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20 de diciembre de 2006

Habían tardado casi un año en planear como salir de aquel lugar y, una vez decidido el día en el que actuarían, sólo les quedaba esperar pacientemente.

La relación que Marcus tenía con Aiden era inmejorable, aquella primera conversación había hecho que el segundo se sintiese especial y no un monstruo por primera vez en la vida, por lo que confió rápidamente en el experimento. En el último año y medio se habían hecho inseparables y eran los mejores amigos que podrías encontrar por el lugar.

Con Ian la relación era diferente, no se llevaban mal, pero tampoco eran tan amigos como lo eran los primeros dos. Confiaban lo suficiente en el otro como para saber que no se iban a traicionar, pero las múltiples personalidades de Ian complicaban los encuentros, sobre todo cuando, en vez de con una personalidad dominante o que estuviese de su lado, aparecía un niño o algún adulto que les reprendiera por su estudiado plan.

Kilian había sido mucho más complicado. Tenían que provocarlo siempre hasta el límite pero, una vez estuviese ahí, largarse sin que explotara. Era la manera perfecta de que acumulase la irá y tuviese una casqueta en el momento que a ellos les convenía. Su síndrome de Peter Pan era tan avanzado que no solo no quería crecer, si no que se había quedado como un niño de apenas siete años, así que sus pataletas solían acabar en romper cosas.

—Hoy es el gran día, Marc. ¿Algunas palabras de ánimo? —Aiden le sonrió como si estuviesen a punto de graduarse del instituto.

Miró las caras de sus dos amigos. No podía creer que estuviera a punto de meterlos en un infierno de cabeza. No era seguro que salieran de ahí. No era seguro que, en caso de salir alguien, salieran todos. No era seguro que salieran ilesos. Era un plan perfecto para destruir el lugar, pero no para que los creadores del mismo sobrevivieran a él.

—Soy el que tuvo la idea, pero que no reine la ley del más fuerte. Si alguien tiene que morir seré yo, ¿Qué mejor que irme de este asqueroso planeta 16 años después de llegar?

Nadie le rió la gracia. Ambos ayudantes sabían los riesgos y los aceptaban, pero no querían dejar atrás al que habría sido su salvador en caso de que el plan funcionase.

Marcus sacó de su bolsillo el mechero que había conseguido. Lo mantenía siempre alejado de Aiden por no saber lo que podría hacer en caso de descontrol. Pero ahora ese desconocimiento era lo que necesitaban.

Puso el mechero frente a los ojos de su amigo con la mirada fija en los suyos. Los ojos verdes se clavaron en los azules y viceversa. La tensión entre los dos se podía cortar con un cuchillo. Ninguno movía un músculo. Ian miraba desde fuera apartado de esa conexión extraña que no había podido desarrollar por sus cambios de personalidad, pero ahora se sentía más cerca de ellos que nunca, con su personalidad dominante en el cuerpo y no las creadas por su propia cabeza se sentía uno más.

—Sabes que voy a mandar años de autocontrol a la mierda con esto, ¿No, don experimento?

—Esperemos que nos sirva para salir de aquí, o serás tan inútil como lo eres dibujando.

Ambos esbozaron una sonrisa al mismo tiempo, algo les decía que no volverían a bromear con el otro.

Los dedos del cumpleañero se aflojaron, dejando caer el mechero en la palma de su amigo y, mirando al tercer compañero, solo le quedó una cosa que decir:

—Feliz cumpleaños para mí.

Con esa última frase el grupo se separó para poner el plan en marcha.

Ian se fue en dirección al patio, donde se encontraba la celadora más temible de todas, la única que podría dar órdenes lógicas en una situación de caos como la que estaban a punto de crear.

Era una mujer alta, pelirroja y con unas facciones delicadas, pero que se endurecían todo lo que fuese necesario para la situación con el simple gesto de fruncir el ceño.

A Ian no le gustaba nada aquella mujer, le doblaba la edad y le infundía un profundo terror, pero una de sus tantas personalidades estaba loquito por ella. Respiró hondo, lentamente, buscando poder controlar por primera vez en su vida esos cambios de personalidades, tal y como le habían explicado que hiciese, dejando pasar solo a quien le interesa y de forma controlada.

