Capítulo 24
Busqué por todos lados, de arriba abajo de su cuarto, y nada. Parecía ser que la Tierra se lo había tragado. ¿En dónde diablos podría estar?
¿Se habría ido de su casa a petición de su madre? No, eso debería de ser imposible. ¿Cuándo? ¿Cómo?
Me dirigí como desquiciada a mi cuarto. El reloj de mi mesita de noche me mostraba las 10:24 am.
Dios mío, ¡había dormido demasiado! Ya Dash se había ido de la casa, ¡y no pude hacer nada para impedirlo!
Por muy patán que se hubiera comportado conmigo, no le deseaba el mal. O sea, era cierto que, si yo me iba da mi pueblo, la iba a pasar fatal. No tendría dinero para mis estudios y demás. Pero diablos, ¡esta era su casa, su familia, su hogar! Con su fobia a salir y a socializar, ¿a dónde iba a ir a parar?
Un estrujón de culpa empezó a envolverme todo el cuerpo. Un sudor frío caló por todos mis huesos, a pesar de la temperatura del ambiente. Sabía que, cuando tenía este tipo de reacciones no eran para bien, por lo que tenía que calmarme.
‹‹Tranquila, Eli. Debes respirar, pensar con tranquilidad, antes de ser tan dramática››, me dije.
Quizá había ido al baño, a la cocina o a la terraza, sí. Esta casa era grande, de tres pisos y, si bien Dash casi no salía nunca de su cuarto, podría estar en otro lado en este instante. Tenía que quitarme la maldita manía de siempre dramatizar y pensar en lo peor; sí, señor.
Intentando mantener la calma, me encaminé a buscar en todos los rincones de la casa, menos los dormitorios de los demás, por obvias razones. Pero, después de hurgar por tercera vez en la azotea, en los dos baños, en la biblioteca, en el pasadizo y en la cocina, sin resultados positivos, me di cuenta de que mis temores eran fundados. Dash parecía haberse ido de la casa. ¡Doña Daría había cumplido con su cometido y yo tenía la culpa!
—¿Buscas a Dash? —me preguntó la Turri.
Estaba en la cocina, preparándose una ensalada para almorzar.
—S —sí.
—No lo veo desde hace días. Ya sabes, ese loco workahólico siempre está encerrado. ¿Por qué lo buscas? —Frunció el ceño, curiosa—. ¿Acaso ustedes no trabajan juntos?
—Sí...
—Y supongo que hoy descansas. —Se encogió de hombros—. Digo, es sábado.
—Sí, pero...
Se sentó a mi lado, con cara interrogativa. Aunque no me producía mucha confianza, al no estar Doña Daría, ni Nacho, ni los hermanos venezolanos, no sabía con quién desahogarme, así que tuve que hacerlo con ella.
Debió de ser evidente mi cara de preocupación, que la Turri no me interrumpió en ningún momento, mientras le hablaba de lo sucedido. Al contrario, descubrí que se le daba muy bien escuchar. Empezaba a caerme bien. No obstante, luego de que me desahogara, vi que su rostro tranquilo cambió a uno de risa. ¿Qué le hacía tanta gracia?
—Ay, niña. —Se sobó la panza mientras le salían lágrimas de risa de los ojos.
¿Niña? Comenzaba a odiar que me llamaran así.
—Él es siempre así —continuó, después de que se calmara—. ¿Acaso no viste cómo nos trató a su madre y a mí, el primer día que viniste?
—Sí, pero...
—A mí también me parece que es muy guapo, cuando se baña, claro está. No te puedo negar que le eché el ojo, ni bien me mudé aquí. Pero... ¿tú crees que, por muy guapo y talentoso que sea, una debe soportar sus malos tratos? Yo me harté.
—No, ¡nada que ver! —Me levanté, ofendida—. Por eso es que lo mandé al carajo y por eso fue que doña Daría me dijo que lo iba a echar de la casa. ¿No entendiste nada de lo que te conté? —pregunté, observándola fastidiada.
Si antes había empezado a caerme bien, ahora ya no era así.
