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XII

Él olor era insoportable, Kanon literalmente sentía que moría ahogado entre tanta feromona. Fumar lo ayudaba, pero este no era él caso, no había cigarrillo en él mundo que calmara esa ansiedad de querer tomar al mocoso que yacía a unos cuantos metros de él.

Llovía y desde hace dos horas contadas con reloj, Kanon no dejaba de mirar por la ventana, en un misarable intento por controlar su instinto. Poseidón le marcó al móvil y apenas le respondió con monosílabos. Ni siquiera prestaba atención a lo que su jefe decía.

—Estás en tu departamento.

—Sí.

—¿Estás ebrio?

—No.

—Te traes algo entre manos. Me pregunto que será, hijo. Me tienes intrigado. ¿Es algo que te duela perder?

—No.

–Así me gusta. Te llamaré luego a ver cómo sigues. No quiero más problemas y no tengo que repetirlo.

—No.

Eso fue todo. Poseidón lo dejaba en paz por un rato y la verdad que lo único que quería Kanon era poder abrir la ventana y lanzarse del décimo piso.

Dos horas, dos días... Maldición cada segundo se sentía como una eternidad  y ese maldito olor no desaparecía con nada. 

Hacía dos horas que ese mocoso no se movía. Quizá debería fijarse si todavía respiraba. Parecía tranquilo ahora, hundido entre las sábanas de su propia cama, vestido con su ropa.

Apenas despertara lo metería en la ducha para que de esta forma su olor se disimulara un poco con él del jabón. ¿Pero en que demonios pensaba al traer a su departamento a un omega en pleno celo? El olor era insoportable, sin contar que era un proceso lento y doloroso asear a ese enano. Sacarlo de la cama era arrastrarlo por el suelo como a un objeto sin vida y meterlo a la tina todo un reto.

Durante el primer baño supo que tenía que lavarlo o verlo ahogarse en su propia tina. Kanon agotó su reserva de palabrotas durante la primera sesión de lavado. Sorrento no se movía, no hablaba y parecía que no tenía fuerza para hacerlo.

Decidió no moverse y hacerle la vida más difícil. Sorrento se dejaba arrastrar hasta el baño y no movía ni un dedo para participar en su aseo. Kanon lo depositaba sobre la tina y abría el grifo del agua.

No le fue muy difícil notarlo, el chico estaba drogado y aparentemente en celo. No podía ni sostener su propio cuello. Kanon le restregó la piel hasta dejarlo cubierto de marcas rojas y se quedó con varios mechones de cabello entre sus dedos. Todo con tal de apaciguar un poco ese olor que lo tenía completamente loco, y no precisamente en buen termino.

Lo secó lo mejor posible intentando ser menos tosco, pero falló miserablemente. Una vez terminó con el lavado y secado, le puso su propia ropa. Una camiseta que nunca usaba y cuyas mangas le quedaban demasiado largas al enano ese. Pero mínimo por algunos minutos esta servía para cubrir su olor.

Sorrento ahora dormía con los ojos entre abiertos y  el rostro casi cubierto por las mangas de la camiseta.

Media hora más entre reflexiones y verlo consumirse sobre la cama, sorrento despertó.

Apenas levantó la cabeza y se volvió a refugiar en la cama. Ni una palabra; nada. Seguro se volvió a dormir.

Una hora más tarde, Cuando se despertó, fue gritando. Kanon casi se cae de la silla en la que se encontraba sentado. Estaba revisando su móvil cuando al voltear vio el rostro aterrado de sorrento intentando bajarse de la cama. Le dijo que se quedara donde estaba, pero no le hizo caso.

Aterrizó en el suelo y de bruces. Luego no podía levantarse. Se quejó de dolor, pero no dijo dónde.

Después de todo era muy obvio para Kanon donde dolía, mas no diría nada.

Kanon lo hizo recostarse, pero el enano intentó escapar de sus brazos.

Ardía en fiebre y tenía la frente cubierta de sudor. Kanon no lo pensó dos veces y lo metió al agua, para enfriarlo. Una vez más tuvo que salvarlo de ahogarse en una tina de baño.

