se tenía que colar y se puso a repasar mentalmente el plan, pero cada voz le distraía, así que hasta no llegar al destino y apoyarse en la pared del edificio en el que estaba la casa no pudo ponerse a repasar realmente.
Desde el callejón en el que estaba podía ver la ventana que dejarían abierta para que entrase en el ático duplex en el que vivía esa adinerada familia. Le habían descrito el pasillo, dos puertas a la derecha y dos a la izquierda, al fondo las escaleras al piso de abajo. Las dos puertas de la izquierda eran habitaciones de ocio, así que no le interesaban, la primera de la derecha era la habitación en la que la pareja de adolescentes malcriados que le habían contratado para esto dormían y en la siguiente estaba la viuda a la que tenía que robar. Debía ir al tocador, abrir el tercer cajón y sacar todas las joyas que pudiera de la caja llena de ornamentos que usaba como joyero.
Respiró hondo y cerró los ojos, metió las manos en los bolsillos y se dio cuenta de algo: no tenía guantes y podía dejar huellas. Miró a ambos lados del callejón, uno de los lados desbocaba en una calle muy ajetreada llena de tiendas, el otro lado a una calle llena de restaurantes.Se dirigió hacia este último lado, la hora de cenar estaba cada vez más cerca y eso hacía que los camareros y cocineros fuesen de un lado a otro, abrieran las puertas de los callejones para tirar la basura. Se acercó a uno de los callejones y, cuando uno de los pinches salió a tirar la basura Marcus entró por la puerta y cogió un par de guantes de fregar de cerca del fregadero, habiendo tanto movimiento de gente nadie reparó en él. Aprovechó para coger uno de los platos que estaban preparando y se lo llevó fuera sin ser visto para volver al callejón que quedaba bajo la ventana que en unas pocas horas sería la entrada a su nueva vida delictiva.
Se cenó el plato y esperó pacientemente, cuando escuchó las campanadas de la iglesia en la lejanía supo que por fin era medianoche y se colocó los guantes para escalar hasta la ventana sin dejar huellas. Tenía que tener muchísimo cuidado, sus huellas, ADN y registro dental estaban a manos de cualquiera que lo pidiese y tuviese un mínimo de poder, era lo que tenía ser huérfano, experimento y paciente de un psiquiátrico.
Siguió el plan a la perfección sin ser visto ni oído, pero cuando estaba a punto de abandonar la vivienda de la misma manera de la que había entrado escuchó ruidos en la habitación de la pareja. Se acercó lentamente a la puerta y la abrió sin hacer ruido. Vio a los que le habían pedido que entrase el uno sobre el otro, enlazados por los labios, disfrutando de la compañía del otro. Marcus no sintió indiferencia como muchas otras veces cuando veía a una pareja besarse o a punto de acostarse, sintió una envidia que le carcomía por dentro por lo que había oído esa tarde. Él nunca podría tener algo así con Irene solo por su situación de pobreza.
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