—Tienes carácter y eso me gusta. —Se observó las uñas. Parecía que le preocupaba que se le hubiera roto una cuando cocinaba—. En mi caso, yo me harté y di la misión como imposible desde un comienzo. Tengo cosas más importantes que hacer que aguantar a un grosero.
Asentí, dándole la razón.
—Solo lo aguanté por cuestiones de trabajo, pero... —No pude evitar pensar en lo mal que me sentía al recordar que lo había forzado a salir al mundo, aún con su fobia social—. En fin, solo quiero saber si se fue o no —dije con tristeza.
—¿Solo es eso?
—¿Eh? —Enarqué los ojos, sorprendida.
Se me quedó contemplando, con una expresión divertida, para luego decir:
—Nada. —Se encogió de hombros.
Terminó de rallar el queso para echarlo al bowl de la ensalada. Con un par cucharas, mezcló todos los ingredientes. Finalmente, con un tenedor probó el resultado y quedó satisfecha con él.
—¿Vas a prepararte algo para almorzar? Doña Daría ha salido temprano y no sé a qué hora vendrá. En días así, tenemos carta libre para prepararnos lo que sea. Si quieres, te invito de mi ensalada.
—No te preocupes —contesté, desanimada—. No tengo hambre.
—Niña, no comes nada. Estás hecha un palo —replicó, con una sonrisa burlona.
—¡Que no soy una niña! —me apresuré en aclararle—. Me llamo, Eli, ¿ok? ¡Llámenme por mi puto nombre, pesados!
Ella abrió los ojos, sorprendida por mi actitud.
—Voy a cumplir dieciocho el mes que viene. Ya está bien. ¡Me tienen hartos tratándome como mocosa!
La Turri me observó con suspicacia.
—Ya veo —señaló para luego dibujársele una sonrisa de complicidad en el rostro.
No entendía nada.
Me dio la espalda y prosiguió con lo suyo. Cuando terminó y se sentó en la mesa para comer su almuerzo, lo siguiente que soltó me dejó pensando:
—Eres alguien con carácter y no te dejas pisotear por nadie.
—¿Y por qué habría que dejarlo? Me llamas ‹‹niña›› como ese ogro. ¡Y no lo soy!
—Quizá eres lo que ese gruñón necesita. —Me guiñó el ojo.
La contemplé almorzar, poco convencida, pero a la vez lo último que me había dicho me había dejado pensativa.
************
La Turri, luego de almorzar, se bañó y salió. Había quedado con unos amigos en pasear. Me preguntó si quería ir con ella, siendo que era fin de semana y sería aburrido para mí estar sola en esa grande casa. Le agradecí, pero le contesté que no.
Seguía preocupada por Dash. Y, al no saber nada de él ni de doña Daría —no contestaba el celular, a pesar de que la había llamado no sé cuántas veces para preguntarle por él—, resolví quedarme en la casa. En algún momento ella o uno de los chicos regresaría y me darían noticias sobre el paradero del apestosín.
Siendo que Dash se quedara o no, algo tenía claro: yo no encajaba ahí. Estaba solo porque Valeria había intercedido por mí, pero desde un primer momento mi estancia ahí esta destinada al fracaso. No había manera en la que pudiera ayudarlo a él a trabajar.
La Turri me había recordado que, tal y como ella, yo desde un primer momento había dado mi misión, de poder tratar con él, como imposible. Solo sus pequeñas muestras de amabilidad, cuando se preocupó por el estado de mi papá y me apoyó, me habían hecho creer que merecía darle una segunda oportunidad y que quizá nuestra relación laboral podría mejorar, pero qué va. Como al principio, y como ahora, él solo era un patán y arrogante, que me había dañado mucho, y yo ya no estaba dispuesta a soportarlo más.
Me iría a mi casa, con mis sueños e ilusiones a cuestas, y algo pasaría. Pero, soportar más al mal hablado y grosero de Dashiel Patterson, nunca más. No, señor.
Dispuesta a irme, empecé a empacar toda mi ropa y mis cosas. En poco menos de una hora, mis maletas y mi mochila estaban repletas. Todavía me quejaba de mi mala suerte de no poder renovar mi vestuario este verano porque debía ahorrar, pero no fue hasta darme cuenta de que tenía vestidos que ni usaba, que me pregunté si de verdad necesitaba comprarme más ropa.
