Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 26

—¿Qué te pasó? —digo de manera desesperada.

Trato de levantarlo, pero no puedo en el primer intento. Aunque es delgado, es alto. La diferencia de tamaño físico entre ambos es palpable en un momento así.

Después de dos intentos, me doy por derrotada. Resuelvo que lo voy a ayudar ahí, así que acomodo su cabeza en donde no pueda hacerse más daño. Un viejo cojín, que oportunamente está en una esquina, sirve de almohada para que pueda colocarlo, con cuidado, sobre el suelo.

Cuando lo aprecio mejor, no puedo evitar preocuparme. Su frente tiene un corte que la atraviesa toda. ¡Está sangrando! ¡Tengo que ayudarlo de inmediato!

Me quito la camiseta que tengo. Es algo vieja, así que no me preocupa que se eche a perder. Más importante es detener la hemorragia de una vez. Pero, cuando la coloco alrededor de su cabeza para que funja de venda, no puedo evitar preocuparme todavía más. 

¡Está ardiendo de fiebre!

—¡Dash! ¡DASH! —lo llamo, angustiada.

No responde. ¡Dios santo! ¿Qué hago?

De inmediato, lo dejo sobre el cojín. Me dirijo a la casa en búsqueda de un botiquín.

Mientras voy caminando rápido, llamo por teléfono a doña Daría para informarle de la situación, pero nada. No contesta. Es como si se la hubiera tragado la tierra. ¡Mierda!

Voy apresurada al baño. Me hago con un pequeño botiquín y en un santiamén ya estoy con Dash.

¡Madre mía! ¡Sigue sangrando y no sé qué hacer!

Como puedo, le curo la herida con alcohol. Se despierta por el ardor que le provoca en la herida y emite un quejido de dolor.

—Resiste un poco, por favor.

No me contesta. Simplemente me contempla con ese gesto indescifrable característico en él, entre serio e ido. Pero, cuando el alcohol vuelve a rozar sus heridas, aprieta con firmeza mi mano izquierda, como si fuera lo único a lo que pudiera aferrarse para aliviar su dolor.

En un primer momento le hubiera retirado aquella, mas me arrepiento. El semblante en su rostro cambia. Tiene un gesto de dolor, de emoción y de súplica, que pide urgente ayuda, mi ayuda.

Al apretar los ojos, torcer la boca y soltar otro gruñido de sufrimiento termina por ablandarme el corazón. Parece un cachorrito indefenso, solo y tan necesitado de apoyo, que no dudo ni un momento en corresponder a su gesto.

Lo cojo de una de las manos para calmarlo mientras que, con la que tengo libre, procuro aplicar el alcohol sobre su herida de la manera menos dolorosa, si es que eso es posible. Al caer aquel sobre su frente, aprieta los ojos con tanta firmeza como lo hace con mi mano, que no puedo hacer menos que corresponder a su gesto.

—Aguanta. Un poco más y ya acaba —lo animo.

Dejo la botella de alcohol y el algodón a un lado, para luego airear la herida con una revista que encontré ahí tirada.

—¿Estás mejor?

Él asiente.

Suelto su mano por un instante. Debo cortar el vendaje según la extensión que considero necesaria, aunque con dudas.

La mano me tiembla. Tengo miedo porque es la primera vez que funjo de enfermera. Maldigo no haber estado atenta a las clases de primeros auxilios que nos dieron en la universidad. Si hubiera aprendido como debiera, ahora podría servir como enfermera. Ayyyy.

—Alcanzará —afirma él, como si me leyera la mente.

—¿Cómo? —Volteo a contemplarlo, sorprendida.

—Ese tamaño de la venda alcanzará —dice con el ceño fruncido—. ¿Qué te crees que soy? ¿Alguien con hidrocefalia o qué?

¿Encima que he roto mi polo por él y lo quiero curar, ahora me reta? ¡Es el colmo!

Voy a responderle como corresponde. Pero lo siguiente que hace me sorprende: ¡está riendo!

—Vamos, enfermezuela, ¡sigue curándome!

‹‹¿Enfermezuela?››, pienso al tiempo que elevo la ceja. Ya empezó con sus apodos poco halagadores.

—Por favor —agrega al tiempo que su rostro se vuelve a contraer de dolor—. Confío en ti —finaliza cerrando los ojos y recostándose sobre mi regazo, de tal manera para que lo pueda vendar mejor.

