Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 1: Domestica.

La Mansión Ferragamo fue construida a mediados del siglo XVI. Pertenecía a los Médeci, una de las familias más importantes e influyentes de Europa durante el Renacimiento en Florencia, y luego pasó a los Ferragamo tras la caída de su imperio en 1700. Los Médeci eran fanáticos del arte y se les conocía por haber financiado a genios del ámbito como Dante, Petrarca y Boccacio, los tres autores toscanos más importantes de la literatura itialiana, así como también a otros artistas, por lo que su influencia está plasmada en cada centímetro de la mansión. En las obras de arte de millones de dólares debido a su autenticidad colgando de las paredes. En las cortinas y muebles de terciopelo. En la arquitectura de balcones y ventanas dobles que caracterizan la vivienda principal, la cual tiene tres pisos y cinco torres.

Alrededor de ella hay pequeñas, pero no por ello menos imponentes, construcciones que corresponden a caballerizas, depósitos de provisiones, una capilla y viejos talleres de confección de lana que ahora se han convertido en museos para las ratas porque desde hace casi un siglo ningún Ferragamo crea por sí mismo sus telas.

El alojamiento del servicio se halla en el sótano.

Lo bueno de estar bajo tierra es que quizás sobreviviría si la tercera guerra mundial se desata mientras duermo y Florencia es bombardeada.

―Antonella, ¿puedes venir? ―pregunta la madre de Alessandro con su habitual tono de voz suave y susurrante, pero lleno de una mordaz amenaza silenciosa disfrazada con amabilidad. Esta dice que si no la obedezco habrá una consecuencia, pero es así como sucede con cada integrante de su familia. Incluso si son buenos conmigo, como ella y su hijo, jamás podré olvidar cuál es mi lugar. No cuando no puedo negarme a realizar cada cosa que pidan―. Necesito tu ayuda en algo, mi niña. No creo tener las fuerzas necesarias para hacerlo por mí misma. Estoy vieja y desecha, pero tú todavía eres joven.

―Sí, Señora Ferragamo.

Bajo del escalón sobre el que estaba para poder alcanzar y desempolvar la Anunciación de Leonardo Da Vinci, el cuadro del famoso pintor en el que se ve plasmado el momento en el que el Ángel Gabriel visitó a María para decirle que ella sería la madre del salvador. Es irónico que esa sea la obra sobre la cual gire la decoración de su habitación tomando en cuenta que Alessandro Ferragamo es el único noble entre los miembros de su familia.

Salió a su madre, no a su padre.

―¿Qué necesita? ―pregunto suavemente cuando llega a su lado, a lo que se alza apoyándose en sus manos para poder verme mejor.

Ajusto la almohada tras ella para que esté más cómoda y sus labios se curvan con agradecimiento. No puedo recordar la última vez que la vi fuera de esta cama, pero sé que han pasado semanas o quizás meses.

―Pedí un vestido de una reconocida diseñadora a en Milán. Llegó a la agencia de correos esta mañana. ―Toma su agenda, la cual mantiene sobre la mesita de noche junto a ella, y escribe un número sobre ella que saca de su teléfono―. Llamaré para decir que tú irás por mí. Este es el número de guía. Esta es una ocasión especial para mí y ya que eres la única en la que confío en esta casa, me gustaría que fueras tú quién fuera a recogerlo.

Trago.

La historia de Catalina es triste, incluso más que la mía. Su esposo, Adriano Ferragamo, se divorció de ella hace tres años y contrajo matrimonio con una joven veinte años menor que él. Fue un escándalo que sacudió Florencia y que Catalina aún no ha superado, quién entró en una profunda depresión al ya no ser la señora Ferragamo. No solo fue reemplazada por el hombre al que decidió dedicarle toda su vida, sino que también este le arrebató todo lo que tenía, lo cual era absolutamente todo, y la redujo a nada. Esta depresión es tan fuerte que no le permite valerse por sí misma, el cual no es el verdadero motivo por el que no ha abandonado la mansión Ferragamo, sino Alessandro. Este le prohibió a su padre echar a su madre del que siempre había sido su hogar mientras no alcanzara cierta estabilidad. Tomando en cuenta que es su único heredero, a Adriano no le quedó de otra que aceptar.

