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XIV

Tal vez nunca estuvo tan decidido a algo, en toda su vida. Dispuesto a salir del hoyo donde se encontraba, Sorrento llegó primero al lugar de la cita.

Cuando decidió darle a Massimo una nueva oportunidad, lo hizo pensando en Eo. Empezar de nuevo, le susurró el chileno cuando lo tenía en sus brazos. Siempre podemos enmendar nuestros errores y empezar de nuevo. Sorrento fue un error en la vida de Massimo y estaba convencido de ello. Entonces sería él quien lo arregle por fin.

Fue el chileno quien insistió en acompañarlo. Quería verle la cara a ese tipo y que supiera que su sorrento no estaba solo. Lo tenía a el para pelear por él hasta la última de sus fuerzas. La cita era en un café bastante concurrido. Una vez en la puerta, lo tuvo que pensar dos veces.

¿De verdad quería verlo de nuevo? ¿Tal vez era una trampa y Massimo solo intentaba deshacerse de él de una vez? No era que le importara demasiado morirse por fin, pero... ¿Y Eo? Quería ver por el...

Sorrento se detuvo bloqueando el paso, el pelí rosado seguía a su lado, sin decirle nada. La gente entrando y saliendo, los hizo moverse a un lado, donde no estorbaran. La música sonaba suave y el olor a café empezaba a enfermarle. Sorrento detestaba el café y era algo que quizá nadie lo sabía. Eo lo acostumbró a la delicada textura del té. El café sabía a malos recuerdos, pero mejor no pensar en ellos.

¿En qué estaba pensando cuándo aceptó volver a ver a ese Alfa? No podía hacerlo. Fue una mala idea desde un inicio. Arrepentido y con ganas de gritar, Sorrento intentó apartarse de Eo. El no lo miraba, si no que parecía curioso mirando dentro del establecimiento.

Quizá eso era algo en lo que se parecían ambos. Si algo les gustaba hacer era observar. La gente entraba y salía con los ojos pegados a la pantalla del teléfono y sorbiendo de sus vasos de papel. La melodía que componían sus pasos apurados empezaba a entretenerlo. Sin quererlo sus dedos empezaron a acompañar el ritmo que ahora sonaba en su mente.

Los zapatos de taco tenían un sonido más agudo, las zapatillas más profundo, los de hombres más pesado, los de los niños más agitado.

El ritmo se volvió irrefrenable y los deseos descontrolados de tomar su violín y tocar como nunca antes lo hizo empezaban a ganarle. Massimo se podía ir al infierno. Regresaría con Eo y le pediría el violín. Lo necesitaba para seguir viviendo. Su dulce voz lo alejaba de todo mal. Necesitaba oírlo cantar para él con urgencia.

Sus pies encontraron la salida y a punto de regresar sobre sus pasos a arrastrarse a la vida que ya conocía, Sorrento se detuvo en seco. La música era más que un gusto, era un escape conveniente. Y para ese tipo de paliativos no tenía tiempo. Lo que debía era enfrentarse a Massimo y mandarlo a desaparecer por el resto de su existencia. Solo así se quedaría tranquilo y solo tendría que lidiar con el resto de sus problemas.

Ingresaron por fin y acomodó al chileno en un sillón cerca de la chimenea encendida. Le acercó un par de libros y Eo sacó sus gafas de su pequeño bolso tejido. Se sentó a su lado a seguir observando como el café entero se movía a un ritmo nuevo.

La música en su mente empezaba a tranquilizarlo. De repente si cerraba los ojos podía olvidarse de sus asuntos pendientes. Porque el que lo llevó a ese lugar, todavía no se encontraba presente.

Massimo llegó sin prisa, minutos después de que Sorrento casi a punto de perder su batalla interna, se marchará por fin. Tenían un gran parecido, más del que ambos quisieran aceptar. Massimo usaba la mano izquierda con tanta regularidad como la derecha. Lo notó al verlo asir la silla.

El saludo entre ambos fue tan frío como el tiempo allá afuera. Sorrento se sentó frente a aquel Alfa sin que este lo invitara a hacerlo. No iba a esperar nada más de ese hombre quien nunca pintó nada en su vida. Ambos se sumieron en un silencio incómodo. Ninguno de los dos se miraba. Los minutos pasaban y Massimo sacó su teléfono. Se levantó y atendió una llamada.

Sorrento le dio una mirada de reojo a Eo, quien pretendía hojear un libro, pero sin duda se mantenía atento. El peli rosado seguía con los ojos a Massimo y no pretendía ocultar su disgusto.

Una vez más, Sorrento volvió a preguntarse por qué seguía ahí, esperando y esperando. Massimo llegaba solo dieciséis años tarde, bueno, diecisiete. Al cabo de un rato regresó con dos tazas en la mano. Dejó una sobre la mesa y bebió de la otra. Su dichoso Omega ni se molestó en tomarla, la dejó ahí sin querer recibir nada.

