XVIII
Poseidón era un tipo de pocas palabras. Todos los psiquiatras son lo mismo, pensó Kanon cuando sin querer se enteró de la profesión que ejercía su jefe. Todos están locos de remate, pero se esconden tras un doctorado para aparentarlo.
No le cabía la menor duda que del grupo que lideraba, siendo el jefe, Poseidón era el más orate.
Pronto se dio cuenta de lo evidente. Poseidón era una fortaleza impenetrable. Tan reservado con sus palabras como consigo mismo. Apenas sabía de él un puñado de cosas; y eso que estuvo husmeando. De nada servía preguntar a su gente cercana, porque nadie sabía nada.
—¿Alguna vez lo has visto comer? —preguntó Mermaid una vez cuando se dedicó a interrogarlo acerca del jefe —Yo nunca. No me sorprendería que Poseidón hiciera la fotosíntesis como el maldito loco que es.
Al percatarse de ese detalle Kanon se interesó todavía más en Poseidón. Podía observarlo el día entero y no encontrar nada que pudiera usar en su contra. Lo único que podía reprocharle era aquel aburrido pasatiempo de armar barcos en botella. Le resultaba imposible imaginarse algo más inútil y aburrido que eso.
Pero ese era Poseidón. Siempre impecable, con el mismo estilo de ropa: pantalones holgados, camiseta blanca, una chaqueta azul. Ningún tatuaje visible, menos aún piercings. Cabello claro , a mediación del pecho , ligeramente rizado y siempre en su sitio.
La primera vez que lo vio vestido de traje le preguntó si se iba a un entierro o se iba a enterrar él solo. Poseidón apenas arqueó la cejas e ignoró su comentario. Kanon tuvo que preguntarle a donde iba y Poseidón respondió que a trabajar.
No pudo quedarse con la interrogante en la boca y lo persiguió camino a su auto. Consiguió sonsacarle que tenía un asunto pendiente en el juzgado. No mentía, llevaba un portafolio cerrado y seguro una infinidad de documentos dentro.
Antes de partir se colocó unas gafas delgadas. Poseidón tenía visión perfecta, pero le gustaba ponérselas para parecer profesional, bromeó. Poseidón era inmune a las bromas, se marchó en esa oportunidad disfrazado de psiquiatra forense sin que pudiera averiguar más de él.
Días después de insistir e investigar por su cuenta, descubrió el caso que Poseidón tenía entre manos. Kanon seguía el juicio en las redes sociales. Era un caso demasiado mediático como para no saber algo al respecto.
En realidad no le interesaba el caso, pero el hecho que Poseidón estuviera involucrado despertaba su malsana curiosidad.
Ahora que lo tenía en frente, mirándolo a los ojos, Poseidón le resultaba imposible de leer. Ningún tipo de emoción se reflejaba en el rostro del líder. Sin embargo y a pesar de conocerlo tan poco, Kanon sabia que algo tenía entre manos.
Tal vez pensaba rematarlo. Mermaid lo dejó al borde de la muerte así que Poseidón solo tendría que darle un empujoncito. No, era algo más. Ese brillo en sus ojos era nuevo.
Poseidón sólo lo miró. Ni una palabra, ni siquiera un sonido que le diera indicios si debía correr o recitar sus plegarias. Nada. Su jefe de limitó a girar sobre sus talones y alejarse.
Esperaba que lo siguiera, ¿era eso? Kanon dejó que su instinto lo guiara aunque sólo fuera a una muerte segura. Avanzó tras los pasos de Poseidón sin saber que hacía. ¿A dónde iría?
En otro momento ese sería la última de sus preocupaciones. Pero las cosas cambiaron. Cierto, ahora todo era distinto.
Siguió a Poseidón quien caminaba despreocupado hacia su auto aparcado en la vereda.. Un sencillo SUV, gris de hacía dos años,, impecable y oliendo a nuevo.
Poseidón abrió la maletera y le dio una mirada distraída al interior. Luego, se dirigió al asiento del piloto y levantó los ojos.
A Kanon el corazón le dio un vuelco. Tenía que subir al auto. No ahora, gritó su mente. No podía ir, tampoco negarse. Tal vez caerse muerto era su mejor opción.