Sorrento temblaba y parecía que la piel se le iba a desprender por la violencia de sus sacudidas. Kanon entibió el agua pensando que pudiera ser por frío, pero no sirvió de nada.

A esas alturas, ya sospechaba la razón de los temblores y la fiebre; solo que no quería pensar en ello.

Levantó al chico del fondo de la tina y recibió varios golpes en el proceso. Consiguió llevarlo a su habitación de nuevo, empapado y lanzándole mordiscos.

Al no poder repelerlo como quería, sorrento le aplicó un par de patadas que le dieron en medio del pecho. Bastaron para que retrocediera midiendo sus acciones. El chico se volvió a encoger en la cama, todo mojado.

Listo, se acabaron las contemplaciones. Kanon se lanzó sobre su presa quien no esperaba el ataque. Batallaron ambos, mientras sorrento lanzaba patadas, mordiscos y puñetazos sin fijarse dónde caían.

Kanon Consiguió retenerlo sobre la cama sujetándole las manos sobre su cabeza. Sus rodillas le aplastaban los muslos y sorrento empezó a gritar desaforado.

El chico perdió el control de sus acciones. Gritaba y lloraba como lo haría un niño pequeño. Incluso le escupió para sacárselo de encima. Kanon no lo soltaba, quizá de rabia, quizá para que no se hiciera daño sacudiéndose como un pez que arrancaron del agua.

Era imposible entenderle, su tartamudeo redujo sus quejas a sonidos guturales. Kanon se rindió al cabo  de varios minutos de lidia. Sorrento dejó de patalear, pero su llanto no se detuvo.

—Ddddd.... dddddd....mmmee... grirrrrrr.

—¡No entiendo un maldito carajo de lo que dices, cabrón!

Sorrento negaba con la cabeza y sollozaba más fuerte.

—¿Qué quieres? ¿Qué te suelte?

El chico asintió apurado.

—¡Pues no!

—Ddddd...ddd......llll...leeee. Mmm... dddd..de... de...

Tendría que adivinar lo que intentaba decirle. Empezando por lo lógico, seguro quería que lo soltara. Tal vez lo sujetaba demasiado fuerte. Era eso, sus manos clavadas sobre los brazos del chico se iban a quedar impresas si se descuidaba. Lo lastimaba, eso era.

—¿Te duele?

Sorrento asintió desesperado y Kanon no se pudo detener. Lo soltó de inmediato para ver como el chico se contraía como una oruga empapada.

Rabiando todavía, se libró otra batalla para quitarle la prendas mojadas. Luego de varias patadas en la cara y un par de arañadas, kanon lo tuvo desnudo sobre su cama.

Sin aliento restante, se abalanzó sobre sus cajones y  le aventó una camiseta

—¡Ponte eso!

No hubo respuesta de ningún tipo. Si tenía que vestirlo de nuevo... Sorrento escapó de su lado cuando intentó atraparlo. Lo alcanzó sin problemas, pero cuando lo tuvo entre sus manos, tuvo que detenerse.

El mocoso lloraba en silencio. Kanon hubiera preferido un golpe en plena cara a tener que ver esa escena. Algo se movió en su mente y tuvo que dejarlo ir. Sorrento cayó al suelo y los temblores regresaron a su cuerpo.

Tenía que pensar con la cabeza. Pensar fríamente. Vamos, no era muy difícil deducir lo que le sucedía al chico.

—¿Qué fue lo que te dio? ¡Responde que es importante! —

Kanon lo tomó del brazo y lo sacudió con fuerza

—Dime, ¿qué era?

Sorrento no respondía y parecía confundido. Kanon tragó saliva para intentar calmarse y volvió a la carga.

—¿Qué carajo te dio? Tienes las marcas de la aguja en todo el jodido brazo, enano de mierda. Si no me dices que te dio, no te puedo dar la medicina correcta para desintoxicarte.

No se iba a rendir, el mocoso casi no podía hablar. Le daría algo para escribiera, si es que podía recordar la droga que consumió.

—Habla ahora. Porque si no lo que te espera es un jodido infierno. Si crees que te sientes mal ahora, espera un rato que te vas a sentir peor.

