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Capítulo 3: Salute.

A pesar de que las opciones dentro del armario son infinitas, termino entrando en un sencillo modelo azul sin mangas de falda con corte recto a la altura de mis tobillos y escote de la misma forma. Tras tomar una rápida ducha en el baño de la Señora Ferragamo, seco mi cabello y entro en él y en un par de zapatos de tacón de una sola tira agradeciendo que Catalina y yo calcemos lo mismo porque no me veo usando un atuendo como este, el vestido más bonito y fino con el que he andado, con mis zapatillas de sirvienta. Confieso que me siento tentada cuando veo su joyero, pero paso de él.

Tomar una pieza dentro ya sería demasiado abuso de mi parte.

En su lugar me conformo con la cruz de oro alrededor de mi cuello de mi madre e intento disminuir la simpleza de mi apariencia tejiendo una trenza con la forma de una tiara en la cima de mi cabeza, dejando algunos mechones libres escapar de ella y enmarcar mi rostro de forma romántica. Cuando termino ni siquiera evalúo demasiado el resultado en el espejo, consciente de que por mucho que me esfuerce nunca seré tan hermosa como Catalina o cualquier de las mujeres ligadas a la familia Ferragamo, y salgo al pasillo. La habitación de Catalina está en el segundo piso, así que solo tengo que descender un tramo de escaleras para llegar al salón principal. Los pisos de este son de mármol, pero sus paredes continúan siendo de piedra y teniendo el mismo estilo que tenían hace siglos. Conozco de memoria cada obra colgando de ellas. Juegos de niños de Pierter Brueghel. Dos cuadros de Miguel Ángel sin nombre que vinieron con la casa cuando la adquirieron de los Médeci.

Me tenso cuando mi mirada se cruza con la de mi abuelo, quién supervisa el trabajo de los mesoneros y de la cocina, y este se adelanta hacia mí para alcanzarme al detallarme y darse cuenta de que no llevo mi uniforme, pero yo apresuro mi andar antes de que me alcance y me recuerde que no soy absolutamente nadie.

Lo apresuro tanto que vuelvo a chocar con un Ferragamo.

Al alzar la vista me congelo al ver un par de ojos dorados, pero mirando más allá de él noto a Antonio junto a Catalina, quién ríe y come como no la he visto hacerlo desde que se divorció, por lo que debo parpadear varias veces para asegurarme de que no sea un sueño. La mirada de la persona frente a mí se suaviza al detallarme, también parpadeando como si no creyera que estoy frente a él.

―¿Alessandro?

―Antonella ―susurra, sin aliento, las comisuras de sus ojos arrugadas debido a su sonrisa―. Ha pasado tanto tiempo.

Afirmo, importándome absolutamente nada que mi abuelo y el resto de su familia nos estén viendo. Sintiéndome en el límite de la realidad y lo que más deseo, me pongo de puntillas y lo rodeo con mis brazos, aspirando su aroma a campos de hierba y sol en pleno verano. A lluvia suave y ruidosa al chocar contra las hojas. A paz después de la tormenta. Me separo cuando una mano toma mi muñeca y me obliga a mantener la distancia de Alessandro, retirándome de él de forma cruel. Esta también me hace girar y apartar mis ojos del heredero de los Ferragamo, lo cual no habría hecho voluntariamente luego de años sin verlo u olerlo. Está más alto, ahora es de la misma altura que Antonio, y llena bien la ropa casual que lleva, un suéter oscuro, botas y jeans holgados, pero que sé que también son de una casa importe de moda de Italia.

Aunque el favorito de la industria es Antonio dada la complejidad y el carisma de su fea personalidad, Alessandro es hermoso y vale la pena convencerlo de llevar una de sus prendas. Una ligera barba dorada cubre sus mejillas, recordándome que ya no es un chico, sino un hombre, y no puedo evitar que el sonrojo se adueñe de mis mejillas al ver la expresión conocedora de Donato. Este me mira como si fuera una niña que no supiera su lugar en la mesa o en le vida en general, pero quién no lo sabe es él.

Servir a los Ferragamo es mi trabajo.

No tiene por qué ser mi vida entera.

―Antonella ―dice mi abuelo entre dientes―. Necesito tu ayuda en la cocina. Ponte tu uniforme y ve a servir a los patrones.

Mi estómago se hunde ante su humillación.

Todos en la habitación están mirándonos, incluido el padre de Antonio, Alessio, quién está sentado en un extremo apartado de la mesa con una copa de vino en la mano y nos observa con deleite.

Para él no somos más que un pobre entretenimiento.

―Abuelo, por favor. La señora Ferragamo me invitó ―suplico, lo cual no hace más que aumentar la furia en sus ojos azules.

