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XV

(Dos meses después...)

La cena del día de Acción de gracias esperaba en la mesa. Noviembre llegó y con este, el invierno. Una ligera capa de nieve recubría la ciudad a través de la ventana. Sorrento regresó los ojos a la mesa vestida con mantel y servilletas de tela.

Eo colocó una vela que Baian ganó en una rifa del edificio. Olor a otoño, comentó. Sorrento se preguntó a qué huele el otoño. Las Cuatro estaciones de Vivaldi, llegó a acompañar sus pensamientos. Hojas secas, manzanas horneadas, canela, tarta de calabaza, el aroma cálido de la calefacción en el departamento. Sin quererlo, sus dedos recogieron todos aquellos aromas y los convirtieron en un suave ritmo.

Tal vez el otoño tenía un perfume, ahora tenía un sonido.

Tomó un lápiz y el cuaderno que siempre usaba. Lo tenía lleno de garabatos esparcidos en casi todas las hojas. Encontró un espacio vacío y copió el ritmo que sonaba en su mente sobre la hoja blanca que esperaba atenta.

Repitió el compás recogiendo todas aquellas sensaciones, esta vez con los ojos cerrados. El lápiz retomó el ritmo un par de veces antes de continuar.

Llenó un renglón con la música de su mente y la repasó usando su voz. Como nadie lo oía, lo hizo de nuevo, en esta oportunidad lo hizo observando por la ventana. Sus dedos recuperaron el ritmo y lo continuaron sobre el cristal que lo apartaba del otoño en la ciudad.

Las hojas secas cabalgaban el viento frio, que anuncia el invierno a un ritmo en staccato. Los árboles se remecían en un dulce adagio y el aroma de las manzanas cocidas a fuego lento, tenían el sonido de un allegro.

Abrió los ojos decidido a continuar la pieza que componía su mente. Al darse vuelta, se encontró con la mesa servida y Baian observándolo en silencio. Sorrento se ruborizó entero y agachó la cabeza. Por un momento, olvidó donde estaba y que tenía compañía.

El canadiense se mantuvo en silencio, pero una sonrisa pequeña lo delataba.

—Eo no se equivocó contigo—

murmuró Baian avanzando hacia la mesa

—La música fluye en ti como la sangre en tus venas. Conocí a alguien como tú hace mucho tiempo.

Baian se sentó en una silla, le hizo una señal para que se acercara. Sorrento se dio cuenta que era hora de cenar y su estómago se lo confirmó. Hizo lo que el castaño le pedía y al ver la mesa servida, se percató de algo más. Acababa de sonreír.

No era usual en él hacerlo, pero se sentía feliz, algo todavía más inusual. Tranquilo, relajado y hasta alegre. Por un momento se desconoció y al siguiente le dio una mirada al pan hecho en casa y todavía humeante.

Ganó una máquina para hacer pan en una rifa de la escuela. Cuando regresó a casa, le conto a Baian con mucha decepción lo que obtuvo; los otros premios eran mejores, le dijo. Baian le sonrió muy contento al recibir la caja. Sin duda su suerte cambió. Si hubiese sido Julián, le tiraba el paquete en la cabeza.

El canadiense en cambio, se puso muy feliz y dijo que siempre quiso una. Cuando abrieron la caja, descubrieron que era muy fácil de usar y los ingredientes no eran cosa del otro mundo. Ahora el pan rebanado en gloriosas tajadas, esperaba ser devorado.

Prepararon la cena juntos y como a ninguno de los tres les gustaba el pavo, optaron por comprar chuletas de cerdo. Cocinaron una ensalada de papas, unos cuantos vegetales y compraron media tarta, porque era política de Eo no desperdiciar absolutamente nada. La comida sobre esa mesa se acabaría toda.

Eo calculaba las porciones y los gastos con precisión admirable. El dinero que le enviaba Massimo para los gastos del chico, quedaba registrado en un cuaderno que Eo cuidaba celosamente. Anotaba hasta el último centavo que se gastaba, incluyendo la mesada que recibía Sorrento.

Con mucha satisfacción, Sorrento usó parte de sus ahorros en compota de manzana y una caja de cereal que hizo a Eo arquear ambas cejas. Ahora que tenía un lugar donde vivir, comida caliente, un hogar estable, podía darse ciertos lujos.

Tenía hambre, pero esta vez, no venía acompañando de aquella sensación de antaño. Cuando no sabía si comería ese día o el siguiente. Cuando vivía encerrado en el departamento del lado en constante miedo.

El miedo no se marchaba. Cada vez que salía a la puerta, el temor lo acompañaba por el pasillo y las escaleras. Eo y Baian lo sabían e insistían en acompañarlo a tomar el bus escolar. Julian podría aparecer, en cualquier momento, como la bruja de un cuento, a destruir el encanto.