Sorrento lo miró a los ojos y Kanon supo que le entendía a la perfección. El dolor era real y podía sentir como sus músculos se tensaban con los temblores. Lo abrazó sin pensarlo, intentando protegerlo de las sacudidas involuntarias, del dolor que iba a sentir cuando los efectos de la adicción se manifestaran con toda potencia. Eso agregando los malestares del celo.

—Nnnmm...nnnno... nnnnossss...no llll... sé. ¡No sé! —

gritó por fin y le llenó el pecho de sollozos.

A Kanon se le agitó el pecho. Tenía dos opciones, llevar a sorrento al hospital y luego regresar al departamento hediondo de Julián, tirar lo que quedaba de la maldita puerta al infierno y acabar con el maldito cobarde que le hizo eso.

La segunda opción era quedarse donde estaba, sujetándolo con todas sus fuerzas, escuchándolo llorar entre sus brazos. Lo que Podía entenderle a trozos.

Decía que le dolía todo el cuerpo, que sentía náuseas. Que no podía más. Luego se enojaba y dejaba salir sonidos guturales.

Consiguió devolverlo a la cama y tuvo que salir un rato a tomar aire. Encendió un cigarrillo, sentado en la escalera de emergencia. Lo apagó en seguida y regresó al lado del pajarito herido.

Sorrento se retorcía en el suelo y gritaba incoherencias. Llamaba a alguien y no entendía quien era. Kanon se acercó sigiloso y cuando el chico lo vio se incorporó para alcanzarlo.

Kanon olvidó algo importante, cuanto odiaba a los adictos. Batallaba entonces con las ganas de caerle a golpes y abrazarlo contra el suelo. El mocoso se arrastró hacia donde estaba, de pie en el umbral de la puerta.

Dejó que trepara por una de sus piernas, anclando una mano sobre la pretina de su pantalón. Con la otra intentaba sostenerse y acomodarse para su siguiente paso. Tenía la mano ahora sobre la hebilla, intentando atraparla y bajarla de prisa. El temblor en sus manos se lo impedía.

Kanon lo detuvo y escuchó como el chico sollozaba al ver sus planes interrumpidos.

—¿Qué carajo piensas hacer?

—Lllllo qq... qu...queras...

Fue un momento en el que se miraron a los ojos. Kanon no encontró al sorrento que conocía apenas.

Era él, era su rostro inflamado por el llanto, las orbes color rosado todavía llenas de lagrimas. Era alguien más, así que se lo sacudió de encima sin ningún miramiento.

Sorrento cayó de espaldas y se contrajo de nuevo sobre el suelo. No supo que hacer, si salir corriendo o caerle a golpes. Enojado más que antes, hasta ofendido, Kanon apretaba los puños y masticaba groserias.

¿Cómo se atrevía el mocoso ese a insinuarsele? ¿Qué carajo pasaba por su mente? Cierto, era Un jodido omega en celo que haria lo que fuera por calmar esa sensación. Debió dejarlo en donde lo encontró y no meterse en líos ajenos. Total, no era su problema. Si quería ir de puto por ahí, que lo hiciera. Se podía ir a la mierda.

Lo sacaría a la calle, tal y como se encontraba. Que se las arregle como pueda y no quería tener nada más que ver con él. Kanon tomó al chico de un brazo y consiguió arrastrarlo hasta llegar a la puerta. Sorrento se aferró a su pierna y balbuceaba algo inteligible.

—Si te vas a quedar aquí deja de actuar como una perra, ¿oíste? ¡Si no te largas a la calle con la puta de tu hermano!

Por como el chico lloraba, los vecinos seguro pensaban que intentaba matarlo. Maldiciendo de nuevo, azotó la puerta. No podía quedarse en esa situación. Tenía que hacer algo y rapido. Recogió a sorrento del suelo y lo arrastró de nuevo a su cuarto. Se odió todo el camino y mucho más al ver como el chico no intentaba soltarse.

Cuando lo arrojó contra su cama, supo bien lo que sorrento esperaba. Al ver como ladeaba la cabeza y evitaba mirarlo, como separaba sus piernas y dejaba sus brazos a los lados... no pudo continuar en esa misma habitación.

Agitado, casi sin aliento, cerró la puerta por fuera. El mocoso se dio cuenta de lo que pasaba y se arrastró a intentar salir de su encierro. Gritaba y no se dejaba entender, pero en medio de sus balbuceos Kanon descifró que lo llamaba.

Quería que volviera a la habitación, que podía hacer lo que quisiera. Que solo le diera un poco de eso.

—Te dije que dejes de actuar como una maldita perra —

Le respondió pateando la puerta

—¡Maldición!

Kanon se dio media vuelta y tomó su chaqueta. Encontró las llaves del auto en el bolsillo. Volvería en un rato, cuando las ganas de asesinar al mocoso tras aquella puerta se le pasaran.

Distancia y espacio, necesitaba un poco de ambos y con urgencia. Desde el pasillo de su edificio podía escuchar al enano ese llorar. Tal vez era su imaginación o tal vez ese sonido se quedó consigo; porque lo seguía oyendo en su mente.

***

<<Eo..>>

La primera vez que el lo tomó en sus brazos sintió un calor que no conocía. A pesar de que tenía pocos años de vida cuando sucedió, todavía recordaba esa sensación. Eo lo recibía sobre su pecho y podía sentir su corazón latiendo.

Eo le acariciaba el cabello. El olía a jabón y a perfume. Iba a buscarlo cuando Julián se marchaba. Todavía recordaba aquellas épocas en las que ni siquiera alcanzaba el picaporte y tenía que empujar una silla para girarlo. Cuando por fin conseguía abrir la puerta, se colgaba del cuello del chileno y se sentía a salvo.

Eo lo llevaba consigo a su departamento y ponía música. Nunca faltaba el acompañamiento musical en ese espacio que era para ellos dos. Baian le daba un baño y luego lo secaba con una toalla. Le ponía ropa limpia que Eo conseguía de segunda mano.

Luego le daban de comer. Siempre tenía hambre. Eo se sentaba a su lado en la mesa y bebía té. Le ponía mucha azúcar y una rodajita de limón. Se robaba el último sorbo cuando el no lo veía.

Ya no los iba a volver a ver y era lo único que quería hacer antes de morirse. Temblaba en el suelo, apoyado contra la puerta de ese lugar desconocido. El cuerpo le dolía y casi sentía que en cualquier momento no iba a poder soportarlo.

Tenía miedo. Casi no podía respirar. Le dolía el cuerpo, pero lo que más lastimaba era su propia alma. La sentía cansada y dolorida. Si pudiera abrirse el pecho con sus propias manos, rebuscaría dentro para hallarla.

Rabia, sentía ira hacia sí mismo. Se odiaba tanto que no podía resistirse. Golpeaba la puerta con su propia frente y acababa de dejar una marca roja sobre la madera. Un golpe más y sintió que perdería la razón si continuaba. Así que lo hizo hasta que por fin cayó de espaldas ante el impacto.

Gritaba y su maldita voz salía sin tartamudeos. Quiso reírse de si mismo, de lo patético que era Se odiaba más con cada segundo que pasaba mientras se retorcía en el suelo. Calambres en todo el cuerpo, quizá a causa de los temblores. Se mordía los dedos porque ya no podía resistir más el dolor.

«Las manos son las herramientas más preciadas de un violinista»

Eo no sabía, nunca tendría idea de lo equivocado que estaba. Jamás sería un violinista, nunca daría un concierto. Solo era un pobre idiota incapaz de hacer nada por si mismo. Ni siquiera morirse podía.

Lo siento Eo, todo fue un desperdicio. Los cuadernos que me compraste, todo se fue al infierno. A ese al que pertenezco.

Era el lugar que mejor conocía; vivió en este toda su vida. Las drogas que el Alfa de su hermano le daba, hacían que se olvidara de todo; por unas horas se sentía  fuera de sí mismo.

Dejar se sentir cuando el Alfa de Julián hacía que se sentara con él en el sillón frente al televisor.

Sabes qué hacer. Anda, tu hermano ya salió. Date prisa...Eso es, buen chico.

Cuando lo acariciaba debajo de sus prendas y hacía que se las quitara despacio, de a pocos. Le decía al oído que no quería lastimarlo.

