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Capítulo 9

—¿Qué manera de hablarle a tu madre es esa, jovencito? —dijo la señora con el ceño fruncido.

—Ah, mamá, eras tú. ¡Perdón! —habló relajando su rostro—. Es que creí que la Turri había vuelto a traer a sus escandalosas amigas. Cree que la casa es una discoteca. ¡Ya me tiene harto!

—¡Guau! Hasta que por fin te dignas en aparecer, su majestad —dijo Turri para luego hacer un gesto de reverencia—. Creí que te habías quedado atorado en el baño.

—¿Qué has dicho? —La observó de mala gana Dash, como si quisiera matarla con la mirada.

La susodicha estalló en carcajadas. Le respondió ‹‹Ya estaba por comprar un desatorador de baño para ti››, a lo que Dash gruñó y contraatacó con ‹‹¡No eres más que una vulgar gritona! No sé cómo mi madre aguanta que vivas con nosotros››.

En otras ocasiones me hubiera reído ante las bromas que le soltaba Turri para molestarlo y cómo él, con cada una, se enfurruñaba más, pero ahora no era un momento cualquiera. Me hallaba clavada en la silla, como una estatua, contemplando embelesada cada uno de los gestos y detalles del rostro de Dash.

Valeria no había mentido al decirme que tenía un aspecto descuidado: su pelo castaño largo sin peinar, su barba pelirroja de varias semanas (¿me pareció ver una migaja de pan en ella quizás?), una camiseta fucsia descosida en las mangas, unas sandalias crocs que en algún tiempo fueron blancas —hoy eran  grises— y unos pantalones con un par de huecos, semejantes a los que usaban los metaleros, de no ser porque en un tiempo atrás había sido celeste, hoy era una mezcla rara de gris, celeste y ¿barro?

—¿Y tú qué tanto me ves? —me dijo de mala gana al tiempo que fruncía el ceño—. ¿Quieres que te regale una foto mía enmarcada o qué?

Como antes, en otras ocasiones me hubiera levantado de la silla, me hubiera colocado frente a él, hubiera mostrado mi mejor rostro de “No me simpatizas” y le hubiera dicho sus cuatro verdades, retirándome con la rapidez suficiente para dejarlo con la palabra en la boca. Pero claro, eso hubiera sido si no tendría que enfrentarme a mi crush, Dash Patterson.

A pesar de su aspecto descuidado, eso no minaba para nada aquellos detalles de él que me habían enamorado, embelesado, y ¡congelado!, porque así me hallaba en ese instante.

Mis ojos recorrían con detalle sus penetrantes ojos color café —los cuales destilaban un aura de sensualidad sin igual, a pesar de mostrarse molesto—, sus gruesas y bien pobladas cejas —las cuales fruncía para luego enarcarlas, producto de alguna pregunta sin responder que me formulaba—, su respingada y bien perfilada nariz —la cual arrugaba en ese momento, producto del estornudo que acababa de soltar—, sus sensuales y gruesos labios —que si bien estaban tensos, producto del rictus serio de su enojo, no me impedían rememorar aquellas tardes enteras en las que me pasaba contemplándolas sin parar en el póster de él que tenía en mi cuarto

—¿Y a ti qué ratón te ha picado la lengua, que no hablas? —siguió hablando de mala gana. ¡Era tan adorable! ¡Ahhhhh!—. ¿Te he preguntado quién eres? La Turri dice que no eres su amiga. Y yo que creía que había traído a otra de sus verduleras, por eso gritaban tanto.

—¡Qué imbécil eres! —dijo la susodicha cruzándose de brazos.

Abrí mi boca para hablar; pero, por una razón desconocida, mi lengua no obedecía a lo que me cabeza le ordenaba.

—¿O acaso eres muda? —preguntó rascándose detrás de la oreja, confundido—. ¿Sabes lenguaje de señas, mamá?

Volteó a observar a Daría. Ella rodó los ojos y meneó la cabeza. Abrió la boca para contestarle; mas cuando los ojos de Dash se toparon con mis dos mochilas en el suelo, su rostro relajado se transformó.

Se dirigió hacia mí, mostrándome unos ojos llenos de una furia descomunal, que me hicieron olvidar mi momento de embelesamiento inicial. Pasé saliva mientras sentí un retorcijón en mi estómago.

—¡¿NO ME DIGAS QUE ERES LA MOCOSA QUE HA MANDADO MI EDITORA?!

Volví a pasar saliva. Asentí con nerviosismo, pero hubiera preferido no hacerlo.

—¡Le dije que no estaba de acuerdo con su propuesta! —exclamó azuzando los brazos, mirándome despectivamente al tiempo que avanzaba hacia mí.

—Bueno, yo… —dije mientras sentía que me temblaban las manos.

Una gota de sudor bajó por mi rostro. Retrocedí ante su mirada llena de furia y su gesto de brazo intimidante que me indicaba la puerta.

—¿PARA QUÉ VOY A NECESITAR A UNA MOCOSA COMO TÚ?

—¡DANIEL, COMPÓRTATE! —Oí una voz femenina con severidad.

Era doña Daría.

—No seas descortés con nuestra nueva inquilina, ¿quieres? ¡Acaba de mudarse y ya te estás portando como un patán! —dijo la señora muy seria.

Dash la miró de reojo y resopló profundo. Retrocedió al tiempo que sacudía la cabeza y se cubría el rostro con las manos.

—¡Le dije bien claro a mi editora que no necesitaba ayuda, mamá! —Inclinó la cabeza en mi dirección—. ¿Esa tipa es estúpida o qué para enviarla a pesar de que le dije que no lo hiciera?

La señora lo encaró con firmeza.

—Eli está aquí porque así lo acordé con Valeria.

—¿C-Ó-M-O? —habló abriendo la quijada tanto, que fácil podía llegar al suelo—. ¿Qué has hecho, mamá? —Puso sus manos en ambos lados de su cabeza e hizo un gesto de espanto.

Su madre asintió con la cabeza.

—Ella no tiene en dónde quedarse. Yo tengo otro cuarto que nadie ocupa y necesito ayuda en las labores del hogar. El cáncer cada vez está más avanzando y…

—¡Mamá! —exclamó él con ceño fruncido y la mirada sombría.

‹‹Cáncer››, me dije con tristeza.

—Si necesitas ayuda, yo puedo hacerlo… —añadió Dash bastante preocupado y poniendo su mano en el hombro de su madre.

Doña Daría puso su mano sobre la de su hijo y entrelazó los dedos con los suyos de manera cariñosa.

—¡Y lo más importante! —habló con paciencia al tiempo que alzaba su mano libre para acariciarle el rostro a Dash—. Valeria me explicó cómo andan tus escritos y yo creo que te vendría bien un aire fresco, ¿y quién más que Eli para ello? Es escritora de novelas juveniles; puede servirte para leer tus avances, darte opiniones de ellos, hacerte sugerencias y demás.

Él separó la mano de su madre de su rostro y retrocedió con un gesto de decepción.

—¿Qué? ¿Cómo? —Volteó a mirarme, con el rostro desencajado—. ¡Esto no es posible! —Se agarró la cabeza con ambas manos y dio vueltas alrededor de la cocina.

—Eli se quedará con nosotros hasta que termines tu novela. Le prometí a Valeria que cuidaría de ella hasta entonces.

—¿Que hiciste qué? —dijo al tiempo que se detenía en su andar nervioso—. ¿Tú te prestaste para esto, mamá?

Doña Daría asintió.

—¡ESTO ES UNA HUMILLACIÓN! ¿YO TRABAJAR AL LADO DE UNA MOCOSA?

El rostro de Dash cambió. Volvió a mostrar ese rictus de mezcla de enojo y de rabia, mostrando al demonio que llevaba dentro de sí y que me hacía temblar de miedo.

—Lo que oíste —dijo con firmeza Daría.

—¡NO NECESITO AYUDA DE NADIE! —exclamó para luego observarme con desdén y volver a encarar a su madre—. Dejen de meterse en mi trabajo, ¿ok?

Volteó para mostrarme su mirada llena de furia y de odio puro.

—¡Y esto va para ti también! —me dijo mascullando de rabia.

De inmediato, se dirigió por donde había venido y dio un portazo, tan o más fuerte que el primero, cuyo sonido se quedaba pequeño al lado de la confusión que había en mi revolucionado corazón.

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