Capítulo 28
El ambiente en la casa había cambiado.
Desde que habían tenido esa charla en el que me enterara de que el hermano menor de Yon, Alexis, iba a regresar a Lima, se podía decir que se respiraba cierta tensión.
La Turri, Helena o Alex (¿cuántos nombres más tenía esta chica?) se la había pasado, prácticamente, todos los días en la universidad. Había alegado que debía concentrarse en sus estudios, porque las materias que estaba llevando este verano eran muy importantes. Pero, Nacho no se tragaba este cuento.
—¿Estudiar? Sí, claro; como si se caracterizara por ser buena estudiante —ironizó.
—¿Qué tiene de malo que estudie para sus exámenes? —Di un mordisco a mi tamal, que estaba cenando esa noche—. Yo tampoco es que estudie mucho...
Me miró con ojos de reprobación.
—No es que siempre repita una asignatura cada ciclo, pero pues... —agregué al tiempo que agachaba la cara de vergüenza—. Creo que me he dedicado más a socializar durante el primer año que... —Hice un puchero que me delató.
—La universidad es una de las mejoras épocas de nuestra vida. —Continuó limándose las uñas—. Claro, si es que te fue estupendo. No fue mi caso.
—Te hacían bullying, ¿no?
—Algo. —Se levantó para llevar su plato de la cena al lavadero—. Definitivamente, estoy en mi mejor época de mi vida. Puedo opinar sobre lo que me apasiona: belleza, moda y estilos. ¡Y me pagan por ello!
Se acercó hacia mí muy orondo.
—¿No has probado con hacerte iluminación en el cabello? Lo que yo daría por tener este pelo lacio, tan sedoso. Debes usar champú de manzanilla, Eli. Te ayudará a conservar el color de tu pelo —me preguntó detrás de la oreja.
—Bueno...
—-Tus facciones y mestizaje resaltarían a la vista. ¿Me dijiste que tu abuelo era un gringo?
—Sí —añadí, algo dubitativa—. Mi abuelita decía que heredé la forma de sus ojos y...
De pronto, noté que soltó mi cabello, para luego volverlo a manipular.
—Ay, ¿qué haces? —me quejé.
—¡Deberías resaltarlos más con un peinado que centrara la atención en ellos! Tú solo déjate llevar.
No me quise oponer, pero tampoco era que estuviera tan convencida. Igual, le hice caso. Solo eché de menos la oportunidad de terminar mi cena. Cuando a él se le daba por querer fungir de asistente personal, no había quién lo detuviera.
A veces, venía con todo un set de maquillaje a la casa, según él carísimo, para aprender nuevas técnicas de pintado. Quería convertirse en un influencer, dando consejos de maquillaje. Mientras aprendía, tanto la Turri como yo fungíamos de modelo de pruebas.
Sus maquillajes podían resumirse en innovadores, sino estrambóticos, pero me gustaban. Verme pintada con diferentes colores y estilos, frente al espejo mientras me Nacho terminaba su trabajo, me mostraba que podía tener otras facetas de mí.
Y ahí me hallaba esa noche, esperando a que Nacho continuara, lo que se le había ocurrido hacer con mi pelo y lo que sea que quería hacer con mi cara. Pero, mientras esperaba a que mi peluquero improvisado acabara lo suyo, el sonido de alguien entrando por la puerta me distrajo.
—¿Qué hay, Dashi?
—Deja de decirme así —habló de mala gana el aludido, dándonos lo espalda, concentrado en lo suyo.
—¿Y qué tal si te llamo Dani?
Escuché que suspiró con fuerza. Típico de él cuando se le acababa la paciencia.
—¿Y qué opinas de Eli, Dashi?
—¡Que no me llames así!
—¿No crees que está preciosa? —habló al mismo tiempo que él.
Nacho había volteado la silla con dirección a Dash, pero hubiera agradecido que no lo hiciera.
Su rostro no podía interpretarse de alguna manera. Ni fruncía el ceño, ni entrecerraba los ojos, ni hacía una mueca de desagrado o sonreía. Nada.
No podía resumirse en si mi peinado o maquillaje era de su agrado o de su desagrado. Simplemente se quedó mudo, sin hacer o decir nada, tal cual una escultura del Monte Rushmore. Otra vez tenía a Dash, el inexpugnable, frente a mí.
Solo sus ojos, que se clavaban dentro de ti, como si atravesaran tu alma, me provocaba escalofríos. Era como aquella vez, en la que tuve la mala suerte de caer sobre él, cuando estábamos en su habitación.
Tragué saliva. Hubiera deseado, siquiera, que soltara una de sus típicas frases de ironía o de su mal genio, pero nada. Todo era mejor que aquella extraña sensación, que me electrizaba el alma.