En consecuencia la vida dentro de la Mansión Ferragamo fue horrible para el nuevo matrimonio con la ex esposa aún presente, por lo que desde hace dos años optaron por vivir en Milán. Es por ello que casi no se ve al cabecilla de la familia en el hogar natal de los Ferragamo. Con Alessandro cursando sus estudios universitarios en el exterior, solo quedan Catalina, el hermano de Adriano, Alessio, y su sobrino para servir en la Mansión.

Solo tres Ferragamo cuando solían ser siete.

Acepto el papel con el número de guía y lo guardo en el bolsillo de mi uniforme, ya ideando un plan para salir de la mansión.

―Sí, Señora Ferragamo. Iré durante el almuerzo.

Tras escucharme se relaja contra las almohadas.

No sé si esto representará algún problema debido a que Adriano le prohibió el uso de la fortuna Ferragamo a excepción de un pequeño porcentaje si se va de la mansión en un desesperado intento porque haga esto último y pueda regresar con su nueva esposa, pero supongo que Catalina le pidió dinero a su hijo para ello. De lo contrario habrá un problema más adelante, cuando Adriano se de cuenta de que pidió otra cosa a su nombre y al de su familia, pero no me corresponde a mí involucrarme o negarme a ayudarla.

Yo solo cumplo órdenes.

Tras abrir las ventanas para que entre el aire fresco de la primavera y el sol le otorgue un poco de color a la piel pálida y sin vida de Catalina, me despido de ella con una inclinación y tomo mis instrumentos para continuar con mis tareas en el resto de la mansión.

Su voz, sin embargo, me detiene cuando estoy a punto de salir.

―Deberías tomar tus ahorros, si tienes, y comprar un vestido bonito para ti también ―dice, a lo que giro el rostro hacia ella, negando.

―Mis ahorros... no son para un vestido, Señora Ferragamo.

Sus labios se curvan suavemente, su cabello rubio haciéndola lucir aún más fantasmal. Si se lo pintara de un tono un poco más oscuro al menos tendría algo de color en ella, pero justo así se ve como si tuviera sesenta y no cuarenta y dos, lo cual todavía es joven. Podría iniciar una vida nueva si quisiera. Podría encontrar el amor de nuevo si tan solo creyera.

Pero su depresión...

Su depresión me rompe el corazón.

Su actitud de ahora me alegra, sin embargo.

Puede ser un delirio, pero me consuela verla emocionada.

―Un vestido nunca es una mala inversión. ―Dicho esto se inclina hacia un lado, lo cual me hace creer que está a punto de caerse o de levantarse para arrojarse de la ventana que acabo de abrir, pero luego se incorpora sosteniendo un sobre con dinero. Lo extiende hacia mí y niego, consciente de que eso debe ser lo único que tiene a pesar de vivir en un castillo y de haber sido su reina por veinte años―. Ten, Antonella, y no te atrevas a negarte a tomarlo. No preguntes por qué, pero pronto estaremos celebrando algo y ambas necesitaremos vestidos bonitos. ―Su expresión se suaviza―. Además, me haría mucha ilusión verte usar algo además de ese feo uniforme. Nunca tuve una hija aunque me moría por hacerlo y darle a una pequeña niña todo lo que yo no tuve mientras crecía, así que compláceme.

Sin tener otra opción, afirmo y lo guardo en uno de los bolsillos con múltiples usos de mi uniforme. Mientras lo hago otra mano toma mi muñeca y me hace alza la vista hacia ella. Mi corazón se rompe definitivamente al ver sus pupilas dilatadas y su mirada desorbitada.

Es un delirio.

―¿Señora Ferragamo? ―murmuro.

Sus ojos azules se llenan de lágrimas.

―¿Puedes llamar a Adriano? Necesito hablar con él. No lo he visto en semanas y Alessandro lo extraña. No deja de llorar por él.

Mi pecho se llena de dolor.

Afirmo y saco mi celular de uno de mis bolsillos porque el suyo solo le permite ponerse en contacto con su hijo y con su psiquiatra.

―Claro que sí.

Tras marcar el número que tengo registrado como Adriano, una voz masculina y grave inunda mis oídos. Una voz que se asemeja a su ex esposo. Debo irme y continuar con mis tareas, pero me quedo unos minutos mientras hablan porque necesito obtener mi teléfono de vuelta.

