Capítulo 13
Pasaron algunas semanas, en las que departí con mi papá en el hospital y luego en mi casa, cuando lo dieron de alta. Después de que estuviera siendo cuidado por los doctores, su corazón respondió debidamente, aunque tenía que hacerse chequeos continuos. Fueron unas navidades raras, ya que era la primera vez que iba todos los días a un hospital, y más en unas fechas festivas. Y después de esta experiencia, puedo decir que mi vida ya no fue la misma.
En el transcurso que iba a visitar a mi papá, y cuando a veces salía a estirar las piernas a la sala de espera o a la cafetería a comer algo, fui testigo de innumerables escenas, de todos los tipos posibles. Desde alegrías por el nacimiento de un nuevo bebé (al primer niño nacido en este año sus padres decidieron bautizarlo con el nombre de Kenji, en honor de un congresista muy conocido, hijo de un expresidente dictador que habíamos tenido, aunque de japoneses no tuvieran nada, y la prensa había ido para hacerse de la curiosa noticia) hasta penas y sollozos de parientes que tenían a sus familiares agonizando, sino acababan de morir de manera repentina. En especial, me chocó ver a una pareja de esposos, que no tendrían más de treinta años, que acababan de perder a su niña de cinco. La madre se culpaba de que, debido a su descuido, su hija había fallecido. La pobre solo lloraba y lloraba cuando se hallaba en la cafetería, a la espera de que la morgue le permitiera identificar el cuerpecito de su niña. Un cuadro desgarrador por donde se viera, que tocó la más sensible fibra de mi corazón. Y fue esa tarde, cuando me despedí y le di el mejor de los ánimos a aquella pobre mujer que se despedía, envuelta en llantos y lamentos, que llegué a una conclusión, que se reafirmaría días después.
En todo ese tiempo pude experimentar diversas emociones, desde la más completa de las alegrías hasta la más terrible de las tristezas. Los días en casa con mis papás habían sido tan felices, sobre todo porque estaba tan agradecida con la vida por tenerlo de vuelta, sano y salvo, que cuando menos me di cuenta, me hallaba de vuelta en el bus rumbo a la capital. Me habían dado unas semanas para estar con mi papá, cierto, pero al estar él ya fuera de peligro, Valeria me llamó para recordarme que el tiempo para entregar la novela que le habían encargado a Dash seguía su camino, y no podían esperar. Por otro lado, la tensión, la angustia y el estrés por no saber cómo evolucionaría mi papá, aquella fría noche de diciembre, fue una experiencia que no había vivido durante toda mi vida; y para bien o mal, me había marcado. Y con todas estas experiencias a cuestas, aquella conclusión, sino reflexión, me acompañaba en mi viaje de regreso.
El tiempo podía pasar muy lento o muy rápido según las circunstancias que tuvieses, y yo había vivido en esas navidades ambas caras de la moneda.
¿Aprendería de aquella? Ni idea. Sin embargo, si de algo estaba segura era que trataría de llevarla a cabo a partir de ahora, que comenzaba otra etapa de mi vida en Lima, de vuelta a mis estudios, a mis sueños y con aquel hombre maloliente, huraño, deslenguado, pero de buen corazón que respondía al sobrenombre de Dash.
La mañana en la que mi padre había dado signos de recuperación, el susodicho me había enviado un mensaje de texto. Bastante peculiar, por cierto. Me había sorprendido mucho su interés, sino preocupación excesiva, porque el ogro parecía tener un corazón, después de todo. Ya había dado muestras de ello cuando me había consolado en la biblioteca, al recibir la noticia de mi padre, era cierto. Mas, su interés desmedido al llamarme y luego mensajearme por saber de mi papá me había descolocado del todo. Ni siquiera mis amigos habían mostrado un interés tan inusitado como él. Y ahí empecé a formularme diversas preguntas al respecto.
En un principio, lo atribuí a que era porque, más que bien, me había visto llorando de manera desconsolada esa tarde al enterarme de la terrible noticia. No obstante, deseché esa idea de inmediato. Por mucho que me viera llorando, esto no era motivo suficiente para seguir pendiente de mí. Yo en el hospital había visto de la misma manera o peor a la señora que acababa de perder a su hija. Y no me imaginaba a mí misma estar al pendiente de lo que le ocurriese, o llamarla o mensajearla para ver cómo estaba. A fin de cuentas, por mucho que se hubiese desahogado en esa ocasión conmigo al contarme su desgracia, yo era una extraña. Luego de aquello, pues cada una seguiría su camino, aunque el destino nos hubiese hecho coincidir en tan terribles circunstancias.
Luego, pensé que, quizá era de las personas que se preocupaban demasiado, aunque a primera vista no lo pareciese.
Había personas que exageraban las cosas y todo lo engrandecían más de la cuenta. Por ejemplo, mi madre era de esas. Todavía retumbaban en mis oídos sus múltiples consejos que me había dado antes de tomar el bus. Desde que no hablase con extraños, menos aceptase bebidas de desconocidos, si era que salía por ahí, porque podía ser objeto de una banda de tráficos de órganos, según una cadena que había recibido en su email días atrás (lo cual había sido desmentido en más de una ocasión por la policía local, atribuyendo a que era imposible que se dieran estos casos y eran simples bulos que se viralizaban) hasta que cumpliera con hervir el agua tres veces al día antes de beberla, porque podría había un rebrote de cólera en la costa, según lo que había visto en las noticias. Apelé a mi no tan infinita paciencia para confirmarle no una, sino cinco veces, de que le pediría a la mamá de Dash que hirviera varias veces el agua, antes de usarla en la cocina; aunque no estaba tan segura de si tendría la confianza necesaria con la señora para hacerle llegar semejante petición.
