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Capítulo 2: Número 019


Esa tarde, Jeff ganó un millón de wones y un moretón morado en la mejilla de tantas cachetadas que le dió aquél hombre, que ya no lo recuerda de manera tan amable.

Esa cantidad no era ni el comienzo de todo el dinero que debía, pero fué un buen comienzo, al menos, mejor que los últimos tres meses de esclavitud voluntaria en donde había conseguido un poco más de la cantidad que ganó en un juego de veinte minutos.

Recargado contra un poste de luz, en pleno centro a oscuras, sostenía una terjeta en la mano, girándola entre sus dedos mientras su mente regresaba a aquella tarde, después de unas quince partidas el hombre finalmente se había retirado, entregandole la tarjeta que sostenía en esos momentos.

De un lado se podían ver tres figuras geométricas simples, no eran la gran cosa, tal vez algún logo que él desconocía, un círculo, un triángulo y un cuadrado en ese orden.

Lo interesante se encontraba del otro lado, el número telefónico al que había llamado la semana pasada.

¿Desea participar en el juego? Si quiere jugar, indique su nombre y fecha de nacimiento.

Con la esperanza de ganar la misma cantidad de dinero e incluso más, Jeff admite que fue llevado un poco por la avaricia y que al instante dió toda la información que le pedían, sin preguntarse ni un segundo si podría tratarse de alguna estafa piramidal.

Ahora allí, una semana después de aquella llamada, esperando en el lugar en donde le habían indicado, Jeff comienza a preguntarse si hizo lo correcto al aceptar sin saber de que se tratarían los juegos.

La pregunta de ¿hasta dónde podría llegar? da vueltas sin control en su mente, con las ideas más absurdas para el próximo juego, preguntándose si él sería capaz de jugar al láser tag, con láseres de verdad y enemigos reales.

La única certeza es que sabe que no será el único jugando, desde el hombre con traje hasta la carta con el logo prometía ser algo grande, nada que hubieran preparado específicamente para él, tal vez sí para un grupo específico de personas, pero no solo para el pobre de Kang Jeffrey.

Con aquella idea en mente y sabiendo que a lo mejor no sería el único estando en la incertidumbre, pudo relajarse un poco más, sabiendo que a fin de cuentas, aquél era el milagro que tanto había estado pidiendo.

Jeff no era precisamente religioso, pero si había alguna entidad allí arriba, Jeff cree que finalmente, se habían apiadado lo suficiente de él y su situación como para enviarle esa oportunidad.

Las deudas ni siquiera eran suyas, si no que de sus padres, y cuando ellos fallecieron, de manera trágica, -Jeff usualmente no piensa en ellos porque la sola idea de hacerlo sigue siendo dolorosa- todas las deudas quedaron a nombre de su primogénito, ergo Jeff.

Creyó que no preocuparse por ello sería un mejor plan, pero como siempre, él nunca fue bueno con los planes y poco tiempo después los acreedores de sus padres habían comenzado a perseguirlos a él y a su hermanita.

Jamás creyó que algo terrible sucedería, hasta que sucedió. Kang Sung Hee fue secuestrada y ahora quedaban ocho días para que Jeff gane ese juego o muera en el intento.

Aquella noche, con los fajos de billetes y el arma en su mochila, Jeff había caminado como un moribundo por las calles pensando en lo que haría a continuación, sabiendo que el dinero que había ganado no era suficiente, en lo absoluto.

Ahora, mientras esperaba el auto que lo llevaría a… donde fuera que lo llevara, intentaba calmar sus nervios, pensando en todo lo que se había negado a pensar hasta ese momento, sabiendo que por más pros y contras que haya, no importaba, no si con ello pudiera salvar a su hermana.

Su única preocupación real era Sung Hee y cualquiera sea el juego que lo espere sabe que estará justificado por completo, pase lo que pase, será todo por ella.

Finalmente, el auto prometido llegó. En realidad fué muy puntual, solo que Jeff había llegado al lugar de reunión dos horas antes, solo por si acaso.

Con un suspiro tembloroso, observó frente a él un vehículo negro sin placas que se detuvo con una precisión inquietante.

