Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 16

El estrés es una de las razones más comunes para la enuresis en adultos. Los cambios a los que estaba enfrentándome —como la charla que me esperaba con la directora y después contigo, la próxima cirugía, la mudanza...— eran lo bastante estresantes como para tener ese efecto en mí, o eso me dijo la tía Emma para tratar de animarme. Me obligué a creerle.

Llegué a la escuela sin ganas de entrar a clases, mas como siempre me sacudí esos pensamientos, me senté frente al piano y atendí uno a uno a mis alumnos como si nada estuviese pasando, no importaba cuantos deseos nacieran en mi interior de largarme para no volver jamás. Apenas finalizó la lección, me dirigí al despacho de la directora para contarle cómo había avanzado la situación con mi madre. Adriana, dulce y comprensiva me dijo lo mucho que lamentaba mi partida, pero que me apoyaría.

Adriana me pidió que no dijera nada hasta encontrar un reemplazo, no quería más habladurías en los pasillos de la escuela. Acepté de inmediato, aunque luego de salir de su oficina empecé a preguntarme si eso había sido una especie de advertencia. En ese momento no estuve seguro, ahora pienso que sí.

Cuando llegó la hora de darle clase a tu grupo, tenía sentimientos encontrados. Una parte de mí estaba ansiosa por verte de nuevo, la otra parte estaba asustada de saber si seguirías enfadado conmigo y cómo debía tocar el tema. Antes de que pudiera meditar mis palabras o futuras acciones ante ti, entraste al salón caminando con tal fuerza que me sorprende que no hubieses quebrado el piso.

Me intimidaste e involuntariamente me encogí buscando protegerme. Yo era más grande y fuerte que tú, pero cuando alguien está en ese estado de ira puede hacer cosas inimaginables. Por un segundo pensé que levantarías el piano sobre ti y procederías a arrancarme la cabeza.

—Stephen, lamento lo que dije —comenté con la voz más gentil que tenía, aunque también sonó temblorosa—. No quería que tú...

—Necesito que me ayude a practicar esto para la apertura de la graduación —interrumpiste estirando una hoja de papel hacia mí, tu voz fue firme y distante. Confundido la sujeté, observando con más atención. Alcé las cejas al ver de cuál se trataba. Cada día conseguías sorprenderme más, Stephen.

—¿Y quieres cantar esto para una apertura? —te pregunté. Era una canción muy difícil de interpretar que requería de una excelente condición física y amplio conocimiento en técnica vocal.

—Voy a callarle la boca a un imbécil —añadiste muy fuerte y autoritario—. Estoy harto de ser noble y que la gente piense que eso le da derecho a pasar por encima de mí. Ya tengo mucho en la cabeza como para seguir soportando insultos verbales.

Ese brillo en tus ojos llenos de determinación, seguridad y fuerte orgullo jamás lo había visto. Me sorprendió sobremanera, puedo decir que incluso me asustó un poco. Ese lado de tu personalidad contrastaba demasiado con lo que yo conocía de ti hasta el momento. Aunque ahora, después de leer tus impresiones sobre esta historia, supongo que siempre estuvo ahí.

—M-me parece bien que te defiendas —señalé con un ligero titubeo mientras comenzaba a juguetear con la hoja impresa que me habías entregado—. Y te ayudaré con gusto, es más, ¿qué te parece si empezamos justo al terminar la clase? —añadí de inmediato con voz amigable—. Y si quieres después te invito a comer. ¿Qué dices?

—No somos pareja, ¿por qué saldría a comer con usted? —Una daga en el pecho me habría dolido menos que esa respuesta.

—Stephen no me hables así, somos amigos.

—¿Lo somos? Porque al parecer para usted si una persona invita a otra a un evento que le resulta importante, o son pareja o no son nada. ¡Los amigos se apoyan sin que eso deba significar algo más, no importa si hay sentimientos de por medio! Yo lo haría por ti si la situación fuera al revés.

—Tienes razón, pequeño —respondí previo a dejar la hoja de papel sobre el piano y ponerme de pie para avanzar hasta ti. Extendí los brazos y te envolví con ellos en un fuerte abrazo. Sentí cómo hundiste tu cabeza en mi pecho—. No quise hacerte daño. ¿Puedes perdonarme? —añadí, luego me atreví a besar tu frente.

—No quiero pero lo haré —dijiste haciendo voz de niño en plena rabieta, lo que me pareció sumamente tierno—. Me gustas demasiado aunque seas un idiota.

Escucharte decir eso le dio un vuelco a mi corazón que escondí en silencio. Te separaste de mi cuerpo con una amplia sonrisa que correspondí, luego te colocaste frente al piano antes de recordarme que aún no habías cantado para mostrarme el avance en corregir los errores que te comenté en la primera clase, así que querías hacerlo ese día. Acepté de inmediato.

—Por cierto —comenté con una ligera sonrisa—, estás sanando rápido de tus heridas, ¿verdad?

—Sí, algo —respondiste con algo de timidez, mordiéndote los labios. Amaba ese gesto tuyo—. He estado tomando antiinflamatorios y analgésicos, además de ponerme hielo y compresas calientes. Y el resto —añadiste apuntando con un dedo hacia tu rostro—, es maquillaje. Tomé un curso de maquillaje teatral hace unos años, pero nunca lo concluí. Solo sé hacer cosas muy básicas, pero mientras funcione está bien.

Sonreí y asentí sin hacer más preguntas. Habían transcurrido unos minutos cuando Francis llegó al salón de clases, y poco después entraron Doris y Brenda —a quien tú llamas la pelirrosa—, así que con el fin de evitar constantes interrupciones, te pedí que esperaras a que llegasen todos para iniciar. Pedírtelo fue una equivocación...