Como no se movió, Poseidón le dirigió una mirada que fue difícil deducir. Kanon se sacudió los pensamientos y avanzó hacia el auto.
Estuvo a punto de decir algo, pero se comió sus palabras. Por lo tranquilo que se veía Poseidón cualquiera pensaría que iría a impartir una clase de yoga.
—Si me vas a llevar al hospital, puedo ir solo —murmuró Kanon con una mano en la puerta abierta y ambos pies en la calzada.
—Que bien, porque no vamos a un hospital. —Poseidón apenas si arqueo una ceja al responder — Mermaid iba a ocuparse de tu entrenamiento. Ahora seré yo el que lo haga.
Le tomó un momento entero a las palabras de Poseidón cobrar sentido en su mente. En otro momento seguro hasta saltaba en un pie. La felicidad que debía embargarlo al recibir noticias como esas, simplemente no llegó.
Era todo lo que deseaba, pero por algún motivo, no se sentía contento. Lo peor de todo es que Poseidón lo notó. Por supuesto que lo hizo, a ese cabrón no se le escapaba nada.
Poseidón lo miró apenas girando el rostro. Kanon se compuso y hasta dibujó una media sonrisa en sus labios. Subió al auto sin más trámite y anunció con sorna.
—¡Ha! Ya era hora, empezaba a pensar que nunca pasaría.
El comentario dio resultado. Poseidón regresó los ojos a la pista y lo dejó tranquilo para preocuparse a su gusto.
¿A dónde irían? ¿Cuándo volvería? Tenía asuntos pendientes en su departamento y no podía desaparecer sin avisar. Kanon se maldijo a si mismo, ¿en qué estaba pensando? No, actuó sin pensarlo y ahora tenía que afrontar las consecuencias.
Podía decirle para pasar por su departamento, para recoger sus medicinas. Sería tan solo un momento. No le tomaría mucho tiempo decirle a Sorrento que volvería luego, aunque no sabía cuando. Era lo de menos. Debía advertirle que se quedara dentro, que ni asomara la nariz. No hasta que vuelva.
Mermaid estaba fuera de combate, pero las buenas noticias corren rápido. No tardaría en correrse la voz y todos sabrían lo que ocurría. Pasó a las grandes ligas, ahora era uno de los perros grandes de la Baraja.
Con todo lo que implicaba.
Eso sólo significaba una cosa. Ni loco podría demostrar un mínimo interés en alguien o este pagaría las consecuencias. No podía tener a nadie, mucho menos un Omega.
—Dejé mis pastillas en casa... —intentó sonar despreocupado, pero falló cuando Poseidón sacó del bolsillo de su chaqueta un frasco con píldoras.
Al lanzárselas, Kanon las atrapó. No tuvo que cerciorarse de que fueran las que tomaba para el dolor. Maldijo en silencio y regresó los ojos a la carretera.
Poseidón no decía una palabra y el silencio empezaba a enloquecerlo. Confiaba en su líder, ¿no? Lo seguiría hasta el mismo infierno, si para allá iba; fue una promesa que hizo cuando se conocieron.
De eso ya había pasado un buen tiempo, pensó mientras se hundía en el asiento del copiloto. Poseidón se ganó su admiración y respeto malsano desde la primera vez que se vieron. Pero ese era tema para otro día, resolvió.
—Si no dices nada, va a ser muy aburrido el viaje, hijo —murmuró Poseidón girando ligeramente el rostro para mirarlo.
Nunca dejaría de sorprenderlo. A Kanon se le tensaron todos los músculos por puro reflejo. A pesar de que la voz de Poseidón era suave e inocua, sabía bien que algo traía entre manos.
—Mejor tú dime a dónde vamos.
—Esa es una sorpresa —replicó Poseidón con naturalidad.
—No me gustan las sorpresas —murmuró Kanon torciendo los labios. Tarde recapacitó, pero ya estaba hecho.
—¿Es eso cierto?
El tono de voz de Poseidón elevó sus alarmas. Tenía que mantenerse tranquilo y no dejar ver lo nervioso que se encontraba. Tragó en seco y volvió a la carga.