―Este no es tu lugar ―sisea tirando de mí hacia él con fuerza, pero Alessandro se interpone entre nosotros colocando su mano sobre la suya, sobre la que ahora mantiene alrededor de mi brazo.

A regañadientes mi abuelo afloja su agarre sobre mí, pero siento cómo una marca empieza a hacerse en el sitio en el que me apretó, lo cual es embarazoso dado que mi vestido no tiene mangas y todos podrán verlo. Una vez me suelta del todo, Alessandro lo contempla con expresión dura mientras mantiene una mano presionada contra mi espalda baja sin que esto llegue a ser irrespetuoso.

―Acabo de regresar a casa, Donato, y Antonella es una figura muy importante de mi infancia, ¿podrías permitirle cenar con nosotros? Estoy seguro de que se lo merece ―pide de forma educada a pesar del enojo silencioso que contiene su mirada. Se fue por cinco años, pero al regresar se dio cuenta de que algunas cosas no han cambiado, como la actitud de Donato―. Tu nieta trabaja muy duro desde temprana edad. Trabaja más de lo que probablemente cualquier miembro de mi familia ha trabajado en siglos. Merece un descanso.

Sin poder hacer nada más, mi abuelo retrocede y se inclina ante él.

No puede contradecir tan abiertamente a sus patrones.

Si el deseo de Alessandro es que me una a él en la mesa, debe respetarlo.

―Como usted considere, Señor Ferragamo.

Antes de irse, sin embargo, me mira fijamente y veo la promesa en sus ojos de un castigo fuera del conocimiento de Alessandro, Antonio y Catalina. Una vez hay distancia entre nosotros, me giro hacia el recién llegado y vuelvo a abrazarlo, feliz de que esté aquí. Ahora entiendo el buen humor de Catalina y su emoción de hoy.

―Te extrañé ―murmuro en su oído, a lo que sus labios también se dirigen al mío y hacen cosquillas en esa zona sensible de mi piel al hablar en su contra, su voz teñida de cariño y aprecio.

―Yo también te extrañé, ángel.

―¡Alessandro, trae a Antonella, vamos a cenar! ―dice Catalina, haciendo que nos separemos y caminemos directamente hacia ella.

Durante el trayecto su hijo toma mi mano en la suya, entrelazando nuestros dedos como cuando explorábamos la mansión Ferragamo unos años antes de que se fuera, y me guía a mi asiento frente a su madre y Antonio, el cual retira para que ocupe y luego ajusta empujando hacia adelante. Unos segundos después está a mi lado.

Contengo un suspiro.

Alessandro Ferragamo es todo un caballero.

Su madre, a diferencia de mí, no mantiene en secreto lo orgullosa que está del encanto de su hijo y suspira da forma soñadora.

―¿No es mi hijo el hombre más hermoso y caballeroso de la Toscana, Antonella? ¿Acaso no fue traerlo al mundo la mejor decisión que pude haber tomado como mujer? ―pregunta y me limito a guardar silencio, sonriendo, lo que da pie a más halagos. Antonio se mantiene junto a ella en silencio, mirando fijamente hacia la mesa con el brazo extendido sobre esta para jugar con la tapa de un salero. Se ve igual de sorprendido con la presencia de Alessandro que yo. Todos alzamos la vista cuando uno de los mesoneros llena su copa con champagne y Catalina la alza en el aire. Otros también llenan las nuestras y los tres nos vemos obligados a hacer lo mismo―. La noche de hoy estamos aquí para celebrar el regreso de mi príncipe dorado, Alessandro Ferragamo, el heredero del imperio textil más grande de toda Europa, a la casa en la que nació y creció y luego lo vio partir con la misión de convertirse en el gran empresario que llevará las riendas del negocio familiar rumbo al éxito internacional. Contigo aquí, hijo mío, mi corazón ha vuelto a latir como no lo ha hecho desde que tu padre se fue con esa puta.

―Mamá... ―susurra Alessandro, sus ojos dirigiéndose a los míos para ofrecerme una rápida disculpa, a lo que me encojo de hombros porque nadie ha estado más cerca de Catalina en los últimos años que yo, pero es Antonio quién se pone de pie e impide que beba el contenido de su copa arrebatándosela con suavidad.

―No puedes beber alcohol con las pastillas que te recetó el doctor, tía ―le explica cuando esta lo mira en búsqueda de una explicación―. Tampoco deberías desperdiciar saliva mencionando a la golfa que usurpó tu puesto. No vale la pena que ensucies tu alma de esa manera por ella y la ceguera de mi tío Adriano, quién no se da cuenta de que el único motivo por el que esa mujer se casó con él fue por el dinero y el poder de la familia Ferragamo, no por amor o por las ganas de formar un cálido hogar a su lado, como tú lo hiciste.

