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Capítulo 36.

Aquel lunes era el último día de instituto antes de las ansiadas vacaciones navideñas donde la gente que había estudiado podía descansar. Me acababan de entregar el papel con todas las notas en mis diferentes asignaturas que estaban demasiado cerca de parecer un código de barras lleno de unos y ceros. No estaba siendo mi mejor curso.

Me dirigí al comedor una vez sonó el timbre, pero mientras caminábamos Sophie y yo, decidí parar un momento en el baño en lo que la rubia ocupaba nuestra mesa habitual.

Había recibido muchos mensajes de Mich, habíamos comenzado a hablar más seguido y sobre todo mostraba mucho mas interés que yo. No era desagradable hablar con él pero, en el fondo, no me llenaba lo más mínimo.

Después de usar el retrete me miré al espejo y suspiré, todavía quedaba mucho curso por delante pero esperaba poder salir de allí en cuanto cumpliera mi mayoría de edad. No soportaba aquel sitio, no soportaba Lansing y no soportaba Michigan.

Cuando iba a contestar a uno de los brillantes mensajes de mi móvil sobre el lavabo escuché como daban unos golpecitos al marco de la puerta.

Me quedé paralizada al verle.

Jayden estaba apoyado sobre un costado mirándome con una falsa seguridad que no le salía muy bien.

Nos miramos en silencio, estaba esperando a que dijese algo pero se limitó a mirarme fijamente con sus ojos esmeralda.

—Este es el baño de chicas. Por si..

—Ya lo sé. —Sonrió extrañado. —¿Crees que soy gilipollas?

—Hombre, te me quedas mirando como si lo fueras. —Contraataqué vilmente con una expresión serena.

El pelinegro rio amargamente. —Me lo merecía.

Volvimos a un silencio que mataba por romper. —¿Jayden, qué quieres?

—Darte la enhorabuena.

Le miré arrugando el ceño confusa. —¿La enhorabuena?

—Por tu nuevo novio. Parecías muy feliz con Mich.

Una rabia corrió desde mi estómago hasta las puntas de mi cabello. Jamás esperé que fuese así de infantil e inmaduro.

—Con que estás celoso...—Ignoré su acusación volviendo a mirarme al espejo. —¿No es que no me querías?

—No estoy celoso.

—Pues entonces gracias por tu enhorabuena. Yo espero que estés feliz con tu soltería. —Me acerqué a él —Te la mereces.

Y cuando me estaba yendo me agarró del brazo como de costumbre. Esa conversación no me estaba gustando.

—Emily, dime la verdad. —Sus ojos me rogaban —¿Quieres a Mich?

Le miré fijamente intentando descifrar su expresión, estaba claramente celoso pero... ¿si él no me quería entonces qué estaba reclamando?

—Jayden, no. No le quiero.

Volví a irme y cuando estaba a mitad de pasillo frené al escuchar sus palabras, unas que claramente me esperaba.

—Te mentí.

Cerré los ojos y respiré hondo. —Ya lo sé Jayden. No hace falta que me lo repitas.

—Te mentí con que no te quería.

No sabía si creerle, no sabía si mirarle o si seguir caminando. Decidí seguir congelada.

—¿Por qué lo hiciste?

—Porque no podemos estar juntos joder. Pensé que mintiéndote me mentiría a mí mismo, pero no puedo. —Vino hacia mí en lo que yo intentaba entender su intención tras la declaración. ¿Entonces si tanto me quería por qué no luchaba por mí?

—¿Me amas pero me echas de tu vida?—Me giré al escucharle tras mi oreja. Estábamos igual de cerca que en conversaciones anteriores donde no éramos más que extraños. Cara a cara era como nos enamorábamos.

En vez de contestarme se limitó a mirarme fijamente a los ojos, parecía intentar detener el tiempo, parar el aire que nos envolvía como una burbuja. Analizaba mi cara mientras yo no sabía en qué terminaría aquella conversación.

—Vente a mi casa mañana. —Ordenó sin un ápice de interrogación.

—¿Por qué debería ir?