—Te traje cocoa. ¿No te gusta?

La pregunta fue casual y Sorrento negó solo para ver su reacción. Massimo sorbió su taza y murmuró algo que sonó a «Vaya.» luego siguió bebiendo sin querer mirarlo.

Sorrento resopló con fastidio y le tendió el cuaderno que traía consigo. Lo garabateó apurado y casi lo aventó sobre la mesa. Massimo lo miró extrañado y luego intentó leer lo que le decía en el mensaje.

—Me hubieras dicho —

le respondió Massimo cuando pudo descifrar lo que Sorrento escribió

—Te traeré otro como el mío.

Intentó levantarse de la mesa, pero el chico lo detuvo. Quería terminar con ese asunto y marcharse con Eo. Se llevaría el chocolate para el, al chileno le caería bien algo caliente.

—¿Qué quieres hablar?

Fue el siguiente garabato en su cuaderno.

Massimo se dejó caer sobre la silla y resopló con la misma cadencia con la que Sorrento lo hizo hacia un momento.

—Quería verte. No supe nada de ti desde que te fuiste con Mael. Julián no me quiso contestar las llamadas. Cuando por fin lo hizo, me dijo que te fuiste de casa.

Sorrento se encogió en su silla. No le gustaba el rumbo de la conversación. Su primera reacción siempre era huir, pero empezaba a cansarse de hacerlo. Porque escapar no era siempre una opción. Y pelear era inútil.

—Me quedé pensando en que tan cierto era lo que tú hermano me decía. No le creo nada, nunca lo hice. Se acercó a mí con engaños y me estafó con lo que pague por ti. Pero eso es parte del pasado.

Los ojos color avellana de Massimo se posaron en los del Omega que recién conocía.

Se parecían más de lo que querría admitir. Por ejemplo, en estos momentos sabía bien que Sorrento dejó de prestarle atención a sus palabras por el modo como giraba la cabeza a un lado. Solía hacer lo mismo cuando Vico lo regañaba.

Tendría que recordar la situación. Intentaba dialogar con un chico del que no sabía nada. Si a duras penas conseguía intercambiar palabras con Lottie, quien tenía su edad y vivía pensando en los conciertos a los que quería que la llevara, en las amigas, en las fiestas, en salir de compras.

—Hoy es tu cumpleaños, ¿no? Algo así dijo tu hermano. Imaginé que sería bueno verte y... darte algo ¿Qué te gustaría que te regale?

Ante semejante pregunta Sorrento solo pudo levantar las cejas, incapaz de disimular su sorpresa.

¿Hablaba en serio? No, tenía que ser una broma, una muy mala, por cierto. Nunca en su vida esperó nada de alguien quien siempre estuvo ausente. Un regalo sería que lo dejara en paz de una vez.

Tenía tanto que decirle que las palabras le iban a explotar en la boca. Deseó con tantas ganas poder hablar con propiedad y gritarle en la cara a Massimo todo lo que sentía.

¿Un regalo? ¿De verdad, esa era su pregunta? ¿Por qué no le preguntaba cómo se sentía el día de hoy? Para que le respondiera que si no fuera por Eo, seguro estaría bajo las vías de un tren.

¿Cómo se compra el tiempo perdido? Todos aquellos momentos cuando lo necesitó como "Su Alfa", Massimo no estuvo presente. Si quería algo, de todo corazón, era poder retroceder el tiempo y no nacer nunca.

Sorrento tomó el bolígrafo y garabateó furioso. Si quería saber que era lo que quería es que se largara y no volviera más. Que dejara de darle dinero a Julián, que el vería como engañar a alguien más, seguramente. Le dio una mirada a las palabras que le escribió a Massimo, pero las tachó de inmediato. Enojado como se encontraba no podía pensar con claridad.

Tenía que empezar de nuevo y Massimo le hacía una oferta interesante. Le preguntaba que quería que le diera a cambio de todos los años en que lo abandonó a su suerte.

Un violín.

Fue la respuesta que recibió Massimo de parte de Sorrento, quien hasta intentó sonreír para reafirmar su pedido.

—¿Para qué quieres un violín tú...? Qué pedido tan extraño haces...

Quiero uno nuevo...—

insistió en el siguiente renglón mientras seguía llevando a Massimo a donde lo quería.

—¿Acaso sabes tocar? Pensé que eras sordo, que tenías problemas de audición. Eso dijo Julián...

Eso quiero... tú preguntaste...—

lo tenía en sus manos, a punto de morder el anzuelo.

Massimo lo miraba extrañado. Se iba a negar, por supuesto que lo iba a hacer, era lo que esperaba.

—¿Un violín nuevo? Esos son muy caros, ¿por qué mejor no ropa? Veo que te hace falta. Zapatos también, un buen par para el invierno.

—N...nno —

y de pronto se sentía tan bien al usar su voz para decirle lo que pensaba.