No debería golpearte así en la cabeza. Te puede dar un mal golpe y luego... Va a tener que deshacerse de un cadaver. No me gusta verte con la piel marcada.

Necesitaba esas píldoras. Quería olvidarlo todo. Dejar de sentir. Desaparecer. Por lo menos cuando las tomaba su cuerpo se quedaba tirado sobre su cama, sobre el mueble o donde el Alfa de su hermano quisiera usarlo.

No quieres que el se entere, ¿no? Mira lo que te hizo en la cara. ¿Te imaginas que haría si se entera? Creo que lo sabes bien.

El lo sabe, se respondió a si mismo aquella vez. Pero no le importa. Esa era la verdad. A Julián no le interesó escucharlo cuando se lo quiso decir la primera vez que sucedió. Cuando se quedó solo con el nuevo Alfa y...

¡Cállate. No quiero escuchar nada de ese estúpido Alfa!

No volvió a mencionarlo, se calló esa primera vez y las siguientes. Ni se molestó en contarlas, solo dejaba que sucediera. Eo nunca lo supo, tenía miedo de decírselo. Nadie le iba a creer, eso era lo único que sabía.

Cuando Saori se enteró que su hermano tenía un Alfa, pelearon. Ella le dijo que no volviera a acercarse hasta que ese tipo se largue. Julián rompió la amistad de años con la única amiga que  tenía, por ese Alfa.

Extrañaba a Saori, siempre alborotada y hablando demasiado; siempre sonriente. EO regresó a su mente, deseando volver a verlo. Aunque prefería alejarlo de todo lo malo en su vida. El chileno era la única persona a la que no quería ver más. No quería que supiera... que lo viera en ese estado.

Esperaba morirse pronto, porque ya no podía más con la angustia.

Su violín, no, no era suyo, nunca fue suyo. Pero lo amaba, adoraba esa pieza de madera capaz de recibir todo el dolor que sentía en su alma. Quiso gritar, pero su voz era una mierda. No podía si quiera expresar lo mal que se sentía.

Quería tantas cosas, pero en ese momento morirse encabezaba la lista de sus deseos. No, en realidad deseaba algo más y se encontraba más que dispuesto a conseguirlo. Si tan solo pudiera abrir la puerta, se arrastraría de regreso al departamento donde vivió desde que podía recordar. Le rogaría a Julián que lo deje entrar a complacer a su nuevo Alfa. Por que esa era la verdad que el no quería aceptar.

Empezó a reír. Tumbado en el suelo, muriéndose en vida.

le resultaba gracioso el hecho de que Julián lo odiara tanto. Tenía razón de hacerlo, le arruinaba la vida desde que abrió los ojos al mundo. Era su manera de vengarse, sí, eso era y resultaba hilarante. Julián tenía de hermano a quien se encargaba de joder sus planes desde siempre. Así que volvería al departamento a mendigar una pastilla más. Una de esas maravillosas drogas que lo arrancaban del mundo y lo dejaban tocar el cielo.

El cielo y el infierno y en el medio él flotaba envuelto en llamas. Intentando dejar de existir en el proceso de abandonar el tormento que era su existencia y tratando de alcanzar esa paz que solo esas pildoras le dejaban probar.

Tan sólo tenía que abrir la maldita puerta.

Sus planes se vieron interrumpidos por la presencia de alguien más. Era ese tipo, el que lo llevó a ese lugar. El que lo dejó encerrado para que se pudra en vida. Giraba la manija, y abría de un tirón la puerta.

De un momento a otro toda la auto compasión que sentía se hizo a un lado, dándole paso a una ira irracional. Le gruñó al recién llegado, como lo haría un animal enfermo, solo para recibir un gesto de desprecio.

—¿Ah sí, cabrón? —

el dueño de la casa le lanzó un cuaderno pequeño que le dio en todo el rostro.

Sorrento, lejos de retroceder intentó responder al ataque, pero su cuerpo dolorido le recordó que era una malísima idea. Tomó el bolígrafo que quedó en el piso y lo empuñó como un arma.