—La invitación está sobre la mesa, tú sabrás que hacer con ella.

Pasó por mi lado dando la conversación por terminada y como siempre me volví a quedar parada en pleno pasillo con la cabeza infestada de dudas que revoloteaban por mi cráneo.

¿Debía ir?

Todos sabíamos lo que pasaría si iba.

¿Pero eso sería algo bueno o malo?

¿En realidad quería ir?

Claro que quería ir.

¿O era mejor pasar y olvidarle?









Allí estaba, día veinticuatro, en la puerta de Jayden, dudando si debía llamar al timbre o si debía volver a mi mugroso motel donde tampoco podía sentirme segura.

¿Pero habrá dejado las drogas? ¿O simplemente quiere echarme un polvo por necesidad? Pensé.

Mi corazón latía a máxima velocidad incluso aturdiéndome, ¿qué me había llevado hasta allí?

Aquello se sentía como mis últimos momentos en los cuales pasa tu vida por tus ojos como una película mala que te eriza la piel.

Cuando iba a llamar al timbre la puerta se abrió. Jayden, con su habitual pijama compuesto por un único pantalón de algodón, me miraba escondiendo una emoción que sus ojos delataban.

—Llevo esperándote todo el día. —Saludó sonriendo.

—Nunca dije que fuese a venir.

Me dejó pasar en un silencio que guardaba un "ambos sabíamos que iba a venir". La casa seguía igual, a pesar de tener un ambiente distinto, la felicidad que invadía cada rincón se había esfumado como un agua que se evapora. Aquello parecía un cementerio de recuerdos pasados.

—¿Quieres algo de beber?

—No, no gracias. Tenemos que hablar. —Dije lo más serena posible.

El pelinegro me miró con la boca entreabierta. —Entonces voy a por whisky.

Me senté en el sofá y acaricié a Peace mientras el pelinegro se servía una copa. Me sentía algo incómoda pero teníamos que volver a hablar seriamente.

—Pues cuéntame. —Abrió la conversación al sentarse algo alejado de mi en el sofá.

—¿Por qué me has invitado hoy a venir?

Jayden chasqueó la lengua sin muchas ganas de responder mientras yo repasaba los tatuajes de su pecho que parecían habérseme olvidado.

—¿Y tú por qué has venido?

—Para de devolverme preguntas sin responderlas.

—Bueno pues si tú tampoco respondes entonces nos quedaremos toda la tarde en silencio.

—Dudo que estés toda una tarde en silencio. —Sonreí.

—Eso tendría que decírtelo yo a tí. Yo tengo whisky de sobra.—Recalcó agitando su vaso de cristal.

—Bueno pues entonces voy a servirme otro.

—Estás en tu casa.—Bromeó sin mirarme.

Dos copas después notaba el calor de la bebida por mi frente y mejillas como una ola que me hacía querer hablar. Cosa que también le pasó a Jayden.

—¿Y si jugamos a un juego?—Propuso antes de beber de su tercera copa.

—¿A cuál?

—Ya que ninguno quiere responder preguntas, ¿y si sólo nos hacemos preguntas sin responderlas?

—¿Y eso es un juego?

—Ahora sí.

—Bueno está bien. Empiezas tú. —Me recoloqué en el sofá preparada para soltar cada pregunta que había rondado mi mente durante esos meses.

—¿Por qué has venido?

—¿Para qué me has invitado?

—¿Te gusta Mich?

—¿Estás celoso?

—¿Por qué debería estarlo?—Rio a la defensiva.

—¿Entonces por qué lo preguntas?

—¿No puedo preguntar?

—¿No te había respondido ya a eso? —Dije al recordar la conversación en el baño.

—¿La cosa no ha cambiado?

—¿Por qué iba a cambiar? —Rei incrédula.

—¿Dónde estáis durmiendo?

—¿Por qué nos dejaste ir?

Después de unos segundos en silencio pareció soltar otra pregunta pero se contuvo al balbucear la primera sílaba. Decidí volver a preguntar.—¿Me has echado de menos?

