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Capítulo 8


Llegué a la dirección que Valeria me había asignado. El sitio era cerca a mi universidad, por lo que más o menos me podía ubicar, aunque nunca hubiera caminado por aquellas calles.

‹‹—Me vas a acompañar, ¿sí?››

‹‹—Lo siento, pero debo salir. Ahora que has aceptado el trabajo, me siento más tranquila. Justo va a dar la hora de almuerzo y...››

‹‹—¡¿Me vas a dejar presentarme sola con Dash?! ››

‹‹—¿No decías que te morías por conocerlo? ››

‹‹—Sí, pero después de todo lo que me has contado, yo necesito de un apoyo y...››

‹‹—Adiós, Eli. Que te vaya bien. Me tienes al corriente, ¿sí? ››

‹‹—Oye, ¡espera!››

Y ahí me hallaba. Respirando con nerviosismo. Con muchas preguntas sin responder, con mucha información que todavía no asimilaba y con mi mochila cargada con sueños y miles de proyectos, pero sobre todo, con temores conjugados por las miles de mariposas que revoloteaban en mi interior.

‹‹¡Vamos, Eli! ¡Tú puedes!››, me dije luego de resoplar profundo para tratar de calmar en algo, mi respiración y los latidos de mi corazón, pero fue en vano.

El número **** en la Calle Cipreses, correspondía a una vivienda familiar, de tres pisos, con paredes cubiertas con antiguas mayólicas de color tierra. Cualquiera que la viera pensaría que era una casa común de la zona, correspondiente a la clase media de la ciudad. Pero para mí, que sabía quién vivía en dicha casa, no era una cualquiera.

Me era imposible estar tranquila al saber que me hallaba a pocos metros de quien fuese mi crush en la adolescencia, ¿ok? Por mucho que Valeria me hubiese dicho que era un cascarrabias, por mucho que me informase que era un desaseado, por mucho que me diese decenas de tips para poder lidiar con él; ahora, que iba a vivir en la vivienda de mi adorado Dash, nada de eso me importaba.

En mi adolescencia había leído todo cuanto acerca de él pasase por mis manos, desde entrevistas, artículos periodísticos, reseñas, etc. Me había mandado a imprimir un póster en grande de una fotografía que había salido en un artículo que le hicieron, en donde anunciaban la publicación de "Schnake". Me la había pasado noches enteras anhelando poder viajar a la capital y tenerlo cerca de mí, observarlo a sus lindos ojos de color marrón, a su sexy sonrisa torcida que me arrancaba suspiros, acariciar su sedoso cabello castaño y pedirle, susurrándole en su oído, que me autografiara su libro. Y ahora, que la vida me había dado la oportunidad de tenerlo ahí, a pocos metros de él, todavía estaba incrédula de que aquello fuera realidad.

Dejé mi mochila en el piso. Antes de tocar el timbre que tenía en la parte inferior un letrerito que decía "Familia Rivasplata", me agarré las mejillas con fuerza para asegurarme de que, en verdad, lo que estuviese viviendo no era un sueño. Pero, cuando todavía estaba tratando de encontrar un poco de piel en mis hundidos e inexistentes cachetes, una voz femenina me sacó de mis meditaciones.

—¿Buscas a alguien? —preguntó una muchacha que abría la puerta. Tenía el pelo corto, cogido por un pañuelo y una amplia sonrisa. Era bastante guapa.

¿Sería la novia de Dash? Ay, no, no, no. ¿Por qué? ¡Dios mío! ¡Me lo ganaron! Noooo, no podía ser cierto, ¡nooooo! ¿Por qué la vida era tan cruel conmigo?

—¿Hola?

Hizo un gesto con la mano frente a mi rostro. No le respondí a su saludo. Al contrario, le dediqué una mirada muy seria. Quería transmitirle toda la antipatía que me causaba.