—Déjate de tonterías.¿Sabes escribir, no? Usa ese cuaderno porque no te entiendo una mierda. Y no intentes pendejadas.

Debía verse patético, desnudo y arrastrándose en el suelo, con un bolígrafo en la mano intentando defenderse. Le dio una mirada al cuaderno y decidió que ese tipo que acababa de aventárselo a la cara, podía irse a la mierda.

—Te traje algo —

anunció el recién llegado, sin perder de vista ninguno de sus movimientos.

Sacó del bolsillo de sus pantalones, un frasco amarillo. A sorrento se le iluminaron los ojos. Su mente ya casi saboreaba los efectos que esas píldoras tendrían apenas las consumiera. Una oleada de euforia lo arrastró hacia las piernas del dueño de casa.

Las necesitaba con urgencia, haría lo que fuera por conseguirlas.

—Va a ser más simple de lo que esperaba. Ven, toma esto —

masculló Kanon frotándose la cara para evitar vomitar más bilis.

No iba a negar lo furioso que se encontraba. Odiaba tener que verse en la misma situación una y otra vez.

Salió del departamento a buscar una droga que conocía bien, solo que en tiempo presente era mucho más sencilla de conseguir.

Le bastó con ir en busca de un conocido de Poseidón y exigirle que le dé la droga y de paso unos malditos supresores de celo, este se la brindó sin pedirle explicaciones. No era de su maldita incumbencia, así que ni se molestó en preguntar. Solo le dio lo que pedía y le dijo que ambos frascos traían las instrucciones.

Kanon además consiguió un cuaderno viejo, de sobre la mesa donde reposaban otros medicamentos que aquel amable farmacéutico almacenaba. Le arrancó las hojas usadas y tomó un bolígrafo en el camino. Se marchó sin más trámite y camino a su departamento las memorias de tiempos aciagos lo acompañaron.

No conoció a su padre, pero fue su mamá quien gustaba hablar de él cuando andaba ebria. Ella decía y hacía más de la cuenta cuando bebía demasiado. Una vez le dijo que su padre fue un piloto de la fuerza aérea, otra que un Vaquero de rodeo. Usualmente decía que fue un cabrón que jugó con ella y se marchó para no volver. Pero de que se divirtieron, eso sí.

Compartieron buenos momentos, decía su madre entre delirios de adicta. Lo culpaba además de haberle contagiado el vicio, como ella lo llamaba. El gusto por el licor y las drogas duras.

Juraba que dejó las drogas cuando lo tuvo a él.

Decía que cuando se enteró que esperaba a su bebé, dejó el vicio. Pero apenas nació kanon, el marido se le fue y la adicción regresó.

Más de una vez estuvo a punto de perder a su hijo, aquellas temporadas que Kanon recordaba como los veranos en casa de la abuela. No podía estar seguro si eran buenos recuerdos o los menos peores.

La casa de la abuela era un lugar hacinado y húmedo. Era además el hogar permanente de varios de sus tíos y primos. Kanon tenía que compartir una cama con sus primos mayores, mientras que su madre se tenía que acomodar como podía, con el resto de primas y tías, en una sola habitación.

Recordaba además que durante esas temporadas, no iba a la escuela. Nadie se tomaba el trabajo de enlistarlo en las aulas, porque usualmente el abuelo de turno, era quien ocupaba el único vehículo de transporte de la casa.

El abuelo de turno, el último que conoció fue quien le enseñó a que si matas a un animal, te lo tienes que comer. Así que gracias a esa regla pudo probar distintos tipos de carne. Desde mapaches, pasando por serpientes hasta cocodrilos, el abuelo aquel le enseñó a disparar, cortar, despellejar y cocinar la cacería del día.

Le agradaba ese abuelo, un hombre de pocas palabras, buena puntería y sazón exquisita. Fue un buen hombre y hasta podría decir que lo extrañaba. Quizá no tanto como su abuela, quien se quitó la vida luego de matarlo; por celos, dijeron.

No volvió a pisar esa casa húmeda y destartalada en el norte de la ciudad.

El abuelo de turno guardaba un cuaderno donde apuntaba todo lo que cazaba y como lo cocinaba. Entre esas paginas, aparecía su nombre, su verdadero nombre, entre las recetas del día.