—No entiendo para que puedes querer un violín, muchacho. Pide algo que te sea útil. Una computadora, no sé, un teléfono. Todos los chicos de tu edad quieren el nuevo modelo que...

—No, nnnoo —

y esta vez golpeó la mesa para conseguir la atención que quería.

En el cuaderno que tenía escribió apurado que necesitaba un violín para tocar en la escuela. Pero para eso tenía que ingresar a las aulas.

—¿Has dejado la escuela?

Sorrento asintió.

—¿Tu hermano sabe de esto?

Esta vez el chico rodó los ojos con descaro. Massimo colmaba su paciencia y se tenía que esforzar para lograr lo que quería.

—Nnn...no sa-sss... sa...b...—

No le interesa, era la realidad, pero a Massimo tampoco le interesaba saberlo.

—¡Ya veo! —

exclamó Massimo triunfante

— Quieres un violín para irte por ahí a tocar música y dejar tus estudios. ¡Olvídalo! La educación es importante.

—Pero tú dijiste que lo que yo quiero.

Sorrento apuró unas líneas más.

—Escucha, no, óyeme bien. La escuela es importante. Tienes que volver a la escuela, ¿entiendes? Si quieres un violín y eso, primero tienes que volver a estudiar. ¿Entendido?

Sorrento casi se desparrama en la silla triunfante. Por fin, tomó un poco más de lo que esperaba, pero dio resultado. Massimo iba a hacer lo que quería, si es que sabía usar sus cartas.

—Ssiii... esss...sss... cuela.

Massimo sin duda se sentía cómo el Alfa del año. Tenía la misma expresión triunfante en el rostro. Entonces empezó a hablar acerca de que iría a la escuela a hablar con el director y enrolarlo para que pudiera estudiar. Que tendría que ver de comprarle ropa y libros. Que Julián no iba a ver un centavo más hasta que terminara la escuela y lo hiciera con buenas calificaciones.

A Sorrento le dejó de interesar el tema. Ingresaría a la escuela y se graduaría como Eo quería. Una vez tuviera un diploma podría buscar trabajo y llevarse al chileno y a Baian a vivir con él a otro lado.

Mientras Massimo parloteaba animado acerca de hacerse cargo de su educación hasta que termine la secundaria, Sorrento empezó a sentir aquella necesidad de nuevo.

Ingresar a las aulas era algo que le aterraba. No quería regresar al acoso constante. Estaba harto de huir y era lo que terminaba haciendo. Si tan solo pudiera regresar arrastrándose a su habitación y meterse en su propia cama. Se taparía con la frazada vieja y hecho un ovillo desearía salir de esas pastillas. Dejar de sentir por un rato, olvidarse de que el mundo sigue girando.

No. Volver al departamento. Al lado de Julián. Al mismo sitio. Regresar a lo mismo. La escuela. El acoso. Julián. Su Alfa.

—¿Qué te pasa omega? De pronto te pusiste pálido. ¿Qué tienes?

¿Qué estaba haciendo ahí? Debía irse, desaparecer. Correr. Irse tan lejos a donde los recuerdos no lo alcancen. Pero Massimo quería una respuesta. No se la dio, bebió un sorbo del chocolate que le dejó en la taza. Negó con la cabeza. Massimo no se creía su mentira.

¿Acaso ahora iba a venir a preocuparse por lo que le pasaba? Sorrento se compuso en seguida. Intentó sonreír y repitió que nada le pasaba. Massimo insistía y era a donde quería llegar. Sorrento escribió un corto mensaje comentando que no podía volver con Julián, porque el lo echó de su casa.

Las cartas sobre la mesa. La jugada estaba hecha, ahora solo tenía que esperar el resultado.

Le tomó un par de minutos, a Massimo, descifrar lo que su Omega intentaba decirle. Visiblemente sorprendido por lo que acababa de descubrir, se tomó otro momento para pensar en una respuesta.

Fue entonces cuando sorrento echó los ojos a la ventana. Suspiró suavemente y se encogió entre su ropa. Le echó una mirada a Massimo y supo que estaba cayendo en su trampa.

Al parecer el papel de Alfa abnegado se le impregnó muy bien a Massimo. Sorrento podía ver el nudo que se le formaba en la garganta al descubrir que el Omega a quien abandonó a su suerte, no tenía donde vivir.

—¿Es por eso que te fuiste de casa? ¿El te echó?

Solo asintió componiendo una mirada triste y un gesto en los labios que matizaba su acto. Sorrento incluso bajó la cabeza fingiendo estar avergonzado.

—¿Dónde te estás quedando? Vaya, por eso es que te ves tan mal. Yo pensando que estabas metido en drogas y eso. Desde la última vez que te vi a ahora... estás muy desmejorado.

Las noches son muy frías en la calle. —

Listo, con ese mensaje en el cuaderno acababa de atravesar el corazón de Massimo.