—¡Pues claro! Las odio. Además tú eres quien me sorprende a cada rato. Como cuando mataste a toda mi familia y a mi me dejaste vivir... Esa fue un maldita sorpresa, Poseidón. Yo ya me veía muerto —quiso bromear aunque el ambiente se tensó como la cuerda de un violín.
—Trabajas mejor solo. No necesitas compañía.
—Lo de Mermaid fue...
—Un duelo justo. Mermaid fue el perdedor.
Sin quererlo se agitó algo en su pecho, Poseidón sabía el resultado de antemano. Kanon se retorció en su sitio. Mermaid era sin lugar a dudas uno de los hombres de confianza de Poseidón y a quien nadie en su sano juicio se atrevería a desafiar. ¿Ahora qué? Fue la pregunta osada que su mente lanzó al aire. Mermaid está camino al hospital y si no llega a tiempo, no la va a contar.
¿Qué sucedería con él ahora que perdió frente los ojos de Poseidón?
—No te preocupes por él. Se puede cuidar solo—Poseidón continuó con total calma.—Concéntrate en recuperar tus fuerzas. Las vas a necesitar.
A kanon se le escarapeló el cuerpo al darse cuenta la facilidad con la que su jefe leía sus pensamientos. Se hundió un poco más en su sitio y giró el rostro hacia la ventana. Le dijo que volvería luego, pero tendría que hacerlo esperar. Kanon se maldijo a si mismo. Siempre supo que no sería fácil sacarse a Mermaid de encima, pero no contó con Poseidón.
—No me preocupa para nada. A ese cabrón ya le pesan las pelotas. Pero dime, ¿ a dónde vamos? No me van las citas a ciegas, ¿sabes?
Fue incapaz de reírse de su propio chiste.
—Te lo dije, es una sorpresa.
Odiaba cuando se ponía en ese plan. Por qué no podía hablar claro, por un carajo, pensó. Ahora, ¿a qué se refería? ¿Qué era lo que Poseidón traía entre manos? Nunca lo sabría.
—Necesitas respirar aire fresco. La ciudad no sienta del todo bien. Eres un chico de campo, Kanon, no lo olvides.
Carajo, musitó Kanon encendiéndose de ira. ¿Por qué? Fue su siguiente murmullo casi inaudible. Pero Poseidón hizo una mueca con los labios; disfrutaba la reacción que acababa de conseguir.
—De dónde vengo es lo de menos.
—Lo es. Lo importante es lo que eres ahora. ¿Sabes lo que eres? ¿Tienes idea alguna, hijo?
Si le hacía el favor de jugar con su mente, quizá podía concentrarse en darle una respuesta. Sin pensarlo si quiera, Kanon apretó los puños, enrabiado. Poseidón saboreaba sus reacciones una a una. ¿Quería que le respondiera?
—No eres nada. No eres el mismo de hace unos años. Pero sigues siendo nada.
No pudo responder. Tal vez porque Poseidón tenía razón y lo sabía. ¿Qué consiguió desde que llegó a la ciudad años atrás? Sobrevivir como un perro callejero, a punta de peleas. Ahora era un perro grande. Seguía siendo un perro.
—Para ser alguien, tienes que ser uno contigo mismo.
La ira no se marchaba, sólo crecía al resultarle imposible descifrar el mensaje de Poseidón. Kanon masculló un par de maldiciones, odiándose por ser tan cobarde y no poder decirlos en voz alta. A punto de rompérsele la cabeza, una idea llegó a su mente.
Poseidón lo sabía.
Maldijo en silencio. Quería que recuperara fuerzas y tuviera la mente en su entrenamiento. Por eso se encargó de que no quedaran distracciones. ¿En qué estaba pensando? ¡No estaba pensando! Tenía que dejar de pensar. Concentrarse en sobrevivir. ¿Qué podía hacer? ¿Lanzarse del auto en movimiento? No, ya era tarde. Era demasiado tarde. Poseidón se aseguró que no tuviera necesidad de regresar a su departamento.
Ya nadie lo esperaba.
Demasiado tarde para arrepentirse y volver sobre sus pasos. No, no era suficiente. En el pecho se le abrió un agujero y se llenó de tristeza. Escondió dentro la memoria de Sorrento. La guardaría para después, cuando pudiera regresar, si es que lo hacía.