Tratando de dejar aquellos pensamientos de lado, Sorrento encendió el tocadiscos y una de las piezas favoritas de baian empezó a sonar. Regresó a la mesa, hermosa ante los ojos de ambos. Llena de comida y de razones por las que dar las gracias.

Tres copas descansaban sobre el delicado mantel. Jugó de uva, sentenció Baian luego de guardar una botella de vino que tenía en la alacena. Llegaría el día en el Sorrento tuviera edad para beber una copa con el. Seguro ese día sería aquel aciago en el que se marcharía de su lado.

El canadiense estaba seguro que ese día llegaría tarde o temprano. Solo que le resultaba imposible prepararse para su llegada. Porque ahora que vivían los tres juntos, se mal acostumbraron a su compañía. A despertarlo temprano para mandarlo a la escuela. A practicar el violín todos los días por la tarde luego que acabarán los deberes, a cenar juntos cada velada y a decirle buenas noches.

Tomó la copa decidido a dar las gracias. Solo necesitaba reunir valor. De pronto, un golpe en la puerta lo interrumpió. Sorrento dio un salto alarmado. ¿Esperaban a alguien? No. Baian se levantó primero y Sorrento fue tras el.

¿Quién podría ser? Se preguntó en silencio aterrado de saber la respuesta. El llamado se repitió, melodioso y casi juguetón. Sorrento reconoció esa manera de tocar enseguida. Le hizo una seña a Baian para que no atendiera. El canadiense empuñó su escoba, preparado para caerle a golpes al que siguiera insistiendo.

—Sé que están ahí, hasta afuera huele la comida. Y tienen la música sonando —

una carcajada acompañó aquella certera observación.

Sin embargo, Eo no se sentía de ánimos para risas.

—La puerta que buscas es la del lado —

sentenció Eo poniéndose de pie frente a la mesa, a través de la puerta

—No tienes nada que hacer aquí.

—Al lado nadie me abre —

respondió Saori quejumbrosa

—Juju no me contesta las llamadas. No se ha comunicado conmigo y JuJu siempre me deja saber si está bien o si anda metido en líos. Sabe que Mermaid y yo lo sacamos de donde sea.

Ahora sí que tenía su atención. Sorrento aunque no lo quisiera, pensaba en Julian. Esperaba que golpeara la puerta en cualquier momento, como lo hacía siempre, cayéndose de ebrio. Saori tenía razón, hacía tiempo que no daba señales de vida.

—Estoy preocupada por el —

añadió Saori desde el otro lado de la puerta

—Pensé venir a ver si sabías algo, Sirenito. Tal vez esté en problemas, tal vez no se puede comunicar...

Lo hizo al propósito, Saori sabía bien cómo odiaba que lo llamara por ese sobrenombre. Sorrento murmuró una maldición y se compuso de inmediato. Eo lo miró preocupado.

—JuJu es muchas cosas, sorrento y tú eres lo único que tiene. El es tu hermano, aunque no te guste.

El ominoso silencio fue la respuesta que obtuvo Saori de parte de quienes la escuchaban tras la puerta.

—Ya lo busqué en los hospitales, en la delegación de policía y hasta en la morgue. Julián no está por ningún lado y no desaparece tanto tiempo, sin que yo me entere. Soy su única amiga, la única que lo busca a pesar de que tiene familia... Bueno, solo pasaba a ver si sabían algo. Me voy entonces...

Saori giró sobre sus tacones y la puerta se abrió apenas. Sorrento se asomó sin querer mirarla. La peli Lila sonrió y hasta ahogó una de sus usuales risas.

—También me alegra verte, sorrento. Te veo muy bien, te ves muy bien eh. Te está haciendo muy bien el amor.

Saori acompañó el comentario con una potente carcajada y sin ser invitada, se abrió paso dentro del departamento de Eo.

—Que bueno que llegué a tiempo. Iba a cenar con mi familia, pero buscar a tu hermano me ha tenido muy ocupada. Ah, pero no crean que vengo con las manos vacías—

y de su bolso sacó una botella todavía envuelta en una bolsa de papel

— Lo tenía reservado para una ocasión especial. Un regalito que me dio un amiguito de por ahí.

Baian masculló algo en su idioma natal, pero a Saori no le importó en lo más mínimo. Se acomodó en una de las sillas y cruzó las piernas, sonriendo todo el tiempo.

—No bromeo, sorrento. Te ves muy bien. ¿Qué edad ya tienes? Déjame pensar, eres menor que Koga, pero mayor que mi pequeño Seiya. Eres chico todavía, así que no puedes beber con nosotros. Lo siento, por ti. Vamos güerito, no me ponga esa cara. Traje un vino muy bueno. Es importado y dulce como los que dan en misa....

Sorrento dejó de oírla y acomodo un banquito al lado de la mesa. La voz de Saori era casi tan molesta como la voz de su conciencia. Pensaba en Julián más de lo que quería reconocer, pero no con la misma intención que la recién llegada. Temía que su hermano apareciera por la puerta, gritando improperios, lanzando cosas, agrediendo a Eo...

—Íbamos a dar las gracias, antes que nos interrumpieras —

exclamó Baian sin esconder la molestia que le provocaba la presencia de la intrusa.

—¿Ven? ¿No les dije que llegué justo a tiempo? Veo que estás viviendo aquí, sorrento. Bien por ti. Acá el bombón latino siempre ha tenido un lugar en su corazón para ti. Julián siempre renegaba por eso. Pero a decir verdad, no pensé encontrarte aquí. Más bien me dije a mi misma, que seguro te fuiste a vivir con tú sabes quién... Ya sé, ya sé, es un poco pronto para eso. Porque recién... tienen poco tiempo... ¿no? Además con lo del accidente ese... Imagino que tienes que dejar que descanse hasta que se recupere. Además, creo que estás mejor acá con el latino .

Fue entonces cuando Eo y Sorrento se miraron al unísono en franca confusión. Saori encontraba muy divertida la expresión de sus rostros, mas no un motivo para dejar de parlotear.

— aparte tu ya tienes Alfa y eso... Además con lo del accidente ese... el pobrecito ni siquiera ha de poder caminar todavía... Por poco y te quedas viudo... Escuché que por poco y pierde el brazo y para acabar anda cojo de una pierna... No, no... tienes que dejar que descanse hasta que se recupere.

Concluyó saboreando de antemano la rasión que vendría de parte de esos tres. Eo la miraba sin saber qué decir, pero el rostro de Sorrento era el que más le intrigaba. El chico parecía no entender ni una palabra de lo que decía. Saori rio para sus adentros. Seguro el chileno no sabe nada todavía, pensó.

—Bueno, quién cocinó esto, se ve delicioso.

Baian sintió deseos de levantarse de su silla y empujar a Saori fuera del departamento. Pero su reciente cesárea solo le permitía acariciar esa fantasía. Además tenia que guardar silencio si es que no quería despertar al reciente nuevo integrante de la familia. Intrigado por las palabras de esa mujer, quiso saber a qué se refería toda su cháchara, pero al ver a su pareja y a Sorrento compartir el desconcierto de el, lo dejó pasar.

No quedaban más secretos entre ambos. Confiaba en Sorrento lo suficiente para no alarmarse. Además, esa mujer lo único que sabía bien era inventar chismes. Intentó ahogar la ira que le despertaba escuchar el nombre de Julián. Poco le importaba donde andaba ese tipo. Con tal que no apareciera a arruinarlo todo, mejor que ni volviera. Baian se acomodó en su silla, dispuesto a disfrutar de la comida que prepararon juntos.

Julián no se encontraba presente, pero su sola mención terminó con la paz de aquel espacio acogedor. El regresó a la mente de Sorrento, quien perdió el apetito. Tal vez debería salir a buscarlo. Conocía un par de lugares donde solía quedarse. Pero, ¿qué haría si lo encontraba? No iba a volver a vivir con el. Entonces, ¿para qué buscarlo? ¿Para saber si seguía vivo?

La idea de no volver a ver a su hermano, le daba más angustia que alivio. Saori tenía razón, era su hermano al final de cuentas. ¿Qué haría si el no volvía? Ese era un temor que siempre sintió, al verse abandonado en el departamento donde vivía, cuando era niño. Tuvo miedo de quedarse encerrado para siempre, sin que nadie lo encontrara.

Tal vez debía salir en busca de Julián, aunque no tuviera intenciones de hallarlo. Sorrento tragó un bocado, sintiéndolo insípido. Eo lo miraba preocupado. No era su intención traerle más problemas. Le sonrió pretendiendo que nada pasaba y con eso tranquilizó al chileno. Fingir que todo estaba bien, era una habilidad que adquirió viviendo al lado de su hermano.

No quedaba de otra, tendría que buscarlo y si podía encontrarlo, al menos eso podía hacer por el.

***

Cruzaron la calle como era su costumbre, sin fijarse y actuando como si el camino les perteneciera. Kanon se detuvo a golpear el capó de un taxista que no se detuvo a tiempo.

—¿Tienes prisa, cabrón? —

le gritó esperando que el conductor saliera de su auto.

El taxista maldijo desde la comodidad de su asiento, pero no se animó a darle la cara. Kanon escupió al parabrisas y se marchó bastante animado. Sin duda se encontraba de excelente humor.

— Joder mocoso. Tienes el carácter de una perrita Chihuahua. Nada se te puede decir porque saltas a la cara—y Mermaid se rió de su propio chiste— Quien debería estar renegando soy yo. A tu Papá se le ocurrió ponerme de niñera. Y a ti me refiero, no al jodido novato.

Su compañero no podía estar más equivocado. Al contrario de lo que pensaba, Kanon se encontraba de excelente humor.

Por fin recuperado, aunque el médico que lo veía opinara lo contrario, dejó atrás las vendas y un nuevo juego de cicatrices le quedó de recuerdo.

—Si sigues hablando salto en tu puta cara , ahora que puedo hacerlo—

masculló como respuesta.

—Hablando de eso, deberían quitarle la maldita licencia al médico que te dio de alta. Se nota que quedaste muy mal de la cabeza por tanto golpe que te dieron...A este paso vas a terminar muerto, Dragón Marino, pero de un modo muy estúpido. Algo así como morirte porque te resbalaste en la tina o eso.

Kanon prefirió ignorar a Mermaid. El sonido de su voz le provocaba lanzarlo contra el tráfico. A esas horas las calles empezaban a llenarse de gente enloquecida por ir de compras a los comercios.

—Como se me antoja una buena cena en casa. Con un buen vino, servido por una hermosa mujer. La chimenea encendida, la comida lista, la televisión en el fondo... Los primos y tíos hablando mierda...—resopló sonando cansado— Hasta eso suena mejor que andar contigo y tu mal genio.

Si fue idea de Poseidón ponerlos a trabajar juntos, entonces podía ir a darle las quejas a él. Para buena suerte de ambos, al doblar la cuadra llegaron a su destino. Fue el mayor de los dos quien se adelantó y llamó a la puerta, no sin antes darle una mirada a los alrededores.

La puerta se abrió en silencio, luego de que Mermaid enseñara el puño cerrado.

—Buenos días para ti también, Medusa .

Corpulento, lleno de tatuajes y con una barba recortada alrededor de la boca, el mentado Medusa, se abrió paso entre el nutrido grupo de hombres que los apuntaban con armas de fuego. Sonrió y sus dientes de oro saludaron también. Kanon iba a hacer un comentario al respecto, pero el cañón de un revólver, hundido en la mejilla, le hizo detenerse.

—Vaya, ya tenía tiempo sin verte Mermaid. ¿Y ese cabrón viene contigo o se te quedó pegado cuando saliste del baño?

Todos los presentes encontraron muy divertido el chiste. Todos menos kanon quien musitó una grosería.

—Desafortunadamente, viene conmigo. Te presento a Dragón Marino, la nueva princesa consentida de Poseidón...

Las pistolas regresaron a sus fundas. Pero Kanon sintió deseos de sacar la suya, solo por diversión.

—¡Poseidón puede besarme mi culo peludo! Por el precio que pago, debería mandarme un par de chicas en bikini. No a ustedes dos...par de monos.

—Está bien, le diré a Poseidón que lo quieres ver en bikini. ¿Algo más? —

Para Mermaid todo era gracioso.

Siguieron los pasos de Medusa y pronto llegaron a lo que era un pequeño laboratorio de una sustancia ilegal. Un chico que parecía de edad escolar, les puso delante dos maletines de gimnasia, rellenos hasta el tope.

—Es por eso que nosotros tenemos que recoger tu encomienda, Medusa. Las chicas en bikini que quieres no te levantan esta mierda.

—Su otra mierda tampoco se le levanta—

bromeó el muchacho de los maletines y recibió un golpe en el brazo.

—Cállate el hocico y regrésate a trabajar, pendejo. Y avísale al otro maldito cabrón que ya vinieron por él.

A regañadientes el muchacho se alejó y Medusa empezó a inspeccionar los maletines.

—¿Esto nada más? Luego no te quejes del precio, Medusa. ¿Cuántas libras le metiste? Dragón Marino, tú eres bueno en matemáticas, hazte el cálculo.

—Kilos, cabrón. Hablamos de kilos. ¿Ya te olvidaste de contar en kilos, Mermaid? ¿Qué pasó? Si eras el más aplicado en la escuela, si la profesora se te sentaba en las piernas.

—De eso ha pasado tiempo, Medusa. Esas cosas se olvidan. Pero no a la profesora... Dragón Marino en cambio ahí donde lo ves con su cara de matón de poca monta, era bien aplicado. Él sabe hacer esos cálculos. Yo iba a joderme a la profesora, nada más.

Ambos rieron como viejos amigos. Kanon gruñó al verse parte de la conversación. Así que esos dos se conocían de tiempo. Viéndolos juntos, no podían ser más diferentes. Medusa de piel oscura, rasgos evidentemente latinos y acento tan marcado como las cicatrices en sus brazos, no parecía tener ningún tipo de relación con Mermaid. Pero la vida da sorpresas.

Escucharlos conversar le dio luces acerca de la relación de ambos. Eran primos o algo así. Mermaid era casi tan blanco como él. Tenía el cabello oscuro y los ojos claros. Nunca hubiera pensado que podía tener un pariente como Medusa. Ni siquiera tenía acento que delatara sus orígenes. kanon se rascó la cabeza mientras le daba una mirada al contenido de los maletines.

—¡Carajo! —

murmuró mientras tomaba una botella de sobre una mesa.

¿De verdad querían que calculara el peso de toda esa droga? No, era excusa para entretenerlo y que esos dos se pusieran cómodos a beber un rato mientras conversaban.

—¡Tómate tu tiempo, Dragón Marino! No hay apuro... cuando termines de acomodar todo en el carro me avisas. Ahí Sea Dragón te va a dar una mano. Pero no se peleen, ah. Pórtense bonito.

Listo, ahora todo su buen humor se fue por el drenaje. Canon apareció con una expresión de desagrado igual a la suya. Kanon tuvo ganas de arreglársela de un par de puñetazos.

—Apúrate Colorado, no tenemos todo el día —

El otro chico, el que tenía cierto parecido a Medusa, le lanzó otra maleta más y casi lo hace trastabillar.

—Yo me encargo, no te necesito así que te puedes quedar con ese par de viejos borrachos —

El otro, Canon se adelantó a ambos y tomó un manojo de llaves de sobre la mesa

—Puedo solo, tú solo estorbas.

Kanon sonrió, ¿acaso no estaba de tan buen humor? Sin pensar en las heridas que todavía sanaban, saltó sobre Canon y consiguió estrellarlo contra la pared más cercana.

La bulla atrajo de inmediato al resto de presentes. Muy a su pesar, Mermaid tuvo que separar a los dos contrincantes.

—Los hubieras dejado que se maten —

añadió Medusa con una botella en la mano

—yo le iba a postar al mocoso, ese que parece gallo de pelea.

—Tu ni hables medusa, tú no estás de niñera de estos dos mocosos que ni siquiera pueden estar dos segundos solos sin querer matarse

—¿Quién carajo te manda a meterte? De una vez me deshacía de esa rata y asunto arreglado —

replicó el mayor de los dos muchachos.

—¡Tu Papá! ¿Lo recuerdas? Un maldito vejete con muy mal carácter cuando le malogran los planes. ¿Qué crees que va a hacer cuando le diga que ustedes dos, par de pelmazos no dejan de pelearse. ¡Son peor que criaturas!

—No sé ustedes, pero a mi Poseidón me dijo que me encargara. Si no me creen pregúntenle, me dijo muy claro que yo me hiciera cargo.

Tanto Mermaid como Kanon se miraron al unísono. El novato infló el pecho al tener la atención del resto.

Al momento siguiente, Medusa explotó en una carcajada que seguro se escuchó en la siguiente cuadra. Mermaid se unió al coro de risas y hasta a Kanon le arrancó una sonrisa.

—¡Ah cabrón! —balbuceaba Medusa haciéndose oír a voces—Este mocoso culo cagado cree que... que...el cabrón de Poseidón habla en serio.

—¡Qué te va a dejar a ti al mando... al mando de una mierda! Ni te dejaría a cargo de limpiarle el inodoro...—

Mermaid se abrazó de su primo para reír largamente.

Canon se contrajo de la ira. Hasta perdió el color del rostro. Los labios se le afinaron hasta casi desparecer. Masculló un par de insultos que se ahogaron entre las risas de todos los presentes. Derrotado y humillado, avanzó arrastrando los pies hacia el auto estacionado.

—Se cree el muy chingón andando con los perros grandes—agregó Medusa—Pero ni a perrita de feria llega. Tilapia casi se lo chinga en la puerta. Porque no sabía que tenía que mostrarle la mano.

—es verdad, todavía no se ha ganado la marca de poseidon. Y a este paso no se la va a ganar nunca. A lo mucho uno de esos sellos que les ponen a los niños en la escuela.

— Poseidón no se va con pendejadas. Eso lo saben todos, hasta las mafias se cuidan de ese cabrón. ¿Te acuerdas como te ganaste tu marca, ah Mermaid? Te dieron una buena tunda, pero por que eres terco no te mataron.

—¡Ah, claro que lo acuerdo! Ni me hagas recordar que me acuerdo la zafada de huesos que me costó. Tu Papá, Poseidón me mandó a enfrentarme a una de esas «gangas», sin armamento alguno. ¡Carajo, me tuve que defender con el cortaúñas de mi tío Benito! Hasta ahora lo guardo como recuerdo.

—Ese Poseidón está loco. Yo que tú no lo mentó mucho porque se nos aparece —

Medusa se persignó y todo el resto de su grupo lo siguió

—¡Y ya cabrones! ¿Qué me están viendo? A trabajar que no están de vacaciones.

Así fue como Medusa disolvió la improvisada reunión. El novato rumiaba su ira esperando en el auto al que no podía entrar. Kanon rio entre dientes, era divertido ver al chico ese comiéndose su rabia.

—Oye, Dragón Marino, yo que tú escucho a Mermaid. Tiene cara de menso, pero es, como le dicen, autodefensa. Si quieres seguir vivo y en este negocio, escucha a la voz de la experiencia. Y ya saquen su culo de acá que tenemos cosas que hacer.

Mermaid se despidió afable de su llamado primo y por fin los dejó subir al auto. Parecía de buen humor, pero apenas avanzó el auto, el tono de su voz lo delató.

—Escuchen los dos. Estamos en esto juntos. A Poseidón se le antoja ponerme de niñera y eso a mi me molesta mucho. Así que al siguiente hijo de zorra, que se le ocurra ponerse a pelear a lo pendejo, le reviento las pelotas de un plomazo. ¿Entendido?

Una vez más no hubo respuesta alguna, pero Mermaid supo que la atención de ambos la tenía.

—Ya que nos entendemos, vamos a hacer una parada. Dragón marino, en estos momentos no quiero ver más tu cara. Vete a descansar y ya cuando estés bien drogado con todos esos calmantes que te recetaron, paso por ti. Tienes 1 hora.

La noticia le cayó como agua hirviendo. Kanon saltó de su sitio dispuesto a estrellarle la cara al conductor contra el timón y hacer que se trague la palanca de cambios.

—Y si tienes alguna queja, se la das a tu Papá. Tú, novato. Te sientas ahí atrás y haces como que no existes. Te escucho respirar y será lo último que hagas, ¿estamos?

Con esto último ninguno de los tres dijo palabra. Kanon se supo derrotado, pero no le iba a dar la satisfacción a esa rata mugrosa como llamaba a su homónimo, de demostrarle su enojo.

Apenas Mermaid lo dejó en la calle donde vivía, azotó la puerta del auto. Estaba furioso. Podía regresar a su departamento y tomar los calmantes que buena falta le hacían o mejor...

De un salto rodó sobre el capó del auto, espantando a Mermaid tras el timón. El cuerpo le pasó la factura, de verdad necesitaba una buena dosis de calmantes. Aterrizó sobre la pierna dolorida y bien sujeto de la manija de la puerta, apuntó con la otra mano a Mermaid tras la ventana.

—¡Eres un loco de mierda! —

Dijo sin darse cuenta, no era verdaderamente un mero insulto. Mermaid giró el rostro para ver a Kanon apartándose de la ventana listo para disparar

—ya veo porque Poseidón te tiene tanta estima.

En el asiento trasero, el otro Canon observaba en un silencio aturdido todo lo que sucedía. Vio a Mermaid abrir la puerta, cuidando de golpear a Kanon en el proceso.

Una vez Kanon tomó el volante, reclinó el sillón lo suficiente para darle un buen golpe al novato. Lo forzó a moverse al otro asiento,  no sin una mentada de madre.

El copiloto se sentó en su lugar, todavía enojado por el incidente. Kanon no le prestó atención a las amenazas de Mermaid y a los murmullos del novato. Obtuvo lo que quiso y del modo que mejor sabía, imponiéndose.

Kanon encendió  la radio y le subió el volumen con intenciones de reventarle los tímpanos a los presentes. Mermaid cruzó los brazos renegando y el otro Canon se hizo un bollo en el asiento de atrás.

—¡Listo hijos de puta, tenemos un encargo que entregar!

***

Las palabras de Saori envenenaron su conciencia. De nada sirvió intentar olvidarlas y recordar que ahora tenía una nueva vida, cuando por fin gozaba de cierta tranquilidad y hasta pensaba en un futuro para sí mismo. No iba a poder escapar del pasado, por más que lo intentara. Lo sabía bien porque a esas horas de la noche, en lugar de estar cómodo y bien dormido en la cama que improvisó Eo, se encontraba apilando botellas en un club nocturno.

Hasta allí llegó siguiendo los pasos de Julián. De la última vez que lo vieron, ya había pasado tres semanas. Isaac, el dueño del local le dio la bienvenida como a un viejo conocido. Sin quererlo, para Sorrento el ambiente le era familiar. Pasó varias noches sobre las bolsas de ropa que las chicas apilaban en un rincón del cuarto donde se desvestían. Jamás consiguió conciliar el sueño, la música y la bulla de las bailarinas se lo impedían.

Le dio una mirada al reloj de pared colgando del pasillo. Era demasiado tarde para regresar a casa. Tal vez ya había vuelto al departamento.

Quizá si salía y lo buscaba en la calle, lo vería tambaleante y ebrio. Lo llevaría de regreso a casa, si podía encontrarlo. Si es que no era demasiado tarde. Como dijo Saori, Julián no se ausentaba por tanto tiempo sin avisarle donde estaba.

De repente no iba a volver. Por fin lo había abandonado. Julián seguro estaba al tanto de la situación con Massimo y esa era la razón por la que decidió marcharse.

No, conocía a Julián, no tanto como Saori, pero sabía que el no se iría sin levantar polvo. Incluso Eo entendía la situación. No tuvo valor para explicarle al chileno sus planes, así que no lo hizo.

No fue necesario, Eo lo vio salir. En lugar de detenerlo, lo dejó partir. Le pidió que tuviera cuidado y le dio dinero para su transporte.

—¡Hey, Sirenito, deja eso y dame una mano aquí —

Isaac se asomó  a la trastienda y lo sacó de su ensimismamiento

— Sorrento, dale un ojo a la barra que tengo algo que hacer allá atrás.

Sorrento asintió a sabiendas de la real razón por la que Isaac lo quería fuera del camino. La trastienda era un corredor oscuro que daba hacia la puerta trasera del local. A esas horas de la noche, los asuntos que pudiera tener allá afuera, no eran su incumbencia.

La música sonaba tan fuerte que los oídos ya le zumbaban. Apenas se asomó a la barra, una chicha semidesnuda, le pidió algo de eso.

El barman la abordó antes que Sorrento pudiera responderle.

—Vuelve en un rato, Diamond—le dijo.

—Mi cliente no quiere esperar, quiere ahora. ¡Ahora!No quiere esperar—

Diamond se lanzó sobre Sorrento quien retrocedió por reflejo

— Sirenito, dame un poco... Dame...

—Te dije que luego —

el barman la apuntó con una botella

—Anda a menearle las tetas un rato. ¡Fuera de aquí!

Derrotada, Diamond lanzó un par de amenazas y se marchó por donde vino.

—No te quedes ahí sin hacer nada, Sirenita. Dile a Kraken que se apure con esa mierda. ¿Qué me estás mirando? ¡Anda!

Negó con la cabeza y con ambas manos. Una respuesta verbal no servía de nada. Con toda la bulla del club, era imposible que se oyeran.

Krishna, ese era su nombre, se dio la vuelta y siguió atendiendo a sus clientes. Apenas le dio una mirada de reojo y Sorrento supo que mejor se movía.

Regresó a la trastienda tan derrotado como la misma Diamond. Apenas se asomó pudo ver a Isaac. estrechando las manos con alguien. Retrocedió entonces, pero no supo dónde ir. Si regresaba a la barra Krishna seguro lo mataba con otra mirada.

Isaac no estaba solo y tampoco tenía las manos vacías. Traía un maletín enorme en las manos y Sorrento alcanzó a ver a un muchacho como de su edad, cargando otro igual.

Cruzaron miradas y Sorrento regresó a esconderse entre las cajas y botellas que apilaba.

—Déja pongo esto en mi oficina

anunció Isaac abriéndoles la puerta

—Deja el paquete sobre la mesa.

Sorrento los vio entrar, pero no se molestaron en cerrar la puerta. Eran tres, el chico más joven, un tipo de edad madura y alguien que ya bien conocía. Se maldijo en silencio por no quedarse en la barra como le mandaron.

—Tanto trabajo me dio algo de sed. Y nunca está de más la buena compañía.

—Siempre son bienvenidos, ya lo saben. Pásenla bien, acá Mermaid, mi amigo sabe bien con quien divertirse—

bromeó Isaac. palmeando la espalda de uno de ellos.

El chico más joven lo buscó con la mirada. Sorrento supo que no podía escapar de él. Regresó los ojos a lo que estaba haciendo, pero podía sentir al chico ese mirándolo.

No importaba, con tal que ese otro alfa no lo viera, no tendría problemas. Se puso de espaldas a los recién llegados. Hasta se colocó la capucha para pasar desapercibido entre las cajas, en medio de la penumbra.

Mermaid pasó primero, luego lo siguió quien bien conocía. Parecía distraído mirando su teléfono. Por fin algo de suerte, pensó Sorrento mirando furtivamente a quien pasaban por su lado.

La suerte se le acabó cuando el más joven del grupo se detuvo a su lado. Dejó que el resto avanzara y le dio un certero empujón, tal vez para llamar su atención.

Sorrento reaccionó con menos sorpresa de la que debía mostrar. Se repuso de inmediato y trató de encararlo en silencio.

—¿Qué mierda estabas mirando, ah?

¿Qué clase de pregunta era esa? Sorrento se mostró confundido. Negó con la cabeza, sin decirle nada.

—¿Qué no puedes hablar? ¿Por qué no me respondes?

El pequeño escándalo que estaba armando sirvió para alertar a sus dos compañeros y a Isaac

—¿Pasa algo? Sirenito, ¿todo bien? —

preguntó el dueño del local asomándose de inmediato.

—Pasa que tú sirenito anda buscando problemas —

replicó el muchacho sin quitarle los ojos de encima.

— Mermaid, parece que tu chico nuevo tiene problemas con el mío. ¿Es eso? —

Isaac salió de su oficina y traía una palanqueta entre manos

— Sirenito, ¿Todo bien?

El mayor de los tres, regresó sobre sus pasos y no se veía muy contento de hacerlo. Sorrento maldijo en silencio, porque tras este, venía alguien que prefería evitar por ahora. Negó con la cabeza y hasta levantó los hombros para evitar traer más atención, pero era tarde.

—Todo está bien, por ahora...—

respondió el chico entre dientes un momento antes de que Mermaid lo estrellara contra la pared.

Sorrento retrocedió alejándose del peligro. No, al final de cuentas no fue el tal Mermaid quien golpeó al chico, fue quien ya conocía y no se atrevía a mirar de frente.

—Es nuevo, Kraken. y todavía no estrena el cerebro. —

intervino Mermaid separando a los dos muchachos

—Tampoco va a durar mucho...

Tuvo que detenerse para auxiliar al novato. Kanon acababa de asestarle un puñetazo en el vientre.  Separó a ambos muchachos a empujones y acorraló al de cabello azul contra la pared.

Isaac se acercó a la escena sin olvidar la palanqueta. Tal vez tenía la edad de Mermaid y su cuerpo era delgado, pero ello no evitaba que se desplazara con mucha soltura.

El novato retrocedió al ver el arma en las manos del dueño del local. Sabía que si se movía un centímetro, la palanqueta lo alcanzaría certera en plena cara.

—¡A ver si nos calmamos todos, por un carajo! Deja hable con el novato y no va a molestar más. Kraken, ¿todo queda aquí, cierto?

—Yo, Mermaid, amigo, tengo oídos jodidamente increíbles. Pero Tina aquí presente, solo me escucha a mi. No quieres meterte con Tina.

—Nadie quiere meterse con Tina, hermano. Todo bien, ¿no?

—Por ahora —

fue la respuesta de Kraken quien blandió a «Tina» frente los ojos del novato.

—Entonces nos vamos, todo este show de mierda me ha puesto de malas —

agregó Mermaid asiendo al chico nuevo de las solapas de su chaqueta

—Necesito un buen par de tetas, así bien grandes, en mi cara para quitarme las ganas de estrangularlos a los dos.

El dueño del local regresó a su oficina, luego de que se marcharan. Sorrento supo entonces que era hora de hacer lo mismo. No tenía como regresar a casa, pero ese era el último de sus problemas.

La búsqueda de Julián quedaba postergada a otro momento.  Tendría que escabullirse sin que Isaac lo viera. Por la puerta trasera era imposible. Tenía una alarma, siempre estaba cerrada y una cámara la vigilaba.

Tendría que salir por la puerta principal. Con toda la bulla y el movimiento seguro que nadie lo notaba. Aunque para salir, tenía que cruzar todo el local y pasar desapercibido.

Sorrento se asomó a la barra con menos disimulo que antes. El lugar estaba lleno y en ese momento un par de chicas bailaban en el escenario. Ellas captaban la atención de los presentes, salvo de los recién llegados. A los tres los ubicó muy cerca a la puerta principal.

El mayor de los tres conversaba con una chica que pronto se sentó a su lado. Otra se les acercó y una llegó a la barra a pedir bebidas.

—¡Ey, Krishna, es para esos tres!—

Anunció la muchacha recostándose en la barra

—¡Dos cervezas y un especial, tú sabes cual!

El barman resopló con cierto fastidio y sirvió un vaso pequeño.

—Aquí tienes Lexi. Con cariño de mi parte, para ese cabrón, demasiado bueno ese hijo de puta para beber cerveza.

—Gracias, bebé. Le daré mucho cariño de tu parte —

Y Lexi sacudió su voluptuoso pecho riendo.

Sorrento se encontró entonces observando la escena. Mala idea, mientras sus ojos seguían a la chica, otros lo observaban desde el otro lado del local.

Si por un momento pensó que podría escabullirse sin ser visto, estaba muy equivocado. No le quedaba sospecha alguna de dos cosas: ese tipo Kanon llegó a reconocerlo y que de ahí no iba a salir entero.

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