—Estas viviendo en la calle...

la voz de Massimo se perdió a medio camino. Acababa de darse cuenta que su Omega, al que abandonó sin dignarse a proteger, ahora vivía en la calle.

Todo calzaba, por eso se le veía tan pálido, tan enfermo. Eso era, el chico estaba en situación de calle y con los peligros que hay allá afuera. Las drogas, más que seguro que andaba consumiendo alguna de esas mierdas, pensaba. Pero ¿y dónde estaba su hermano? El tenía que cuidarlo, para eso le pasaba pensión, para que viera por que al chico no le faltara nada. Ahora se enteraba que ni iba a la escuela ni techo tenía.

¿Qué podía hacer? Llevarlo a su casa era imposible, no tenía espacio para él. Peor aún, luego de que intentó atacar a su omega. No lo había olvidado, ese muchacho era un salvaje y ahora sabía la razón. Llevarlo a un albergue, mientras tanto no era la mejor solución.

¿Qué les diría?

Este es mi Omega y necesito que lo tengan aquí, porque no puedo llevarlo a mi casa y no tiene donde quedarse.

—Hablaré con tu hermano para que te deje volver con el. No puede echarte así nomás. Le paso dinero para ti y el hace esto...

Sorrento negó con la cabeza, ¿esa era su solución? Quería echarse a reír de la rabia. Massimo pensaba que hablando con Julián, este lo dejaría regresar a vivir alegremente. No tenía idea de la situación y nunca la iba a tener, porque no volvería a casa de su hermano.

Massimo no conocía a Julián ni un poquito, no tenía idea de quien era el y de lo que era capaz. Sacarlo de esa ignorancia sería divertido de vez. Contarle a Massimo todas las veces que Julián intentó matarlo a golpes o si andaba lo suficientemente sobrio, con sus propias manos. Seguro que no le importaba lo suficiente. No, tenía que concentrarse y seguir con lo que empezó.

No, con Julián no—

fue el mensaje a punta de ira que escribió Sorrento para quien era su Alfa.

—Entonces prefieres vivir en la calle, ¿eso quieres? La mala vida, la calle, las drogas... No, eso no. Mira y escúchame bien, soy tu Alfa y vas a hacer lo que te digo. Quiero ayudarte, ¿entiendes? Vas a hacer lo que te digo y no se diga más.

Sintió deseos de sonreírle con sorna, burlándose de su ignorancia y lo ridiculo que se veía intentando actuar como su Alfa. Entonces Sorrento se dio cuenta que no era capaz de esbozar una sonrisa, tal vez olvidó cómo hacerlo; si es que alguna vez supo como.

****

Olía mal, era eso o por fin se murió y terminó en el infierno. Su abuela escuchaba una radio Cristiana el día entero. Kanon estaba convencido de que el fuego infernal no podía ser peor que los sermones que el pastor prodigaba.

Olor a azufre, a inmundicia, era lo que predicaba aquel sujeto quien junto a sus amenazas acerca de condena eterna adjuntaba el número de cuenta para recibir donaciones. Charlatanería barata, no era más que un montón de sandeces acomodadas de tal modo que gente como su abuela se comían enteras.

Daba igual, no le tenía miedo al infierno, ya estaba hundido en este.

Poseidón observaba con el mismo gesto lánguido y desinteresado el desenvolvimiento de la situación. Había ganado y no era suficiente. Su gente aniquiló al adversario y el cabron de Poseidón no estaba satisfecho.

Demasiado fácil, demasiado simple. Ya hasta podía leerle la mente al psicopata de su jefe. Kanon sonrió para si mismo y su gesto no pasó desapercibido. Un puntapié le dio los buenos días.

—¡Juro que te voy a matar, cabron!—

masculló Kanon sintiendo que las costillas se le hacían carne molida en el tórax.

—¿Tú y cuantos más? Ni te puedes levantar, imbecil.

La rata asquerosa tenía algo de razón, pero no le importaba. No tenía ánimos para pensar más, solo concentrarse en levantarse como pudiera y partirle el cuello con sus propias manos.

Otro puntapié hizo que mueva más de la cuenta. Esta vez si pudo incorporarse, lo suficiente como para atrapar la pierna ofensora y clavarle los dedos. Hizo trastabillar al contrincante y cuando logró desplomarlo en el suelo, se le subió encima como una alimaña.

—Voy a ahorcarte con tu jodida lengua, rata apestosa, solo porque me harté de escucharte.

Quizá estaban haciendo demasiado escándalo, porque apenas se dieron cuenta que la atención caía en ambos. El mismisimo Poseidón se acercó a la escena, apartando a dos de sus hombres quienes contemplaban divertidos lo que se suscitaba.

—¡Kanito por fin va a dejar de ser una perrita mimada—

bromeaba uno de ellos

—Ya le tocaba estrenarse.

Poseidón hizo una mueca con los labios y con aquel simple gesto uno de sus hombres corrió a separar a los contrincantes.

