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Capítulo 31.

Desperté con un dolor emocional tan grande que se me hacía insoportable. La mañana anterior había despertado por la luz de las cristaleras enredada entre los firmes brazos tatuados de aquel pelinegro y ahora estaba sola, en una habitación amarillenta y apagada.

Sam estaba en el baño, yo me levanté casi arrastrándome por las sábanas con un vacío que sentía que me iba a acabar absorbiendo. 

Me vestí con unos pantalones ajustados y una sudadera negra que resaltaba a la perfección el pliegue de mis ojeras.

Traté de peinarme y maquillarme para no tener tan mal aspecto y nos reunimos con Max en el aparcamiento. En mi interior deseaba encontrarme el Cardillac del pelinegro frente a nuestro balcón. Cosa que no ocurrió.

—Hey, lo siento por haberte hecho venir hasta aquí. —Saludé entrando en su coche rojo.

—No pasa nada, tenía que pasar por aquí de todas formas. 

—¿Sales a las siete de la mañana?

El pelirrojo asintió arrancando de nuevo el coche poniéndonos en marcha rumbo al instituto, donde volvería a ver a Jayden y no sabía si me dolería o si le dolería a él.

Mantuve un dolor en mi garganta todo el camino según aguantaba el temblor que comenzaba a irrumpir en mi cuerpo. Mi estómago rugía dulcemente y no quería pensar en todo lo que había estado ocurriendo en menos de tres días.

—¿Qué tal estás? — Preguntó Max para romper el silencio que se había formado.

—Bueno..., algo abrumada, siento que todavía no he podido procesarlo todo.

El pelirrojo me miró con una leve sonrisa, parecía apenado. —Sea lo que sea estoy seguro de que se solucionará.

Miré la ventana no muy convencida por sus palabras. —No lo creo.

Llegamos a Holt Highschool, el causante de muchos de mis problemas. Agradecimos a Max el habernos llevado y bajamos del coche. Sorprendentemente la gente no pareció mirarme, entonces asumí que todavía no se habían enterado. Eran peor que la prensa británica.

Sophie estaba esperándome en mi taquilla, nada más verme vino corriendo a darme un fuerte y cálido abrazo. Me aguanté las ganas de romper a llorar contra su hombro, no me debían ver llorar.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó en voz baja. 

—Demasiadas cosas, todavía no me lo creo...

—Ahora en clase me lo cuentas.

Dejé mis cosas en la taquilla y tomé algunos libros. Cuando caminábamos los tres hacia nuestra clase de historia alguien me frenó agarrándome del hombro. Por un segundo mi corazón dio un vuelco pensando que sería Jayden.

Pero no.

Era Abbie, me miraba con esos ojos de cervatillo que me daban ganas de estamparla el libro de historia en la boca.

—Emily, que guapa estás hoy ¿Me preguntaba si podríamos hablar luego?

—Yo no tengo nada que hablar contigo, así que deja ya de enredar las cosas.

—¿Yo? —Me miró como si le hubiera dolido. —Pero si yo no intento enredar nada.

—Mira Abbie, no te aguanto. Con tu permiso, nos vamos.

Comencé de nuevo a caminar hasta que...

—¿Qué pasa, que estás mal con Jayden? —Preguntó en alto haciendo que todos los alumnos del pasillo se quedasen callados.

Sam y Sophie se miraron asustados sabiendo lo que podía pasar.

—¿Qué pasa, que no tienes nada mejor que hacer que meterte en la vida de los demás?

Rio levemente mirándome directamente a los ojos. —No sé para qué pregunto, si ya me lo contará el propio Jayden.

—Pues que disfrutes la historieta. 

La volví a dar la espalda, con el corazón partido y la expresión hierática. Hacía como si no me hubiera importado pero notaba esos ojos verdes mirándome desde algún lado, sabiendo el dolor que estaba sintiendo según subía la escaleras con Sam y Sophie mientras Abbie me miraba. El pasillo entero comenzó a cuchichear y yo sólo deseaba volver a casa, volver a una casa que ya no tenía.

En clase le vi por primera vez desde lo ocurrido, y le vi como la primera vez, llegando tarde y entrando como si aquello fuera un castigo. Mi corazón se encogía cada vez que veía sus rizos en la primera fila.

Le conté a Sophie todo lo ocurrido, no se lo podía creer.

—¿Y desde cuándo consume? Jamás había escuchado nada de eso...