El reloj daba las 03:25 pm, cuando trataba de guardar la última de mis pertenencias dentro de mi mochila pequeña. Era un llavero en forma de gato, de color verde, que tenía lo que yo llamaba un cencerro, aunque en realidad era un cascabel. Tenía la patita derecha levantada, a manera de suerte, que mi papá me había regalado en Año Nuevo.
‹‹La gente suele hacer cábalas para viajar como salir con la maleta o lanzar lentejas para tener dinero. Yo lo único que te deseo, en este Nuevo Año que comienza, es que tengas salud para que puedas hacer todo lo que te propongas... y seguridad también. Lima es una ciudad peligrosa, y todavía no estoy convencido de haberte dejado partir››.
‹‹¿Es en serio?››.
‹‹¿Nunca quisiste tener una mascota?››.
‹‹Una mascota de verdad, como un perro, pero por tu alergia al pelo, no se pudo. ¿Pero un gato? ¿Y de llavero?››.
‹‹No es cualquier gato. Es un maneki-neko. El gato de la fortuna en la cultura japonesa, y su color verde representa salud y seguridad››.
Y ahí me hallaba, acomodando como podía al gato de llavero en uno de los cierres de mi canguro, porque ya no entraba dentro de mi mochila. Esta reventaba de llena.
Cuando terminé, me coloqué el canguro atravesando mi espalda. Coloqué con cuidado las dos maletas y la mochila al filo del pasadizo, antes de bajar las escaleras.
Resoplé con preocupación. Me di cuenta de que me costaría bajar con aquellas al primer piso. Pesaban un montón; y no era lo mismo haberme mudado en dos o tres viajes distintos, trayendo mis cosas, que transportarlas todas de una vez para irme.
Decidí que lo mejor era que me quedara hasta la noche, cuando vinieran Nacho, Cristo o Yon, para que me ayudaran a bajarlas. De paso que, tenía tiempo para asear y ordenar el cuarto, y entregárselo a doña Daría, tal y como el primer día que me había mudado. Era lo mínimo que podía hacer, luego que me había dado un techo y comida sin pedirme nada a cambio.
************
Al bajar, traté de recordar en dónde se ubicaba el armario en donde guardaban los artículos de limpieza.
‹‹Al fondo, en el patio, junto al árbol de ponciana que tenemos, verás que hay una puerta. Mi mamá solía usarla como almacén para sus cosas viejas —sufre el Síndrome de Diógenes, acumula todo—, pero debido a mi último incidente con el técnico, decidió convertirlo en el almacén de limpieza. Dice que no quiere dejar nada a mi alcance, para que no pueda romperle la cabeza a alguien otra vez››.
—Ok, señor apestosín —me dije al tiempo que contemplé aquel bello árbol, de hojas rojas, que adornaba el centro del jardín—, gracias por las instrucciones.
Nunca había estado en ese lado de la casa. Hasta ahora había tratado de ser educada; solo me había limitado a moverme en donde creía que estaba autorizada —mi habitación, la de Dash, la biblioteca, la sala, la cocina y los baños— aunque doña Daría siempre me dijera que esta también era mi casa.
Cuando ya estaba frente al almacén, mi teléfono, que estaba dentro de mi canguro, empezó a sonar. ¿Quién sería?
Me dispuse a abrir la puerta del almacén al tiempo que retiraba mi celular. Por lo distraída que estaba, no fui consciente del sonido de cascabel de mi gato, que se mezclaba con una voz que apenas reconocí:
—Mo... mocosa.
¡Era Dash!
—¡¿Qué haces aquí?! —Me dirigí de inmediato hacia él y me agaché a su lado.
Estaba en el suelo, caído, y con un montón de utensilios encima. Su cabeza sangraba e hizo un gesto de profundo dolor.
—A... ayuda... me —fue lo último que dijo, antes de desmayarse de dolor sobre mí.
—¡Dash! ¡Dash! —grité con desesperación, al tiempo que lo acunaba en mi regazo y le tomaba la cabeza para ver si reaccionara, pero era en vano—. ¡DASH!
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