Parecían dos perros de pelea enredados entre dientes y garras. Las risas terminaron, ahora eran cuchicheos respetuosos.

—Ya suéltalo muchacho, ya... —

Arion íntentaba apartar a Kanon de sobre el muchacho quien ya ostentaba un color azulado en los labios.

—Ya carajo!

Todos lo notaron, pero quizá el más complacido de todos los presentes era el mismo Poseidón. Kanon parecía un perro rabioso con los colmillos hundidos en su presa e incapaz de soltar lo que reclamaba como suyo.

Arion gruñó dispuesto a partirle el otro brazo a Kanon quien parecía en trance. Poseidón chasqueó la lengua y el resto de su gente se sumió en un silencio profundo.

—¡Kanon! —

apenas si fue un murmullo el que llegó a oídos de su joven pupilo.

La voz de Poseidón lo sacó de su concentración. Levantó los ojos apenas y sí, Poseidón lo miraba con un brillo nuevo. Como un padre miraría a su hijo a punto de ganarse una medalla. Claro, si hubiera premio de por medio y tuviera un padre o algo parecido.

Sonrió sintiéndose estúpido y bajó la guardia. Arion consiguió su propósito y terminaron ambos rodando por el suelo.

Canon

la voz de Poseidón era la única que se dejaba escuchar, el resto de presentes parecía asustado hasta de parpadear.

Estuvo a punto de responder al llamado de su jefe, pero el tono frío que usó le lanzó una muda advertencia. Si se fijaba bien el mensaje no era para él, si no alguien más.

—¡Estoy bien! Eso no fue nada, estoy bien! —

la rata mugrosa tosía en cuatro patas mientras sangraba. Levantó la cabeza en busca del Poseidón de los Mares, pero este lo asesinó con la mirada.

—No recuerdo haberte preguntado por tu estado—

las palabras de Poseidón sonaban a sentencia de muerte

—Limítate a hablar cuando te lo indique.

Kanon tuvo que sacudir la cabeza para convencerse que no soñaba. En otras circunstancias hubiera estallado en risotadas, burlándose sin misericordia de la rata apestosa. Pero no, Poseidón no daba tregua, algo tramaba, algo tenia entre manos y nadie que valorara su vida se atrevería a interrumpirlo.

—Si ya terminamos de jugar, les recuerdo que tenemos un espectáculo que ofrecer.

Ante semejante parlamento, Arion reaccionó primero y consigo arrastró a Kanon quien apenas se sostenía sobre una pierna evidentemente lastimada. Pero su terquedad era su mayor encanto y se arrastró siguiendo los pasos de su jefe.

A la rata le tomó mucho más tiempo incorporarse de nuevo. Vamos, que no era para tanto. Al pasar a su lado, Kanon le dio un empujón que lo regresó a donde pertenecía, al suelo inmundo.

—Mueve el culo o te vas a perder el show!—

Arion se rio entre dientes y avanzo dejando al chico en el suelo, intentando reponerse.

No era difícil imaginar lo que Poseidón tramaba y a Kanon se le hizo un nudo en el estómago. La adrenalina que lo invadía hacía que el dolor pasara a segundo plano, pero aquella sensación de angustia, no podía disiparla.

No era nada ajeno a uno de esos espectáculos en los que Poseidón era el maestro de ceremonias. Fue así como se conocieron. De aquella época ya ni quería acordarse, cuando estuvo a punto de terminar colgado en un gancho de carne como si de una vaca se tratara.

Tal vez le preocupaba la identidad de quien sería la estrella del show, porque sus sospechas tenían fundamento y se encontraba a pocos metros.

Imposible esperar menos del Poseidón de los Mares. Tenía todo listo y dispuesto, luces, cámara y una larga lista de tormentos bajo la manga. Kanon se estremeció al ver a Ker esperando su destino.

Ella lo sabía y observaba serena. Claro, no le iba a dar el gusto a Poseidón de suplicar por su vida. Era inútil, todos lo sabían. No conocía a esa mujer, pero podía estar seguro que su orgullo era más inmenso que su instinto de supervivencia.

Hasta podía decir que ella tramaba algo. Ahora se sentía curioso, ¿qué podría ser? No existía ninguna posibilidad de que saliera entera y menos con su vida en las garras de Poseidón .

—Lamento la espera —

y el tono de voz de Poseidón llegó cargado de ironía. Retrocedió un par de pasos como si estuviera admirando la imagen y calculando un recuadro.

Al parecer, se encontró satisfecho con la luz que le llegaba a aquella mujer, colgada de sus muñecas. La sangre mojaba sus mejillas iluminándolas. Pero lo que se robaba las cámaras era el brillo fiero en sus ojos.

Ker no dijo nada, planeaba algo, eso era. Ni se molestaba en ocultarlo. Viendo de frente el rostro de la muerte, sabía que no tenía nada que perder.

Levitan avanzó hacia la mujer y Kanon sintió que se le revolvía el estómago al ver como su compañero le rasgaba la camisa dejando relucir sus enormes senos.

