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Capítulo 31

Era 13 de febrero. Con los chicos de la pensión habíamos decidido que, entre todos los solteros, haríamos una reunión al día siguiente. A excepción de Nacho, el resto no teníamos pareja. Tendríamos pues, lo que se llamaba una celebración por el Día de la Amistad.

Yon y Christo nos dijeron que llegarían tarde, pero que harían lo posible por estar cuanto antes en la fiesta. Al ser un día festivo, habían planificado sacarle provecho a aquella. Nos preguntaron qué era lo que se solía vender para esta fecha en Perú, así que se prepararon concienzudamente para ello.

Decenas de flores artificiales, envueltas en románticos papeles de celofán, estaban estratégicamente colocadas en un par de cajitas que se llevarían ese día. Pequeños ositos de peluche blancos con un corazón rojo en el centro, que habían comprado en el Centro de Lima, estaban en otra. Globos decorativos en forma de corazón y con frases de amor complementaban sus productos. Todo un botín que esperaban, con creces, vender esos días.

—Las flores, sobre todo, están saliendo como pan caliente, chama —dijo Christo, al momento de servirse una Coca Cola helada, que había sacado de la refrigeradora.

El día anterior, doña Daría me había pedido que la acompañase a hacer las compras. Recordé que él, junto con Dash, nos habían pedido aquellas para la fiesta, por lo que nos habíamos hecho de tres six packs para la fiesta.

—Tuviste buen ojo para aconsejarnos que las compráramos. Se ganará un 200% por cada uno, si todo sale bien —dijo Yon al tiempo que me acariciaba la cabeza.

—El que menos gustará de un pequeño detalle y, al ser baratos —costaban S/. 2.00 cada flor—, los sacará de un apuro —señalé contenta al haberles dado una idea.

Ellos eran muy trabajadores porque lo que ganasen aquí, junto con su hermano Alexis, lo enviaban a su familia en Venezuela. Según me contaron semanas atrás, del sueldo de los tres —ahora dos porque Alexis estaba sin trabajo hacía tiempo— dependía la manutención de sus otros tres hermanos, su madre, y sus dos pequeños sobrinos. Era por eso que, en lo que sea, buscaban trabajar, sino se lo inventaban, como ahora.

—Te podremos contratar como nuestra socia de nuestra empresa.

—‹‹Marcano y Lund S.A.››

—¿Qué opinas, Eli?

—Que están locos —respondí, sin evitar sonreír.

Siempre me ponían de buen humor con sus ocurrencias. Aunque, últimamente, con o sin ello, yo sonreía mucho.

De solo saber que mañana tendría mi primera fiesta con ellos, experimenté mariposas en el estómago. No obstante, imaginarme que Dash estaría ahí también, multiplicó aquellas de forma exponencial en mi interior.

Todavía mi mente regresaba a aquella tarde en la que mi blusa había sido mojada por sus lágrimas. Verlo así, vulnerable y abierto ante mí, en una faceta hasta ahora desconocía, me gustaba... mucho.

—Entonces, seremos solo nosotros cinco —dije para tratar de cambiar de tema.

No sabía por qué, pero el pensar en Dash, desde ese día, provocaba que mi corazón se acelerara, por lo que buscaba concentrarme en otra cosa.

—Traeremos a unos amigos. Un par de esposos para que nos den envidia de que estamos solos y nadie se acuerda de nosotros. —Yon hizo un gesto de desgracia.

Volví a sonreír.

—La doñita ya está enterada de que vendrán. Contamos con su permiso.

—¿Y pondrán música de su tierra? —pregunté con curiosidad.

—Podríamos poner canciones de Voz Veis.

—Mejor algo más internacional, para que todos sepamos qué bailar, incluidos ustedes tres.

—¿Tres?

—Dash, La Turri y tú.

—¿Pero no dijo ella que tenía planes? —les recordé lo que había dicho la vez pasado.

—Y los tengo —contestó la aludida, entrando a la cocina. Abrió la refrigeradora, se sirvió un jugo de naranja y agregó—: Mañana estaré todo el día fuera. Buenos días, gente.

—Alexis no viene hasta después de San Valentín —habló Yon, encaminándose hacia ella.

—¡Que no me refiero a tu hermano! —habló con enojo, dándole la espalda.

—¿Seguro que no extrañas bailar junto a él? —Christo habló en un tono de voz ‹‹romántico››, mientras hacía el ademán de bailar un vals.

—Como ese inolvidable San Valentín —lo secundó Yon.

—En el que ambos se miraron con ojos de cordero degollado.

