
》Veinticinco《
>C a p í t u l o V e i n t i c i n c o:
¿Lo recuerdas?
Nunca antes había sentido ese jodido sentimiento de culpabilidad.
Era como tener algo dentro de mi, algo que quiere explotar y darme mi maldito merecido de una vez por todas.
Solía ser un reverendo imbécil la mayor parte del tiempo. Estaba consciente de ello.
Pero había veces en las que simplemente no podía con eso.
Ahora estaba sentado en la sala de espera de un hospital. Con la cabeza colgando de mi cuello, y con mi mirada perdida en mis manos.
Miraba mis nudillos rojos. Se miraban mal, y se suponía que debían de doler ante cualquier tipo de movimiento o toque. Pero sorpresivamente no sentía nada. O bueno, más bien, unos nudillos mal heridos eran el menor de mis preocupaciones en este momento.
Cada que tomaba aire, el fuerte olor a medicamentos se filtraba con el oxígeno.
Aunque de todas formas, no es como que eso fuera de alta importancia.
Sentí un breve toque en mi hombro. Alce la vista para ver de quién se trataba. Y Alonso me saludo de nuevo con una sonrisa reconfortante y en su mano extendió uno de los cafés que traía.
Me negué casi al instante.
Él se sentó a la par mía con una bocanada de aire saliendo de su boca de una manera un tanto exagerada.
—Te hará sentir mejor.—mencionó refiriéndose a el café. Parecía temeroso de decir algo incorrecto. Así que me miró expectante por una respuesta.
—Un contenedor de plástico lleno de líquido marrón caliente, podría ayudar a alguien qué pasó la noche con insomnio.—me giré para verle.—Yo tengo un problema más grave que eso, ¿lo entiendes bien, Villalpando?
Mi tono mordaz lo había hecho hacerse pequeño en su propio asiento. Enseguida evadió mi mirada y miró las bebidas calientes.
Mi mirada se suavizó junto con todos mis músculos al ver que nuevamente había sido un idiota. Como ya era de costumbre.
—Lo siento...
El negó con la cabeza y volvió a mirarme con una sonrisa tímida.
—Tranquilo. Cuando estoy en situaciones difíciles, nunca sé cómo actuar y bueno... lo arruino todo.—habló, echándose la culpa, mientras esbozaba una sonrisa de comprensión total.
Sonreí fugazmente.
Pase mi dedos por mi cabello y suspiré pesadamente.
Miré el reloj en mi pantalla del móvil. El tiempo era cada vez más eterno. No había ni una sola noticia de _________, y con cada segundo que pasaba, mi paciencia se iba acabando.
—Estará bien Jos. Sólo respira.—volvió a hablar al ver cómo apretaba fuertemente mi mandíbula.
Negué con la cabeza. Apreté mis puños.
—Alonso esto es mi culpa.—hablé casi en un susurro. Me ahogaba con mis propias palabras.
Lo miré culpable. Mis ojos estaban comenzando a sentirse más húmedos de lo normal. Y Alonso lo notó.
—Debí detenerme. Debí... debí evitar la estúpida pelea con Ethan. Quizás así... ella no se hubiese desmayado, y no se hubiese golpeado al caer.
Recordé la escena como si la estuviese viviendo de nuevo. Yo estaba golpeando salvajemente a Ethan. Escuchaba gritos lejanos. Y cuando me giré para ver a ________, ella estaba cayendo al suelo. Los segundos eternos en los que la vi desvanecerse fueron los peores de mi vida.
Entonces golpeó su cabeza y parte de su torso contra un par de rocas en su jardín.
Había sangre en su frente...
Su rostro vulnerable me volvió a la realidad en ese instante y nada me importó más. Sólo que ella estuviese bien.
Porque era por mi culpa que ella estaba aquí ahora y no en casa, disfrutando de una cena con la familia de Ethan.
—Jos...—susurró Alonso al verme.
No lo había notado hasta que vi la expresión compadecida en su rostro.
Estaba llorando.
Yo estaba llorando. Y se sentía bien.
Me sentía tan desprotegido, y tan débil. Porque ella no despertaba y eso me jodia terriblemente. Pero de alguna manera, llorar era una forma de soltar todo.
Alonso me abrazó y lloré en su hombro.
Mi corazón fue calmándose poco a poco, hasta que pronto sólo quedaron rastros salados en mis mejillas. Y un par de hileras de pestañas empapadas.
Los minutos pasaron y con ellos, las horas también se fueron.
Y cuando me di cuenta, los últimos rayos de Sol se asomaban por las ventanas del hospital. La noche había caído.
Yo estaba cansado. Mis párpados pesaban más y más.
Alonso había llamado a mi madre, así que estaba sentada a mi lado, acariciando mi mano y diciéndome que todo estaría bien.
Lo único que quería era verla. A ________.
Ethan y su familia estaban sentados frente a nosotros, todos me lanzaban miradas de indiferencia. Excepto Ethan. Él parecía estar pasando por lo mismo que yo.
