Cómo administrar el Tiempo (#PGP2024)
Maté al Tiempo con un tiro en la cabeza. Después, descargué el arma hacia su cuerpo que yacía tendido sobre la alfombra del departamento. Fue un verdadero desastre.
¿Por qué lo hice? No tenía opción. Escribía el final de la novela que cambiaría la historia de la literatura mundial: el best-seller de todos los tiempos, el relato eterno. ¿Saben?, la primera y última línea deben de ser excepcionales.
¿Cómo cerrar una obra magnífica, magnánima y elegante? Elegía con cuidado: ¿aliteración?:
Y, mientras sonreía, sentía el sabor de la sangre sobre sus labios...
No, era absurdo. Eso, en realidad, no era una gran aliteración. Borré el texto.
¿Utilizando el gíglico de Cortázar?:
Y como dos amalamas gemelanas que hablalaban un mélimo idioloma...
No, no podía replicar la estrategia de otro autor, de uno de los grandes, en mi texto. Tenía que ser creativo, muy creativo.
Las manecillas del reloj indicaron las 23:45 horas. Me quedaban exactamente quince minutos para escribir la línea final y enviar al editor el archivo.
Los millones de copias vendidas; los millones de e-books descargados; los cientos de premios; las giras, las conferencias y las notas de prensa abrirían el camino para recibir, finalmente, el Premio Nobel de Literatura. Sí, sería mío. Murakami tendrá que esperar un año más. Es un gran amigo y lo siento mucho por él.
Encendí un cigarrillo. Quince minutos era más que suficiente para lograrlo. Escribí:
Y la luna observó cómo dos almas se fundían en un...
¿Acaso soy poeta? ¡No y no! Escribo terror, no esas cursilerías baratas que... que... empalagan a cualquiera. Eliminé la frase.
Llamaron a la puerta. No atendí. Debía de concluir la tarea, era momento de cerrarla, de sellar el texto:
Y al observar el cuerpo frente a él una sensación, esa sensación que había sentido antes, volvió a...
Toc, toc.
—Quien sea, ¡largo! —grité desde el escritorio.
—E.S. Nathan, el famoso escritor y creador de pesadillas: abre —una voz un tanto gutural ordenó desde fuera.
—Estúpido —susurré, pero un leve escalofrío me advirtió de algo.
23:48 de la noche, restan doce minutos. Borré el texto y escribí:
Y lentamente se acercó al cuerpo que yacía tendido sobre la alfombra de...
Golpearon nuevamente en la puerta. Me levanté y caminé enfadado hacia ella. Mi paciencia llegó al límite. Abrí con fuerza:
—¡Qué! —grité.
No se inmutó. Su rostro delgado y pálido permaneció inmóvil. No tenía expresión alguna. Me miró de abajo hacia arriba y con voz cordial y resuelta habló.
—E.S. Nathan, ¿me permite pasar?
—¿Qué quiere?
—Lindas plantas.
—¿Qué hace en mi casa a esta hora de la noche?
—El tiempo se ha agotado.
—¿El tiempo? ¡Ah! John te envío. Debí imaginarlo. Es una persona muy ansiosa y no pudo esperar a recibir la novela en su bandeja de entrada, ¿verdad? Adelante —dije aliviado al entender que mi editor había enviado a uno de sus empleados por el manuscrito. Tiene el don de contratar a la gente más extraña.
El sujeto entró al departamento y se dirigió hacia uno de los sillones de la sala. Mi lugar favorito. Cruzó la pierna izquierda sobre la derecha y me observó atento. Esperó.
—Son las 23:50 p.m. Tengo diez minutos para concluir. Mientras lo hago... ¿café?
—No —respondió de manera tajante—. Y no veré a John... al menos esta noche.
—Es una excelente reserva: gran aroma, cuerpo, acidez... Allá usted si se la pierde. Mi oficina se encuentra en esa habitación. Se queda en su casa —caminé hacia el escritorio.