Tuvo que contenerse al ver a Levitan manosearla a su gusto. Ese bastardo no perdía oportunidad de humillar a su víctima. Ker se retorció también y en su rostro se dejó ver que Poseidón conseguía lo que quería.

—¡Aguanta chica, recién empezamos!—

anunció Levitan ahogando una risotada.

La iba a destruir de a pocos, hasta que solo quedaran sus despojos colgados de aquel gancho de carne.

—¡Malditos! ¡Los voy a ver podrirse en el infierno! ¡Todos, a todos ustedes!

—Ya estamos en el infierno, querida—

A Poseidón se le dibujó una minúscula sonrisa.

Ante sus palabras un coro de risas se dejó escuchar acallando las amenazas de Ker. Ella sabía que su final se aproximaba, no tenía más que esperar su llegada con impaciencia.

—Basta, que no es una comedia

continuó Poseidón tomando entre sus dedos finos un instrumento con toda la apariencia de un bisturí.

Levitan prosiguió con su labor de desvestir a su víctima. Pronto quedó ella, colgando como un trozo de carne expuesto al carnicero. Kanon sintió deseos de alejarse, sin embargo no lo hizo. Los ojos de aquella mujer lo encontraron, llenos de lágrimas de humillación.

—Imagino que quieres saber que paso con Canon.

Ker devolvió la mirada a quien ahora parecía más interesado en analizar los instrumentos brillantes que poblaban una mesita de madera.

El cabrón de Poseidón era tan meticuloso con sus instrumentos que todos parecían recién sacados de su envoltorio. Gastaba su tiempo puliéndolos y limpiándolos tal como con sus estupidos barcos embotellados.

—¡Deja a Canon fuera de esto!—

fue un grito casi agónico de aquella mujer quien se sabía perdida, pero nunca lo aceptaría.

—Eso quisiera—

fue la respuesta con sorna de Poseidón

—pero verás... Le ofrecí una debut apropiada y soy un hombre de palabra.

Una sonrisa, una real. Muy pequeña, pero por demás siniestra se dibujó en el rostro hierático de Poseidón. Kanon sintió que un temblor lo recorría de cabo a punta. Acababa de escuchar su nombre y el escalofrío todavía no lo abandonaba.

Ker recibió las palabras de Poseidón sin querer asimilarlas. Su rostro cambió un momento después al ver acercarse a alguien que conocía bien.

La rata asquerosa, murmuró Kanon sin preocuparse por las consecuencias. En el estado que se encontraba, no podía estar seguro si alucinaba por el dolor o si por fin se había vuelto loco.

Aquel muchacho, de su edad, se abrió paso entre el grupo reunido para el espectáculo. Avanzó hacia Poseidón con una sonrisa, casi si se ponía a batir la cola, el muy hijo de puta, pensaba Kanon.

Canon

le dijo en un susurro angustiado

—Sigues aquí, debiste huir.

—¿Y perderse su debut? ¡Vamos, no puedes ser tan tonta Reina de las ratas! —

Levitan encabezó el coro de risas que no duraron demasiado.

Poseidón hizo un gesto con la mano y mandó a callar a todos. Pero en especial fue Ker quien se quedó en silencio, incapaz de seguir luego de semejante estocada por parte de Poseidón. Recién caía en cuenta, por más que quisiera negarlo.

Kanon no lo creería si se lo contaban. Esa mujer acababa de morir ante sus ojos. Sí, todavía respiraba, pero era un cadáver móvil: con el corazón roto. Poseidón acababa de destrozarla.

—El público espera—

añadió Poseidón disfrutando la escena más que ninguno de los presentes.

Acto seguido se replegó dos pasos para darle espacio a quien tomaría su lugar en el acto macabro. Ahí estaba la rata asquerosa, al lado de Poseidón, mirándolo como quinceañera enamorada. Ese bastardo no podía caer más bajo.

Los presentes respondieron animados. Kanon deseó con todas sus fuerzas poder hundirse en el suelo y desaparecer de una vez.

No era su primer rodeo y seguía sin encontrarle el gusto al asesinato cruento. Kanon agachó la cabeza, extenuado como se encontraba si se desplomaba en el suelo no sería sorpresa para nadie. Pero no, tenía que mantenerse firme. Poseidón lo estaba viendo.

Levitan asistiría al novato, Poseidón lo permitía. Kanon giró el rostro cuando Ker se convirtió en un saco de boxeo.

Era curioso que antes no le pareció una injusticia lo que estaba sucediendo. Ella no tenía manera de defenderse, menos aún de pelear por su vida. ¿En qué cosas pensaba? Ella era el enemigo. Iba a morir del modo más horrendo, hecha jirones y en manos de alguien por el cual sentía algo.

La rata traicionera se unió a Levitan y Kanon dejó de ver, lleno de rabia.

