20 de enero de 2009
Marcus vivía en una nube desde hacía dos meses. No podía decir que Irene le había dado su primera vez en el placentero mundo que él le había mostrado hacía un tiempo, pero podía decir algo aún mejor: Irene fue la primera con la que hizo el amor.
La relación había mejorado desde entonces, no por el hecho de que se acostasen, si no porque Marcus ya no necesitaba controlarse y se mostraba vulnerable cada vez que eso sucedía. No había deseado a ninguna otra mujer desde que había empezado a salir con Irene, pero desde que se acostaron siquiera veía el sexo de la misma manera. Ya no era un método para conseguir placer, no era una simple acción, era otra manera de conocerse entre los dos.
Cada vez que se daban al placer del otro Marcus veía como las inseguridades y los miedos de Irene se desvanecían, mientras que ella veía como las preocupaciones y los problemas de Marcus pasaban a un plano sin importancia. Ella conseguía una valentía que en la vida le faltaba y él se permitía una vulnerabilidad que en el mundo exterior lo machacaría. Justo después de que ambos hubieran llegado al placer que buscaban, se tumbaban junto al otro, con los cuerpos todavía desnudos, listos para desnudar la mente del otro una vez más y hablar de cuanto se les ocurriera.
Todo esto se notaba en el trabajo de Marcus. Tanto en el que ya rozaba la legalidad como en el que nunca en su vida sería legal.
Sus robos, hurtos y asesinatos seguían siendo, técnicamente hablando, impecables para su edad y experiencia, mejorando con cada golpe y teniendo cada vez más equipo propio. Pero su relación con Irene había empezado a afectar en el modus apparendi. En los robos y hurtos era simplemente que empezaba a apropiarse de cosas que podría obsequiarle a Irene, pero no demasiado caras para que no sospechase.
Sus asesinatos, en cambio, cambiaban bastante. Era incapaz de hacer daño a las chicas que se parecieran a Irene, tanto en el presente como las que pudieran parecer una versión mayor o más joven de ella. Era totalmente sanguinario con los chicos que pensaba podrían parecerle atractivos a la chica que amaba, pensando que así quitaba de en medio a cualquiera que pudiera alejarla de él. Cuando debía asesinar lentamente disfrutaba contando lo feliz que era con su pareja a sus víctimas, haciendo la situación peor para ellos, ya que su torturador no solo disfrutaba de verles sufrir, si no que les restregaba una vida de ensueño que ellos jamás podrían vivir. Por último estaban los niños, nunca le habían pedido que hiciera nada a ninguno, pero mientras que antes solo pensaba en ellos como personas pequeñas, ahora los veía como un reflejo del futuro que podría tener junto a Irene y a los que no quería dañar.
En su trabajo casi legal esa nueva felicidad solo le traía más clientes y dinero, la gente se paraba a ver a ese chico sonriente que hacía que la piruleta roja del niño que pasaba por ahí desapareciera para aparecer poco después en algún otro color que el niño hubiera elegido, volviendo a su color original después de que el niño la saborease de nuevo. O que hiciera aparecer el gato que se había escondido tras un coche en el bolso de alguna mujer que pasaba por ahí.
Y toda esa gente que se paraba llamó la atención de cierto propietario de la zona que estaba a punto de arruinarse. Se acercaba casi a diario y observaba en silencio, recordando cuando él era joven e inexperto en el tema de la magia, captando los pobres trucos del joven y sorprendiéndose cuando utilizaba algún truco de su propia cosecha. Un día, tras recibir la notificación del banco de que si no pagaba tendría que darles el local, decidió acercarse al mago callejero cuando recogía sus cosas.
—Tienes un buen juego de manos —La voz áspera del hombre sobresaltó a Marcus, se le acercaban muchos desconocidos con mala fama por el barrio para contratarlo y que él hiciera el trabajo sucio, pero nunca en su puesto de mago, siempre era cuando volvía hacia los suburbios en los que vivía—. ¿Qué tal si hacemos un trato?
—No creo que este sea el lugar adecuado para hablar de eso. —La voz de Marcus sonaba pausada y calmada, acostumbrado a lidiar con lo peor de las zonas en las que habitualmente se movía.
—Tienes toda la razón, ¿Hablamos mejor en mi teatro? —Ante eso Marcus se giró a mirar a aquel hombre, y no esperaba para nada encontrarse lo que se encontró.
Tenía ante sí un hombre con rasgos asiáticos pero de piel oscura, no demasiado alto y algo regordete, con una sonrisa de oreja a oreja que lo hacía ver como un hombre amable, amable de los de verdad. Tras tantos trabajos en las sombras Marcus había aprendido a diferenciar lo que era una fachada bonachona de lo que era un buen hombre de verdad, con las mujeres, por el contrario, nunca sabía qué esperar, por lo que se mostraba desconfiado con ellas.
—Espere, ¿Qué clase de trato va a ofrecerme usted?
—Te espero dentro, recoge tranquilamente, un mago no debe tener prisa.
El hombre se alejó tranquilamente mientras Marcus lo miraba extrañado, recogiendo sus cosas para ir cuanto antes al interior de ese teatro y saciar así su curiosidad, sin bajar la guardia en ningún momento.
Una vez sus trucos de magia estaban dentro de su mochila se la echó al hombro y se dirigió al teatro. La fachada era asombrosa, digna de la calle en la que se encontraba, pero al pasar las puertas y ver el interior, Marcus supuso que quién pagaba las reparaciones y el mantenimiento del exterior no era el dueño del teatro. Ese lugar había visto días mucho mejores en el pasado, las butacas estaban descoloridas por el tiempo y los tablones del suelo crujían según los pies del joven mago avanzaban por la estancia, pero aquel lugar aún tenía un potencial increíble.
—Hace mucho que aquí solo entran viejas glorias que nadie quiere ver, así que a duras penas consigo pagar la hipoteca del teatro, no te digo adecentarlo.
—Con el trato que me ha comentado antes... ¿Se refiere usted a que deje de actuar en la calle y actúe aquí? —Los ojos de Marcus brillaban de la ilusión de poder actuar en un escenario, todo el dinero que ganaba haciendo el trabajo sucio podría justificarse por ese medio, al menos ante los ojos de Irene —. No sé si daría la talla para un lugar así.
—Tonterías, te he visto actuar en la calle, eres joven, guapo y sabes tratar con la gente, eso atraerá clientes. Te has ganado cierta familla por las calles, no cobraremos demasiado por tus actuaciones para llamar a la gente, así que no tendrás sueldo al principio —Los ojos de Marus perdieron su brillo en ese momento, sin sueldo nadie vería lógico venderle o alquilarle aunque fuera un apartamento para poder vivir con Irene, o solo, en caso de que ella no quisiera —, pero todas las propinas serán para ti y podrás vivir gratis en el apartamento que hay aquí arriba, en el ático. En cuanto me ponga al día con los pagos de la hipoteca de este sitio, tendrás un sueldo y podrás seguir viviendo en el apartamento, aunque ya no te quedarás las propinas.
—¿Dónde dice usted que tengo que firmar? —La ilusión volvía a estar presente en la voz de Marcus, y eso hizo que aquel hombre sonriera,
—Te veo muy confiado, ¿No se te ha ocurrido que tal vez quiera engancharte para luego quitarte un riñón o algo así?
—Sé leer muy bien a la gente, señor, se lo puedo asegurar.
—Igualmente, siéntate, tenemos mucho de lo que hablar. —Mientras terminaba de decir esa frase hizo un gesto hacia una de las butacas vacías que tenía frente a él en la primera fila, mientras Marcus se acercaba el hombre se dirigió hacia el borde del escenario y se apoyó en el mismo.
Allí dentro, rodeado de todo aquello que en su día seguramente sería un glorioso teatro por el que muchísimos magos e incontables compañías de teatro disputaban un par de fechas, el hombre estaba sumido en una melancolía que lo hacía sonreír recordando.
Estuvieron charlando largo y tendido, tanto de temas de negocios como más personales, Marcus retocó bastante su vida, nadie querría contratar a un mago que en realidad se había escapado de un psiquiátrico. Aquel hombre, por el contrario, le contó toda la verdad, confiando ciegamente en ese chaval en el que depositaba sus últimas esperanzas para reflotar el teatro que su padre le había dejado junto a una casa y muchas deudas sobre el primero de los mencionados.
Marcus escuchaba atento la vida de ese hombre, del que no supo el nombre hasta que en mitad de la conversación no supo cómo llamarlo y obtuvo por respuesta Han Ling. Aquel hombre era de padre chino y madre afroamericana, había tenido una vida humilde pero desde siempre le había apasionado el teatro, aunque lo suyo no era actuar, así que decidió desde bien pequeño que regentaría uno, y tras la muerte de su madre, su padre pensó que sería buena idea ayudarle a comprarlo, aunque fuese a su nombre, para luego dejárselo en herencia.
Cuando murió su padre, Han se quedó sin familia, nunca había encontrado a nadie con quien compartir su vida en el ámbito amoroso, así que no tenía pareja, y mucho menos hijos de ningún tipo, a no ser que contase el gato callejero que adoptó para que este tuviera una buena vida los años que le quedasen. Su única familia eran los pocos amigos que conservaba de la infancia y aquel teatro que poco a poco perdía la vida.
—Pero bueno, basta de penurias —La enérgica voz de Han sobresaltó a Marcus, que se había metido de lleno en lo que aquel hombre le contaba —. Necesitas un nombre artístico para actuar aquí, y por el momento no sé ni cómo te llamas.
—Oh, claro, lo siento señor Ling. Me llamo Marcus.
—Bueno, Marcus, ¿Tienes apellido?
—Amm... Si, claro —Durante su pequeña invención, Marcus había dicho que aunque fueron pocos años, había conocido a su madre, haciendo que tuviese que recordar su apellido, pero al no tenerlo optó por decirle lo mismo que le dijo a Irene —. Phi, me llamo Marcus Phi.
—¿Phi? ¿Como el número mágico? Llevas en el apellido el ser mago.
—¿Mágico? Pensaba que simplemente era el número áureo.
—Bueno, el número mágico, áureo, divino... tiene muchos nombres, pero dado que el espectáculo que vas a dar es de magia, creo que será correcto decir que tu nombre artístico es Phi porque el número es mágico, ¿O no te gusta de nombre artístico?
—Claro, sí, creo que cualquier nombre es apto para mi... Ya le he dicho que desde que salí del orfanato vivo bastante mal... Esto es todo un regalo.
—Pues que no se hable más, y si tu chica quiere venir que se venga, de verdad, no hay problema alguno, pero nadie más.
—Se lo agradezco muchísimo, de verdad, no lo defraudaré. —Con una sonrisa de oreja a oreja Han solo asintió con la cabeza mientras veía como Marcus se alejaba hacia la puerta, corriendo ilusionado para abandonar aquel edificio ruinoso.
Según se acercaba al edificio las piernas le empezaban a flaquear al recordar un acontecimiento reciente que no había tenido en cuenta: la muerte de la madre de Irene. Se la había encontrado muerta hacía apenas una semana, y la policía no hizo demasiado por el hecho de que al ser una vagabunda, supusieron que era una simple pelea entre sintechos que se fue de las manos.
Ese acontecimiento tal vez haría que Irene no quisiera abandonar el lugar, por miedo a perder los pocos recuerdos que tuviese de su madre, haciéndole perderla para siempre. Pero también era verdad que puede que eso la impulsase a salir de ahí, ya nada la retenía en ese lugar, y como era su madre la que más aportaba de ellas dos, todos los demás estaban cada vez más insistentes en que Irene tenía que aprovechar su cuerpo para llevar algo de dinero o comida al baúl comunitario, haciendo caso omiso a lo que ella o Marcus dijeran de que ahora ellos aportaban juntos y que todo lo que él pusiera también contaba como puesto por ella.
Cuando subió a la habitación se encontró a Irene llorando en la cama como muchas otras veces, pero esta vez no solo la consolaría, esta vez venía con una posible salida. Aún así estuvo un rato sentado a su lado, abrazándola mientras pasaba su mano por la espalda de la chica a la que tanto quería, buscando calmar su llanto para verla sonreír resplandeciente de nuevo.
Cuando por fin dejó de escuchar aquel sollozo que tanto le atormentaba le pasó los pulgares por las mejillas para limpiarlas de cualquier rastro de lágrimas que pudiera quedar y le sonrió de forma calmada, consiguiendo que Irene le devolviese media sonrisa.
—No sé si esto te va a animar o no, pero... Me han ofrecido trabajo de mago en un teatro y me dejan vivir en el pequeño piso que hay sobre el mismo —Los ojos de Irene volvieron a llenarse de lágrimas, pensando que se quedaría sola en ese edificio, temiendo que al estar sola el resto no se cortarían ni un pelo y acabarían prostituyéndola de cualquier manera —. N-no llores, mi vida... si no quieres que nos vayamos no nos vamos.
—¿Irnos? ¿Dices los dos juntos?
—Claro, ¿pensabas que iba a dejarte aquí? —En vez de una respuesta recibió los cálidos besos de Irene por toda la cara, haciéndole reír por lo entusiasmada que se la veía.
—¿Cómo es ese piso?
—No lo he visto, pero si vives conmigo en él será perfecto.
No se lo pensaron más y metieron sus escasas pertenencias en mochilas y bolsas para ir hacia el teatro, donde tras las presentaciones, Han les guió hacia unas escaleras y los dejó subir solos para que viesen su nuevo hogar.
Era una buhardilla que tenía tanto el salón como la cocina en el mismo sitio, con dos puertas en el lado derecho y una ventana al fondo. Al abrir la primera puerta se encontraron un baño bastante pequeño, pero con una ducha propia, no tendrían que ir a las comunitarias nunca más. Tras la segunda puerta estaba la habitación, con una cama para dos que, aunque era algo pequeña para ser de dos personas, era bastante más grande que la que estaban acostumbrados a usar para dormir juntos.
Marcus maldijo para sí mismo, no tenía posibilidades de encontrar en aquel pisito la intimidad que necesitaba para mantener su segundo trabajo en secreto. Le molestaba admitirlo, pero ese trabajo le gustaba y no quería dejarlo, por muy ilegal y peligroso que fuese, le gustaba robar y matar, y mucho más torturar. Miró a Irene, que con una sonrisa miraba lo que sería su casa al menos hasta que encontrasen algo mejor, y no pudo evitar suspirar y hacer que se sentase en uno de los cojines del sofá, del que saltó algo de polvo por la falta de limpieza.
—Bueno, creo que lo primero que haremos después de la compra será limpiar, ¿No? —Aquella sonrisa tan pura hizo que las tripas de Marcus se retorciesen, tenía que contárselo para que no se enterase de una manera peor, pero temía que saliera corriendo.
—Cariño... Tengo que decirte algo, algo que seguramente no te guste —Antes de que Irene pudiera soltar una sola palabra Marcus prosiguió, si le detenía no sería capaz de decirle la verdad —. Hay ciertos trabajos que hago que no son legales, y no hablo de algún chanchullo pequeño como los de esconder algo de droga o así, hablo más bien de robos con violencia o más...
Según hablaba, la voz del chico iba desapareciendo, poco a poco, bajando el volumen y perdiendo intensidad y firmeza, mientras sus ojos acompañaban a su voz con un leve movimiento, clavándose en el suelo al final.
El ruido de Irene levantándose del sofá hizo que sus peores miedos se confirmasen, iba a irse de ahí, nadie querría vivir con alguien así, y mucho menos compartir su vida con él. Sintió todos los dedos de la mano de Irene contra su mejilla y una ira dormida hacía tiempo comenzó a removerse en su interior, le pedía acabar con ella, un rugido en su interior le pedía arrancarle la ropa mientras la abofeteaba y la asfixiaba, cumpliendo todos sus miedos y pesadillas, para acabar con ella mientras él recibía el placer de su cuerpo y el que le provocaba la muerte.
Pero todo eso se apagó de golpe cuando sintió como Irene lo abrazaba, disculpándose por la bofetada y dándole el confort y ánimo que necesitaba desde que empezó a matar, como si quisiera comprender las razones de que hiciera aquello.
—No me gusta nada que hagas eso, pero alguna razón de peso tendrás, seguramente el dinero... así que en cuanto encuentre trabajo o empiecen tus actuaciones lo dejas, ¿Vale? —Marcus no respondió nada, no le habló del placer que le provocaba hacer lo que hacía, ni de la satisfacción que sentía por hacer tanto mal y nunca ser pillado, simplemente le devolvió el abrazo, y eso pareció bastarle a Irene.
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