―¿Catalina? ―responde esta del otro lado, haciéndola sonreír, lo que es aún más doloroso que ver que su depresión debido a que la persona que la generó no debería ser capaz de hacerla tan feliz, pero lo hace.

―Adriano ―suspira ella―. Te extraño tanto, ¿cuándo regresarás? Alessandro no deja de llorar porque también te extraña. Ya gatea.

Contengo la respiración.

Esta vez Alessandro es un bebé, pero hace unas semanas era un niño de cinco años que se había caído esquiando en los Alpes, a dónde la mente de Catalina la llevó a pesar de que estábamos viviendo el inicio de la primavera. Después de que termina de hablar con la persona del otro lado de la línea, le tiendo una de sus pastillas junto a un vaso con agua, su medicación para estos casos, y termino de salir de su habitación sintiéndome devastada.

*****

La hora del almuerzo, cuando tengo una hora y media libre, no llega lo suficientemente rápido, pero cuando por fin lo hace corro hacia las escaleras que descienden al sótano y camino por el pasillo de piedra que siempre huele a pan recién horneado antes de girar en dirección a mi habitación. No sé si Catalina estaba alucinando o no, así que dejo su dinero en mi mesita de noche para regresarlo a su escondite más tarde y me cambio por un vestido blanco sin mangas, el cual es fácil de poner y de quitar, y zapatillas.

Dejo mi uniforme extendido sobre la cama para hacer más sencilla la tarea de ponérmelo cuando regrese. No necesito que el abuelo me vea y me pregunte a dónde estoy yendo, lo cual es probable que termine en él prohibiéndomelo, así que me dirijo al camino principal de la mansión casi de cuclillas y paso de tomar mi bicicleta. Llevo una pequeña mochila con florecitas que usaba para ir a la escuela comunitaria antes de empezar a trabajar para los Ferragamo para meter el vestido de la madre de Alessandro.

Necesito un medio de transporte más rápido si quiero estar de vuelta antes de que se den cuenta de que me fui, por lo cual no voy por mi bicicleta y en su lugar me acerco a pie a la carretera para alzar mi brazo.

Levanto mi pulgar, haciendo autostop.

Por esta parte de la Toscana, Montughi, no pasa ningún tipo de transporte público. Solo transitan autos de lujo y vehículos destinados a proporcionar servicios para mantener a todas las mansiones del área atendidas, así que mi esperanza es que algún camión de provisiones se detenga y me lleve al centro de Florencia. Alzo mi brazo cuando un camión se dirige a mí, pero lo dejo caer cuando pasa de largo.

Unos segundos después viene otro.

Este sí frena junto a mí. Me apresuro a asomarme por una de sus ventanas, pero retrocedo al ver tres hombres mayores en la cabina y al notar que no hay espacio para mí. Ellos también lo hicieron antes de detenerse.

―Puedes sentarte en mis piernas si quieres ―propone el que está sentado junto a la puerta, quién debe tener la edad de mi abuelo Donato, pero niego y continúo caminando.

Probablemente me tome más tiempo del que esperé y no llegue a tiempo para incorporarme al turno de la tarde, lo que hará que me sancionen, pero necesito ir por el vestido de Catalina.

No puedo decepcionarla incluso si lo que hago es fruto de un delirio.

―No, gracias.

―Vamos ―insiste, pero continúo negando y mirando hacia el suelo mientras camino, pensando que si finjo que no existen se irán.

Lo hacen. Después de llamarme estúpida y puta, aceleran el camión generando una nube de polvo que me hace toser y entrecerrar los ojos, por lo que no me percato del momento exacto en el que un Bugatti negro se estaciona frente a mí hasta que la vibración del motor me hace abrirlos de golpe. Mi cuerpo se tensa y se pone aún más en estado de alerta al identificar a Antonio Ferragamo en el asiento piloto. Está vestido elegantemente con un traje negro, así que supongo que se dirige a un almuerzo de negocios en Florencia. Una de sus manos está sobre el volante, su brazo extendido, y la otra deja su celular en uno de los compartimientos de la puerta.

Su expresión al dirigirse a mí es inexistente, como sus emociones.

Me ve como si hablara con un perro o una cosa, no una persona.

―¿A dónde vas, sirvienta?