Sin saber cómo, de pronto se encontraba en medio de ellos. Ker respiraba apenas y no se movía. Levitan se tuvo que detener y el otro, Canon, hizo lo mismo.

—¿Qué carajo quieres? ¡Espera tu turno cabrón!—

le increpó Levitan sobre excitado por toda la acción.

—Si dejas de joder guardamos algo para ti—

chilló el otro Canon sonriéndole entre dientes.

—Te dije que te calles, rata de mierda —

y le apuntó al otro Canon en la cara. Empezaba a sentirse bien de nuevo, mejor que nunca

—Dos contra uno, ¿en serio Poseidón?

Las palabras de Kanon rompieron el silencio como una pedrada a un cristal. ¿Qué acababa de hacer? ¡Desafiaba a Poseidón! Debía estar loco de atar.

Tanto Levitan como el otro Canon se quedaron perplejos. Kanon intentó enderezarse y mantener sus palabras porque Poseidón lo miraba con interés renovado. Acababa de sorprender a su jefe y no podía estar seguro que fuera algo bueno.

—No me das miedo, imbécil. No podrías darle a un elefante aunque lo tuvieras delante. ¡Apestas! ¡Eres un jodido inútil! En cambio yo, yo puedo hacer todo lo que él jefe me encargue. Él puede confiar en mi.

—Anda, sigue chillando y te quemo el hocico a plomazos. Vamos, sigue... —

Kanon hizo girar el tambor de su revólver y su homónimo se quedó en silencio.

Carajo, masculló Kanon con todos los ojos encima. Pero los de Poseidón eran los únicos que le preocupaban.  ¿Qué hacer? Liarse a balazos contra esa rata de alcantarilla cuando apenas si podía sostener el revólver, no iba a funcionar.

—¿Por qué haces esto?—

esa fue Ker y Kanon no podía estar seguro a quien dirigía esa pregunta.

Ella levantó el rostro por un momento y hasta levantó el único brazo libre, hacia ambos. Canon giró hacia ella y se miraron por un breve instante.

—Siempre quise hacerlo, es lo que tú me enseñaste—

fue su respuesta llena de sarcasmo.

Canon, estas enfermo cariño. Tienes la misma enfermedad de ese cabrón de allá. Te va a devorar... No vas a tener un buen final...

—Sabes que odio tus sermones y odio vivir encerrado siempre ocultándonos. Odio esta vida, pero te odio más a ti por dármela.

—Te va a ir mal, cariño. Marca mis palabras, muy, muy mal—

Ker suspiró resignada a lo que venía.

Sin duda conocía bien a ese muchacho de cabello oscuro y ojos trastornados. Ella lo sabía, lo esperaba. Canon se abalanzó contra ella apuntalándola con lo que alcanzó a tomar de la mesa de Poseidón, en un acto irracional.

Fueron más de seis veces, con ira y sin titubear. Lleno del odio que decía tener, usándolo de combustible para desgarrarle el vientre a aquella mujer.

Podía estar satisfecho, consiguió lo que quería. Satisfizo sus deseos de odio y acaban de deleitar a su jefe. Poseidón observaba con aquel brillo en los ojos que no le dejaba mentir. Disfrutaba mucho el espectáculo que seguramente tenía calculado.

Todo estaba en sus planes, eso era más que seguro.

La mujer seguía con vida. Todavía se sujetaba a esta, de un hilo. Todavía respiraba, el daño no terminaba y Kanon se preguntó hasta cuándo seguiría. ¿Cuánto más sería suficiente?

Con esta pregunta en mente se acercó a Ker. Cruzaron miradas apenas un segundo. Se acercó demasiado quizá bien consciente de lo que hacía. Ella le sonrió, lo hizo y le arrebató el revólver con la última de sus fuerzas.

Ker cruzó miradas con Canon, pero la dejó clavada en Poseidón. Le sonrió entonces con su rostro deformado por las heridas y los golpes. Y se disparó en la sien.

Todo sucedió tan rápido que nadie supo reaccionar. Los ojos voltearon a Poseidón quien se veía increíblemente furioso. Tal vez era la primera vez que mostraba algún tipo de emoción frente a sus subordinados. Entonces sería la última.

Poseidón se compuso más pronto de lo que le tomó al resto. Avanzó hacia Kanon quien no sabía qué hacer. Quedarse inmóvil no era la solución, pero ya no había marcha atrás. Ker estaba muerta y con ello acababa de bajar el telón del show que Poseidón tanto gozaba.

Si había algo que Poseidón odiaba era perder el control. Y acababa de hacerlo.

La rata de alcantarilla gritó de rabia, tal como lo haría un chiquillo. Casi si hace una pataleta en frente de todos. Intentó lanzarse en contra de Su homónimo, pero Levitan lo detuvo.

—Ten algo de respeto por ti mismo, quieres. Saca tu culo de mi vista, antes que lo saque yo a patadas.