Kanon se permitió regresar en el tiempo porque de pronto el cuaderno le removió las memorias, tanto como el jodido adicto que tenía en su departamento.

El chico lo miraba inquieto. Esperaba con paciencia alquilada que le diera el contenido de ambos frascos amarillos. No le quedaba humor para soportarlo, si el enano de mierda intentaba alguna estupidez, le caería a patadas.

—¡Ponte ropa, cabrón! Si quieres algo de esta mierda.

Sorrento tomó lo primero que tuvo a su alcance, una camiseta gris que le quedó grande. Kanon masculló un par de groserías y con ganas de vomitar otras más le tendió una sola pastilla de cada frasco.

—¡No me mires así, imbecil! Es todo lo que te voy a dar por ahora.

El chico las desapareció de inmediato y se lo quedó mirando resentido. No era lo que ese mocoso esperaba, era una pastilla que lo iba a ayudar a desintoxicarse y la otra calmaría ese maldito celo que ya lo tenía arto.

El pobre no lo sabía y no se lo iba a decir. Porque ahora venía lo peor, tal vez. Cuando no sintiera los efectos de lo que fuera que estuvo tomando... Se iba a volver loco.

Tendría que quedarse a ver el espectáculo, no lo podía dejar solo. No tenía idea como iba a reaccionar el mocoso ese. Tal vez tiraba todo al suelo en un ataque de rabia. Eso hacía su mamá cuando pasaba por los efectos de la desintoxicación.

Todo al suelo. Kanon se atrincheraba en su habitación y la escuchaba gritar mientras lanzaba cosas. Cuando por fin se cansaba la veía en el suelo llorando a veces, otras veces sin aliento, otras dormida entre su propia náusea y lagrimas.

Si el enano ese empezaba a lanzar cosas, lo mataba. Kanon lo tenía decidido. Ya no era un niño escondido en algún rincón de su casa, esperando que todo termine. Era un maldito adulto que decidió, por alguna jodida razón, ayudar a ese chico y no sabía como iba a terminar todo este asunto.

Sorrento se llamaba, ¿no? El enano ese regresó a la cama arrastrándose como un gusano. Kanon resopló más que fastidiado y recogió el cuaderno del suelo. Se lo volvió a lanzar encima y el chico ni se inmutó.

—¡Oye, enano de mierda!—

tal vez debería decírselo, que lo que vendría sería un purgatorio con sabor a condena.

El infierno quedó atrás y no podía estar seguro que le esperaba el cielo al final de la jornada. Lo que venía no era bonito, una especie de purgatorio de su cuerpo y mente. Su organismo tendría que dejar salir el remanente de la droga  y sería un trámite tormentoso.

El cuerpo se mal acostumbra rápido. Es el peor enemigo de un adicto. Se siente bien y cómodo cuando tiene la droga, pero pronto se le hace necesaria. Quiere más y más, la necesita para sentirse bien. Cuando no la tiene el cuerpo sufre y protesta, duele, suda, se retuerce de rabia. Hasta que consigue más, porque odia el dolor, odia sentir la necesidad y no puede luchar contra ella.

Sorrento lo ignoró por completo. Tal vez luchar contra los temblores de su cuerpo lo tenía muy ocupado. Kanon lo dejó en paz; se replegó a su sillón a ver televisión.

Debía descansar un poco, pero no tenía ánimos para ello. Finalmente el cansancio le ganó la Partida. Se quedó dormido frente a la pantalla encendida y fueron los gritos del mocoso los que lo despertaron.

Regresó a la habitación a toda prisa y se encontró con el chico metido en el cuarto de baño. Estuvo vomitando y ahora se retorcía por los calambres.

Sorrento le lanzó una mirada de odio que haría que Poseidón se sintiera orgulloso. Apenas se le acercó, intentó atacarlo con sus puños miserables. Kanon le lanzó un manotazo, pero el mocoso no se rindió. En el suelo, con la cara mojada de sus propias lagrimas, intentó defenderse.

