Capítulo único
El cadáver parecía preguntar cuánto tiempo más tendría que esperar hasta que lo sepultaran. Adán miró los ojos vacíos de su víctima y le respondió:
—Hasta que él aparezca.
Se acomodó en el banco y siguió tomando sorbos de su jugo de naranja de caja. En las últimas décadas había aprendido a ser paciente para verlo. Cuando era joven se desesperaba con facilidad, pero ahora era un depredador ablandado, así que esperó hasta que el sol se marchó del parque dejando que los entes de otro plano cobraran más fuerza.
Unas alas negras como tinta se irguieron hasta cubrir el astro dorado. Adán levantó la mirada con una sonrisa coqueta colgando en sus labios. El ángel de la muerte descendió hasta que sus pies tocaron el suelo y entonces la oscuridad se cernió en un traje de lana a rayas que había pasado de moda desde hace un siglo. Un cabello azabache se ondeó en el viento encuadrando un rostro de luna aburrido. Ojos hechos de la media noche lo miraron con hastío alzando la barbilla. Levantó su mano reacomodándose el guante de cuero y sacando la pluma que podría empezar o acabar con la vida de un hombre.
—¿Tú aquí de nuevo?
—También es un placer verte de nuevo, Azrael. —Se sacó su sombrero con una leve reverencia.
Su rostro tallado por la oscuridad y las pesadillas solo se crispó un momento sin dejar de mirarlo con la frialdad de una daga.
—No uses mi nombre a la ligera.
—¿No estás feliz de verme? —preguntó y tomó una de sus manos para depositar un casto beso en los nudillos de su amante sobrenatural.
El joven hizo una mueca como un gato callejero y Adán no pudo evitar sonreír engreído.
—Deja de interferir en mi trabajo—Soltó su mano con brusquedad y se alejó con un movimiento de su abrigo. Con sus pasos se formó un halo de humo negro detrás de él que recordaba a secretos y almas desesperadas.
Adán reunió sus manos detrás de su espalda y se prometió no hacer travesuras hasta que Azrael terminara con su trabajo.
El ángel de la muerte se acercó a su obra. Un vistazo a la última víctima de parte de un asesino retirado.
—¿Tú hiciste esto?
—Eso y reuní sus antecedentes para aligerar tu trabajo. —Tomó su cuaderno y se lo lanzó.
Azrael lo atrapó con un movimiento rápido pero sus ojos suspicaces se mantuvieron.
—No era necesario. Tengo mi propio cuaderno. Lo sabes.
Y era cierto. Tenía su cuaderno de bolsillo donde estaba el nombre del difunto junto a todas las cosas buenas y malas que había hecho en su vida.
Adán se encogió de hombros manteniendo su sonrisa de zorro. Su compañero suspiró y empezó a leer mientras deslizaba una larga guadaña con filo plateado. Como resultado, un alma fue invocada.
El boticario lucía más pálido y desgastado ahora que estaba muerto. Adán apoyó su mano en el mentón esperando un espectáculo.
—Nicolás —lo llamó el ángel de la muerte después de enlistar sus pecados—. ¿Tienes algo que decir en tu defensa?
—Hice cosas malas, sí —aceptó el hombre removiendo en su dedo un anillo de oro sucio—, pero me arrepiento, me arrepiento un montón. No me mates, ¿si? Por favor, por favor. Haz una excepción conmigo.
Azrael no respondió. Con un movimiento de muñeca desplazó su arma y cortó lo que ataba el alma a la tierra con la precisión de un jardinero del infierno cortando mala hierba. Sus súplicas se cristalizaron hasta volverse polvos de estrellas muertas.
—Me encanta cuando haces eso—No pudo evitar decir Adán mientras los restos de un alma quebrada desaparecían en el aire. Al menos ya no tenía que pensar en la sepultura.
Él se tomó el tiempo para guardar su guadaña con la misma suavidad y elegancia con la que la había sacado. Y solo entonces sus ojos se encontraron.
—¿A qué te refieres?
—Cuando condenas un alma al infierno.
—Simplemente hago mi trabajo.
Adán tatareó metiendo sus manos en su bolsillo mientras iban bajando la colina.
—Hoy es día de muertos. Te quedarás esta noche en mi casa, ¿no es así?
—No hagas preguntas tontas
Adán sonrío mirando tintes de rubor tintar la palidez de la muerte del rostro de su amante.
—¿Sabes? Podrías lucir más emocionado de verme. Han pasado...¿qué? ¿cinco años? ¿Te parece esta la forma correcta de tratar a tu pareja?
—Deja de quejarte —Y aunque sus palabras eran igual de frías como el filo de una espada, su mirada titubeó —. ¿No estoy yendo contigo ahora?
—Sí, pero porque maté a alguien para verte —Cualquier oyente incauto podría creer que esto se trataba de una hipérbole, pero lejos de eso era simplemente Adán dejando ver la verdad.