Amor.

Aunque mi alma no deja de estremecerse con emoción debido a la presencia de Alessio junto a mí, no puedo evitar mirar fijamente a Antonio al escucharlo hablar de amor. Nunca llegué a pensar que el diablo conocería la existencia de ese sentimiento o que llegaría el día en el que lo oiría hablar de él. No soy la única. Alessandro también lo observa. Su padre. Los hombros de Catalina descienden. Aunque sus ojos empezaban a lucir enojados, se llenan de amor mientras extiende la mano para acariciar la mejilla de su sobrino.

―Mi hermoso diablo ―susurra ella―. Gracias por recordármelo.

Él gira su rostro hacia su mano, besándola con cariño.

―No es más que la verdad.

Al otro extremo de la mesa, Alessio Ferragamo bufa.

―Desperdiciaste demasiadas palabras bien elaboradas para describir la idiotez de mi hermano, Antonio. La verdad es que Adriano está en la crisis de los cincuenta y un coño mojado se sentó sobre su polla anciana. Por eso dejó a Catalina. Porque ya no le interesa el amor o su familia, sino demostrar su virilidad y que todavía es capaz de preñar a una yegua. Nosotros ya no le importamos, ni su negocio. ―El hombre, quién solo es una de las razones por las que Antonio es como es, liberal y descarado, pero también una mente maquiavélica y brillante, se ajusta sobre su asiento y deja escapar una nube de humo mientras le sirven el primer platillo. Cuando el mesero se aleja, fija su vista en Alessandro y en mí mientras apaga su cigarrillo presionándolo contra un cenicero―. Espero que no sea hereditario.

―Padre ―gruñe esta vez Antonio a la vez que Alessandro se tensa.

Me esperaba algún tipo de comentario de este tipo por su parte ya que Alessio no tiene ningún tipo filtro al momento de decir lo que piensa, realmente ninguno, así que ni siquiera me lo tomo personal. En realidad incluso le doy las gracias dentro de mi mente ya que debido a ello Alessandro alcanza mi mano por debajo de la mesa y la aprieta, entrelazando nuestros dedos, para darme ánimos.

Mi corazón late tan rápido que a penas puedo soportarlo.

―¿Sí, hijo? ―le pregunta Alessio como si no hubiera dicho nada malo que ameritara ser amonestado―. ¿Cómo va tu último diseño? ¿Piensas presentarlo a la junta? Te aconsejaría aprovechar que Alessandro está aquí para convencerlo. Una vez parta a Milán será difícil que te pongas en contacto con él, incluso siendo vicepresidente del negocio familiar. Lo sé por experiencia. Renuncié al cargo para dártelo a ti y pregúntame si he sentido alguna diferencia. Nadie me llamaba antes para tomar una decisión importante y nadie lo hace ahora, pero los cheques todavía llegan.

―Alessio ―lo riñe Catalina al ver la reacción de Antonio, a quién no le gusta que mencionen su talento oculto y que mucho menos le recuerden que nunca aspirará a la misma posición que su primo, quién es el legítimo heredero de la industria Ferragamo―. Basta.

Alessio la fulmina con la mirada.

―Pensé que estábamos dejando salir lo que nos molestaba de Adriano y de esta familia, querida. Así como te escuché y te di mi apoyo, tú también deberías escucharme a mí y darme tu apoyo.

Catalina asiente, luciendo cansada, y extiende su mano hacia él.

―Lo tienes, Alessio, sabes que lo tienes incondicionalmente, pero la noche de hoy estamos aquí para celebrar el regreso de Alessandro, quién ha decidido trasladar las oficinas principales de la empresa a Florencia ―susurra y contengo la respiración al darme cuenta de lo que eso significa, que Alessandro no volverá a irse, y este aprieta mi mano para confirmarlo―. Mi niño no volverá a irse de su hogar.

Antonio dirige sus ojos a su primo al escucharla.

―¿Eso es cierto? ―pregunta y por alguna razón suena a recriminación cuando debería estar feliz.

Ahora que la administración del negocio estará en Florencia y Alessandro tomará el mando de su padre, se le hará más fácil involucrarse. Todos ganan con esa decisión, por lo que no entiendo su reacción. Ya acostumbrado a que su primo siempre quiera llevarle la contraria por un motivo u otro, Alessandro asiente.

―Sí.

―¿Por qué no se me notificó sobre esto? ―gruñe Antonio, a lo que su padre gesticula un te lo dije―. Soy el vicepresidente y poseo un veinticinco por ciento de las acciones, Alessandro. No puedes tomar este tipo de decisiones sin consultármelo. La familia necesita tener su presencia en Milán, cerca de los diseñadores y las pasarelas.

Alessandro asiente.

―Lo sé, primo, y solo falta tu permiso para hacerlo definitivo. Tenía pensado hablar contigo en privado, pero mi madre se adelantó. Considerando cuál es el fuerte de cada uno de nosotros, pensé que lo mejor sería que me estableciera aquí, dónde están nuestros talleres y puedo dedicarme a aumentar y mejorar la producción, y tú te convirtieras en la figura de nuestra familia en Milán ―explica―. Después de todo eres a quién los diseñadores aman, Antonio, no a mí, y eres mucho mejor con las relaciones públicas que yo. Representas bien el nombre de nuestra familia, primo. Cada vez que asistía a una reunión con nuestros clientes preguntaban por ti, no por mí. Causas una primera impresión que es difícil de olvidar. Eso es lo que necesitamos. Aunque me duela reconocerlo, el concepto de familia ha sido olvidado y ahora lo que llama la atención es un hombre como tú. Revolucionario. Atrevido. ―Señala su camisa―. Un hombre que no teme usar una camisa con botones de oro turco.

Haciéndonos contener el aliento a todos, Antonio se incorpora luciendo escalofriantemente enojado y consternado.

―Esta mansión es la esencia de los Ferragamo. Puedo negociar contigo viajar a diario a Milán, pero no abandonar mi hogar. También espero que consideres darle un buen puesto a Amelia. Ella ha sido quién ha manejado todo esto mientras estabas en Londres fingiendo que no existíamos y tu padre se revolcaba con esa zorra ―sisea, haciendo reír a Catalina, quién se limita a contemplarlos como si esta fuera otra más de sus peleas de niños rivalizando entre sí o queriendo jugar con el mismo juguete.

Pero no lo es.

Lo siento en el ambiente.

Dónde antes había cariño en el trasfondo de sus palabras, tanto de un lado como del otro, ahora solo hay enojo y molestia.

Ya no son niños con diferencias.

Son hombres con diferencias.

La mandíbula de Alessandro se aprieta mientras asiente.

―Por supuesto que lo tendrá.

―Eso espero, Alessandro, o usaré el carisma del cual hablas para iniciar una revolución en la junta directiva. Eres mi primo, pero ella es mi hermana y merece más de lo que esta familia puede darle. ―Mira a su tía―. Lo siento, tía Catalina, acabo de recordar que tengo un compromiso con Cédric al que debo asistir, en especial ahora que soy el rostro de la familia ante la industria, pero fue un placer haber asistido a tu cena y espero que el resto de ella transcurra maravillosamente para ti. ―Sus ojos viajan a los míos mientras besa la cima de su cabeza―. Si pueden guárdenme postre. Querré devorarlo durante la noche mientras todos ustedes duermen.

―Si, Señor ―susurro sin darme cuenta de lo que hago, a lo que Alessandro se tensa junto a mí y vuelve apretar mi mano, esta vez con tanta fuerza que al instante llevo mis ojos a los suyos, los cuales se ven oscuros, y la suelta ya que estaba lastimándome.

―Lo siento, Antonella, no fue mi intención herirte ―murmura tomando sus cubiertos―. Antonio me enerva.

―No eres el único al cual enerva ―dice Alessio del otro lado―. Estoy enojado con Antonio por no invitarme a esa reunión. Seguro se divertirá con el CEO de Balenciaga mientras nosotros morimos de aburrimiento y nos vamos a dormir temprano. ¿Lo ves, Antonella? Soy un cero a la izquierda para todos en esta familia.

Sonrío, intentando aligerar la tensión en el ambiente al recordar lo mucho que esta reunión significaba para Catalina.

―Para los invitados de su última fiesta no es así, Señor.

El padre de Antonio ríe al recordar todo el desastre que hizo al traer a su amante, un panadero del centro de Florencia veinte años menor que él, y exponerlo ante todos sus amigos heterosexuales, ricos y llenos de pudor. Puede hablar lo que quiera de su hermano, pero no es el único Ferragamo en la crisis de los cincuenta.

En su caso desde que tenía veinte y salió del clóset.

―Me agradas, niña. ―Aplaude, haciendo que el servicio se acerque. Relame sus labios al ver que se trata de Federico, uno de los nuevos sirvientes que mi abuelo contrató―. Trae una de esas exclusivas botellas de vino Van Allen. Lo siento por mi adorada Catalina, pero necesitamos celebrar el regreso de mi sobrino a Italia. Sin importar las discusiones, porque las discusiones significan vida y me alegra que mi familia no haya muerto, estoy sumamente feliz por el regreso del chico. ―Alza su copa cuando la llenan―. Por Alessandro.

Sospechando que me embriagaré ya que esta es la primera vez que ingiero alcohol, alzo la mía mirándolo de reojo.

―Por Alessandro.

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