25 de diciembre de 2006
La calle se teñía de blanco en la mañana de navidad. Todos los que estaban alrededor de la zona central de la ciudad o de la periferia más exquisita disfrutaban de jugar en la nieve con su familia o sus amigos, quedándose los más frioleros con el perro o el gato en el regazo en el interior del hogar. Era una blanca navidad tan perfecta como las que se veía en las películas.
Por otro lado, la misma nieve que daba felicidad en los lugares de por sí animados traía tristeza y melancolía en otros sitios. Los suburbios en los que se encontraba Marcus eran de por sí fríos, pero cuando nevaba podían congelar a cualquiera.
El chico caminaba buscando algo de comer, quería dejar esa vida atrás, pero no quería dejarla atrás por falta de alimento, quería que lo matasen rápido y sin dolor. La verdad es que hacía mucho que no encontraba nada de comer. Desde que salió del psiquiátrico sólo había bebido agua, y no demasiado fiable. No había podido darse una ducha, no había dormido resguardado, estaba herido de rozarse contra suelos y paredes... Sentía que su hora se acercaba, pero que alguien se burlaba de él al no dejar que esa hora llegase jamás.
Las piernas del muchacho empezaron a temblar por la falta de alimento y la gripe que estaba incubando por sus malos hábitos en los últimos días. Pronto cedió y cayó al suelo sin ningún miramiento, sin preocuparse de caer en algún sitio acolchado, rezando para no despertar de nuevo.
Unos mendigos que caminaban por el lugar lo vieron tirado en mitad de la estrecha callejuela y se acercaron. Al ver que aún respiraba decidieron cogerlo ambos en brazos, uno por las piernas y otro por los sobacos, para llevarlo al edificio donde convivían junto a otros tantos sin techo.
No eran una comunidad demasiado adinerada, como se podía suponer por la condición de que ninguno tenía dinero para una casa, así que el edificio en el que vivían estaba en condiciones deplorables, incluso para ser un edificio abandonado. El techo y las paredes tenían agujeros por doquier, no había una sola ventana entera y cada esquina tenía moho hasta la saciedad.
Aun así, la gente del interior era un rayo de luz y color. Se ayudaban entre ellos, compartían lo que encontraban y se daban el cariño que necesitaban. Los que estaban enfermos o no podían salir por cualquier razón en busca de comida o algo que les diesen a modo de limosna se quedaban en el edificio, adecentando todo lo posible las zonas aún sin ocupar, limpiando las ya ocupadas o cuidando de los más pequeños o más ancianos.
La pareja de indigentes dejaron al chico sobre lo que para ellos era una cama, aunque para el resto no sería nada más que un montón de paja y periódicos en el suelo. Hicieron un gesto a una chica que sería más o menos de la edad del herido y esta se acercó para sanar las rozaduras que tuviera y ver qué podía hacer para que volviese antes en sí.
Marcus abrió los ojos cuando un rayo de sol le dio en la cara. Entre la luz cegadora y la belleza de la chica que tenía delante empezó a pensar que tal vez sí que había muerto y ahora se encontraba en las puertas del cielo.
—¿Eres un ángel...? —No podía hablar bien por tener la garganta reseca, no sabía cuánto llevaba inconsciente, pero debía ser bastante.
—Que energía, normalmente cuando alguien cae desmayado por falta de comida suele despertarse pidiendo agua o comida.
—Eso tampoco me vendría mal.
—Tienes a tu derecha un mendrugo de pan y un vaso de agua —Marcus cogió ambas cosas mientras se incorporaba y se puso a analizar a la joven. Pálida, de pelo castaño largo y unos ojos que cualquiera desearía —. Soy Irene, Irene Pérez, ¿Y tú?
—Marcus... —pensó rápidamente que responder como apellido. Era un niño de orfanato, así que no tenía nada de eso. Aun así, había sido un experimento, y eso le daba un apoyo para inventarse un apellido —, Marcus Phi, encantado.
—¿Phi? ¿Eres extranjero? No tienes pintas de asiático.
—Que va, soy de un pequeño pueblo de aquí al lado, aunque no tengo idea de quienes son mis padres, verás... Siempre he sido un niño de orfanato.
—¿De orfanato? ¿Qué haces aquí entonces? No puedes ser mucho mayor que yo, y en los orfanatos cuidan hasta la mayoría de edad.
Ante eso Marcus se quedó callado, no iba a ir contando absolutamente todo allá donde fuese, decir que era un niño de orfanato era algo normal, pero si empezaba después con la parte del experimento fallido y del psiquiátrico podría espantar a la gente. Irene entendió ese silencio como que había mencionado algo que no debería mencionar o, aun peor, que le había hecho recordar algo que le hacía sentirse mal.
—Perdón, no debería haber preguntado, siempre me dicen que soy muy indiscreta.
—Aún no has respondido a mi pregunta —Marcus cambió de tema buscando quitarle hierro al asunto, no quería que aquella chica tan preciosa y tan agradable se sintiera mal —. ¿Eres un ángel?
—Para ti lo seré, si así lo deseas. —Al acabar la frase una tierna sonrisa adornó sus labios y los ojos azules le empezaron a brillar.
No sabía qué era, pero una sensación cálida se le alojaba en el pecho ante la visión de la joven, y era algo que le gustaba. Tenía el impulso de buscar su calor para quedarse un momento. Cada segundo que pasaba sin hacerlo se sentía más pequeño. Igualmente tenía la sensación de que si iba de cabeza a buscar tal calor se estrellaría contra un techo imaginario, que ella cerraría sus puertas y no dejaría que volviera a acercarse.
Tras un rato en el que ambos adolescentes estuvieron a solas, la pareja de sin techos que lo había rescatado de la indigencia volvieron a entrar.
Marcus se fijó bien en ellos. Eran dos hombres de unos cuarenta años, aunque parecían bastante mayores por la delgadez y las profundas ojeras que surcaban sus ojos. Estaban muy desaliñados si los comparabas con una persona económicamente acomodada, pero comparándolos con cualquier otro mendigo, o con Marcus antes de ser rescatado por ellos, estaban de punta en blanco.
—Ya has despertado, bien —Los hombres se acercaron a donde él estaba sentado en el suelo mientras Irene se apartaba para dejarles espacio —. Eres muy joven para andar suelto por ahí sin nadie que te vigile, pero tampoco te vamos a obligar a quedarte ni a cuidarte de manera especial si te quedas. Si decides quedarte tendrás que aportar algo a la comunidad en la que vivimos, comida, dinero, ropa, lo que encuentres o te den por caridad... Lo que te ganes en un trabajo mal pagado en los que suelen aceptar a gente como nosotros... Pero no aceptamos nada que sepamos que ha sido robado.
—Seamos sinceros, no soy ni una chica adorable ni un niño indefenso para que me den nada por caridad, así que eso lo podemos descartar. Y no me hace ilusión eso de un trabajo mal pagado, ¿Puedo intentarlo con el arte callejero? Sé que no era una de las opciones porque se necesita una licencia, pero si lo hago sin que me vea la policía o sin que la policía sepa que no tengo licencia podría sacar más que dando pena por las esquinas.
—Como tú quieras, pero has de saber una cosa: no sacamos a nadie del calabozo ni de la cárcel o la comisaría, no tenemos dinero para eso.
—Eso lo suponía.
—Entonces descansa un poco... el sol saldrá en un par de horas, pero no tienes porque salir a primera hora de la mañana, la gente suele preferir el arte callejero junto al almuerzo o la cervecita de media tarde.
Marcus e Irene volvieron a quedarse a solas y esta le sonrío mientras le ofrecía un par de mantas bastante desgastadas y algo rotas.