—Cada maldito minuto. —Soltó rompiendo las reglas del juego sin un ápice de duda en su mirada. Parecía haber querido decir eso durante todo este tiempo y el brillo en sus ojos me llamaba con ansias.

Sin pensarlo dos veces me senté a su lado sin romper el contacto eléctrico de nuestras miradas que parecían comerse a gritos. Yo también le había echado locamente de menos.

Con su gélida mano acarició con suavidad mi mejilla reparando en la curva de mi pómulo como si fuese terciopelo. No pude aguantarme y le besé de nuevo, otra vez con ganas, quizás nunca nos habíamos besado sin esas ganas del otro, quizás nuestros besos serían siempre la solución para todo.

Nuestros labios se juntaban y besaban con pasión mientras nuestras lenguas se entrelazaban mezclando esencias y dejándome probar el dulce néctar de sus labios sabor whisky.

¿Me volvería a arrepentir? ¿Ese beso sería un aperitivo antes de otra declaración que me partiría el alma de nuevo?

Sus manos frías recorrieron mi espalda por debajo de la camiseta blanca que llevaba provocándome escalofríos y erizando toda la piel de mi cuerpo. No sabía dónde tocarle, le había echado tanto de menos que acariciaba cada parte suya sin querer dejarme nada sin saborear.

Con su brazo rodeó mi cintura y me impulsó a su regazo sin dejar de comerme. Me abrazaba con tanta fuerza que sentía que nos acabaríamos uniendo por fin.

Nuestros cuerpos no eran los únicos que conectaban.

Le besé disfrutándolo cada segundo como si fuese el ultimo. Quizás lo fuese, quizás no, pero no iba a esperar para pensarlo. Pasé mis dedos por los rizos de su cuello tirando incluso más de él para incrementar la intensidad del beso que ambos habíamos estado esperando.

Su miembro cada vez se endurecía más bajo mi clítoris ya rabioso de deseo. Necesitaba tenerle más cerca, necesitaba sentirle de nuevo dentro de mí. Me tiré a un lado sin soltarle para tumbarnos y ponerle encima mía.

Dejó mis labios para atacar contra mi cuello lamiéndolo y besándolo con rabia mientras bajaba su mano hasta los encajes de mis bragas, levantándolas con atrevimiento para introducir su mano con suavidad.

La sensación de sus dedos abriendo mis pliegues y acariciándolos con lujuría me hacían gemir sin control, busqué los labios del pelinegro que me correspondió el beso con una pasión que no me dejaba respirar. Nuestras lenguas jugaban mientras metía sus gruesos dedos en mí moviéndolos sin piedad mientras le agarraba los rizos sueltos en busca de alivio.

Necesitaba tenerle a él dentro.

Le bajé el pantalón y seguidamente el bóxer dejando libre su pesado miembro. Sacó sus dedos y sin pausa la metió con rapidez llenando mi cuerpo por fin.

Ambos soltamos un gemido de placer al volver a sentirnos el uno al otro. Acaricié su espalda con cariño en lo que este comenzaba a subir la intensidad de sus empujones que me hacían temblar del gusto. Me empezó a follar con rabia, le sentía tan dentro que ya me correría nada más empezar.

Dejó de besarme y se incorporó mientras seguía follándome. Nuestros ojos no podían despegarse mientras este me agarraba un pecho y lo acariciaba con una delicadeza contrastada con la dureza de sus embestidas.

Sentía como la ola del orgasmo comenzaba a llegar causándome un temblor en la punta de mis dedos  y él lo sabía. Veía como me miraba mientras notaba como si me fuese a derretir debajo suya, y eso sólo le hizo darme más fuerte, sin compasión, y disfrutando de cada entrada.

Cuando llegué al orgasmo el jugo de mi entrepierna calentó nuestros cuerpos, lo que le hizo pegarse a mi pecho desnudo y acercó sus labios a mi oído en un susurro:

—Siempre serás mía.

Un relámpago atravesó mi columna al darme cuenta de que tenía toda la razón. Siempre estaría a sus pies.

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