El vidrio del copiloto se bajó y dejó ver a dos personas enmascaradas, con figuras geométricas en su máscara, como el logo de la tarjeta.

Creyendo que sería algún extraño uniforme, Jeff sonrió de manera incomoda.

—¿Hola? —saludó, pasando su peso de un pie al otro, ansioso.

—¿Kang Jeffrey? —le preguntó uno de los hombres con una voz modificada de manera robótica, Jeff no pudo reconocer cuál de los dos habló.

—Sí, yo ese. —asintió, intentando tragarse toda la ansiedad que sentía al ver como los dos asentían antes de volver a subir el vidrio y entonces, la puerta trasera del auto se abrió.

Al entrar lo primero que notó, con un poco de gratitud, fue el aire acondicionado que contrastaba con el calor de la noche.

—Oh que bien, hacía demasiado calor allí afuera. —comenzó a decir Jeff, cerrando la puerta de su lado y notando que a su costado y detrás de él había más personas, todos dormidos—. ¿Llevan mucho tiempo viajan...?

Su voz se interrumpió al sentir un extraño olor en el aire, que hasta hace solo unos momentos no había notado.

Sus ojos comenzaron a cerrarse, incluso aunque en su mente comenzaron a sonar miles de alarmas aullando que no se le ocurra dormirse en esos momentos.

—¿Qué diabl…? —Sus palabras se cortaron cuando finalmente su cuerpo cayó pesado contra el asiento, todo volviéndose negro. 

—¿Sung Hee? ¿Que haces en este auto? —preguntó Jeff con diversión, observando a su hermana menor en donde momentos antes había visto a una mujer de edad adulta.

—¿A qué te refieres? ¡Siempre estuve aquí! Mamá y papá van a llevarnos a las montañas, ¿recuerdas, tontín? —dijo ella emocionada.

Ella estaba sonriendo, su flequillo cubrió sus ojos brevemente y Jeff acercó su mano para acomodar su cabello detrás de su oreja, soltando un suspiro de alivio, sin recordar porqué antes se había sentido tan alerta.

—Sí... Tienes razón, las montañas... Lo había olvidado. —dijo Jeff, relajándose en el asiento al lado de su hermana.

Frente a él, los hombres de uniforme colorido habían desaparecido y ahora se encontraban sus padres, riendo y cantando una canción que se escuchaba en la radio.

—¿Por qué dijiste hoy por la mañana que nos estábamos escondiendo? —preguntó Sung Hee en un bajo susurro después de unos minutos de silencio.

—¿Qué?

—Dijiste que... Papá y mamá están huyendo y por eso nos iremos a esconder en las montañas... —susurró ella, ahora parecía un poco preocupada.

—No, no. Nada de eso Sun Sun, tú no te preocupes por nada. —dijo Jeff, sintiéndose un poco extraño, como si estuviera repitiendo una frase que ya había dicho antes—. No te preocupes, estamos a salvo.

—¿Seguro que sí Jeff? ¿Estaremos bien?

Los ojos de su hermana se habían llenado de lágrimas y lo único que él pudo hacer fue asentir, sonriendo de manera tensa y acariciando con suavidad su cabello negro.

—Si cariño, no te preocupes. Estaremos bien.

Estaremos bien.

Estaremos...

¿Bien...?

Una canción estridente comenzó a escucharse desde algún lugar a la distancia, obligando a Jeff a abrir sus ojos.

—¿Dónde...? —comenzó a preguntar, pero se detuvo al darse cuenta que la canción infantil de todos modos estaba opacando su voz.

La primera sensación que tuvo al abrir los ojos fue confusión, pero aún así se forzó a sentarse y a observar con atención el lugar en el que se encontraba.

Llevó ambas manos a su rostro para intentar arrancarse el sueño, como si aquello fuera de alguna manera posible.

Por entre sus dedos observó el enorme lugar que parecía casi un hangar, con paredes blancas y dibujos negros que parecían seguir subiendo sin tener un fin aparente.

Jeff siguió subiendo la vista, solo para asegurarse de que había un techo y sí, había uno, no era realmente necesario, pero le alegró tener la certeza de algo.

Y en aquél techo, observó con curiosidad la esfera translúcida, que si la miraba con atención parecía tener la forma de una alcancía de cerdito, que logró hacerlo sonreír un poco.