Me quedo lela.

Es la primera vez que tiene un gesto tan... ¿Indescifrable? ¿Inexplicable? Ni idea. ¡Este chico es una caja de sorpresas!

¿Qué le digo? ¿Qué le replico? No lo sé. Pero no tengo tiempo para seguir divagando. Otro gruñido de dolor me hace recordar que hay otras prioridades en ese momento.

Con cuidado y paciencia, procuro ajustar la venda sobre su cabeza, dándole un par de vueltas.

—Lo estás haciendo bien —me dice al tiempo que me observa con esos ojos que me atraviesan el alma.

Su rostro se ha relajado. Ya no me mira con ese gesto adusto, característico en él. Tampoco es que parezca alguien bonachón, claro está. Pero no sé, es otro semblante.

Te tranquiliza. Te alienta. Te inspira.

Me pongo algo nerviosa al sentirme observada por él. Podría decir que es igual a como cuando lo había visto desnudo en otras ocasiones o con solo una toalla. Sin embargo, es diferente, difícil de explicar. Me produce hormigueos en el estómago, que en un primer impulso deseo retirar mi vista, pero una fuerza mayor me lo impide.

Me gusta. Me relaja. Me alienta.

Creo que se ha dormido. No sé cuánto tiempo habrá estado en este almacén, desmayado y herido, que casi todas sus energías han consumido, pero ahora se lo ve tan tranquilo.

El sangrado se ha detenido, aún con mi desconocimiento y dudas. Solo falta la fiebre, que me preocupa obviamente, pero por lo menos, una de dos, he podido salir bien librada. ¡He podido serle de ayuda!

—Gracias. —Oigo que dice al tiempo que termino de asegurar la venda con un imperdible. En su rostro se ha tatuado lo que es una ¿sonrisa?

¿Está sonriendo? Sí, lo está haciendo, pero continúa con los ojos cerrados. 

Otro, y mejor, semblante se percibe de él.

Su dolor y su tristeza, no solo física, se han ido.

***********

Con la ayuda de Nacho, que para mi buena suerte había venido al poco rato de Dash desmayarse, pudimos llevarlo a la sala. Lo recostamos con cuidado para luego enfocarnos en su fiebre.

Estaba todavía inconsciente, pero con las indicaciones de mi nuevo amigo, como lo bauticé ese día a Nacho, pudimos controlarla. Colocamos paños fríos sobre su frente a su vez que lo abrigábamos con una manta, a pesar del calor que hacía.

—Si su presión ha bajado, producto de la fiebre, lo más recomendable es regular su temperatura corporal.

—Pero, ¿no crees que deberíamos llevarlo a un hospital? —pregunto, angustiada. No me quito de la cabeza que pudiera haberse hecho más daño o vaya una saber qué—. ¿Y si tiene una conmoción cerebral? ¿Un derrame o algo...?

—Cálmate, ¿quieres? —Me agarra de los hombros para espabilarme.

—Pero, Nacho... —le imploro, impaciente. Un gran nudo me oprime la garganta—. Si tiene algo más grave o...

Rompo en llanto. No sé ni por qué lo hago. Solo puedo asegurar que, lo que experimento ocurre todo muy de pronto, sin darme tiempo de procesar, sin darme tiempo de pensar, sin darme tiempo de calmar...

Él ladea la cabeza, pensativo.

—En tal caso —retira su teléfono del bolsillo de su pantalón—, llamaré a un amigo doctor que vive a unas cuadras. —Me mira con una sonrisa—. Vamos, campeona, todo saldrá bien. Has hecho un gran trabajo al curarle la herida.

Lo miro, impaciente. Me guiña el ojo para luego darme un par de palmaditas en la espalda

Mientras Nacho habla por teléfono, volteo a observar a Dash. Se lo ve tan tranquilo, al estar dormido e ignorante de lo que sucede a su alrededor.

Aunque suene irónico, entre los dos, soy yo la que ha perdido la calma. Lloro de al imaginarme el peor de los escenarios, que puede estar grave, que puede estar paralítico, que quizá está muerto...

El llanto vuelve a invadirme, ahora de manera descontrolada. En otro contexto sería Dash quien gritara, quien se desesperara, quien con todo el mundo se desahogara, ¿no? ¿O no?