—El error que me señalaste principalmente fue acerca de la forma en que canto los finales de algunos versos, así que trabajé mucho en eso —comentaste con una sonrisa traviesa.

Tus compañeros estaban sentados en el piso a un costado del piano para escucharte, mientras, yo asentí ansioso de que comenzaras. La canción a interpretar también sería tocada por ti en el piano, y aunque en primera instancia no la reconocí porque cambiaste ligeramente el ritmo, después sentí que mi corazón se paralizó.

Si quieres

Me estoy contigo toda la vida.

Hasta que muera.

Si quieres

Puedo ayudarte a que me quieras.

A que me quieras

Un poco más.

Yo me estaría toda la vida

Siempre contigo.

No creas mi vida que es mentira

Lo que te digo.

No me hagas esto, Stephen, pensé en ese momento. Mi piel se erizó al mismo tiempo que el estómago se me revolvía de alegría y culpa; sentía mariposas revoloteando en mi interior. Francis y Brenda emitieron un suspiro audible, conmovidas por la pasión con que interpretabas, por la magia que logras cuando de música se trata. El significado de la canción brotó de tu corazón, dominó en el ambiente. Lo sentí en el fondo de mi pecho.

De que me gustas es verdad.

De que te quiero es verdad.

Mas si me quieres aceptar

No necesitas decir sí.

Tan solo bésame y sabrás

Que como un loco estoy de ti enamorado.

Los aplausos eufóricos acompañaron al gran final que le diste a la canción. Desvié la mirada y tan solo negué con la cabeza, viendo sin ganas de reojo la forma cortés en que agradecías a tus compañeros por sus felicitaciones. Yo no podía creer que te hubieras atrevido a cantarme semejante canción aún a sabiendas de los rumores que corrían sobre nosotros, pero tuve que callarme por el resto de la lección.

—¿Por qué elegiste esa canción? —te reclamé por fin al término de la clase. Tus compañeros estaban saliendo del aula, así que lo dije casi en un susurro.

Tú, con una sonrisa de medio lado y sujetando la mochila con tus dedos por encima de tu hombro derecho, te colocaste la mano izquierda en la cadera antes de responder.

—Me dijiste que mis finales estaban algo flojos y esta canción es ideal para trabajar con eso. —Había cinismo en tu voz. Eso me molestó.

—Sabes que de por sí se rumorean cosas sobre nosotros, ¿crees que dedicarme algo así ayuda?

—¿Y quién dijo que la canté para ti? —añadiste de inmediato conteniendo una risa.

Ladeé la cabeza sin entender a qué te referías. Por un segundo sentí una oleada de celos, pero al ver que mirabas con discreción por encima de tu hombro hacia la puerta, miré también. Vi a Francis besar ligeramente a Brenda en los labios antes de que se alejaran por completo del salón. Entonces entendí tu comentario, lo que me hizo sonreír.

—Eres muy dulce —te dije con ternura.

—No me digas esas cosas, no eres mi pareja —soltaste de golpe. Me giré para mirarte con los ojos muy abiertos, sorprendido de lo rencoroso que eres. Al hacerlo, te vi sonreír con amplitud antes de volver a hablar—. Tengo antojo de pizza. ¿Vamos después del ensayo?

Me carcajeé y asentí. No permanecimos en el salón ensayando más de una hora, conocías muy bien la canción, así que tan solo te hacía falta pulir detalles menores. Después de eso salimos a comer pizza —tal como me lo pediste—; reímos, te conté sobre mi viaje y la situación en mi casa, omitiendo que al finalizar el mes debía mudarme a vivir con ellos por tiempo indeterminado. Tú me platicaste sobre tus ensayos en la secundaria para el evento de graduación, lo mucho que te emocionaba y también, del chico que estaba molestándote. Te pregunté qué te hizo decidir enfrentarte a él, pero solo respondiste que era un secreto. Yo respeté eso.

Al terminar la comida —que estuvo a una hora de convertirse en cena— te llevé a tu casa, y al llegar ahí nos encontramos a un hombre sentado en el porche con la cabeza hacia abajo. No pude ver su rostro, pero estoy casi seguro de que se trataba de tu padre; sus manos colgaban sobre sus rodillas como si no tuviese fuerza para levantarlas. Me giré para preguntarte si sabías algo al respecto o necesitaban ayuda, pero tu cara pálida me enmudeció.

—Cuando me baje del auto vete rápido —susurraste y, sin darme tiempo de responder, descendiste—. Y no te detengas hasta llegar a la avenida.

No sabía qué hacer ni cómo reaccionar, tenía un nudo de terror fastidiando en el estómago; aturdido, obedecí tus palabras y di marcha adelante al coche, aunque con la mirada puesta sobre el espejo retrovisor para observar tus movimientos en caso de que me necesitaras por cualquier motivo... sin embargo tú, sin saludar si quiera, usaste tu llave para abrir la puerta, entraste y cerraste tras de ti.

El hombre ni siquiera se inmutó ante tu presencia, permaneció sentado en el frío asfalto, como muerto. Eso me hizo dudar si realmente se trataba de tu padre, porque hasta donde había podido ver, con sumatoria a tus anécdotas e historias sobre él, ustedes dos tenían una relación estrecha. Él te adoraba. La reacción de ambos en ese preciso momento fue discordante con ello.

Ahora, si me lo permites, quiero dejar mi intervención hasta aquí y leer tu versión de lo que ocurrió contigo en mi ausencia y, sobre todo, después de ese día, porque la siguiente vez que nos vimos nuestra flor ya se estaba marchitando. Aunque eso fue lo mejor para los dos, dolió demasiado.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro