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Capítulo: OO.

2 meses antes de la actualidad.

El café es una de las bebidas más comunes que existen alrededor del mundo, con su exquisito sabor que lo diferencia de las demás bebidas. Y tal vez, aquella taza de porcelana que contenía aquel famoso líquido debió haber sabido igual que cuando lo probó por primera vez con Jung HoSeok, su mejor amigo. No supo si el cambio de sabor se trataba por la combinación que tuvo con sus lágrimas o simplemente se trataba de otro tipo de café.

Tampoco quiso fijarse mucho tiempo en eso, no cuando a unos metros de él se encontraba el ataúd blanco perteneciente a su mejor amigo. Esa caja color blanco estaba rodeada de arreglos florales de varios colores que hacían que el ambiente fuera más ameno, había dos soportes que sostenían dos de las fotografías más recientes del joven muchacho rodeada de velas en el suelo que daban una gran iluminación al gran altar.

Si el contexto hubiera sido otro, tal vez TaeHyung no se hubiera sentido como la mismísima mierda, pero es que no había otra explicación, no podía siquiera creer que su mejor amigo no estuviera ahí para él, abrazándolo y diciéndole que todo estaría bien.

Se había pasado casi 18 horas llorando desde que recibió la peor noticia del mundo, 18 horas desde que su corazoncito se había destruido por completo, 18 horas teniendo la esperanza de que todo haya sido la peor broma que el mundo le haya hecho. Con todo el dolor de su corazón había decidido asistir al funeral que la señora Jung había organizado horas después de haberse declarado muerto a su hijo.

El amor maternal que su madre le otorgaba quizás le hizo sentirse más fuerte ante la situación, pero cuando llegó y tuvo en frente de sus ojos esa caja blanca, sintió verdaderas ganas de vomitar y llorar hasta que Dios se apiadará de él. Un dolor inexplicable comenzó a expandirse por todo su cuerpo, sintiendo como su corazón dolía otra vez.

Ni siquiera logro darse cuenta cuando sus lágrimas comenzaban a ser protagonistas en todo su rostro, no fue hasta sentir unos brazos rodear su cuerpecito y así hundirse en aquel cálido abrazo, esperando que toda su tristeza fuera consumida por aquella persona.

—Acabas de tirar la taza, cariño —Otra vez, la voz suave de su progenitora lo hacía salir de su trance.

Entonces poco a poco pudo volver a sentir aquel liquido caliente que mojó sus zapatos y parte de su pantalón, sin embargo el dolor era poco comparado a lo afligido que se sentía por la situación.

—Tranquilo, todo estará bien, TaeHyungie —susurró la mayor, acariciando los mechones grises del menor mientras que con su diestra limpiaba las insistentes lágrimas de su hijo—. No pasa nada, tu padre recogerá eso.

Y aún sin separarse de aquel abrazo, la madre guio al menor hacia la sala de estar, alejándolo de la multitud que se encontraba en el patio. Sin separarse, decidieron sentarse en uno de los sofás vacíos.

—¿Quieres hablar, amor? —preguntó la mujer, con esa delicadeza que lo hacía sentir más pequeño, más débil.

Negó el peligris con dos movimientos de su cabeza, sin querer encararla y por ende, mojando la blusa costosa de la contraria, pues ninguno parecía querer deshacerse del abrazo. La señora simplemente hizo un gesto de tristeza, afirmando más la intensidad del abrazo.

En realidad, el menor tenía demasiadas ganas de hablar y decir todo lo que en ese instante sentía, pero aquel incesante dolor no lo dejaba hablar, simplemente podía llorar hasta que sus ojos dolieran. Ni siquiera se sentía capaz de abrir sus ojos y mirar alrededor de aquella casa, esa misma casa donde había aprendido a jugar videojuegos, donde había tenido su primera pijamada y donde por primera vez pudo vivir la experiencia de haber encontrado a esa persona especial.

Jung HoSeok fue su primer amigo antes de siquiera poder aprender a hablar, por ende, todos sabían lo importante que él era para TaeHyung, y viceversa. Y efectivamente por eso, fue un poco sorprendente saber que ni siquiera el mismísimo peligris supo o sospechó lo que su amigo había planeado semanas atrás.

—Mamá está aquí. ¿Lo sabes? Siempre estaré para ti, mi niño precioso —susurró, meciendo su cuerpo junto con el del menor, como si de un bebé se tratase, eso hizo que el menor calmará su llanto continuo, pudiendo nivelar un poco su respiración agitada.

Por otro lado, la señora Jung apareció en el marco de la gran entrada, sintiéndose demasiado vulnerable al presenciar aquella escena que la hacían extrañar más a su amado hijo. Limpio las rebeldes lágrimas que salían con rebeldía de sus ojos, con la servilleta que sostenía en su mano izquierda, con suavidad.

Se detuvo un momento, no queriendo interrumpir la preciosa atmósfera. Se dio la vuelta y decidió volver hacia el patio, un poco más valiente que antes.

No había nada que pudiera hacerla sentir mejor, pues había perdido para siempre a su gran tesoro, no había dinero ni nada que pudiera reemplazar la dicha de tener a su pequeño a su lado.

Sin embargo, le era reconfortante saber que su hijo siempre fue amado por cada una de las personas que en ese preciso momento se encontraban ahí, acompañándola en su duelo.

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