—Tú eres el que decide las buenas y malas acciones en tu vida.
—Pero eres tú quien traza mi destino, querido —y tomó de nuevo sus manos entre las suyas para mortificación del ángel. Le había advertido que no usara apodos con él, pero advertirle que no haga algo a Adán era como tentarle a hacerlo—. ¿No eres tú quien ha alargado mi vida por estos siglos negándote a tomarla cuando debías hacerlo?
Azrael fue atrapado en su red y aunque su mirada contenía muchas palabras, no dijo nada al respecto.
—¿Qué película veremos? —preguntó en su lugar y Adán cedió con ternura ante el cambio de tema.
—¿Qué opinas de Destino Final?
Hizo un ruido afirmativo mientras sus pies los guiaban fuera del parque.
Mientras caminaban, los faroles empezaban a desperezarse y un rosicler convirtió el cielo en un algodón de azúcar. Adán estaba demasiado feliz para no demostrarlo así que buscó la mano de su pareja manteniendo una sonrisa acostumbrada a salir con la suya. Azrael lo miró con advertencia, pero no se apartó y solo lo soltó cuando aparecieron al rededor niños disfrazados en busca de caramelos.
—No te preocupes. Las cosas han cambiado desde que te fuiste. Ahora la gente es más abierta a ver a dos hombres tomados de la mano.
—Pero yo no soy un hombre.
—A un hombre y un ángel de la muerte tomados de la mano entonces.
—Bueno —dijo con la mirada todavía delatándolo. Sus orejas estaban arreboladas. Lindo. Azrael era tan curioso como debía serlo cualquiera después de no haber estado en la Tierra por cinco años—. ¿Podemos comprar pastelitos de camino a casa?
—Hace unas semanas inauguraron una pastelería. Podemos pasar por allí.
En realidad no siempre habían sido tan blandos. Cuando se conocieron, no había olor a pasteles ni a magia. Estaba Adán con sangre seca en su ropa y un cadáver que esconder y por otro lado estaba Azrael con cara de pocos amigos luego de tener más papeleo del normal por un asesino serial recién egresado.
Al entrar a la pastelería, el aroma a panela, crema y recetas secretas los envolvió. Un niño pequeño, el hijo del panadero, los recibió en el mostrador saltando con una máscara de esqueleto encapuchado.
Ninguno se asustó y el niño suspiró decepcionado sacándose la máscara con un mohín en los labios y el cabello alborotado.
—¡¿Por qué no se asustan?!
—¿Estás disfrazado de la parca? —murmuró Adán notando la pequeña guadaña que llevaba en su espalda.
—¡Sí, sí! Creo que es uno de los mejores. Asusté a Georgia con este disfraz. ¡Mira mi guadaña!
Azrael tomó la herramienta con los ojos de un crítico notando lo poco afilada que estaba. Adán no pudo evitar sonreír. ¿Por qué siempre representan a la parca como un esqueleto?
—¿Te gustaría ver una guadaña de verdad? —Sus ojos de oscuridad se quedaron sobre el niño con seriedad.
El rostro del niño se iluminó, pero Adán ya había tomado los pasteles que necesitaba y dejado el dinero en el mostrador. Tomó por los hombros a su pareja y se alejó con prudencia con una sonrisa nerviosa.
—Él está bromeando, Tomás. Gracias por los pasteles. Manda saludos a tu mamá.
—Oh...—El ánimo de niño cayó como una cometa sin viento—. Okey, ¡gracias por venir!
Azrael sacó un pastelito de crema y se dispuso a comer con tranquilidad mientras Adán intentaba reconstruir su calma.
—Nunca se te ocurra proponerle eso a un niño. ¡Una guadaña es peligrosa para alguien de su edad!
—¿Cuántos años tiene? —preguntó mordisqueando el glaseado de su pastel.
—Diez.
—Mi maestro me dio mi guadaña a los siete.
—Es diferente. Él es un pequeño humano.
—Bueno. No lo haré más—prometió tomando una cereza—. A veces olvido lo débiles que son ustedes.
—Exacto —respondió sacando las llaves de su casa mientras subían las escaleras del edificio. Pero enseguida se percató de un hilo para molestarlo—. Por eso tienes que cuidarme mejor.
Se inclinó hacia él tirando los extremos de su bufanda para guiarlo dentro de su departamento y robarle un suave beso que sabía a pasteles y primavera.
—Tú eres inmortal. Y un sinvergüenza.
Adán se echó a reír y por unos segundos la noche fue perfecta.
—¿No te meterás en problema con tus jefes por estar aquí?
—Tal vez —dijo prendiendo el televisor con la tranquilidad con la que habla uno del clima—. No importa. Hoy es mi día libre.
—Luego de cinco años. —Adán se sentó a su lado contento tan solo de tenerlo allí.
—Luego de cinco años.
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