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3 de diciembre de 2014

Marcus miraba el agujero en el que estaban metiendo el ataúd de Irene mientras Seth le cogía de la mano. Temblaba de lo enfadado que estaba consigo mismo por haberse permitido perder el control de tal manera, por haber acabado con la vida de su amada, pero la gente que había a su alrededor pensaba que ese temblor se debía a las lágrimas que soltaba y a la impotencia de no saber quién había matado a la madre de su hijo.

—Papá, ¿Por qué duerme mamá ahí abajo?

Notó como su mano se balanceaba por los tirones del pequeño, pero no escuchó sus palabras, estaba demasiado inmerso en ver cómo la tierra caía sobre el ataúd de Irene.

Seth intentó soltarse de la mano de su padre para correr al agujero que poco a poco se llenaba, pero no lo consiguió, su padre lo agarraba cada vez más fuerte, sin llegar a hacerle daño.

—No pueden hacer eso, ¡Paren! —La voz infantil del pequeño destrozaba a los pocos asistentes que había en el funeral —. Aún tiene que leerme un cuento esta noche, ¡Y tengo que darle un abrazo de buenas noches!

Marcus cogió a su hijo en brazos, era la primera vez que lo aupaba desde que la sangre de Irene los tiñó a ambos de rojo. Escondió la cabeza de Seth en su cuello, importándole poco que lo llenase de lágrimas o lo moquease, agarrándolo de la nuca en lo que parecía un gesto reconfortante para todos, pero que Seth aprendería a entender como una amenaza.

La cabeza de Marcus iba a mil por hora, por un lado procesaba todo el daño que le había hecho a Irene que la había llevado a estar a tres metros bajo el suelo. Por otro lado la promesa que le había hecho una vez muerta, cuidar de Seth, lo educaría mejor de lo que lo educaron a él, pero lo educaría a su manera.

Un último pensamiento iba por su cabeza, paseaba de un lado al otro como un gato que busca su lugar en la casa, lentamente, recordándole que había perdido la única pieza en su vida que lo estabilizaba. No tenía a Irene, nadie iba a calmar sus crisis, nadie cuidaría al niño cuando saliese a matar... Necesitaba una sustituta, necesitaba a una Irene nueva. Sabía que nadie llegaría a igualarse a ella, pero se conformaba con una mujer físicamente igual, con una personalidad que le rozase la suela de los zapatos.

Su nueva misión era encontrar a esa nueva estabilizadora para su vida.

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