Quizás no era tan malo.
Un hombre de barba y cabello blanco, que portaba una bata se acercó a nosotros.
—¿Familiares de la señorita Figueroa?—preguntó en voz alta y me puse de pie al Segundo que dijo su nombre.
El hombre me miró, luego miró a Ethan, quién se paró segundos después que yo, y entonces miró a la madre de ________. Quién había venido apenas se enteró de lo ocurrido.
—Soy su madre.—dijo la señora, con la preocupación en la mirada.
El doctor le hizo una seña para que lo siguiera.
Ambos hablaron a unos cuantos metros de todos nosotros, la madre de _______, cubrió su boca con sus manos después de escuchar lo que el doctor había dicho.
Eso no me daba ningún tipo de alivio.
Mi corazón estaba pasando por un colapso terrible.
¿Qué ocurría con ________?
El doctor abrió la puerta de la habitación y alcé la mirada intentando ver algo. Pero sólo pude ver una habitación con una luz amarilla muy tenue que apenas alumbraba algo.
La puerta volvió a cerrarse y yo estaba desesperado. Quería explotar, estaba por explotar.
Si no la veía pronto... si no me enteraba de su estado pronto... no sabría lo que haría.
Nuevamente fui preso del tiempo. No quité mis ojos de la manija de la puerta, durante todo el rato que la madre de ________ estuvo dentro.
Entonces vi girar la dichosa manija y salte de mi asiento como un rayo. Era el doctor, quien salía rápidamente de la habitación.
—¿Cómo está ella?—pregunté en susurros desesperados.
—¿Quién? ¿La chica o su...
—La chica.—hablé con cierto tono voraz.
Estaba desesperado, el hombre no decía nada y yo necesitaba una respuesta.
—¿Es familiar suyo?—habló alzando una ceja, inspeccionando mi rostro.
—No, soy...
Perdí las palabras. Y busque algo... cualquier cosa... pero no encontré una palabra que me describiera a mi y a ________. No tenía un título como todos los demás, y no sabía si eso era bueno o era malo.
—Soy... su amigo.—finalice.
—¿Un amigo solamente?—acaso dijo eso sólo para restregármelo en la cara una vez más? Ahora detesto aún más los hospitales.— Chico, hay gente aquí que realmente le interesa saber el estado de la Señorita Figueroa, como a algún hermano o un tío.—comenzó a caminar, dispuesto a irse y dejarme ahí plantado. Pero lo tomé del antebrazo y el hombre me miró.
—Ella y yo... —carraspee.— Somos mejores amigos desde los tres años.—me miró expectante.— y... si no me dice que ocurre con ella, juro que golpearé al primer hombre que vea.—lo amenace, insinuando que él sería ese tal hombre.
Me miró algo dudoso, pero completamente asustado sobre mi amenaza. El trago saliva y se preparo para soltarlo todo.
Lo escuché atentamente en cada palabra.
Y joder... ahora que lo sabía todo... quería morir.
Narra _______:
Miraba expectante la habitación en la que me encontraba. Todo estaba ligeramente pintado con una capa de oscuridad. La lámpara de mi costado no lograba iluminar todo.
No sabía lo que ocurría. Pero mi muñeca tenía un par de cables conectados que me estaban aterrando. Y mi cabeza estaba ligeramente vendada, al igual que mi brazo.
¿Cómo había llegado hasta aquí?
La puerta de la habitación se abrió, una luz blanca sobresaltó a mis ojos, había una silueta en la entrada. Después entró y cerró la puerta detrás.
Sonreí en grande al ver una cara familiar. Pero mi sonrisa se borró poco a poco al ver que mi madre lloraba. Sus ojos estaban hinchados de tanto hacerlo.
—¿Mamá estás bien?—le pregunté algo preocupada por ella. Ella intentó sonreírme pero yo sabía que no podía.
Solo asintió y tomó una silla para después arrastrarla hasta el costado de mi cama.
Se sentó serenamente y me miró con una sonrisa pacífica, mientras acariciaba mi cabello.
—¿Qué pasa?—pregunté después de varios segundos.
¿Porque estaba actuando tan raro?
—Mamá, ¿podemos irnos ya? Siento que los hospitales te causan algo.—hablé con ambas cejas alzadas y una mueca graciosa. Pero mamá no rió.
—Aún no podemos. Pasarás la noche aquí... y... espero que sólo sea una noche...—murmuró.
Se notaba que le era difícil hablar. Y eso me estaba asustando.
—¿Qué pasó?—volví a preguntar.
Quería saber que era lo que la tenía tan mal. Pero al mismo tiempo, me aterraba saber que algo andaba terriblemente mal en mi.
Ella negó con la cabeza y se estiró lo suficiente para besar mi frente.
—Estarás bien. Dentro de varios días, yo lo sé.