—¿Buscas a alguien? —insistió al tiempo que cerraba la puerta principal—. Aunque parece que te vas a mudar —dijo observando las dos mochilas de ropa que tenía a mis pies.

Luego de la oficina de Valeria, había ido a mi cuarto a retirar la ropa que podía necesitar para esos días. Ya luego pasaría por el resto de mis cosas y así se lo hice saber a mi exarrendadora.

—Ya era hora de tener otra mujer en la pensión. Entre tantos chicos, estoy un poco cansada de respirar tanta testosterona —añadió para luego sonreír.

‹‹¿Pensión?››, pensé mientras arrugaba las cejas.

—Dis-disculpa. ¿Dijiste pensión?

Ella asintió.

—Esta es una pensión para varios, estudiantes universitarios o personas que viven solas.

—¿Pero esta no es la casa de la familia Rivasplata? —Tragué saliva—. ¿De Daniel Rivasplata?

Me miró divertida.

—¿Buscas a Dash? —preguntó enarcando la ceja. Asentí dubitativa—. ¡Qué raro! Es poco usual que él tenga visitas. Normalmente no sale de su cueva para nada. Ya hasta olvidé cuándo fue la última vez que lo vi. —Se encogió de hombros.

—Bueno, yo...

—En fin, supongo que si vas a mudarte, necesitas hablar primero con Daría, ¿no? —Tocó el timbre asignado al número 1.

¿Daría? ¡Se refería a la madre de Dash!

—Supongo que puedo adelantar mis compras para más tarde. —Siguió sonriéndome muy amable—. Quiero conocer quién es mi pequeña y graciosa nueva vecina.

¿Pequeña? ¿Graciosa? ¿Me había visto cara de payaso o qué?

Iba a replicarle que de pequeña no tenía nada. Medía 1,65. No es que fuera una gigante, ¿ok?, pero tampoco era una enana, menos tenía cara de graciosa. Aparte, ¿quién hablaba de pequeña? Ella era más baja que yo. Fácil le sacaría unos diez centímetros o por ahí. ¡Era una fresca!

En ese instante, con el puchero que hacía, solo quería demostrarle que no me simpatizaba. Pero, antes de que pudiera hablar, una voz femenina se me adelantó:

—Turri, ¿te has olvidado algo? —preguntó una señora de pelo corto y rubio, pintado, y una sonrisa amable—. Te dije que revisaras tu lista antes de salir. ¡Siempre te estás olvidado todo, niña!

La aludida soltó una carcajada.

—Ayyyy, siempre me regañas como mi mamá. —Le dio un par de palmaditas en el hombro—. Parece que tenemos visita. —Volteó su cabeza en mi dirección.

La señora me contempló bastante asombrada.

—O más bien una nueva inquilina. —La chica que respondía al nombre de Turri me guiñó el ojo.

La madre de Dash volteó a observarme, con los ojos ampliamente abiertos.

—¿Tú debes de ser? —Me cogió por los hombros—. Tú eres la chica que va a trabajar con mi hijo, ¿cierto? Valeria me llamó hace unas horas y...

Asentí con nerviosismo.

—¿Cómo te llamas, pequeña?

—Me llamo Eli-Elizabeth, pero todos me dicen Eli.

—Ayyyy, ¡qué felicidad siento! —Me abrazó muy fuerte, como si fuera una vieja conocida—. Vamos, pasa adelante. ¿Has almorzado? ¿Tienes sed? ¿Qué tal tu viaje? Valeria me dijo que eras de provincia y...

Turri me ayudó a cargar mi otra mochila, mientras era acompañada por Daría hacia dentro. Ambas me trataban tan bien, como si fuera una vieja conocida, que comencé a sentirme como en casa, aunque mis celos por la rivalidad que la primera representaría en mi relación con Dash, no me dejaban en paz.

*******

Ya adentro, Daría se desvivió en preguntarme qué me apetecía comer y beber. Le expliqué que nada en especial, ya que había comido algo rápido durante el camino. Eran tantos los nervios y la ansiedad que me consumían por poder fin conocer a Dash, que hambre era lo que menos sentía.

—¿Y de dónde eres? —preguntó Turri dando un mordisco a una manzana—. Ya decía yo que por tu acento no eras de aquí.

¿Acaso tenía algo contra las que no éramos de la capital?

Imaginariamente le saqué la lengua. Y digo imaginariamente, porque tuve que contenerme de mostrarme tal y como quería. La madre de Dash estaba a pocos metros de nosotras, y se estaba portando tan bien conmigo, que no quería que viera mi faceta grosera. Debía dar una buena imagen a quien fuera mi futura suegra.

—De por ahí —dije de manera escueta.

—¿De por ahí? —insistió. Yo moví la cabeza en señal de afirmación—. Primera vez que escucho de un pueblo con ese nombre. —Rió—. Lo googlearé más tarde.

Volvió a guiñarme el ojo izquierdo. Pero, ahora que lo hacía, tenía una legaña en el mismo. ¡Qué cochina!

—¿Y acabas de mudarte a la capital? Si quieres te hago un tour para conocer los sitios más turísticos. Este domingo podemos ir al Circuito Mágico de Aguas y...

—Hace tres años que vivo aquí —me adelanté en decir—. Y conozco el Circuito Mágico, gracias. He ido varias veces allá.

—Ohhhh —dijo arrugando las cejas y dejando los restos de manzana en un plato—. Ya veo, nuestra nueva inquilina es algo huraña. —Se levantó llevando el plato consigo—. Seguro que te llevarás muy bien con Dash.

—Turri, déjalo ahí en el fregadero. Ya lo lavo yo con todo —habló Daría desde la cocina contigua.

—¿Está segura, doña? —Se dirigió hacia el lavadero de la cocina—. Mire que no quiero causarle que haga esfuerzos físicos por mi culpa. Vamos, que yo puedo lavarlo.

—Pero, Turri, que yo todavía estoy bien.

—Nada, nada, doñita. Que yo puedo hacerlo. No quiero causarle más esfuerzos. Bastante hace con cocinarnos y...

—¡Esta vieja todavía está fuerte! —habló en voz alta.

—¡Pero, doñita! —le replicó en igual tono.

—¡Estoy sana y puedo con las cosas de la casa! —dijo algo molesta Daría.

—Que no, el otro día estaba tosiendo y...

—¡Que yo puedo hacerlo!

—¡El doctor le ha dicho que no haga tanto esfuerzo!

—¡Déjame que yo puedo!

Turrí meneó la cabeza y resopló con fuerza.

—Cuando se le mete algo en la cabeza, se le mete algo en la cabeza —replicó mientras seguía sacudiendo la cabeza.

—¡Vamos, niña! —Daría aprovechó su distracción y le quitó el plato de las manos.

La chica abrió la boca, seguro para replicarle, pero se calló. Luego rodó los ojos e hizo un gesto de desilusión.

—Ni modo. Nos vemos, chica de "por ahí". —Hizo un gesto de despedida hacia mí al tiempo que se dirigía al pasadizo que daba para la calle.

Iba a corresponderle el gesto, pero no me dio tiempo. El sonido de un portazo, del otro lado de la cocina, retumbó en todas las paredes de la habitación, provocando que saltara del susto.

—¡Quieren callarse las dos! ¡Están gritando como verduleras del mercado y no me dejan trabajar!

¿Estaban llamando verdulera a doña Daría? ¿Pero qué modales eran de ese inquilino para dirigirse así a la dueña de la casa?

Volteé para ver quién era quien se portaba de mala manera. Pero, cuando mis ojos se toparon con aquel alto hombre, quien miraba de mala gana a todos los asistentes, yo incluida, mi corazón latió a mil por hora.

¡Era Dash!

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