29 de noviembre de 2014
Ya no quedaba nada sobre el escritorio, ni sobre la cama o dentro del armario, las puertas del mismo estaban abiertas de par en par y los cajones de las mesillas estaban desencajados. Marcus estaba sentado en el suelo, hecho una bola y balanceándose hacia atrás y adelante, intentando calmarse: tenía sed de sangre.
La noche anterior no había podido salir a matar o torturar gente porque había tenido pases del espectáculo hasta muy entrada la noche, salió del último a las tres de la mañana. Irene despertaría a las cinco para ir a trabajar. En dos horas no tenía tiempo de encontrar a su objetivo, retenerlo y torturarlo hasta la muerte o la extenuación para luego volver a casa con tiempo. Esa noche que no mató fue suficiente para estar de los nervios.
Por otro lado Seth jugaba en su habitación, aburrido ya de jugar solo, por lo que gateaba por la habitación en busca de algún juguete nuevo escondido bajo la cama o tras el armario, desistiendo cuando miró por décima vez tras el peluche gigante que tenía junto a la puerta.
Se puso de pie y empezó a correr riendo, buscando a su padre por la casa. Las barreras infantiles le impedían bajar al piso de abajo, pero sabía que su padre estaba en el piso de arriba.
Mientras oía los pasos alegres de su hijo por el pasillo los ojos de Marcus brillaban de la misma manera que le brillaron aquella vez que asesinó a la familia de la científica que lo adoptó. Ese niño confiaba plenamente en él, ¿Cómo reaccionaría al sentir un cuchillo atravesándolo de un lado al otro?
Antes de que Marcus siguiera divagando, algo dentro de él empezó a funcionar a una velocidad pasmosa: su autocontrol. No podía matar a Setan, era hijo suyo, pero también de Irene.
Unos golpecitos en la puerta llamaron su atención en el momento en que los pasos alegres del niño dejaron de sonar, Seth había encontrado a su padre y quería que le abriese la puerta para estar con él.
—Papa... ¡Pá! —La voz animada del niño hizo que Marcus se calmara un poco más y empezó a ponerse de pie.
Cuando estaba seguro de que el autocontrol había ganado la batalla vió en el suelo las tijeras que Irene utilizaba para cortarse el pelo. Ella no lo sabía, pero una vez las cogió para cortarle la garganta a una niña como advertencia hacia sus padres. De algún modo la niña no murió, pero quedó en un estado vegetal, por lo que no corría riesgo alguno de revelar la identidad de Marcus.
Los golpecitos continuaban y el brillo de las tijeras llamaba su atención, se acercó lentamente mientras volvía a escuchar como su hijo lo llamaba. Las tijeras se hicieron a su mano como si estuvieran hechas a medida y una macabra sonrisa asomó en su rostro, pronto calmaría su sed de sangre.
Abrió la puerta para encontrarse con su hijo, que levantaba los brazos buscando que lo auparan y lo mimasen, pero Marcus solo levantó la mano con las tijeras en ella. Los ojos de Seth reflejaron el brillo de las tijeras y el terror de ver a su padre a punto de atacarle. Se dio la vuelta y huyó como pudo, no había corrido demasiado nunca, y menos por miedo, así que no iba demasiado rápido.
Esa escena causó risa a Marcus, quien caminaba despacio, dando ventaja a su hijo pero riéndose de él, iba hacia el final del pasillo, donde no había salida. Seth empezó a llorar llamando a su madre, que no se encontraba en casa.
Mientras el gato perseguía al ratón, Irene volvía de su turno de trabajo y metía las llaves en la cerradura de casa. Al entrar notó jaleo arriba, pero por como se había comportado Marcus desde hacía año y medio más o menos, no le dio importancia, estarían jugando a algo.
Subió tranquilamente las escaleras y fue entonces cuando escuchó cómo su hijo la llamaba asustado. Se dirigió al final del pasillo, de donde provenía la voz y no pudo evitar gritar por la escena que se encontró.
—¡MARCUS! Deja al niño en paz. —No se lo pensó, al ver al padre de su hijo con las tijeras en el aire, apuntando directamente a la cabeza del niño, se lanzó a proteger al pequeño.
La vida se le escapó sin poder decir nada más. Seth gritó horrorizado al sentir la sangre de su madre sobre su cuerpo y Marcus sonrió momentáneamente, solo hasta darse cuenta de que esa sangre no era la rosada de un niño, sino la escarlata de su amada.
Tembloroso abrazó el cadáver de Irene, que no respiraba ya, no le latía el corazón, había acertado con las tijeras entre dos costillas, clavándolas directamente en el corazón, haciendo que dejase de latir en el momento, perforando también un pulmón, que se le inundó de sangre con rapidez.
—Te prometo... —La voz de Marcus era un susurro roto, que le hablaba a un cadáver para decirle sus últimas palabras a la persona que antes habitaba el cuerpo —, que aunque haya sido culpa del niño que estés, lo protegeré y haré que pueda tener un futuro... Pero a mi manera.
Tras esas palabras rompió a llorar sobre el cuerpo de Irene mientras Seth, sin entender realmente lo que pasaba, no sabía si llorar, consolar a su padre o dormir junto a su madre, por muy manchada que estuviera.
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