23:53 p.m. Fumé lo que quedaba del cigarrillo. La mayoría de mis escritos se caracterizan por tener un excelente final y este, que me daría el Premio Nobel, debía de ser superior y excepcional:
Al sentir la sangre sobre sus pies descalzos...
El hombre apareció frente a mí.
—¿Qué hace aquí? Le pedí esperar de aquel lado.
No respondió, se encontraba totalmente estático. Me miraba fijamente mientras inhalaba y exhalaba, inhalaba y exhalaba, inhalaba...
«Al demonio», pensé. Regresé al monitor de la computadora.
... inhalaba y exhalaba, inhalaba y exhalaba, inhalaba... el sonido poco a poco se volvió más y más perturbador.
—¿Podría retirarse y permitir que concluya mi trabajo, por favor? Si no lo hace, nunca podré terminar ni entregárselo para que se marche y lo lleve a John. Así que... ¡largo! —señalé la puerta que da hacia la sala.
—El tiempo se ha agotado —al fin dejó de inhalar y exhalar de esa manera tan... tan...
—¡No! Son las 23:57 de la noche y eso significa que tengo tres minutos más.
—El tiempo se ha agotado —insistió.
—Si no me permite concluir, claro que se agotará —respondí molesto.
El hombre acercó su rostro al mío.
—No me interesa el relato. Tu tiempo se ha agotado —dijo con ese mismo tono de voz que escuché cuando llamó en la puerta.
—¡Está loco! —me alejé de él.
—El tiempo que tenías destinado ha concluido.
—¿El tiempo? Son las 23:58 p.m. Faltan dos minutos para...
—¡No me refiero a la estúpida novela! —gritó—. Se trata de tu tiempo.
—¿Mi tiempo? —pregunté con un hilo de voz.
—El de vida: he venido por ti.
No y no: ¡moriré sin ganar el Premio Nobel!
—¡No! ¡No puedo morir ahora! Tengo que terminar la novela. Sólo... sólo permítame escribir la última línea y entregarla, ¿ok?
—Está bien. Concluye —dijo autoritariamente y caminó de vuelta hacia la sala.
Aún no era momento de morir. Tenía que actuar y rápido.
Piensa...
Piensa...
Piensa...
Abrí el cajón superior derecho del escritorio buscando algo que me ayudara a ganar unos minutos más y, por supuesto, lo encontré. Me levanté sigilosamente y caminé hacia él. Se encontraba sentado en el mismo lugar, en la misma posición e inhalaba y exhalaba de esa manera tan... tan...
Me acerqué por su espalda y maté al Tiempo con un tiro en la cabeza. Después, descargué el arma hacia su cuerpo que yacía tendido sobre la alfombra del departamento. Fue un verdadero desastre.
Observé el reloj: 23:59 de la noche. Un minuto, debía elegir con cuidado. ¿Saben? La primera y última línea deben ser excepcionales. Comencé a escribir de nuevo:
Y así es como una obsesión se convierte en un susurro que se repite eternamente en el tiempo...
... y llamaron en la puerta.
—¡Largo de aquí! —grité.
—E.S. Nathan, el famoso escritor y creador de pesadillas: abre —era la misma voz gutural la que, una vez más, llamaba desde fuera.
—¿Quién... es? —El leve escalofrío regresó.
—E.S. Nathan, ¿me permite pasar?
¿Cómo era posible que fuera él si su cuerpo inerte estaba frente a mí? Su viscosa sangre se encontraba debajo mis pies. Debía averiguarlo: caminé hacia la puerta y acerqué el ojo a la mirilla: era él.
Y desde esa noche, cada que el reloj marca las 23:45 de la noche, el Tiempo llama a la puerta de mi departamento —el 21 B, por cierto— con la intención de llevarme con él. Lo recibo con amabilidad, lo invito a pasar y hago lo que me obliga hacer: matarlo para ganar algunos minutos extra, escribir la frase excepcional y, al fin, ganar el Premio Nobel de Literatura. Sí, lo sé: además de escribir bien sé cómo administrar el tiempo.
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