¡Un momento! En otro contexto parecido, como cuando ocurrió lo de mi papá, fui yo quien se angustió, quien la razón perdió, quien casi cómo respirar olvidó. Al contrario, como ahora, él estaba tranquilo, triste, pero asertivo, calmándome, acunándome, animándome.

Sí, de los dos, aún con su carácter explosivo e indomable, fue él quien demostraba mayor cordura, mientras yo casi siempre estaba al borde de la locura.

Trato de respirar de manera pausada. Me agacho a su lado para poder apreciar si todavía sigue con fiebre.

Cuando mis dedos tocan su piel, son tal cual una dulce sensación de seda, que electriza, que motiva, que anima. Sus ojos, aquellos que solían contemplarme de manera intimidante, también me habían demostrado que podían ser cálidos y amables. Y ahora, cerrados, era irónico que no se apreciaran impenetrables como siempre; al contrario, al formar parte de todo el cuadro que tenía en frente, era como si fueran la pieza necesaria de aquella pintura que se abría ante mi alma.

Su cara, que solía ser dura como si fuera esculpida como una roca, denuesta tranquilidad y calma, ¡sobre todo calma! O por lo menos eso es lo que yo interpreto de su alma, que se aprecia tranquila y transparente. Y cuando su cabeza se ladea hacia mí, como buscándome, algo dentro de mí palpita, vibra, brilla.

No sé cómo ni porqué, el hecho es que me calmo.

Cuando Nacho termina su llamada y me dice ‹‹Eli, ya viene el doctor››, solo asiento. Junto a Dash, como minutos atrás, por fin puedo sonreír.

*************

Dash

Recuerdo que estaba en el almacén. El olor de humedad, de abandono y hastío.

De hastío por la vida, mi vida. Pero percibo un cambio, nuevo y agradable. Es como un aromatizador, de esos que se usan para desinfectar el piso, para otorgarle un nuevo brillo y apariencia.

¿Humedad? ¿Retirar? ¿Desorden? ¿Eliminar? ¿Olor? ¿Cambiar? ¿Esforzar? ¿Ordenar? ¿Soñar? ¿Limpiar?¿Cambiar? ¿Mejorar?

Estaba buscando no sé qué para limpiar, ¿quizá? ¿O debía ordenar? Ambos conceptos se entremezclan. No me queda muy claro qué es lo que debo hacer, solo sé que son como los dos lados de una misma moneda.

¡Cierto! Me había peleado con mamá. Me había portado como un grosero con ella y...

Me incorporo de inmediato. ¡Debo ponerme a limpiar! ¡Mi cuarto ordenar! ¡Pedirle perdón! ¡Ella no se merece que le diga esas cosas y...!

No puedo. Todo me da vueltas.

Me duele mucho la cabeza. Es como si mil taladros golpearan dentro de mí. Creo que estaba echado... dormido... ¿o desmayado?

No puedo abrir los ojos. Me arden mucho. Me cubro la vista porque la pequeña luz, que puedo percibir al fondo, aunque mis párpados estén cubiertos, me obliga a agachar la cabeza.

¿En dónde diablos estoy? ¿Quiénes hablan a mi alrededor? ¿Por qué no puedo levantarme como quiero? ¡Mierda!

—¡Espera! No seas tan bruto. Poco a poco, ¿sí? El doctor dijo que puedes tener mareos, si no te tomas las cosas con calma.

‹‹¿Mamá?››, me digo con angustia.

—¡Mamá! —Abro los ojos, desesperado.

—Daniel —responde de manera amorosa.

Sus ojos transmiten la misma calidez de siempre.

—¿Ya estas mejor, hijo? —agrega.

¡A la mierda lo que dijo el doctor!

Como puedo, me incorporo y la abrazo fuerte, muy fuerte, como si nunca más la pudiera volver a ver.

—¡Mamá!

Escondo mi rostro en su cabello. No quiero que me vea así. Nadie tiene que verme así.

—Daniel, hijo, me vas a aplastar.

—Perdón, perdón... —digo por enésima vez—. Perdóname, por favor.

—Está bien —contesta de esa manera tan amorosa, que solo sus palabras pueden transmitir.