—Y se juraron amor eterno bajo la luz de la luna.

El mayor tomó el rostro del menor con sus manos. Se miraron con una cara, que me recordaba a la escena del Profesor Jirafales y Doña Florinda. Finalmente, soltaron un ‹‹¡Ahhhh!››, que fue respondido con un ‹‹¡Cállense, estúpidos!››, por La Turri.

No pude evitar soltar una carcajada, que solo fue apagada cuando la aludida me observó con cara de pocos amigos.

—¿Pero no iba a ser una reunión de amistad? —pregunté, confundida, ya que hacían alusión a escenas románticas.

—Sí, comemos, bailamos, bebemos y brindamos porque ni un perro nos ladra —contestó Yon.

—Y entre solteros, la autocompasión duele menos.

—Marico, eso rimó.

—¿Tú crees?

—¿Te has vuelto poeta?

—El que tú quieras, mi amor.

—Alex, te he extrañado.

—Y yo, Alexis, mi vida.

—El destino de nuestros nombres ha hablado.

—Ahhhh.

—¿Quieren dejar de comportarse como imbéciles? —gritó La Turri—. Me estoy cansando de ustedes, y lo digo en serio.

—¿Pero acaso no vas a venir, chama?

—¡Que no!

—Pero no te preocupes...

—La pasarás bien, aunque no llegue todavía Alexis.

—¡Váyanse a la mierda! —La Turri gritó al tiempo que salía, dando un portazo.

—Con lo divertida que estará la reunión —habló Yon, ofendido—. ¿Te acuerdas esa vez que jugamos a verdad o reto? —se dirigió a su hermano.

—Cómo olvidarlo. Casi te quedas desnudo por no aceptar el reto del Nacho.

—Marico, ¿qué hablas? Si al que le quería meter mano era a ti.

—¡El pervertido ese! Se le iluminaron los ojos cuando me quité la camisa.

Los dos se carcajearon.

—¿Jugaron...? ¿Jugaron a eso? —pregunté con timidez.

De solo pensar en que, tendría que quitarme algo, por no cumplir con alguno de sus retos, me puse algo nerviosa.

—Si quieres, si quieres no. Pero en este caso, como todavía eres menor de edad, no te preocupes. —Frunció el ceño Yon—. No te obligaremos a hacer algo inapropiado para tu edad.

—No, señorita. Usted a las nueve se va a dormir como niña buena —lo secundó Christo.

—¡Pero si a las diez comienza la fiesta! —me quejé.

—Mira cómo pone un puchero.

—¿No es acaso Eli una niña adorable?

—¡Que ya no soy una niña!

Ambos se rieron a mi costa, pero de buena gana. Aún así, no pude evitar todavía fruncir el ceño porque me cuidaran como una mocosa.

—Aunque me divertí más cuando jugamos esa vez a la botella borracha —señaló Christo—. Hubo más acción.

¿Verdad o reto? ¿Botella borracha?

En ese instante, me pregunté cómo eran las reuniones sociales en la pensión. ¿Se la pasaban bien? ¿Serían inolvidables?

Me moría por saber cómo sería tener una fiesta con ellos. Pero bueno, ya tendría mi primera fiesta mañana, ¿no?

—Y casi se forjó otra relación —agregó Yon.

—Y luego dices que no eres poeta...

—¿Qué tal si cantamos a Pimpinela?

Los hermanos volvieron a reírse.

—Disculpa, dijeron ‹‹relación›› —me apresuré en preguntar.

—¿Ah? —hablaron los dos al unísono mientras estaban agarrados como si bailaran un vals.

—¿Se refieren a La Turri y Alexis, no? —pregunté con inocencia.

Los hermanos se contemplaron, luego me miraron. Las sonrisas que hasta entonces se habían dibujado en sus rostros, productos de sus bromas de esa mañana, desaparecieron, sin darme respuesta alguna, pero no era necesario. Sus miradas decían más que cien palabras, aunque para nada me satisfacían.

—Bueno, señorita —Yon agarró sus cajas—, tenemos que irnos.

—Asegúrate de pedir tres porciones de pollo a la brasa, Eli, antes de las diez.

—Nosotros pagamos el 30%, ¿sí?

—Y la doñita pagará tu parte.

—Todo está arreglado.

Arrivederci.

Sayonara, Eli.

—Esperen, ¿ya se van? —Me levanté de mi silla.

Los volví a llamar, pero era en vano. Para ese rato, los hermanos ya salían de la casa, dejándome con más dudas...

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