Ian dejó de dominar el cuerpo y una mirada algo más madura se reflejó en los castaños ojos del adolescente, que se acercó caminando bastante más recto y de forma algo más elegante hasta la que ahora era a sus ojos una señorita.

—Buenos días, mademoiselle. Veo que está tan hermosa como siempre. —La celadora suspiró, llevaba bastante tiempo sin cruzarse con Adrièn, la personalidad francesa de unos 35 años del tan adorable Ian, y le habría gustado que fuese más tiempo el que pasasen sin estar compartiendo espacio.

—Bonjour, Adrièn, veo que te has despertado contento hoy.

—¿Cómo no hacerlo teniendo un sol tan radiante como el que eres para iluminar mis días?

Había sido fácil convencer a esta personalidad de ayudar, tan solo con decirle que pasaría tiempo con la celadora sin que ninguna personalidad se metiese de por medio fue suficiente para que no se preguntara nada más sobre el plan.

Mientras seguía con sus preguntas y sus vanos intentos de convencer a la celadora de que tomasen algo juntos, cogió el walkie-talkie de la misma y le sacó las pilas sin que se diese cuenta. Ya no podrían llamarla para ayudar hasta que fuese demasiado tarde.

Por su parte, Marcus se acercaba a Kilian dispuesto a hacerlo explotar de una vez por todas. Esta vez tendría que recurrir a todas las cosas que había intentado evitar en el orfanato para causarle una casqueta al pequeño Peter Pan.

—Hola, criajo —habló casi con asco hacia el chico que tenía frente a sí. Era un par de años mayor que él, pero se había quedado atascado unos cuantos años por detrás —. ¿Te apartas o te tengo que apartar?

No hubo respuesta, por lo que Marcus puso la mano en el hombro de su víctima y, con un empujón, lo tiró al suelo.

—Te había avisado, ahora aparta o te aparto —solo obtuvo un intento de negación, el miedo invadía poco a poco las extremidades del adolescente que se encontraba en el suelo, yendo en contra de los planes del que aún se mantenía en pie, necesitaba una rabieta, no que empezase a llorar —. Supongo entonces que tendré que llevarme un rehén conmigo para que hagas caso.

Alargó la mano y cogió la mantita gatuna que Kilian siempre llevaba consigo, poniendo una tétrica sonrisa en su cara.

—¡Dámela! ¡Me la regalaron a mi!

—Quítamelo, si eres capaz... —Antes de dejarle reaccionar cogió la extremidad izquierda con una mano y la derecha con la otra para empezar a estirar y terminar desgarrando la manta.

El niño en cuerpo adolescente se puso en pie rápidamente y cerró las manos convirtiéndolas en puños. Marcus abandonó la estancia con tono despreocupado, sabiendo que había conseguido su objetivo. Unos segundos fueron suficientes para ver cojines siendo lanzados por los aires, sofás rajados y vaciados... El descontrol se fue haciendo con cada uno de los que estaban en la habitación mientras los enfermeros y celadores del lugar intentaban controlar la situación mientras pedían refuerzos.

En una esquina de la habitación sumida en el caos, Aiden miraba el brillante mechero que tenía entre las manos. En cuanto encendiera la mecha todos sus esfuerzos hasta el momento volverían a cero. Su propio reflejo lo sorprendió. Se encontraba bastante demacrado por haber dormido poco estos últimos días, los nervios de la cuenta atrás le habían robado parte de los pocos placeres que tenía en ese lugar.

Alzó la vista para ver la escena que tenía ante sus ojos, era un completo caos. Una pluma proveniente de algún cojín cayó a sus pies y por fin se decidió. Encendió el mechero, acercándolo lentamente al material blanquecino hasta que prendió. Agarró por el lado que aun no estaba en llamas y la sopló, haciendo que quedase posada en un sofá que, en cuestión de segundos, comenzó a arder.