Con miles de ideas en la cabeza sobre qué tipo de persona sería Dash, solo algo me quedaba claro: se había preocupado por mí y por mi padre; así que debía agradecérselo y mantenerlo al tanto de la situación. Pero, lo que sucedería después, me descolocaría más todavía.
Esa tarde, luego de que mi padre se recuperara y los médicos nos confirmaran que estaba estable, decidí llamarlo para que se enterara de todo. Mas su reacción fue inesperada.
‹‹¿Alo? ¿D-Dash?››
‹‹¿Quién eres? ¿Para qué me llamas? Me estás interrumpiendo. Estoy trabajando››.
‹‹S-Soy Eli››.
‹‹Ah, tú. ¿Cómo está tu papá?››
‹‹Está mejor. Ya los doctores le han hecho varios exámenes y...››
‹‹¿Se va a recuperar?››
‹‹Así es››.
‹‹¡Qué alivio! ¿Te lo han confirmado los doctores de verdad? ¿Está fuera de peligro?››
‹‹Sí. Justo acaban de informarme a mi mamá y a mí los resultados de su último electrocardiograma. Y está de mejor semblante. Todo está marchando sobre ruedas››.
‹‹Me alegro››.
‹‹Quería agradecerte por tu preocupación. De verdad me sorprendió tu mensaje y tus llamadas. Pero bue...››
‹‹Adiós››.
‹‹¿Eh?››
‹‹¿Dash? ¿Dash?››
¡Me había dejado con la palabra en la boca! ¡Era un idiota!
Para empeorar las cosas, había intentado llamarlo para preguntarle si había hecho algo que lo molestase para que reaccionase de tal manera, pero sin resultados positivos. Su teléfono había estado apagado desde entonces. Incluso, le había escrito un mensaje para preguntarle si algo le había molestado, pero sin respuesta alguna.
‹‹Ni te preocupes en insistirle. Lo he estado llamando antes, y también me sale la contestadora. Según me ha dicho Daría, se ha dedicado a trabajar y ha pedido que nadie lo moleste porque lo desconcentran, tanto que ha apagado su celular y ha dejado órdenes expresas que, solo en el caso de una emergencia, lo busquen. Él es así de raro e impredecible, por lo que no me sorprende››, me había dicho Valeria cuando le comenté de lo sucedido, y sí que lo era.
Todo esto me llevó a plantearme varias preguntas.
¿Cómo era en realidad Dash? ¿Alguien difícil de tratar? ¿Alguien que abría su corazón cuando menos te lo esperabas? ¿Alguien que podía dedicarte una mirada asesina que te hiciera temblar? ¿Alguien que te brindase un gesto de consuelo cuando lo necesitaras? ¿Alguien huraño? ¿Alguien amable? ¿Alguien mal hablado? ¿Alguien que tenía la palabra justa de apoyo y de preocupación? Ni idea. Pero de algo estaba segura.
Luego de su mensaje de preocupación por mi papá, y muy a pesar de su reacción posterior al hablar por teléfono, mi opinión hacia él había cambiado.
Ya no era aquel chico al que tenía idealizado de tiempo atrás, no. Luego de nuestro choque inicial, había pisado tierra. Todas mis ilusiones sobre él se habían disipado en un santiamén. Me había parecido irreal, sino inexistente, aquel joven de mirada amable y sonrisa radiante que alguna vez hubiese visto en alguna fotografía que hubiese pegado en la pared de mi cuarto, tiempo atrás. No obstante, por otro lado, tampoco era que estuviese desilusionada. Y esto era raro.
A diferencia de aquella tarde, en la que había estado pensativa en la cama de mi habitación en la pensión de Daría y dudaba sobre si seguir trabajando a su lado, ahora no le tenía miedo. Todo lo contrario. Era una sensación extraña, una mezcla entre curiosidad e intriga sobre cómo en realidad era él.
¿Era amable? ¿Era un patán? ¿Preocupado? ¿Insensible? ¿De buen corazón? ¿O un imbécil? Ni idea. Pero, de algo estaba segura. Tenía unas ganas inmensas de trabajar a su lado, conocerlo mejor, aprender sobre su experiencia en la escritura mientras era una especie de "practicante", como lo llamaba Valeria.
Ya no le tenía miedo. Todo lo contrario. Me causaba una gran curiosidad, y por eso mismo, estaba más decidida que nunca a volver a Lima y estar a su lado. Y ¿quién sabe? Descubrir qué era lo que, en realidad, escondía dentro de ese inaccesible corazón, cuyo propietario ahora vestía ese polo celeste roto de manga largas, cuya barba había crecido más que la última vez que lo había visto y me miraba con un movimiento de cabeza, a modo de saludo en la cocina de su casa.
-Ho-hola -dije temerosa-. Ya regresé -añadí al tiempo que cerraba la puerta del pasadizo y colocaba mis mochilas a un costado. Me parecía raro no ver a doña Daría y encontrarme a él, ya que Valeria había dicho que se había encerrado en su habitación durante varios días. ¿Quizá había cambiado de parecer?
Él me observó de manera seria para luego beber de su vaso, que me hizo pasar saliva, pero luego me relajé. Con aquellos ojos fácil podía hacer palidecer a cualquiera, de no ser porque, en el fondo, yo sabía que el ogro no era tan malo como lo pintaban.
Me pareció que iba a abrir la boca para contestarme, mas alguien lo interrumpió. Lo cogió por detrás del cuello, provocando que su rostro serio cambiase a uno de sorpresa y posterior fastidio.
-Tú debes ser la nueva inquilina y mascota de Dash, ¿eh? -habló un chico de pelo negro y ojos saltones, como los de un sapo.
¿Se atrevió a llamarme mascota? ¿Qué me había visto este? ¿Cara de perro? ¡Ayyyyy!
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