—Desde hace tres años. Yo...Es que hay cosas que no me cuadran. Es imposible que no le hubiera notado nada antes, los síntomas son super notorios y jamás parecía haber estado colocado ni nada, si tan enganchado está como para no querer dejarlo le hubiera visto en algún momento.

—Exacto...No lo sé, debe haber algo más.

—¿Y a qué crees que vino lo de Abbie? ¿Crees que de verdad hay algo entre ellos? Cuando se fue Jayden a escondidas no crees que...

—Emily, no lo sé. Quizás deberíais hablar él y tu. A lo mejor se da cuenta de la cagada que ha hecho y quiere arreglarlo.

—Sinceramente, espero que sí.



Bajamos al comedor como de costumbre pero esta vez, mientras Sam y Sophie se sentaban en una nueva mesa, yo busqué a Jayden, necesitábamos hablar.

Cuando por fin le encontré...

Estaba.

Estaba con Abbie.

Solos, hablando en el pasillo.

Jayden ya no parecía mirarla con indiferencia, ahora incluso parecían amigos. No parecía apenado por lo ocurrido, ni arrepentido.

¿Qué debía hacer? ¿Debía hablar con él? No parecía querer arreglar nada. 

Mi corazón ardía de dolor al darme cuenta de que para él yo no había sido tan importante. Yo no era para él lo que él era para mí. No merecía la pena arrastrarme, se le veía tranquilo.

Me fui lentamente al baño. Me apoyé en el lavabo, sin parar de pensar. Quería dejar de pensar, quería dejar de sentir ese dolor tan insoportable que sentía que me consumía.

Me eché agua fría en la frente y la nuca, no estaba centrada y mi vista se emborronaba cada vez que pensaba en todo.

Me miré al espejo. El rímel de mis ojos estaba esparcido por mi ojera y mis ojos se veían extremadamente cansados.

Suspiré volviendo a mirar mis manos sobre el lavabo. Sam tenía razón ¿Qué sentido tenía nuestra vida?

Mi cumpleaños era en dos semanas, quizás por primera vez pensaba que podría pasar un verdadero cumpleaños como cualquier otra persona, me equivocaba.

—¿Emily? —Escuché su irritante voz desde la puerta.

La miré con los ojos rojos e hinchados, esta parecía satisfecha con lo que estaba viendo. 

—¿Estás bien?

—A ti qué coño te importa. Si estás aquí para preguntar gilipolleces te recomiendo que te vayas. 

—Vaya vaya... Veo que estás bastante alterada... Te recomiendo que te relajes, no te podrías permitir otra expulsión...

Si las miradas matasen a ella la habría fusilado allí mismo. Me quité las lágrimas con el dorso de la mano y me estiré. Esa zorra estaba haciendo todo aquello a posta, estaba yendo a por mí.

Me acerqué lentamente hacia ella. —Tú tampoco... No creo que seas la más indicada para hablarme de expulsiones teniendo en cuenta la fama que tienes... Antes de intentar amenazarme recuerda con quien estás hablando.

Estábamos cara a cara, ella sonriendo levemente y yo sin mostrar expresión.

—La gente tiene razón. Eres muy guapa pero...¿De qué te ha servido?

—¿Sabes la diferencia entre tu y yo, Abbie? Que yo seré guapa, pero tengo corazón, tu estás podrida por dentro y eso no hay maquillaje que lo tape. Así que deja ya de provocarme porque te aseguro que no vas a conseguir nada.

—Eso ya lo veremos...

Me fui chocándola el hombro con fuerza. La pena se había vuelto enfado. 

Cuando salía vi como Jayden la esperaba en el pasillo. Pasé por su lado dándole una pequeña mirada sin intención ninguna, este me miró pero ambos volvíamos a ser simples desconocidos.



Max volvió a recogernos y fuimos a buscar mi coche. Estaba en mi antigua casa. Allí habíamos visto por última vez a nuestro padre y con la situación al final el coche se había quedado allí.

Le agradecimos al pelirrojo sus viajes y llevamos mi roñoso coche a echar gasolina.

Nos despedimos de Max y volvimos a nuestra habitación de motel. Sophie nos había ofrecido ir a su casa pero sinceramente prefería estar solos, necesitaba un tiempo de descanso con mi hermano, un descanso en el que no habláramos del tema.

—¿Max y Sophie están juntos? —Preguntó Sam mientras descansábamos cada uno en su cama.

—Creo que ahora mismo no. Pero no sé por qué no me pegan juntos. Creo que al final se quedarán como amigos.