'¿Para qué? Se preguntó su mente atormentada. ¿Para qué si no hay nadie a quien hacerle más promesas?
***
Las horas pasaban y tuvo que hacer un esfuerzo para mantenerse despierto.
Para entretenerse revolvió la habitación de Kanon; culparía al intruso que abrió la cerradura antes que él. Además, cuando entró encontró la pieza en desorden.
Era el único espacio en ese departamento en el cual reinaba el caos. Tanto el baño como la cocina mantenían un orden tan estricto, que parecían sacadas de un magazine.
Si de algo podía asumir sin temor a equivocarse, que el tipo ese, Kanon, era fanático de la limpieza. Cuando estuvo en el baño casi se asfixia con el olor a cloro. La recamara, en cambio, olía a pino. Sentado en el suelo tuvo que resistir la tentación de aspirar ese olor que de pronto le agradaba.
Tal vez debería tomar un baño, pensó. Para no desentonar con la limpieza del ambiente. Para tener algo que hacer mientras esperaba como una mascota ansiosa. Ya se sentía cómo una.
Entre las cosas que Kanon guardaba en sus gavetas, pudo ver una buena cantidad de frascos de pastillas. Sorrento sintió que se le hacía agua la boca al tenerlas tan a su alcance.
Irremediablemente recogió los frascos entre los libros, los magazines, cigarrillos, encendedores y naipes regados sobre el suelo. Una vez estuvieron entre sus manos se alejó un poco del caos, buscando un espacio para disfrutar de su hallazgo.
Con cierta cautela sacó una sola píldora de cada frasco. Las dejó en fila sobre el suelo, como un caminito de colores pálidos.
Kanon no iba a notar que le faltaba una sola píldora de cada frasco, ¿no? Sorrento se abrazó a sí mismo encogiendo las piernas.
Murmuró para si mismo que sería solo una. Tomó una por una y las dejó sobre su Palma, contemplándolas extasiado.
Tomó una y otra más. Regresó a su esquina a abrazar su propio cuerpo.
Sorrento le dio una mirada a su alrededor. Estaba solo, nadie cerca. Tal vez volvería pronto.
Guardó el resto de píldoras en su bolsillo. Para después dijo su mente.
Tuvo hambre. Podía recordar esa sensación desafortunada. El hambre pasó a segundo plano. Una píldora más y no tendría que preocuparse por comer algo. Perdería el apetito.
¡Oh! Esa última píldora no fue una buena idea. Sorrento se arrastró hacia la cama de Kanon y aspiró el aroma a detergente que despedían las sábanas. Cayó muy pronto en un sueño lúcido.
Mantuvo los ojos abiertos, o al menos ello intentó. Miraba el techo de aquel departamento ajeno. Todo pintado de blanco, sin manchas de humedad. Solo un foco en medio. La luz encendida caía sobre su rostro como gotas de lluvia.
Las podía sentir golpeándole la piel, quemándolo como un sol líquido. Sorrento se cubrió la cara para evitar la sensación. La cama era amplia como un desierto.
Sorrento se revolvió sobre las sabanas que parecían dunas heladas. De noche de nuevo. La luz estaba apagada. La noche estaba oscura. Abrió los ojos y pudo ver en la oscuridad, como un animal nocturno.
Las luces de la calle captaron su atención. Se asomó entre la cortina como acechando el exterior. Todos esos sonidos, toda esa música que había allá afuera, como un desfile para sus sentidos.
Sus labios encontraron el compás y tararearon las primeras notas. Su mente le decía que no era suficiente. Necesitaba más de esa melodía, más de la música sublime que la calle producía.
Sus dedos golpeaban la ventana que parecía derretirse ante el contacto. La melodía apresurada que dictaba su mente vibraba con el compás de allá afuera.
Su voz atrapó las notas, pero quería sostenerlas entre sus dedos. Las vio escapar entre las cortinas y rebotar sobre la cama hasta estrellarse contra una pared.
Sonriendo corrió hacia ella y la aplastó con la palma. La llevó a su boca y su voz la recitó para sí. Regresó los ojos a la ventana. Las demás notas entraban flotando y tenía que atraparlas a todas.
Una por una, contra las paredes en un orden que sólo él podía entender.