—Te prometo que voy a cambiar. Estarás orgullosa de mí, ¿ok? ¡Te lo juro! —formulo las últimas palabras que soy capaz de emitir, antes de que mis gestos expresen más de lo que me puedo permitir.

Ella se deja abrazar, a la vez que me permite acunarme, calmarme, amarme. ¡Cuánto puede significar un abrazo!

Y podría haber continuado así, de no ser porque una luz, que desde minutos antes me estaba molestando, se amplía cada vez más.

—Enhorabuena —dice la mocosa, que se encuentra a mi derecha.

Volteo para contemplarla. Me doy cuenta de que estoy mi habitación. Pero, ¡un segundo! ¡Esta se haya limpia, ordenada, tranquilo!

¡Esperen! ¿Este era mi cuarto? ¿Aquí dormía yo? ¿Cuándo? ¿Cómo? 

 ¿En dónde están mis cosas? ¿Mis libros? ¿Mis cuadernos? ¿Mi escaleta?

—Aquí tienes lo que buscabas.

Me entrega varios papeles pegados con cinta scotch, que muestran el esqueleto y la línea temporal de las escenas del libro que debo escribir.

¿Escribir? ¿Vivir?

—Nacho y los demás, con tu mamá guiándonos, hemos limpiado tu cuarto, mientras estabas dormido en la habitación que él te prestó.

Volteo a la izquierda, donde se encuentra el susodicho.

—Me debes S/. 100.00 por el alquiler de un par de horas —acota.

Lo observo con desdén. 

¿Cobrarme alquiler en mi propia casa? ¿Está loco o qué? ¡Se pasa de sinvergüenza!

—Tuviste un buen golpe que te noqueó —continúa la mocosa—. El doctor te recetó calmantes, que te hidrataras y demás. Has estado dormido un par de horas por la fiebre que tenías, pero si empeorabas, teníamos que llevarte al hospital. Felizmente que no fue así. Ya te bajó la temperatura.

Arrugo la frente ante lo que escucho.

¿Noqueado? ¿Golpe? ¿Fiebre?

Ah, sí, se me cayeron las cosas encima, cuando entré en el almacén.

Empiezo a recordar. Ya todo cobra sentido.

—Eso sí —agrega—, no hemos botado nada que no tenga la seguridad de que no sea basura —tipo las cáscaras de plátano que tenías desde hace días en tu mesita de noche—, porque no sabemos si algo te puede servir, y no queremos estropearla. Solo hemos apilado de manera ordenada los papeles, libros y demás que tenías desperdigados, así como hemos quitado el polvo a todo, la ropa sucia puesta en el tacho —alguna ya se está lavando en este instante—, hemos ordenado tu ropa en el armario; otra, en los cajones. Hemos barrido y fregado todo. El suelo está brillante, ¿no lo ves?

Hace un gesto como si fuera una vendedora de una inmobiliaria que te enseña una casa. Le hago caso y contemplo cada rincón de mi cuarto.

No puedo creer lo que estoy observando...

Tiene razón. Todo está apilado: mis cuadernos, mis libros, mis papeles varios. La ropa, en el clóset. Los zapatos, en un estante ¿nuevo?, colocados según su color. Los restos de comida, que solían estar desperdigados sobre el suelo o mi cama, han desaparecido. Aquel, que acostumbraba estar "decorado" por papeles enrollados, despide un olor pulcro, limpio, atractivo.

Mi escritorio, acompañado de una pequeña y nueva lamparita de color verde, de lejos se ve como si fuera nuevo. Y un pequeño cuadro, frente a la pared que da a aquel, tiene la siguiente frase que se puede leer:

‹‹No pierdo. O gano, o me equivoco y aprendo››.

Me quedo pensando en lo que mis ojos descubren. Sí, descubren, porque es como si ante mí se mostrara un mundo desconocido, que nunca hubiera vivido.

En serio, ¿yo dormía aquí? ¿Yo escribía aquí? ¿Yo vivía aquí?

No obtengo respuestas a mis preguntas, pero solo por el momento...

—Has despertado, por fin —dice la mocosa.

Termina de abrir ambas ventanas de mi habitación.

—Bienvenido de nuevo a casa, dormilón. —Me sonríe.

La luz del sol se despliega frente a mi rostro. 

Ante mí tengo un nuevo brío. Y creo que es la primera vez que no me interesa contradecirla. Solo sonrío.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro