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Xlll

El calendario despedía el mes de septiembre y las decoraciones en las calle daban cuenta del paso del tiempo.

A esas horas, su mente se iba a la deriva pensando y pensando. El viento nocturno le revolvió el cabello y Kanon le dio una mirada a su reloj; ya marcaba la media noche. Tal vez debía regresar al auto que fue de Lymnades y ahora por derecho era suyo. Distraerse un rato escuchando música era una buena opción, pero decidió evadirla.

Ese auto contenía el recuerdo envenenado de quien prefería evitar. Maldijo en silencio, porque tenía que olvidarse de ese pequeño OMEGA y le resultaba imposible hacerlo.

Era su asunto pendiente.

La noche avanzaba en el más ominoso silencio. Poseidón quería acabar de enloquecerlo. Le confió una labor tan tediosa, que tenía la sospecha que era una represalia de su padre. Mientras se podría en vida, del edificio que vigilaba no salía ni un alma. La suya en particular pronto lo abandonaría si no había acción y pronto.

¿Era eso lo que quería? Alejarlo del departamento aquel, de los edificios del estado. ¿Era lo que Poseidón buscaba? Matarlo de aburrimiento.

No, quería atormentarlo, porque en medio de aquel silencio y vacío en los alrededores, solo podía pensar en ese OMEGA.

Necesitaba regresar y asegurarse que seguía vivo. Tenía que ser así, porque todos sus esfuerzos no pudieron ser en vano. No iba a permitir que todo su arduo trabajo se fuera al caño.

Kanon dejó su posición para rodear el edificio una vez más.

Ni siquiera un gato callejero se animaba a merodear por la zona. Contrariamente a lo que pensaba su jefe, ese edificio estaba vacío. Poseidón debía estar bromeando. Lo envió a congelarse el trasero, esperando por algo que no iba a suceder.

Era hora de regresar al auto e informarle a Poseidón que se podía ir al carajo. Si tanto interés tenía en la actividad dentro de ese edificio, podía venir él mismo a fisgonear.

Listo, el edificio estaba más abandonado que él de niño. Fin del asunto.

Kanon escupió al suelo hirviendo de rabia. Giró sobre sus talones y emprendió la marcha. Ni consiguió llegar a la esquina cuando sintió un breve chirrido en la puerta.

No, esa no era una puerta, era una ventana oxidada cuyo sonido poco discreto pondría en alerta a cualquiera. Maldijo en silencio y se pegó a la pared esperando no haber sido visto. Esperó un momento sin animarse a moverse. Traía la capucha puesta y estaba listo para actuar.

Instintivamente una de sus manos buscó el arma escondida entre sus ropas. Por fin, ya iba a empezar a dudar de la capacidad de Poseidón.

Ahí salían las ratas de su agujero. Eran dos y de las gordas. Así que por fin sacaban el hocico; seguro creyeron que iban a poder ocultarse por siempre.

Despacio, cuidándose de no ser vistos el primero de los sujetos se deslizó de la ventana con torpeza. Tenía un arma el muy idiota y no se molestaba en dejarlo notar. Creían que nadie los vigilaba, pero cuán equivocados andaban.

—¡Libre, libre! —

susurró el primer imbécil al segundo todavía encaramado en la ventana

—Apúrate, baja de una vez.

El segundo se quedó en la ventana, como si sintiera el peligro acechando. Giró la cabeza en dirección donde Kanon se escondía y apenas tuvo tiempo de agazaparse, cuando una bala intentó alcanzarlo.

—¡Carajo!—

masculló Kanon sin pensar en perdonarse por haber fallado el tiro.

El otro sujeto, no supo que hacer. Si regresar a su escondite o emprender la fuga. Las ratas siempre regresar a su madriguera y hacia allá se fue.

Kanon ni lo pensó. Al instante siguiente trepaba por la ventana en persecución. De pronto se encontró en lo que parecía un túnel oscuro. Alcanzó a atrapar uno de los pies de su presa y a cambio recibió un par de patadas en la cara.

Erró el tiro y tenía que enmendarlo. No iba a hacerse de más asuntos sin resolver. Necesitaba ir tras esa rata y terminar con lo que empezó.

Kanon cayó de bruces por el túnel por el cual perseguía a su presa. Demasiado tarde para retroceder, se vino a dar cuenta que acababa de caer en una trampa.

Era lo menos que podía esperar de las ratas que pretendía cazar, sucias, arteras y numerosas.

Herido en el orgullo más que en el cuerpo, se incorporó como pudo. Su brazo izquierdo era el que más dolía. Un murmullo masivo se dejó oír en aquel espacio apenas iluminado. En realidad era una madriguera muy bien equipada.

—Así que este es uno de los perros de Poseidón?

—No es más que un gato sarnoso.

—No, los gatos son más inteligentes, no se dejan atrapar así de fácil.

—Los perros tampoco son idiotas.

Kanon gruñó cansado de escuchar a esos dos debatir acerca de la especie animal a la que pertenecía. Maldiciendo en silencio a causa del dolor e intentó ponerse de pie.

—¡No vas a ningún lado, gato sarnoso! —

una de las ratas de alcantarilla le propinó un golpe en la pierna dolorida.

Carajo, se hizo más daño del que pudo calcular. Kanon cayó de rodillas, buscando inútilmente asirse de la pared con el brazo quebrado.

—¡Qué no es gato! Ni a cucaracha llega —

otro golpe más y directo al estómago.

Perdió la conciencia por un breve instante, al siguiente se encontró en el suelo y con los ojos abiertos. La luz de un foco le daba en la cara y no podía saber el número de gente que lo rodeaba.

—Así que Poseidón nos mandó algo con que entretenernos. Ya era hora. Ya me iba a resentir.

Esa voz era nueva y sonaba distinta al resto. Inconfundible, era la voz de una mujer. Mayor sí, quizá de la edad de su mamá. Pero esta no era una madre cualquiera, era una de las ratas que Poseidón quería exterminar.

—Vamos a cortarte en pedazos, para que le puedas llevar el recado al gusano de tu jefe. No quiero que piense que soy grosera.

El anuncio de aquella mujer fue muy bien recibido entre el resto de los presentes. Un coro de voces dejó entrever las ganas de ver sangre. Kanon ni intento moverse, tenía que recuperar fuerzas para poder pelear.

Había bastante luz en aquel espacio cerrado. Todas las ventanas se encontraban tapiadas a conciencia. Imposible notar desde afuera, lo que sucedía allí dentro. Incluso las paredes parecían tragarse los sonidos. Kanon le dio una mirada rápida al panorama. Si pretendía salir con vida, tendría que idear un escape y pronto. Con uno de sus brazos inutilizado, el nivel de dificultad se elevaba a imposible.

La rabia de nuevo, le daba fuerzas para continuar. No iba a poder regresar al lado de Poseidón con el rabo colgándole entre las patas.

—No tienes la más puta idea de con quién te estás metiendo—

le gritó a aquella mujer quien sin lugar a dudas era la dueña del circo

—Las cucarachas no hablan —

fue la respuesta de parte de una de esas ratas que ahora lo rodeaban.

Un muchacho, como de su edad, lo observaba con ira. Ese era de cuidado, tenía la mirada torva como la de quien bien conocía. Poseidón conseguía intimidarle con solo una mirada. Este chico en cambio, tenía mucho camino que recorrer.

—Deja de chillar, rata de mierda y cierra ese hueco en tu cara.

El tipejo ese se encendió de rabia. Era tan predecible su reacción que anticiparse a sus movimientos era inevitable. Carajo, el hijo de puta venía a lanzársele encima. Que lo hiciera, lo esperaba ansioso. Kanon irguió el pecho, pero la mujer aquella detuvo los avances del mocoso ese.

—Déjalo Canon

y apartó al chico quien se detuvo a regañadientes

—Y tú, hablas demasiado para ser hombre muerto. Creo que empezaré arrancándote la lengua.

Las demás ratas encontraron muy gracioso el comentario de aquella mujer. Ella inspiraba respeto entre los espantajos que la seguían. Serían unos veinte como mínimo, algunas mujeres entre sus filas, nada que no pudiera exterminar Poseidón en un abrir y cerrar de ojos.

De pronto sentía que soñaba y se encontraba en medio de una pesadilla. Atrapado en medio de una masa gris que pretendía lincharlo, seguramente y no tenía modo de cómo defenderse.

—Te mandaron a espiarnos, ¿no?

—No te puedes esconder de nosotros. Te teníamos vigilado.

—En todo momento.

—Sabemos dónde vives y que sacas la basura a diario. La tiras en el mismo sitio.

—Tienes un bonito auto.

—Lo limpias a diario.

¿Qué mierda? Esas ratas de alcantarilla tenían la manía de hablar en conjunto. Kanon recogía todas las miradas con los ojos llenos de ira. Tendría que recordar sus rostros, porque iba a encontrar el modo de vengarse.

—¿También me estuvieron viendo el pito? —

vociferó dolorido

—Váyanse al carajo, ratas de mierda.

—¿Ratas dices? ¿Nos dijo ratas?

—¿A nosotros? —

el chico aquel llamado Canon, volvió a la carga.

¡Ah carajo! Tenían el mismo nombre.

Ese hijo de puta se mantenía cerca de aquella mujer y bien atento al menor movimiento. Podía leerlo muy bien, porque era casi como mirarse en un espejo. Kanon se enojó consigo mismo. ¿Cómo se iba a comparar con esa rata asquerosa?

—A ti en especial, cabrón. Pero por respeto a las ratas, voy a empezar a llamarles excremento, en especial a ti, pedazo de mierda.

Así se sentía reflejarse en un espejo. Kanon sabía lo que venía y lo esperó con paciencia. El chico se le lanzó encima, gruñendo amenazas. Rodaron por el suelo y pronto llegaron a separarlos.

Canon, deja eso para después. Ahora esta basura va a contestar todas mis preguntas si no quiere que le corte los huevos.

La mujer esa, se adelantó de entre la turba. A Kanon no le quedaba más que la certeza que iba a cumplir su amenaza. Carajo, tanto juntarse con Poseidón hizo que se acostumbrara a leer a los rivales.

Así que le escupió con odio. Le dio en toda la cara. Ella se limpió de prisa y lo golpeó en la boca.

El tal Canon arremetió de improviso. Vaya que se encontró con su jodido reflejo en el lugar menos pensado. Kanon escupió sangre esta vez y solo sirvió para acalorar los ánimos. La lideresa de las ratas apartó al tipejo con un brazo y con el otro le levantó la polera.

—El gusano de tu padre te mandó a ti solo a buscarnos. Vaya, si que Poseidón es un experto en matar a sus hijos. ¿cuantos van hasta ahora? Veamos... Scyllia, Hipocampo y supongo que tu eres Dragón Marino...

Buscaba algo y lo encontró de inmediato. El arma que Poseidón le regaló pasó a sus manos de pronto. Ella sonrió ante su hallazgo y enseguida introdujo el cañón dentro de la pretina del pantalón de su prisionero.

Kanon se tensó al sentir el metal frío sobre su piel.

—Tú solo tienes más cojones de lo que ese insecto asqueroso va a tener en su vida. Cuando terminemos contigo, vas a quedar igual que él, sin huevos, mocoso.

—Si crees que me asustas, estás muy equivocada, rata de alcantarilla.

Ella disparó y hubo silencio entre las ratas. Quizá esperaban algún sonido de parte de Kanon, pero este se esforzó en no pestañear.

—¿Eso es todo lo que tienes? —

insistió el prisionero sin inmutarse.

La ira encendió los ojos de aquella mujer mayor. Podría ser su madre, por como lo sujetaba de la ropa y se aferraba al pantalón que llevaba puesto.

—No tienes la más puta idea, mocoso.

Kanon no resistió y la apartó de un empujón usando la fuerza de su cuerpo. Lo hizo tan rápido que no le dio tiempo de reaccionar. Le cayó encima a recuperar lo suyo; esa arma importaba màs que su propia vida.

Las ratas le cayeron encima y pronto kanon terminó arrinconado contra una pared. En clara desventaja. La mujer regresó a la carga y con rabia le pisó el brazo herido.

—Te recomiendo que empieces a hablar. ¿Qué tanto sabe el gusano de tu jefe de nosotros? Habla antes que te acabe de arrancar el brazo.

—Lo sabe todo.

¿Acaso ella no lo sabía? Poseidón era el diablo.

—Miente, miente, está mintiendo.

—Nadie sabe de nosotros. No saben quiénes somos.

—Nos ocultamos bien, nadie nos conoce.

—Está alardeando, ya quémalo Ker.

—Que nombre tan estúpido. Por lo menos ya sé que nombre va a tener tu tumba. Voy a mearme encima cuando te entierren—

Kanon rio entre dientes

Ker la reina de las ratas.

Ker se mostró serena ante sus palabras. Seguro ardía de ira, pero no se lo iba a demostrar. A diferencia del resto del grupo, ella cuidaba sus movimientos. No iba a poder burlarla de nuevo.

—Bahamut, Bahamut ven, toma esto —

llamó la tal ker y le entregó a uno de los suyos, el regalo que Poseidón le hizo

—Estoy segura que puedes sacar algo bueno por esta mierda.

El tal Bahamut apresurado lo recibió entre sus dedos arrugados y dejó escapar un silbido de sorpresa.

—Hace tanto no tenía una de estas en mis manos. Smith and Weston...

—¡Ni te acostumbres, viejo de mierda! Quítale las pezuñas de encima a lo que es mío —

gritó kanon sin darse cuenta del tono de su voz.

—¡No lo vas a necesitar en el otro mundo! —

arremetió el chico ese lanzándole una patada en la cara.

Kanon maldijo en silencio, con la boca llena de su propia sangre, le fue imposible decir algo. Tal vez se encontraba demasiado débil para continuar. No, el golpe fue certero. Ese tal canon se parecía demasiado a él. Las luces se le apagaban. No podía ser, no iba a morir de ese modo.

No podía fallarle a Poseidón.

******

Sorrento despertó de golpe. Soñaba algo que no podía recordar, pero fue muy vívido. Se ahogaba, quizá de eso trataba su sueño, porque tenía el rostro empapado y pugnaba por respirar.

—No me refería a eso, Ju... ¡Quítate, yo me encargo!

Instintivamente intentó apartar las manos que intentaban tocarle la cara. Reconoció esa voz al momento siguiente, pero no pudo calmarse.

—¡Tú también, relájate! Te voy a secar la cara que tu hermano poco más y te ahoga con tanta agua.