Sorrento cayó al suelo recitando la melodía que su mente recreaba. Un concierto personal acompañado por los ruidos de la calle.
La habitación se llenó de música. ¿Qué pensaría el dueño de casa cuando regresara? Toda esa melodía contenida entre cuatro paredes seguro que haría retumbar el edificio.
Ritmos diversos, una rapsodia, pensó antes de caer en un sueño de verdad. Cuando despertara seguro habría abandonado el cielo, porque cuando abría los ojos siempre lo hacía en el mismo infierno.
***
Pasado el medio día, Kanon se levantó sobresaltado. Le tomó un momento reconocer donde estaba y con quien. Aunque a decir verdad, se encontraba solo en medio de la maleza, recostado contra un árbol.
La memoria le regresó a trozos. La ciudad, el bullicio de sus calles, el concreto, el frío, todo quedó atrás. El viento tibio y el suelo cubierto de hojas secas le trajo pasajes de su más tierna infancia.
Gruñó entonces, poniéndose de pie con más prisa de la que debía. Su cuerpo no tenía tiempo de recuperarse.
¿Se quedó dormido? Esa pregunta era la única que debía ocupar su mente en esos momentos? ¿Qué estaba haciendo? Estaba exhausto, eso era. No durmió durante todo el viaje, resistió todo lo que pudo.
Manejaron toda la noche. Amanecía cuando Poseidón detuvo el auto en ese lugar del que ni Dios se acuerda que existe. Lejos del camino. En medio de la nada.
Poseidón no dijo nada. Nunca lo hacía. Bajó del auto primero. Sacó un maletín de lona del asiento trasero. Se alejó en silencio. Luego de verlo marcharse se dio cuenta que le estaba dando ventaja.
Tardó en reaccionar y cuando lo hizo fue tarde. Apenas tuvo tiempo de arrastrarse fuera del auto con su revólver en la mano.
Corrió sin rumbo decidido a no perderse en medio del bosque. Poseidón lo cazaría como a un animal si lo dejaba.
Podía recordarlo bien. El deporte favorito de su "padre" era la cacería de seres vivos y no del reino animal precisamente. Maldijo a Poseidón entre dientes y se puso en alerta.
No servia de nada. Si Poseidón quería estaría colgando de un árbol con la piel colgándole en jirones, en cuestión de minutos. Tenía que aceptar que no estaba en condiciones de huir. Sólo le quedaba defenderse.
Avanzó con sigilo, con el bolsillo pesado de un par de rocas que lo sacarían de un apuro, tal vez. Dejó caer una para recordar el camino.
No podía creer que se quedó dormido de cansancio. No, imposible, no estuvo durmiendo, cayó inconsciente que era distinto. Por eso le costaba recuperar el resto de sus memorias.
El ruido de las aves y demás animales era un problema. El viento soplaba y mecía las ramas secas. Poseidón acechaba, no necesitaba sus ojos y oídos para saberlo. Sin embargo, no podía distinguir por donde atacaría, con tanto ruido a su alrededor.
Detuvo sus pasos pegando su cuerpo al tronco de un árbol. Necesitaba usar la cabeza y el resto de sus sentidos. Su revólver en la mano no era mayor protección. Ni siquiera podía recordar si le quedaban balas.
El cuchillo que llevaba era su mejor arma. Lo empuñó certero sin dejar su arma de fuego. Podía usar ambas manos y sonrió pensando que igual no tenía ventaja sobre Poseidón, pero de algo servía ser ambidiestro.
Podía esperar que Poseidón hiciera el siguiente movimiento. El resto del día, hasta que cayera la noche.
No, la noche no, pensó a sabiendas de los muchos peligros que rondan en los bosques. Poseidón sería uno más de ellos.
Si se quedaba en un solo lugar, estaba muerto. Poseidón le dispararía y ahí quedaba el asunto. Si seguía moviéndose tendría posibilidad de escapar; pero no podía huir por siempre.
Quieto, muy quieto se dedicó a olfatear el aire. Olía a bosque, a hojas secas, a árboles y su corte, la humedad. En medio de esos aromas percibió el suyo, a sudor y sangre. El cuerpo entero se le escarapeló. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para controlarse. Sentirse sucio lo volvería loco y no tenía tiempo para pensar en asearse, si no todo lo contrario.
Siguió el aroma a humedad y encontró un charco a pocos pasos de distancia. Sin pensarlo se arrodilló
Frente a este y hundió sus manos en busca de barro. Frunció los labios mientras el olor a tierra se le impregnaba en el rostro, cubriéndole la piel y el Cabello.
Luego de revolcarse sobre la tierra húmeda, su ropa se cubrió de barro y hojas secas. Le dio una mirada alrededor y vio un árbol con un tronco ancho y apropiado. Se arrastró como un animal y buscó refugio entre las raíces salidas.
Para Poseidón sería un dolor en el culo dispararle entre todas esas raíces tan gruesas. Claro, si lograba encontrarlo.
Nada que se le acercara lo haría sin alertarlo. Las hojas secas a su alrededor serían su principal alarma. Cuando Poseidón estuviera a su alcance, atacaría. Era su única posibilidad de salir vivo de ese bosque.
¿Para qué seguir vivo? Esa pregunta regresó a su mente y no encontró una respuesta satisfactoria. El no querer ser comida para los animales del bosque, no era razón suficiente. Si Poseidón lo mataba ahí mismo, terminaría todo. Nadie reclamaría su cuerpo, nadie sabría que pasó con él.
A nadie le importaría. Para su familia ya estaba muerto desde hacía un buen tiempo. No quedaba nadie más que lo recordara.
Había hecho paces con esa idea. Nadie lo recordaría, nadie le tiraría tierra encima. No tenía miedo a morir y sabía que su hora llegaría cuando menos lo esperara. En ese momento no había tiempo ni espacio para arrepentimientos. Sin embargo, no podía dejar de pensar en quien dejó atrás.
Sorrento llegó a su mente y ni podía explicarse la razón. No eran nada. Nada en absoluto. Aun así, seguía apareciendo en sus pensamientos como un fantasma que se resiste a ser olvidado.
—Le prometí que volvería por él, carajo. Le hice una jodida promesa.
Fue tan solo un murmullo que sin duda fue absorbido por el ruido del viento. Kanon decidió que nada más escaparía de su boca. Tenía que tener cuidado porque en esa partida se jugaba la vida.
Podía estar casi seguro que consiguió burlar a Poseidón. Era cuestión de tiempo para que este apareciera. Tenía que estar cerca.
Sólo quedaba esperar. Mantener sus pensamientos a raya y el impulso de arrancarse la piel bajo control. Iba a perder la batalla. Sentirse sucio lo conduciría al suicidio.
Kanon se contrajo sobre la cama de hojas y lodo en el que reposaba. Cerró los ojos por un momento, para darle descanso a su mente atormentada. No duró mucho el momento de paz. De pronto el estridente graznido de los cuervos, lo devolvió a la realidad.
Eran cuatro, no, cinco. Estaban cerca. Volaban en círculos acosando a alguien que se atrevía a invadir su espacio.
Kanon quiso reír a carcajadas. Seguro Poseidón debía estar echando chispas por los ojos. Los cuervos graznaban más y más fuerte, volando y alertando la presencia del intruso.
Tenía que aceptar que siempre le parecieron interesantes. Esas aves negras como un abismo, eran sus mejores aliadas. Desde las ramas de los árboles le indicaban la posición de Poseidón. ¿Quién lo diría? El gran Poseidón, tan temido y respetado asesinó a sangre fría, veía sus planes irse por el caño cortesía de unos cuervos.
De pronto recordó a aquel abuelo de turno, el que solía ir de cacería.
—Esos hijos de puta —así llamaba a los cuervos —Les dispararía a todos y luego les torcería el pescuezo. Me espantaron la presa, ya estarán contentos, pájaros mal paridos.
Los cuervos eran la pesadilla de cualquier cazador. No dejarían a Poseidón tranquilo. Lo acosarían hasta el fin del mundo. Pudo oírlo gruñir, tenía que sentirse afortunado. Nadie antes vio a Poseidón perder los papeles.
Entonces sonó un disparo. Un rifle, Los pájaros se dispersaron haciendo mucho más ruido que antes. Kanon maldijo en silencio. Ese no era Poseidón, no podía ser Poseidón.
Poseidón no hubiera fallado el disparo.
Kanon se agazapó en su escondite. El responsable de los tiros pasó muy cerca de donde se encontraba. Era un cazador aficionado, pero por demás inútil. Si es que estaba cazando algo, podía olvidarse de su presa. Sería mejor que empaque sus cosas y se largara por donde vino.
Si hubiera podido hacer ruido, se hubiera burlado de él. Las botas que traía eran casi nuevas, el traje que llevaba lo sacó de un catálogo. El gorro también, seguro le vino como regalo con el rifle.
Estuvo a punto de rodar los ojos cuando lo vio sacar su celular y tomarse una foto posando con el rifle.
¿Qué carajo estaría cazando? Pensó Kanon porque el único animal cerca era ese cazador furtivo.
Una idea descabellada llegó a su mente, fugaz como una punzada. No, se dijo a sí mismo. No puede ser.
Aunque con Poseidón, todo era posible.
El cazador furtivo revisó su teléfono móvil. Maldijo al aire porque no tenía señal. Tal vez miraba un mapa en la pantalla, seguro que ni sabía leer coordenadas. Ahora trataba de mandar un mensaje de texto.
No había señal en ese bosque recóndito. ¿En qué pensaba ese cazador inútil? Kanon empezó a preocuparse, si sus sospechas eran ciertas...
Pasos sobre las hojas. Alguien se acercaba a prisa. Kanon se puso en alerta, apretando el mango del cuchillo entre sus dedos.
—¿Por qué carajos haces tanto ruido? ¿No quieres traer una maldita banda musical para anunciar que estamos acá?
—¡Cállate imbécil! Esos jodidos cuervos hacían todo ese maldito ruido. Los espanté nada más. Además, no pasa nada. Lo vamos a encontrar. Somos dos, ese cabrón es uno solo. No puede estar lejos...
El recién llegado no se veía satisfecho con la explicación. Vestía igual que el otro sujeto, poco uso y sacados de un catálogo.
—Entonces deja de perder el tiempo. Si no anda lejos anda por acá. Cuanto más rápido terminemos con esto, más rápido tengo mi dinero.
Las palabras de ese sujeto empezaron a cobrar sentido. Kanon giró ligeramente hacia un lado. Hizo un buen trabajo rodando bajo las raíces del árbol. Así borró las huellas de sus zapatos y las hojas secas se pegaron sobre su cuerpo.
—La única razón por la que estoy aquí es por el jodido dinero. —y escupió al suelo antes de continuar —No aguantaría tus berrinches gratis en medio de este mugroso pantano.
Kanon se abstuvo de mascullar una grosería. Si esos dos no eran capaces de diferenciar un pantano del lugar donde se encontraban, entonces eran caso perdido.
Era bastante obvio que no eran rastreadores profesionales. Mucho menos tenían idea de cómo manejarse en el terreno que pisaban. Tampoco nociones de como manejar un arma de fuego. Si estaban detrás de una supuesta recompensa, entonces estuvo en lo cierto. Maldijo en silencio, porque al sacar conclusiones de lo que sucedía, se dio cuenta de lo que tendría que hacer.
Maldijo a Poseidón entre dientes.
—Con toda esa maldita bulla que hiciste, le has dado ventaja a ese estúpido mocoso. Ya sabe que estamos acá persiguiéndole los pasos. ¡Carajo!
Dejó caer la mochila que llevaba en la espalda. Se veía pesada, pero no lo suficiente como para cargar provisiones. Tenían un campamento armando en algún lugar del bosque. No podía estar lejos porque los zapatos de ambos se veían aún muy limpios.
—¡Deja de quejarte! Pareces vieja quejándote de todo. Escucha bien, somos dos contra uno solo. Tenemos armas, ese cabrón no tiene oportunidad contra los dos. Le metemos un par de balas y se acaba el asunto. Recuerda, vivo o muerto, el dinero es nuestro.
Un mapa, uno de los dos lo tendió sobre el suelo y se dedicó a observarlo. Kanon no alcanzaba a verlo, pero sería una gran ayuda darle un vistazo también, solo para ubicarse un poco.
—El río está hacia... allá...—y apuntó con el cañón del rifle la dirección —La carretera todavía queda a un par de millas... Si yo fuera ese cabroncete, iría río abajo... Tomo la carretera y trato de subirme a un auto.
Sonaba razonable, pensó Kanon, aunque dudaba mucho que esa fuera la dirección hacia el río que mencionaron. No recordaba haber visto un río cuando corrió montaña abajo.
Después que despertó, se encontró desorientado, pero sabía que iba colina abajo. Si es que un río se encontraba en el camino, saltaría en este sin pensarlo, para sacarse el lodo de encima. No, tenía que pensar con la cabeza.
Dejaría que fueran a buscarlo hacia el río y regresaría hacia el campamento que dejaron. Tomaría lo que necesitara y luego...
¿A quién quería engañar? A Poseidón, imposible. Sabía bien el tipo de entrenamiento que su desquiciado jefe tenía en mente. Tenía que matar a esos dos. Matarlos y no dejar que lo maten.
No podía olvidar a Poseidón. Podría estar acechando también. No se perdería el espectáculo por nada. Claro que no. Poseidón estaría mirando cada una de sus acciones. Tendría que actuar.
Con el mapa mal doblado y sin pensar en fijarse en brújulas, coordenadas ni nada que se pareciera, los dos sujetos siguieron su camino. Convencidos de que podrían rastrear a su presa, buscando huellas sobre la alfombra de hojas caídas.
Kanon los observó marcharse y esperó que se alejaran. Se arrastró por el suelo como una serpiente enorme, para no dejar huellas de pisadas sobre el lodo.
De pie en medio del bosque, cubierto de hojas y lodo a medio secar, seguro lo confundirían con una aparición.
Levantó los ojos al cielo y le costó creer lo torpes que eran esos dos. Dejaron la fogata encendida. Una columna de humo se elevaba hacia el cielo indicándole que camino seguir. El campamento que armaron no quedaba lejos.
Kanon divisó el auto que los transportó antes que el campamento.
—Idiotas —masculló limpiándose el rostro para quitarse algo del lodo seco.
Una tienda de campaña, el auto estacionado, una fogata encendida. Un par de mochilas en el suelo. Ropa y zapatos que ponerse una vez se pudiera quitar la mugre de encima.
Incluso encontró provisiones a la mano. No tenía hambre, tan sólo algo de sed. Con el agua que le sobró, se lavó la cara y las manos.
Empezaba a oscurecer y el par de cazadores inexpertos andaba persiguiendo el vacío.
Kanon se vistió con ropa ajena, sin perder la cautela. Esos dos volverían y deseaba tanto que se perdieran en el bosque. Recordó aquellas leyendas de los cambia formas que rondan en el bosque. Esos que se comen a la gente y la guardan viva para devorarla de a pocos.
Cuentos de niños, pensó mientras preparaba su revólver. Los verdaderos monstruos no son los de la leyendas, si no los que convivimos.
—los monstruos son reales —murmuró agazapándose tras la camioneta —Y soy uno de ellos.
La oscuridad atrajo a los cazadores furtivos. Nadie era tan torpe para merodear en medio de la nada sin luz de día. Solo esos dos, que hacían demasiado ruido seguro atraerían a todos los Wendigo de la zona, sí es que algo así existía.
Mientras esperaba su regreso, Kanon tuvo tiempo de pensar en mil maneras de acabar con ambos. Sería muy fácil, sería muy difícil al mismo tiempo. Se convirtió en el animal nocturno que acecha en la oscuridad, en el Wendigo que observa a su presa, esperando el momento para atacar.
Esos dos maldecían entre ellos, arrastrando los pies, avivando la fogata casi extinta, ignorando las obvias señales de que alguien más estuvo ahí antes que ellos.
Uno de ellos se le acercó bastante, lo suficiente como para percibir su presencia, pero no lo hizo. Dejó el rifle apoyado sobre la camioneta y regresó a buscar el calor del fuego.
Tal vez debía aventurarse en el bosque, pensó Kanon. Ir en busca de un Wendigo y atraerlo a la fogata. Ofrecería a esos dos como una muestra de aprecio por quitarle el trabajo de acabar con ellos. El espectáculo sería lo bastante atractivo como para dejar a Poseidón tranquilo.
Esa era la única salida. En el bosque habían tres, pero uno solo saldría uno con vida.
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