¿En dónde carajos me acabo de meter? Pensó, bufando una risa y bajando la cabeza.

Fue en ese momento que notó que su ropa no era la misma que traía puesta cuando se subió al auto, sus pantalones cargo azules y su remera blanca habían desaparecido y fueron intercambiados por lo que parecía ser un uniforme verde.

—Al menos es cómodo. —admitió para si mismo, sintiendo la tela de algodón contra su piel y estudiando el uniforme con un poco más de atención.

Sobre su pecho en el costado izquierdo se encontraban tres números cero uno nueve y si aquél era una contraseña de algo o si lo habían etiquetado como ganado, Jeff no podía estar seguro.

—Mierda, espero que no sean caníbales. —se quejó, ignorando la mirada asustada que un chico a su lado le dió al escucharlo.

—¿Crees que pueden ser caníbales? —preguntó él, casi temblando en su lugar.

Jeff soltó una carcajada y comenzó a negar con la cabeza, gesticulando una negación con ambas manos.

—¡Mierda no, lo siento! No quería asustarte, no noté que estabas allí. —dijo Jeff, todavía sonriendo un poco y notando como el chico parecía relajarse un poco.

Miró los números del chico uno dos cinco y se preguntó una vez más que clase de código sería ese o si realmente los estaban enumerando.

—¿Qué crees que signifiquen? —preguntó Jeff, señalando su propio número.

—Creo que... Es para saber cuántos somos. —dijo él, señalando algo a la distancia.

A lo lejos y enmarcado contra una pared se encontraba una pantalla que marcaba el número cuatrocientos cincuenta y seis y justo encima la palabra jugadores.

—Oh... Tiene sentido.

—Creo que deberíamos bajar. —dijo el chico, esperando el asentimiento de Jeff antes de comenzar a bajar.

Con una última mirada desde arriba, Jeff observó  cientos de camas metálicas que se apilaban en filas ordenadas, llenas de personas que se movían rápidamente, desde su altura, notó que parecían hormigas y le causó un poco de risa.

Bueno, nada de esto es tan malo. Es solo un juego, con todas estas personas y luego podré salvar a Sung Hee. Comenzó a decirse a si mismo, idealizandose en tener una postura de más seriedad una vez que se encuentre debajo.

Si todos ellos eran jugadores, a menos que sea un juego en grupos ellos serían sus enemigos y como gamer empedernido que Jeff alguna vez fue en su adolescencia su nuevo deber allí era no mostrar debilidad.

Cuando todos comenzaron a despertarse el lugar comenzó a ser un caos, murmullos ansiosos, susurros nerviosos, gritos confusos y el eco constante de pasos firmes que resonaban desde todas las direcciones.

Al terminar de bajar las escaleras interminables observó de reojo un color de cabello llamativo y familiar que lo hizo tensarse al instante.

Mierda, que no sea él, que no sea él.

Al parecer, Jeff había hecho mucho ruido al bajar de un salto, ya que logró llamar la atención de un par de personas que se encontraban alrededor, todos volteándose a verlo.

No quería levantar la vista, no quería tener que confirmar si aquél maldito idiota era en realidad quién él creía, pero un silbido llamó su atención y lo obligó a subir la vista.
 
Sus ojos se encontraron automáticamente con los de él y el brillo de reconocimiento cruzó por el rostro del contrario.

—¡Pero si eres tú, bailarín! —gritó el de cabello morado, sonriendo con diversión y alzando uno de sus brazos para saludarlo, llamando así la atención de muchas personas más.

—Mierda, mierda, mierda. —susurró Jeff, volteando hacia la dirección contraria y comenzando a caminar por entre la agrupación de personas que ya se encontraban en el centro de la habitación.

De todas las personas del mundo, de todos los que me podría haber encontrado aquí... Tenía que ser al único al que le hice un baile privado.

Carajo... Esto será más difícil de lo que había pensado.

***
¡Buenas! ¿Qué les parece hasta ahora la historia? ¿Qué opinan de Jeff?

¡A partir del próximo capítulo habrá spoilers de la temporada dos, lea bajo su propio riesgo!

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