Era Saori quien reía mientras le estampaba una toalla en el rostro. Cuando por fin pudo verla bien, ella lo recibió con una sonrisa.

—¡Bienvenido al mundo de los vivos! Te tengo algo de comer, para que dejes de parecer muerto viviente.

De pronto ella lo tomó en sus brazos y se sentía bien el contacto con alguien más. Seguía vivo y sin recordar el sueño extraño que tuvo.

Escucharon a Julián renegando fuera de la habitación, pero ninguno de los dos le prestó mucha atención. Saori se incorporó primero y le acercó un envase de plástico. Era sopa de fideos, de lata, dijo ella.

—Es tu favorita, me acuerdo que siempre te comías todo, hasta el último de los fideos pegados al fondo del plato.

No iba a negar que tenía hambre. Sorrento la vió sintiendo que se le acababan las fuerzas para sostenerse. Saori le alcanzó una cuchara de plástico a los labios y rio de nuevo.

—No puedo creer cuanto has crecido. Si ayer apenas eras un bebito con los pañales mojados y todo sucio de mocos. Mírate ahora. ¿Cuándo creciste tanto?

Sorrento se dedicó a ignorarla, así que Saori siguió con su melancólico monólogo acerca del tiempo pasado y como conoció a Julián; cuando él era muy pequeñito.

—Debe ser que me estoy haciendo vieja —

y se levantó de la cama

—y tú también, mírate nada más, ya tienes, ¿cuántos años ya tiene, Julián?

—¡Jódete Saori!—

fue la respuesta que les llegó desde la otra habitación.

–No le hagas caso, anda de mal humor porque el pedazo de mierda de su Alfa, lo dejó peor que a perro pulgoso. Pero eso es algo que ya sabias, ¿no?

La verdad que no. Quizá todavía no acababa de despertar. Tal vez más sopa le daría fuerzas para levantarse y huir de los monólogos de Saori.

—Tu novio lo asustó tanto que ese maldito hijo de puta, se largó con la cola entre las patas. ¡Enhorabuena!

—¡Jódete Saori y lárgate ya! —

al parecer Julián andaba pendiente de lo que su amiga tenía que decir.

—¡Yo también te quiero, Ju-Ju! Sin mi estarías bien jodido. Mira que si se te muere el crío, o te mata su novio o el bastardo de Massimo.

—¡Massimo me puede besar el culo! Ese bastardo tiene el descaro de quejarse del mocoso ese, cuando jamás en su vida ha estado aquí para aguantarlo.

Julián apareció en el umbral de la puerta, batiendo su teléfono viejo con rabia.

—Tu hermano está enojado porque tu Alfa lo estuvo jodiendo por teléfono. Termina de comer para que te des un baño y te vistas bonito. Massimo te va a llevar a algún sitio, por tu cumpleaños. Es hoy, feliz cumple.

Saori consiguió que regresara a la realidad con un simple conjunto de palabras. ¿Massimo quería verlo? ¿De nuevo?

—¿Pppp...?—

ah mierda, pensaba sorrento regresando de lleno a su vida miserable.

Un cuaderno sobre la cama tenía un bolígrafo incrustado entre sus páginas. Lo tomó sin pensarlo y escribió a toda prisa la pregunta atravesada en su garganta.

—¿Qué? ¿Qué es eso? Ah... no entiendo que dice ahí. Escribes como la mierda, niño —

replicó Saori riendo de nuevo.

Lo intentó de nuevo, esta vez cuidando que las letras que escribía no se vieran como patas de insectos chamuscados.

—¿Ppp..?—

esta vez sorrento le apuntaba las palabras con los dedos para que ella las leyera.

—¿Por qué? ¿Por qué, qué? —

ahora la confundida era Saori.

Sorrento maldijo para sus adentros. Ya no le importaba saber la razón por la cual Massimo quería verlo. Tenía la certeza que era para humillarlo de nuevo. Pues no, no iba a verlo nunca más.

—Ya te vi, ya estás bien, ya me voy —

anunció Saori estirándose perezosamente.

No engañaba a nadie, las ganas de quedarse la traicionaban. La conocía demasiado bien, como ella decía, desde que todavía usaba pañales. Saori gravitaba en la vida de Julián, quizá por compañía, quizá para asegurarse de que ese niño siguiera con vida.

Tal vez era por ello, porque cariñosa se acercó al muchacho sobre la cama y le apretó las mejillas.

—De verdad que has crecido. Mira que ahora hasta novio tienes. Que te aproveche. Y que te robe mucho antes que Julian te presente otro alfa rabo verde.  Mira que ofrecerte a un cuarentón con lo lindo que eres...

—Lárgate ya Saori, si no vas a hacer más que joder...

—¡Qué carácter! Ya me voy... Encima que te doy una mano, Ju... Así me tratas. Ya, me voy... deja de renegar que te arrugas.

Al quedarse solo, podría intentar ordenar sus ideas. Tal vez no se acordaba de los sucesos recientes y Massimo podía irse al infierno. A la única persona a la que quería ver vivía se encontraba a tan sólo unos pasos. Para allá iría apenas se quitara a Julián de encima.

Ahora lo miraba con cierta expresión a la que no era muy familiar. Parecía confundido. Sorrento se envolvió en la frazada de su cama, pero Julián no se movía del umbral de la puerta. Iba a decirle algo hiriente, sin duda, pero parecía que tenía que tomarse su tiempo para calibrar sus palabras.

—Ya oíste a la metiche de Saori. Massimo quiere verte. Hazme un favor y lárgate con él. Lárgate con ese cabrón o con el otro cabrón con el que andas. Pero desaparece de una vez, ¿entendiste?

Sorrento no se dignó a responderle. Lo dejó hablando solo. Regresó los ojos a las paredes de su habitación. De pronto empezaba a recordar trozos de los días pasados. Las rayas chuecas y mal pintadas contenían notas dispersas, ritmos mezclados.

Las paredes no contenían la extensión de lo sonaba en su mente; mucho menos el ritmo. Pasó los dedos sobre un conjunto de puntos alocados sobre las líneas que soñaban con ser una partitura.

Algún día, susurró su mente entonando aquella melodía que ahora regresaba a su memoria.

Julián acababa de lanzar una botella y se estrelló contra la pared. Qué raro, pensó encogiéndose en su sitio. En otras oportunidades le alcanzó a dar en la cabeza.

Por fin el se rindió y lo dejó en paz, no sin antes advertirle que se diera prisa. Sorrento se encogió de hombros. No se sentía con ánimos de moverse de su sitio. La pared todavía chorreaba sobre las notas de lo que sería una parte lenta de la canción que tenía en mente.

Si pudiera unir los trozos sueltos de las memorias que colgaban como las notas de esa partitura, quizá...Quizá podría reunir fuerzas para echarse a morir. Cansado, no, exhausto terminaría de comer lo que Saori le dejó e iría a ver a Eo.

No quería preocuparlo más. Sería la última vez que lo molestara. Eo tenía derecho de saber la verdad acerca de él. No quería seguir engañándolo. El chileno no lo merecía.

*****

El alma le regresó al cuerpo al ver el rostro de Sorrento. Siendo una Alfa amargado, como solía considerarse y habiendo olvidado como sonreír, abrió la puerta y recibió a su adorado entre sus brazos.

El niño que escapó del holocausto que acabó con toda su familia, solo sabía llorar. Lo hacía en silencio y a escondidas. La sonrisa se le borró a muy temprana edad y apenas le quedó una mueca en su lugar.

Ahora que Sorrento volvía a sus brazos, cierto calor le explotó en el pecho y ahí estaba. La sonrisa que creyó perdida, regresó a su rostro luego de tantos años. Eo no podía creerlo y elevó una plegaria en su mente.

El silencio era una constante entre ambos. No necesitaban hablar para entenderse. Sorrento lloraba tal y como lo hacía el, sin sonido alguno. Se abrazaron como si tuvieran temor de soltarse. Quizá soñaba despierto, como lo hacía a veces en soledad y veía a sus padres queridos. Los veía de pie, tal como los dejó aquella vez en medio de semejante infierno.

Sorrento regresó a su lado y sentía que no podía pedirle nada más a la vida. El abrazo duró varios minutos, ninguno de los dos quería desprenderse. Pero era necesario, su querido niño necesitaba comer algo. Se veía pálido y enfermo.

Eo lo condujo tomándole las manos, hasta la cocina. Otro abrazo llegó para quedarse. Sorrento no podía dejar de llorar. Eo lo acariciaba deseando llevarse todo aquel dolor que ese niño le trasmitía.

No quería oírlo, porque su corazón se lo decía, lo mal que la pasó estando ausente.

—Ee...ee...oo...—

sólo podía pronunciar su nombre entre sollozos, cuando lo que quería hacer era pedirle perdón.

Todo ese tiempo pensó que sería un hombre de bien, que algún día sería un músico de renombre. Pero Sólo eran fantasías del chileno. Nada de eso iba a suceder. No merecía todo lo que Eo hacía por él. Quería decirle lo mucho que lo sentía, pero era un cobarde.

Podía soportar que Julián lo odiara, pero no Eo. ¿Cómo le diría todo lo que paso? ¿Qué iba a decir cuándo supiera que la omega de Massimo destruyó los cuadernos que el le regaló? Todas esas partituras, las que colectaron juntos, todo se quemó en la chimenea de la casa de ese Alfa. ¿Cómo le hablaría de aquel sujeto que decía ser su Alfa y ahora quería verlo?

No podía hacerlo. ¿Cómo le iba a decir a Eo lo que pasó en casa de Julián? El no debía enterarse, era demasiado vergonzoso decirle que el alfa de su hermano lo... Las pastillas, de eso no iba a hablar, porque le costaba mucho trabajo alejarlas de su mente.

Las deseaba como el puñal a una herida. Olvidar todo el dolor que sentía, por un rato. Necesitaba conseguirlas, aunque sea una, tan sólo una lo haría evadirse.

—Estoy tan feliz de verte —

fueron las palabras del chileno e hicieron que un nuevo caudal de lágrimas recorra su rostro.

Sorrento se sintió peor que antes. Tan solo recordar lo que hizo para conseguir esas píldoras, le provocaba asco de sí mismo. Si Eo se llegaba a enterar...

Ahora temblaba como la última hoja que se resiste a abandonar el árbol que la sujeta. Quizá debió quedarse en su agujero miserable y nunca arrastrarse fuera de este. Le dolía el cuerpo, no, quizá era imaginación suya. Pero recordar los días pasados, era pura agonía.

—Sabía que volverías; nunca dejé de esperarte. El Alfa de tu hermano dijo que fuiste a vivir con un Alfa. Sé que fue una mentira, sorrento. Esa tipo...

¿Eso fue lo que decía el Alfa de Julián? No le sorprendía que mintiera, era algo común en el.

Ese Alfa sabía que Eo se preocupaba por él y le mintió descaradamente.

No, Ni Massimo ni Julián. A ninguno de los dos le importaba realmente lo que le pasara. Massimo solo quería humillarlo más y Julián destruirlo. No quedaba mucho de él, así que sería tarea fácil.

Lo tenía decidido. La verdad, para eso fue a despedirse de Eo. Tendría que marcharse a donde fuera que no pudiera encontrarse a sí mismo. Dejaría a Julián atrás y todo lo malo, aunque tuviera que alejarse de Eo, lo único bueno de su vida.

Tragó saliva, jamás podría decírselo. Le escribió una carta de despedida y no tuvo valor para dejarla debajo de su puerta. Esperaba que el entendiera que no valía la pena seguir gastando energías con él.

No era nada ni nadie. Tendría que marcharse y desaparecer de una vez.

Sorrento Le tendió la hoja de papel donde plasmó los remanentes de su alma hecha trizas. Le pedía perdón por todo, por preocuparlo, por engañarlo. Escribió todo apurado entre renglones grises tachando la parte del Alfa de Julián y de sus drogas.

En el silencio que los acogía, Eo leyó todas y cada una de las palabras que contenían su agonía. Cuando terminó no dijo nada, solo se fue a sentar a su asiento de siempre.

Sorrento sintió que se moriría de la angustia. Eo se veía desolado, tanto que tuvo que apartarse de él. Irremediablemente corrió hacia el como el pecador a una iglesia.

— Dushenka...—susurró el Alfa.

—Nnn...nn...no...no...shenk...a—

no lo merezco, no merezco que me llames así, quería gritarle mientras sollozaba como un niño pequeño

—nno...

Eo lo abrazo con más fuerza. De pronto sentía que volvía a ser el niño pequeño que vivía en el departamento del lado y solo se la pasaba llorando.

Lloraba mucho, todo el día, lo recordaba bien. Lloraba por todo, de hambre, de frío, de miedo, de sentirse solo, porque su hermano le pegaba. Recordaba ese temor saber que cuando Julián estaba cerca, podía esperar algo malo.

Pero cuando cruzaba ese pequeño espacio, al departamento de su vecino, ya no tenía necesidad de llorar. Cuando baian lo tomaba en sus brazos se sentía tranquilo y seguro. Guardaba las lágrimas para otro momento, para cuando las necesitara.

Con Eo y baian todo era felicidad. Ellos le ponían un plato de comida en la mesa y lo dejaban bañarse en su tina. Le peinaban el cabello, le daban medicina para la fiebre con sabor a uva. Le daban de beber jugos de fruta para que se sintiera mejor. Lo sentaban en sus piernas y lo dejaba dormirse escuchando música clásica.

—Hay algo que no te he dicho, Sorrento... Algo que quiero que sepas.

Fue un susurro solo para él. Sorrento sintió miedo de sus palabras, de lo que le fuera a decir. se contrajo en los brazos del Alfa sin poder detener sus sollozos.

—Eres la persona más importante para mí. Tuve mucho miedo que no volvieras. Quiero que sepas que pase lo que pase, siempre voy a estar de tu lado. Tú me devolviste las ganas de vivir. Quiero que sepas que eres todo lo que tengo y estoy orgulloso de ti.

¿El no estaba enojado? ¿Por qué no? Debería odiarlo. Le estuvo mintiendo todo ese tiempo..

—Pase lo que pase, Sorrento, voy a estar de tu lado. Así se caiga el cielo y se congele el infierno. Siempre voy a estar contigo.

Sorrento no podía más. Eo no merecía querer a alguien como él. Arrepentido hasta el interior de sus huesos, solo le quedaba enmendar sus errores. Por Eo, por quien lo sostenía en brazos a pesar de todo lo que confesó ser.

Por un momento breve pasó por su mente ir a la escuela. Le iría a rogar a los profesores que lo dejen ingresar el año. Tal vez podría pedirle a Massimo que hiciera algo por él y lo ayudará a ingresar a las aulas. Hasta sintió deseos de ir a la universidad como mael lo hacía.

Conseguiría un trabajo, eso era lo primero. Irse de casa y buscar donde vivir lejos de Julián. Sería lo primero en su lista de enmiendas.

Quería decírselo, que iba a levantarse y cambiar por completo. Pero no podía estar seguro de ello. ¿A dónde iría?  ¿Dónde iba a conseguir un trabajo si era un inútil? No podía hablar, ¿dónde lo contratarían?

La angustia que se alojaba en su pecho comenzó a crecer. Iba a absorberlo completo y esa sensación la quería evitar a toda costa. Lo hacía desear un escape. Algo imposible de conseguir.

Eo le acariciaba el rostro y lo alejaba de todo mal, pero no sería por mucho tiempo. No podía quedarse a su lado, solo le traería problemas. Era hora que hiciera algo por sí mismo y dejara de depender de el.

Iría a ver a Massimo y tendría una charla de Alfa a omega. Sería la última, porque luego de ello, no quería tener más asuntos que atender con ese Alfa. Que se olvidara de él, como lo supo hacer muy bien todo ese tiempo.

****

Abrió los ojos y sintió que de pronto se ahogaba. Kanon se retorció en el suelo sobre un charco de agua. El dolor en su cuerpo lo devolvió a su cruda realidad.

—Si te mueres con tan poco, no va a ser divertido.

El impacto de lo que fue una patada le reventó un par de costillas. Kanon se encogió mientras peleaba por llenar de oxígeno sus pulmones ahora que seguro también quedaron hechos papilla por el golpe. Intentó liberarse del pie que le pisaba el pecho, sin mucho éxito. Lo único que consiguió fue que el mocoso rata se empecinara en triturarle las costillas.

—Sirve de algo, aunque sea para entretenerme.

Una cubeta de metal le cayó en la cabeza; aunque el dolor no le importó demasiado, su contenido fue lo que le preocupó. Seguro se erizó como lo haría un gato. Empapado de agua sucia era algo imposible de tolerar. Kanon ahogó un grito dentro de la desesperación que se lo comía entero.

Una risa entre dientes llegó acompañada de otro puntapié en medio del pecho. Kanon sintió que por lo menos un par de costillas se le quebraron, pero ni el dolor era tan fuerte como la desesperación de estar inmundo.

La tal Ker ni intentó detener a su gente. Ya se había dado cuenta que no iba a conseguir nada más que un cadáver en su madriguera. Ese muchacho no iba a hablar y si dejaba que los de su grupo se encargaran, no iba a durarles mucho.

No era su estilo, pero tendría que enviarle un mensaje al tal Poseidón. Si pensaba que mandando a su gente a espiarlos, iba a conseguir algo, estaba loco de remate. Ella llegó para quedarse y se lo haría saber. Le devolvería a Poseidón el cadáver del muchacho que por ahora era su hijo predilecto, en pedacitos, para que sepa que no le tenían miedo.

Era una lástima, ese chico era de muy buen ver. Era casi un desperdicio matarlo tan pronto. Ni modo, ella no hacía las reglas. Sobrevive el más fuerte y El Poseidón del que le hablaron no era más que un gusano al que iba a pisotear.

—¡Una lástima! —

continuó Ker casi para sí misma.

Sostuvo el puñal que siempre iba con ella en las buenas y en las malas. Ya no era una chiquilla a la que le gustaba usar armas de fuego para eliminar a sus enemigos. La madurez le trajo vicios y uno de ellos era disfrutar la victoria y acariciarla con sus propias manos.

—Lástima vas a dar tú cuando termine contigo!

Las palabras de Kanon llegaron acompañadas de un escupitajo sanguinolento. Temblaba de asco, podía percibir el olor al agua sucia que lo empapaba. Iba a arrancarse la piel él mismo, con tal de no sentir aquella inmundicia sobre su cuerpo.

—Es hora que te calles —

anunció Ker.

Le cortaría la lengua primero, luego iría poco a poco por el resto de su cuerpo. Su jefe reconocería el cadáver por los tatuajes. Sería un lindo presente de su parte para aquel Poseidón que tanto sonaba en las calles.

Kanon iba a responderle, pero en ese momento un grupo nutrido de ratas le cayó encima. Lo sujetaron contra el suelo y se movían con tanta precisión, que podría asegurar que ya lo tenían ensayado.

Sacarse tantos cuerpos de encima era imposible con un brazo inutilizado y una pierna en similares condiciones. Sin embargo, no se los iba a dejar tan fácil.

Una de las ratas recibió un mordisco certero, pero el resto de manos peleaba por separar sus mandíbulas. Kanon pudo oler sus intenciones y se sacudió para frustrárselas.

Esa mujer Ker no se rendía, sus movimientos eran tan precisos que parecía preparada para toda esa resistencia. La hoja de metal bajó hasta su mejilla izquierda, punzándole la carne.

—¡Se acabó mi paciencia! Te voy a arrancar la lengua con mis propias manos —

y Ker sonrió ante tal anuncio.

Quizá debía empezar a rendirse. No, eso sería aceptar que falló miserablemente. No había fallado. Todavía seguía vivo. Todavía podía pelear. Todavía servía de algo.

Las ratas se agitaron. La mujer esa se acomodó sobre su cuerpo. Podía sentir su peso sobre sus costillas. Algo dentro de su pecho se sacudió entonces. Su mente empezó a gritar casi contorsionándose de ira.

—¡Quítate de encima!—

gritó como pudo intentando zafarse del cuerpo de esa mujer

—¡Quítate carajo!

Ker sonrío triunfante. Acababa de conseguir lo que tanto ansiaba. El chico se veía asustado, nervioso por fin, listo para saltar dentro de su propia carne.

—¡Cállate ya! Aquí las órdenes las doy yo. De ahora en adelante yo estoy al mando. El gusarapo de tu padre tiene las horas contadas. Si pensó que iba a asustarnos mandándote a ti, está muy equivocado. Quien se va a largar de este territorio va a ser él.

—¡Imposible!

Una nueva voz se dejó escuchar y acabó con la algarabía del momento.

—En esta ciudad no hay espacio para roedores con delirios de grandeza.

En ese momento los presentes se miraron a las caras, sin saber que estaba sucediendo. Más que sorprendidas, las ratas se mostraron confundidas por el sonido que a continuación se dejó oír.

Una de las puertas, cerrada a conciencia, cayó de pronto y un tumulto ingresó con la fuerza de una avalancha. Sucedió tan rápido que no le dio tiempo a nadie de reaccionar para defenderse.

El grupito de ratas, se vio sitiado dentro de su propia madriguera, atrapados en su propia trampa.

—¡Mierda! —

Ker se levantó de un salto sin saber hacia dónde atacar. Era tarde, demasiado tarde para intentar defenderse.

Entre la confusión que se armó, los disparos no se hicieron esperar. Kanon quiso reírse, porque el que ríe de ultimo, lo hace mejor, pero aunque tenía deseos de reunirse con su gente, no le alcanzaban las fuerzas.

Vio a Ker desesperada a la defensiva, pero no contaba con quien la secundara. No iba a poder sola y lo sabía. Tampoco iba a rendirse. Así que fue tras Levitan quien como era su costumbre, gustaba de liderar la ofensiva. Tal vez creyó que el era Poseidón.

Ella jamás podría ganarle, pensó Kanon incorporándose apenas. En pocos minutos Ker estaría muerta. Sería lo mejor que podría pasarle, que la mataran de un solo golpe.

Levitan se burló de ella y de su manera de pelear. Por un momento le hizo pensar que podía volverle la partida al hombre de Poseidón. Ker era buena con las armas blancas, pero Levitan jugaba sucio.

—¡Mátame ya, gusano asqueroso! ¡No eres lo que dicen en la calle de ti, eres un jodido cobarde!

Levitan la sujetaba contra el suelo y ella había perdido por mucho. Ker recibió un golpe en la cara y no se inmutó. Seguía forcejeando para liberarse.

—¡Maldición, chica! De todas las perras locas con la que he tratado, tú eres la más loca! —

y Levitan rio entre dientes golpeándola de nuevo.

Kanon sin saber porque, acababa de acercarse demasiado. Cojeando y con el brazo colgándole, quería detener a Levitan y no sabía el porqué de aquel deseo.

—¡Apártate cabrón! De esa me encargo yo—

Anunció sin pensarlo. Solo quería apartar a Levitan de ella. Sí, eso quería.

—Pero mira nada más que tenemos aquí. A la perrita mimada de Poseidón. Ya te dije, hijo, este trabajo es para perros grandes. Así que saca tu trasero blanco de aquí, hijo de tu Puta madre.

Definitivamente no le quedaban fuerzas para nada. Cayó de espaldas sintiendo que el dolor de su cuerpo lo hundía en el suelo. Le estaba costando respirar. Cuando abrió los ojos sintió una presión sobre su pecho. Era Poseidón quien lo miraba con cierto despareció. Tenía la punta del pie sobre sus costillas hechas añicos.

—No es hora de descansar —

le dijo en el tono lánguido que bien le conocía

—No querrás perderte el espectáculo.

Kanon quiso sonreír. El ver a Poseidón en sus últimos momentos le causaba tanta felicidad como angustia. Como si estuviera por tocar el cielo, pero siguiera hundido en el infierno.

Alcanzó a susurrar su nombre, antes que la oscuridad lo volviera a consumir. Mierda,  y sus pensamientos se perdían dentro de su inconsciencia.

Cuando se vive en el infierno, hasta el peor diablo parece ser amigo.

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