—Si..A mi también me parece lo mismo.

—¿Por qué preguntas?

—No sé...Parece que a Max le gustas.

Le miré extrañada. —¿Por qué piensas eso?

—¿No te has dado cuenta de cómo te mira? Y su pena al decirte "seguro que lo solucionaréis". —Le imitó dramáticamente llevándose una mano al pecho.

Rei levemente y volví a mirar al techo amarillento con manchas de humedad. Suspiré al ver en dónde habíamos acabado. De algún modo siempre había sabido que terminaría en un lugar así, pero quizás me estaba acostumbrando a que las cosas me salieran bien.

Mi pecho ardía y cada vez dolía más, necesitaba verle y abrazarle de nuevo. Necesitaba sentirle conmigo otra vez.



Volvía a estar en la gasolinera, eran las tres de la mañana y el sueño hacía que me doliera todo el cuerpo. Estaba sentada con la cabeza sobre el mostrador cuando escuché que las puertas automáticas se abrían. Miré esperanzada por decimocuarta vez en aquel turno, pero esta vez sí que me llevé una sorpresa.

—Mich, que alegría verte. —Le saludé fingiendo normalidad a pesar de sentir mi corazón latiendo tras mis orejas.

El rapado se acercó al mostrador con las manos en los bolsillos y una sonrisa melancólica.

—Hey, ¿qué tal estás?

—Bueno, he estado mejor. —Respondí mirando a mi alrededor. —¿Qué te trae por aquí a estas horas?

—Pues..Bueno, hay una fiesta en el polígono y ya sabes, me tocó venir a por hielo.

Parecía incómodo entonces me limité a sonreír, entiendo que haya fiesta pero había una gasolinera más cerca que la mía.

 —Pues entonces sigue todo este pasillo y a la derecha están los congeladores. —Señalé con mi voz mecánica para intentar ocultar mis nervios.

—Está bien, gracias.

—Serán cuatro dólares. —Dije una vez trajo la bolsa de hielos al mostrador.

—Aquí tienes. 

Dejó cuatro billetes frente a mí. —Oye Emily, que Jayden ya me lo contó y... De verdad que lo siento... —Me miró apenado. —Ya sabes que estoy para lo que necesites.

Me sorprendió su amabilidad y la empatía en sus palabras, asentí para no quebrar mi voz ante el choque de realidad.

De verdad está pasando, pensé mientras le veía irse.













El horizonte parecía arder mientras conducía de vuelta al motel. Eran las seis de la mañana y apenas podía parar de bostezar.

¿Esta va a ser mi vida a partir de ahora? Me preguntaba perdida.

¿Qué había hecho para que la vida me castigara así?

Llegué a nuestra ruinosa habitación, reventada y sin ganas de moverme. Sam continuaba durmiendo y yo aproveché para tirarme sobre la cama. No quería levantarme de allí, quería meterme bajo las sábanas y desaparecer para siempre, quizás de esa manera el peso de mi cuerpo desaparecería.

El despertador de mi hermano sonó unos minutos después, este se revolvió sin querer levantarse.

—Vamos Sam, son las siete.

Mi hermano gruñó todavía adormilado.

Suspiré agotada. —¿Y si hoy no vamos a clase?

—Emily, hoy tengo un examen. —Respondió frotándose los ojos con voz ronca.

—Pues entonces te dejo en la entrada y yo me voy, hoy no puedo ir a clase.

Mi voz temblaba, de verdad que me encontraba tan mal física y mentalmente que quería llorar hasta eliminar todo el malestar. Sam, que me conocía a la perfección, salió de su cama y se sentó al borde de la mía. Sin decir nada se inclinó para abrazarme con fuerza, me agarré a él con fuerza. Yo siempre había sido su lugar seguro pero en ese momento tan duro era yo quien le necesitaba más que nunca.

Conduje hasta el instituto donde dejé a Sam. Jayden estaba en la entrada atento a mi coche, vi como se extrañó al ver como Sam era el único que salía mientras yo volvía a arrancar.

¿Pensaría en mi? ¿Se acordaría de mi? ¿Me echaría de menos?

Mi cabeza no paraba de preguntarse cosas que quizás jamás tendrían una respuesta. Nada más volver me escondí bajo las gruesas mantas. Ya había comenzado el invierno pero el frío que sentía en mi cuerpo no era a causa de eso.

Le echaba de menos.

A rabiar.

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