Mientras la llama se reflejaba en la retina de su ojo se le empezó a poner carne de gallina. Relajó todo su cuerpo, lo tenía en tensión desde la última vez que quemó algo. Había retenido sus impulsos para no quemar nada tensando todo su cuerpo, encerrando entre las partes de su cuerpo esa pequeña vocecita que le decía que convirtiese el mundo en llamas, pero ahora esa voz se había abierto camino hasta su cabeza con mucha más fuerza que la vez anterior que estaba ahí. Esa voz había mutado. Antes era la voz de un pirómano que quería ver arder el mundo. Ahora era la voz de un incendiario que quería ver arder esa sala para poder huir. Era un incendio pensado y que había que controlar. Todo lo que le volvía loco en su interior y le pedía que quemase cosas estaba calmado, todo estaba ardiendo poco a poco y eso le gustaba, no tenía que apagar el fuego, tenía que hacerlo aún más grande de lo que ya era. Tenía que disfrutar pero solo dentro de esa habitación.

En mitad del caos, Marcus se abría paso hasta la sala de control en la que estaban todas las llaves y buscó la de la puerta principal. Necesitaba coger un total de tres llaves, la de la puerta y las de los dos cerrojos que tenía. Una vez conseguidas salió para ir al punto de encuentro donde le tendrían que estar esperando sus dos amigos.

Se congeló al llegar al lugar. Había escuchado a Ian gritar. Se giró a mirar de donde provenía el grito y vio como su amigo estaba en el suelo, sangrando de una pierna, mientras la celadora le apuntaba con su arma. Habían descubierto su plan demasiado pronto.

Se olvidó del punto de encuentro y empezó a buscar a Aiden para poder huir del lugar y volver más tarde a por Ian, pero una mano le agarró del antebrazo. Al girarse tuvo que reprimir un grito, tenía a uno de los celadores agarrándole para que no escapase.

—Sabía que darías problemas, experimento asqueroso. —Antes de que pudiese decir nada Marcus recibió un puñetazo en la mejilla por parte de aquel trabajador.

No cayó al suelo por estar siendo agarrado por el mismo que le agredía, pero sintió un tirón desde el otro lado, al mirar vio a Aiden, quien volvió a tirar hasta que el celador le soltó el brazo.

Este último no se dejó derrotar tan fácilmente y volvió a la carga. Mientras los dos chicos huían este intentaba atraparlos hasta que cogió la mano de Aiden y estiró.

—¡Aiden! —Marcus frenó en seco al dejar de sentir a su amigo a su lado, cuando se giró para buscarlo vio como sonreía y encendía el mechero una última vez.

—Se libre por los tres, ¿Quieres? —Dejó caer el mechero sobre su ropa, prendiendo demasiado rápido como para lo que un cuerpo normal prende, llevándose consigo al celador hasta el infierno.

—¡NO! —Desde las entrañas más profundas del chico se escuchó uno de los gritos más desgarradores vividos en aquel psiquiátrico.

El fuego empezó a descontrolarse de sobremanera, ya nadie lo controlaba y el que más sabía sobre el tema estaba ardiendo, calcinándose junto a otro hombre. Había podido ver sus ojos explotar y ahora veía cómo su piel se chamuscaba lentamente.

Su cuerpo empezó a moverse solo huyendo de las llamas mientras su cabeza pedía a gritos que se parase a llorar la muerte de su mejor amigo y la lesión de su otro amigo. El resultado fue correr hasta que sus piernas no pudieron más mientras las lágrimas escapaban de sus ojos, recorriendo sus mejillas y cayendo hasta desaparecer en el aire. Nunca se había sentido así. Nunca había sentido pena o dolor por lo que les pasase a los demás. Era un sentimiento muy humano, y hacía demasiado tiempo que no se sentía así. Hacía demasiado que se sentía solo un experimento. No se había dado cuenta de que se sentía uno más estando con Aiden e Ian. No se sentía un bicho raro. Había perdido una vez más a la gente que consideraba su familia, su clan, su grupo, su manada.

Volvía a estar solo.

Las piernas le cedieron cuando llegó al borde de la ciudad, estaba en los suburbios y nadie le miraba de manera extraña por ir desaliñado, así que se permitió caer de rodillas y llorar como jamás lo había hecho.

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