Trago, ajustando la correa de mi mochila sobre mi hombro.

Pienso en mentirle, pero termino diciéndole la verdad por dos razones.

No es fácil ocultar algo a una persona que te hace sentir desnuda con sus ojos y tampoco estoy ocultando un delito.

―La señora Ferragamo me pidió que recogiera algo en la agencia de correos por ella, Señor ―murmuro―. Me dirijo al centro.

Sus ojos se suavizan ante la mención de su tía, pero luego su rostro de facciones salvajes y violentas, como si de ser una obra de arte hubiera sido moldeado por el odio y el desprecio, haciéndolo bello, pero odioso, se vuelve nuevamente pétreo y vacío.

―Ya ha pasado media hora de tu descanso para el almuerzo, ¿crees poder llegar a pie y regresar en una hora o tienes pensado chuparle la polla a cualquiera que pase por aquí para que te lleve? ―pregunta y me estremezco, lo cual hace curvar sus labios. Me mantengo en silencio, así que prosigue tras unos segundos en los que se hace obvio que no tengo planeado responder porque hablar de cualquier cosa con Antonio solo es echarle leña a un incontrolable fuego―: Acércate.

¿Qué?

¿Por qué quiere que me acerque?

Tras tomar una honda respiración, lo hago.

Me muevo hasta acabar cerca de la ventanilla y por un momento pasa por mi idea la idea de que se ofrecerá a llevarme, pero la descarto cuando no hace ningún ademán de abrir la puerta para mí.

―¿Qué vas a buscar en el correo? ―interroga.

Respondo sin mirarlo directamente a los ojos.

Si no lo hago puedo fingir que no es mi patrón.

Que no vale mucho más que yo.

―Un vestido. La señora Ferragamo dice que pronto necesitará uno. No me dijo por qué, pero estaba tan emocionada que no pude negarme y decidí ir durante mi descanso de almuerzo. No me importa si regreso tarde y me sancionan. Esto es importante para ella y es mi trabajo hacerlo todo para que los Ferragamo estén bien. Ella es a quién fui asignada.

Hay un largo momento de silencio en el que solo escucho el motor de su Bugatti. Tras él no sabría decir si su tono de voz se vuelve más suave o no, pero al menos no se escucha como si quisiera apuñalarme, lo que no es personal. Antonio Ferragamo es odiado, pero esto es recíproco.

Él nos odia a todos, prefiere estar solo, y no es discreto sobre ello.

―¿Eso es lo único que ibas a hacer?

Niego.

―También iba a regalarle un tinte.

―¿Un tinte?

Afirmo.

―Un nuevo color para su cabello. Un tono rubio más oscuro traería algo de alegría a su rostro y la haría sentir mejor.

―¿Ella te lo pidió?

―No.

―¿Entonces qué te hace creer que tienes la potestad de decir cómo un Ferragamo debe lucir? ¿Eres estilista? ¿Sabías que ahora para tocar el cabello de alguien como nosotros debes tener una carrera y una licencia? ¿Te graduaste en alguna maldita universidad o tan siquiera terminaste la preparatoria, sirvienta? ―Niego, las lágrimas viajando a mis ojos, y lo escucho suspirar―. No seas una llorona, maldita sea. Dame la guía. Me encargaré del vestido para que puedas regresar a tus deberes. ―Le tiendo el papel que me dio Catalina. Estaría insegura sobre confiarle a Antonio cualquier cosa, pero no si se trata de su tía. Ella es sumamente importante para él, casi tanto como lo es para Alessandro―. ¿Algo más? ―pregunta y niego―. Bien. Regresa y limpia mi habitación. Te quiero ver desempolvando cada rincón y fregando los pisos para cuando regrese en un par de horas. La sirvienta de esta mañana no lo hizo bien, ni la de ayer. Si mi alergia vuelve por culpa de tu mal servicio, te convertirás en mi enfermera también.

Afirmo, estremeciéndome ante la idea de pasar más tiempo a solas con él.

Por lo general evito estar en cualquier habitación en la que esté.

―Sí, Señor.

Pero a pesar de sus palabras, no se va.

―Mírame a los ojos cuando me hables.

Lo hago.

Alzo la vista sintiendo mi pecho arder.