Creo que había agachado la cabeza, avergonzada por cómo me sentía que me viera así, que no me di cuenta cuando, sin mediar palabra, ya lo tenía frente a mí.
—Lávate la cara. —Percibí que su mano se acercaba a la mía para acercarme un pañuelo.
Todo mi cuerpo tembló en un instante cuando experimenté el leve toque de sus dedos sobre los míos.
—¿Q-U-É H-A-C-E-S? —gritó Nacho, espantado—. ¡¿Cómo te atreves a malograr mi obra de arte?!
—¿Obra de arte? —le respondió con su típica mueca de desagrado. Por fin el hombre de piedra reaccionaba—. Parece un payaso.
‹‹¿Un payaso?››, pensé.
No sé por qué experimenté una espina que se clavaba en mi corazón, provocando que mi interior me doliera.
Me di cuenta de que esperaba un halago de su parte o qué se yo. Era cierto que él no se caracterizaba por ser muy expresivo o alguien que te diera cumplidos. Pero, ¡Dios santo!, una cosa era que no dijera nada, como era esperable, y otra que me comparara con un payaso.
Tanta fue la furia que me envolvió que, sin darme cuenta, me levanté de la silla y lo encaré. Lo contemplé con toda la rabia que mi orgullo herido me permitía.
Pensaba que las cosas entre nosotros ya se habían arreglado. Hasta esa mañana, incluso, se había mostrado de nuevo amable, e incluso obediente, a mis sugerencias, cuando le indiqué que probara a escribir a la primera hora de la mañana, incluso antes del desayuno, según un artículo de consejos de escritores, que había encontrado por internet. Entonces, me lo había agradecido y me sentí muy halagada de poder serle últil. Pero, qué equivocada que estaba.
El Dash grosero e hiriente de siempre, aún sin hacerlo conscientemente, estaba de vuelta.
—¡No eres más que un...! —grité con toda la rabia que me permitía, pero un gesto suyo me dejó lela.
—Límpiate.
Sus manos rozaron mis labios, dejándome asombrada.
—¡Dios mío! —exclamó Nacho, horrorizado—. ¿Qué haces?
—No necesitas tanto maquillaje sobre ti —agregó Dash, al tiempo que se acercó más hacia mí, sin inmutarse por lo que Nacho le reclamaba, al dar vueltas y seguir gritando alrededor de él—. Te ves bien al natural.
Con cuidado, sin dejar de mirarme, terminó de limpiarme los labios, para luego proseguir con las sombras de labios que me había colocado Nacho.
Parpadeé los ojos, sorprendida, pero eso no fue lo peor, no. Cada vez que sus ojos me miraban y yo me veía en los suyos, la respiración se me congelaba. Aquellos tenían ese extraño efecto sobre mí, que era como si mi cuerpo se minara.
Simplemente no sabía qué hacer o decir. Con sus actos, Dash me dejaba knock out, y no era la primera vez que me pasaba.
—¡Qué horror! —dijo de manera lastimera Nacho, para luego hacer el ademán de que iba a llorar—. ¡Mi obra de arteee!!
—Todavía no eres mayor de edad —continuó Dash—. ¿Para qué maquillarte tanto si no lo necesitas?
Si la temperatura corporal de mi cuerpo se había incrementado, con lo último que me había dicho terminó por derrumbar la poca cordura que me quedaba. Agaché la cabeza, avergonzada.
—Eli va a cumplir dieciocho la próxima semana —acotó Nacho, indignado—. Puede maquillarse como quiera.
—¿Ah, sí? —Enarcó la ceja, curioso.
Asentí a su pregunta, moviendo la cabeza con nerviosismo, pero todavía cabizbaja. Una enorme vergüenza, sobre mis hombros, me impedía contemplarlo a la cara.
—Bueno, pero todavía es una mocosa. —Escuché que su voz se alejaba.
Levanté la cabeza para ver si mis sospechas eran ciertas. Y en efecto, ya Dash se encaminaba al umbral de la puerta.
—¿Cuándo es tu cumpleaños? —me preguntó.
Abrí la boca para responderle, mas no pude. Todavía me hallaba muda de la estupefacción. ¡Maldita sea!
—El diecisiete —respondió Nacho por mí.
—El diecisiete —repitió, ahora ya de espaldas, debajo del umbral de la puerta.
—¡Mal educado! ¡Grosero! ¡Inoportuno! —gritaba Nacho al tiempo que volvía a echarme base de maquillaje para ‹‹rehacer›› su obra de arte—. Su mamá y tú dicen que ha cambiado, pero yo no creo que lo haya hecho. ¡Están equivocadas! —continuó pintándome.
—El diecisiete... —Oí que repetía, ya detrás de la puerta.
De verdad, ¿yo estaba equivocada?
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