—Estas te las puedes quedar, tómalas como regalo de bienvenida de mi madre y mío... Y para que no duermas en el pasillo seguro que a mi madre no le importa que duermas en la que es nuestra habitación, no hay camas normales ni nada por el estilo, no tenemos dinero para esos lujos, pero seguro que acepta que te quedes.
—Muchas gracias, Irene, pero no te metas en líos por mí, no me conoces de nada, si te supongo un problema sálvate tú primero.
Según hablaba se tapaba con las mantas para acurrucarse en la pequeña porción de suelo que había calentado su propio cuerpo y dormir durante un par de horas más. Justo antes de caer rendido sintió como unos labios se posaban sobre su mejilla y el olor de la piel de Irene lo inundó. Era un olor natural, no tenía perfume ni aroma a ningún jabón, pero tampoco era desagradable. Era un olor único que a Marcus se le quedó grabado en el cerebro en ese mismo instante.
Cuando despertó el sol estaba ya bastante alto, así que decidió ponerse en marcha cuanto antes. No se le daba bien ningún arte callejero, pero sí sabía hacer algo, distraer a la gente. Ya le habían dicho que no aceptarían dinero robado, pero no tenían porque saber que era robado. Ahora lo único en lo que tenía que pensar era en cómo distraer a la gente para robarle sin que se notase que era una distracción.
Según caminaba por la calle en dirección a la zona más céntrica de la ciudad veía todo tipo de artistas. Bailarines, acróbatas, estatuas, raperos... para todas esas cosas necesitaba una habilidad que no tenía o dinero para compensar esa falta de habilidad. Los retratistas y grafiteros también tenían éxito en esa zona, pero Marcus no tenía ninguna habilidad artística de ese tipo.
—¡No puedo más con gente como tú! —Esos gritos llamaron la atención del pensativo adolescente —. ¡Dimito de esto y me ganaré la vida con un trabajo mejor!
Antes de encontrar el origen de la voz, el hombre al que pertenecía chocó contra el, cayéndosele varias cosas de los bolsillos y dejándolas en el suelo al grito de "¡Qué le jodan al mundo!". Marcus también había caído, y ahí desde su sitio miró las cosas en el suelo, era parte de un kit de magia callejera: una baraja de cartas, un par de esferas rojas y una pequeña libreta de instrucciones.
Lo recogió todo rápidamente y se fue corriendo al parque más cercano para sentarse a leer ese pequeño manual. La magia era algo lo suficientemente sencillo como para aprenderlo en unas horas si te quedabas en el nivel más mediocre, y no necesitaba nada más, solo quería usarla para distraer a la gente y sacarle el dinero de las carteras y bolsillos.
Apenas unas horas más tarde Marcus dominaba demasiado bien los pocos trucos que podía hacer con las cosas que tenía. Era una especie de don, un don bastante inútil, pero lo suficientemente útil como para robar a la gente.
Mientras repasaba mentalmente los pasos de los trucos más sencillos se encaminó hacia la zona de la ciudad en la que estaba antes y, puesto sobre uno de los muretes que se usaban a la vez de banco empezó a hacer esos pequeños trucos, acercándose gente de vez en cuando para ver los trucos, dándole algo de dinero cada vez que hacía un truco que sorprendiese a sus pocos espectadores. Mientras estos se sorprendían, el mago novato sustraía las carteras o los billetes que pudiese para hacerse con un pequeño botín.
Al final del día, justo antes de volver hacia el edificio abandonado que ahora era su nueva casa, tenía dinero suficiente como para sobrevivir todo un mes, así que decidió guardarse eso, dar una pequeña parte a la comunidad, y aprovechar para aprender realmente esa magia para la que parecía que tenia un don y que tanto le había gustado. Ese experimento fallido al que habían recluido en un psiquiátrico quería demostrar que no necesariamente tenía que vivir como un delincuente.
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