El tal Canon entendió el mensaje y se fue siguiéndolo. Kanon en cambio no se movía. Sus ojos se quedaron en Poseidón, mirándolo pasmado. Viendo bien la rabia recorrerle el rostro y luego desaparecer tras la careta de indiferencia que siempre cargaba. Vio demasiado, cometió demasiados errores. El peor hacía en el suelo sobre un charco de sangre, con el revólver que era suyo entre los dedos.

—¡Es hora de retirarnos!—

fue el veredicto de Poseidón y su voz no dejaba espacio a la duda. Hervía de rabia y eso no era bueno.

La primera reacción de Kanon fue seguirlo como lo haría un perro, pero ya no contaba con fuerzas para hacerlo. Arion llegó al rescate. Se alejaron entonces, pero todavía podía escuchar la voz de esa mujer resonando en el espacio vacío.

Su rostro no lo iba a abandonar, el sonido de sus gritos, el modo como lo miró en sus últimos momentos. Ella se quedaría en su memoria aunque quisiera sacarla a viva fuerza.

Mientras salían del edificio kanon no podía dejar de pensar en que el infierno era todo lo que aquel predicador charlatán decía. Gritos y lamentos, rechinar de dientes, dolor, angustia...

Al final de cuentas era real y como decía Poseidón, ya se encontraba viviendo en el infierno.

***

Eo se presentó con su nombre completo y no le dio tiempo a Massimo de hacer lo propio. Dijo que sabía bien quien era y que no necesitaba nada más que lo escuchara.

Massimo se mostró sorprendido y a la vez algo intimidado ante la presencia de aquel Alfa latino.

—Estoy dispuesto a hacerme cargo de Sorrento. Lo he hecho antes y seguiré así hasta el día que me muera. Tú, crees que apareciendo de pronto vas a hacer algo por él. Debes ser un tonto como una piedra. No sabes nada del chico y crees que apareciendo ahora vas a hacer algo por él.

La cara de Massimo perdió el color de la sorpresa que se llevó. No esperaba que aquel Alfa resultara tan agresivo. Quiso decir algo en su defensa, pero el lo calló con un gesto de mano.

—Yo estoy hablando. Dices que Sorrento tiene culpa de irse de casa. Culpa tienes tú por no preocuparte por él hasta ahora. ¿Qué esperabas?

Pasmado, Massimo intentó beber de su taza, para escapar de los reproches del chileno

— Sorrento me tiene a mi para ver por él. Su Alfa nunca existió. Su hermano no sirve. Va a vivir conmigo y tú vas a hacer que vaya a estudiar. Es músico muy talentoso, va a dar conciertos en la ciudad y va a tener el teatro lleno. Y cuando lo veas en televisión vas a decir ese es mi Omega. Pero primero, tiene que regresar a escuela. Estudiar es bueno para esa cabeza dura.

—Estoy de acuerdo con que estudie, pero eso de que...

—Tiene que volver a escuela. No importa cómo, tiene que estudiar. Tú eres el Alfa, tú te encargas de eso.

Sorrento escuchaba fascinado como Eo machacaba a Massimo una y otra vez. Por fin lo vio rendirse ante los reclamos del chileno. No podía dejar de sentirse nervioso, aunque sabía que Eo nunca hablaría acerca de lo que le confió en secreto.

—Señor, he venido a tener una conversación seria con mi omega y usted se inmiscuye sin que lo llamen.

—Lo sé, me meto donde no me llaman y lo hago por Sorrento. Si no pregúntale al hermano de este chico. Ya terminamos de hablar. No tengo más que decir. ¿Estás listo Sorrento?

Sorrento asintió. No tenían más que hacer allí. Se levantó primero disfrutando la cara de sorpresa de Massimo. Eo lo hizo con torpeza, avasallado por su edad.

—Esperen. Sorrento no te puedes ir así y dejarme hablando solo. Siéntense los dos, vamos a conversar como gente.

El chileno y el muchacho se miraron entre sí. Eo arreció la expresión amarga en su rostro y sorrento se negó rotundamente.

—Parece que has dicho bastante, pero no has hecho nada. Aquí está mi teléfono si quieres hacerte el buen Alfa—

el reproche en la voz del chileno dejó a Massimo clavado en su silla

—Si no, pierde cuidado. Yo voy a encargarme que a Sorrento no le falte nada de ahora en adelante.

Eso fue todo. Eo tomó el brazo del muchacho y se alejaron sin que Massimo intentara detenerlos. Sorrento le dio una mirada al cruzar la puerta de la entrada. Su Alfa seguía en el mismo sitio. Se alejó con el chileno, sintiéndose más tranquilo.

Las palabras de Eo lo reconfortaron hasta el fondo de su alma. Pero no podía dejar pasar la sensación de triunfo que se resistía a abandonarlo. Se salió con la suya. Tenía a Massimo donde lo quería, lejos de él y de su vida, tal y como lo deseaba.

Tal vez esa noche, por fin dormiría un poco más tranquilo.

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