Antonio Ferragamo es la mano que retuerce el cuchillo que siempre ha estado clavado en él, el de no ser alguien, a su placer.

―Sí, Señor.

Su mirada dorada brilla con complacencia.

―También limpia mi baño.

―Sí, Señor.

―Y lava mi ropa, incluso la que ya está limpia, y mis sábanas. De nada sirve que desempolves si podrían tener ácaros.

Mi garganta se contrae.

―Entendido, Señor.

―Bien. Hasta dentro de dos horas, sirvienta ―dice antes de acelerar, a lo que me echo hacia atrás para evitar que me pise con las ruedas traseras de su Bugatti y que la nube de humo me asfixie ya que lo hace de forma abrupta.

―¡Imbécil! ―grito con todas mis fuerzas cuando se aleja lo suficiente, pero empiezo a correr en dirección a la mansión al ver cómo su diabólico auto deportivo, como él, se detiene abruptamente.

*****

Lorenza es una mujer robusta que también tiene mucho tiempo trabajando para los Ferragamo, pero no es amargada como Donato y canta canciones mientras hace la colada de todos los miembros de la mansión. Tiene ayudantes, pero aún así mi abuelo dijo que viniera con ella a penas regresé de mis clases en la escuela comunitaria para los niños de los trabajadores de la Toscana. Somos varios de varias edades, pero con la misma maestra.

Todos aprendemos lo mismo.

En Génova eso era diferente.

Siempre aprendíamos cosas nuevas, no solo a leer y a escribir, a sumar y a restar. Aprendíamos sobre planetas. Sobre plantas. A multiplicar y dividir. Ya no recuerdo cómo hacerlo a pesar de que hace unos meses sabía cómo.

Mamá y yo practicábamos las tablas todas las tardes.

Ahora solo recuerdo la del uno y la del dos.

En silencio, siempre practico la del dos.

Si la olvido... si la olvido creo que se sentiría como si la olvidara a ella y no puedo hacerlo ya que en cualquier momento regresará por mí y me las preguntará y no quiero que piense que soy una tonta como Donato.

Uno por dos, dos ―susurro mientras miro mis manos, sentada sobre una cesta de ropa sucia porque Lorenza no me pone tareas. Dice que Donato es una mala palabra que no puedo repetir y que irá al infierno por esto, así que solo me pide que espere a que la tarde pase para regresar al pasillo del servicio en el sótano―. Dos por dos, cuatro. Tres por dos, seis. Cuatro por dos, siete. Cinco por dos... ¿diez? Sí, diez. Seis por...

Buenas tardes, Lorenza.

Guardo silencio al escuchar la voz de Alessandro.

Buenas tardes, Señorito Alessandro, ¿en qué puedo ayudarlo?

Antonella, la nieta de Donato, ¿está aquí?

Sí, mi niño, aquí está. ―Estoy tras un estante de lavadoras, así que Alessandro no puede verme―. Está por allá, pero no puedes verla hasta que me prometas que serás un príncipe bueno y amable con ella.

Alessandro ríe de forma encantadora ante sus palabras y suspiro.

Es tan bueno siempre.

Lo prometo, Lorenza.

Bien. Vayánse. Este no es un sitio dónde los niños deben pasar su niñez. Los cubriré con Donato si aparece por aquí.

Gracias ―dice en su dirección antes de detenerse frente a mí en un uniforme de fútbol del Juventus, su equipo favorito. Cuando me mira sus labios se curvan―. Mi padre me compró una nueva bicicleta. Tiene un asiento para ti en la parte de atrás. ―Me ofrece su mano―. ¿Paseamos?

Trago.

Debería quedarme aquí repasando las tablas de multiplicar para no olvidarlas jamás y porque si salgo de la lavandería y Donato me atrapa volverá a castigarme sin dejarme salir de mi habitación por días, quizás para siempre esta vez, y si estoy allí mis padres no serán capaces de encontrarme cuando regresen, pero sus ojos dorados contienen tanta luz que se me hace imposible resistirme y termino entrelazando mis dedos con los suyos. 


Sorprise! 

Como le han dado tanto amor al prólogo y a la historia en sí, decidí darles otro cap hoy. 

Muchas gracias por siempre creer en mí y en mis personajes. 

Las quiero. 


Dedico capítulo a la siguiente que + comente 



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: #romance