—Mamá, dime qué pasa.—ahora yo sonaba asustada.
Pero Mamá no dijo nada. Y me abrazó y no paró de preguntarme cosas acerca sobre mi día. A qué hora había despertado esta mañana. Que había desayunado. Y que había hecho después.
Respondí a todas con la verdad. Pero por alguna razón ella soltaba cada vez más y más lágrimas.
Luego estuvimos un largo rato en silencio. Únicamente disfrutando de nuestra compañía. Se sentía bien en realidad.
Entonces tocaron la puerta.
Alce mi cabeza y miré como la puerta se abría. Era de nuevo el doctor de barba blanca. Pero entonces un chico de cabello oscuro y cejas grandes apareció detrás de él. Sabía quién era, y no pude evitar sonreír.
—¡Jos!—exclamé emocionada. Estuve a punto de saltar de mi cama e ir a abrazarlo fuertemente, pero mi madre me detuvo y me miró firmemente. Luego miró a Jos.
Se puso de pie y caminó hasta el, ambos susurraron cosas que no lograba escuchar.
¿Qué ocurría con todos últimamente? Nadie me quería decir nada y eso me estaba enfadando.
—...ni siquiera se te ocurra...—escuché susurrar a mi madre.
Jos sólo la miró y asintió, mi madre lo miró unos segundos más, analizando su rostro. Y después ella y el doctor se fueron, dejándonos solos.
Le sonreí y él me sonrió de vuelta.
—Creí que no estarías aquí.—murmuré algo tímida.
—Jamás te dejaría sola, Cisne.
Se sentó en la silla. Mi ceño se frunció.
—¿Cisne? Jos hace años que no me llamas así.—sonreí con una ceja alzada.
— Lo sé... pero debí llamarte así cada día desde que te conocí. Es muy lindo... Justo como tú.
Sonreí con las mejillas rojas.
Me acerqué hasta él y besé sus labios fugazmente.
Como necesitaba eso.
—Me alegra que hayas vuelto antes.
Su ceño se frunció.
—¿De dónde?—pronunció expectante, su profunda mirada comenzó a ponerme nerviosa.
—De Colorado, Jos.—dije obvia.—Ibas a irte una semana entera para ver a tu abuela...—dejé de hablar, recordando que su abuela estaba muy enferma.
Miré que sus ojos estaban rojos, quizás por haber llorado. ¿Qué tal si le había ocurrido algo a su abuela? Joder, que estúpida.
—¿Ella está bien?... ¿tu abuela?—pregunté temerosa.
Jos suspiró, y pasó ambas manos por su rostro.
—No te preocupes por ella, está bien ahora.—me sonrió.
Sonreí débilmente y asentí.
—Pero... aún hay algo de lo que debemos hablar.
Me acomodé en la pequeña cama.
—Ven conmigo, Jos. Recuéstate aquí.—le dije, haciéndome a un lado y dejándole un espacio en la cama.
—________, por favor escucha.
—Quiero que te recuestes conmigo Jos. En verdad te extraño y... quiero abrazarte por...
—¡Escucha, joder!—exclamó.
Lo miré algo asustada. Me sentía estúpida, como si hubiese hecho algo mal.
—Lo siento...—se disculpó y tomó mi mano.—Pero necesito que lo sepas. Tú necesitas saberlo.
—¿Qué cosa?
Mi voz estaba temblorosa. Temía que fuera algo terriblemente malo.
—Sobre lo que te paso, _________.
Trague saliva y puse atención a sus palabras.
—Tu madre no quiere que lo sepas pero...
—¿No quiere que sepa que?—lo interrumpí. Sentía que mis ojos se humedecían poco a poco.
Jos suspiró y miró nuestras manos juntas.
Luego me miró a mi.
—Está mañana te desmayaste... te golpeaste fuertemente en la cabeza y en el brazo...
Lo miré expectante, casi conteniendo la respiración. Sentía una fuerte presión en el pecho.
—_______... Tú... tienes amnesia.
Las lágrimas cayeron, mis pulmones tomaron el aire que necesitaba, y mi corazón se achicó.
No podía creerlo.
Entonces quise gritar y llorar...
—Pero lo recuerdo todo.—dije y Jos comenzó a negar con la cabeza.—¡Jos lo recuerdo todo!—comencé a llorar más fuerte.—... Tu y yo... pasamos la mejor semana de nuestras vidas. Comimos helado... nadamos con Pepinillo... fue increíble, ¿no lo recuerdas?... entonces tuviste que irte a Colorado por tu abuela. Jos por favor dime que lo recuerdas...—ahora sollozaba.
Jos me abrazaba fuertemente.
—Lo recuerdo, ________.—me dijo.— Pero eso fue hace un año.
Mis ojos se abrieron. No lo podía creer. La respiración me hacía falta.
—Olvidaste un año de tu vida.
No... no podía... no podía ser cierto...
Sentía que iba a colapsar... yo quería colapsar.
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