En otras circunstancias seguro encontraba divertido el que ese chico, menor que él, con absolutamente ninguna posibilidad de ganarle, intentara atacarlo. Le lanzaba puñetazos y patadas que fueron muy fáciles de bloquear. Kanon tenía el puño levantado y de un solo golpe podía controlarlo. Pero no lo hizo.

Ya era demasiado tarde para retroceder. Aseó al chico lo mejor que pudo, burlando manotazos y patadas. Era inútil razonar con sorrento, se hacía daño retorciéndose entre sus manos.

Regresó al chico al cuarto y lo lanzó sobre la cama. Tendría que terminarlo todo de una vez. Lo tomó de las muñecas, mientras sorrento se retorcía intentando escapar.

—Escúchame bien, lo que viene es la peor parte. No tienes otra opción mas que aguantarte. Puedes chillar como una perra, si quieres... Me quedaré aquí cuidándote. Pero ya deja de lastimarte, carajo

Tal vez el mocoso esperaba que lo insultara y le dijera lo que pensaba de él. La cara de sorpresa que obtuvo, no la esperaba; incluso cierta gratitud pudo ver asomarse en los ojos de chico.

Sorrento no se animó a responder, parecía resignado a su destino. Se acomodó de costado sobre la cama y hundió el rostro en el colchón.

No le mintió, iba a dolerle y sentir que se moría. Gritarle toda clase de improperios, atacarlo de nuevo. La desesperación de sentirse a morir no era nueva ante sus ojos. Kanon la vio varias veces, allá en casa, cuando era más joven y alguna vez inocente.

El chico tal vez no sabía en lo que se metió. Quizá no entró por voluntad propia, pero saldría sí, aunque lo tuviera que arrastrar fuera.

Iba a ser una larga noche, día, jornada. Kanon se acomodó al lado de sorrento, mirando al techo. El chico temblaba a su lado como sintiendo el veneno recorriendo su cuerpo para abandonarlo por fin.

Tantas veces, tantas otras. Kanon suspiró casi tan hondo como sus memorias le permitían. Esa noche las tendría que alejar, porque a su lado el pajarito herido lo necesitaba, más que nunca.

****

(EO...)

Perdió el sueño y a esas horas de la madrugada no lo iba a recuperar. Le dolían las coyunturas, pero era su corazón lo que más le lastimaba.

Sostenía contra su pecho la única foto que tenía de sorrento. La de una navidad pasada, una de varias que se ingeniaron para pasar juntos.

Eo se tumbó en su sillón de siempre, en la salita de su departamento silencioso. La música dejó de sonar desde que sorrento se marchó.

Ni el dolor atroz que le retorcía los huesos, ni las amenazas del Alfa de Julián de matarlo si insistía, hacían que el se rindiera. Tenía que encontrarlo y saber que estaba bien.

La policía no era ninguna ayuda. Fue a denunciar en repetidas ocasiones sin conseguir resultados. Le última vez le dieron como respuesta que el chico se encontraba con su Alfa. Era una mentira y EO lo sabía. Lo gritó en la delegación, frustrado por no conseguir apoyo. Tuvo que retirarse a riesgo de que lo arrestaran por revoltoso.

Espiaba sin descanso el departamento del lado. Si sorrento volvía el iría a su encuentro. Los días pasaban y sus aciagas noches sin verlo aparecer. Iba a volverse loco al no saber que pasó con sorrento.

No estaba para rendirse, se decía a sí mismo.

Tomó el violín que era suyo y lo sostuvo contra su pecho, como la primera vez que lo recibió de manos de Poseidón.

El olor a humo, a miseria, a terror regresaba a su memoria y era tan real que lo podía sentir de nuevo. Las vorágine de voces desesperadas en el ghetto era algo a lo que ya se había acostumbrado. Su madre lo abrazaba con fuerza y lo sostenía contra su pecho mientras hacían una fila de solo niños.

El temor de no volver a ver a Poseidón se revolvía dentro de su vientre como una araña ominosa. Era tan joven en ese entonces, pero se acordaba de cada una de esas sensaciones. Podía respirar el humo, por las balas, el llanto, el sonido de las botas de los soldados arremolinándose por los pasillos de los edificios. Las voces acalladas, los gritos, la sangre derramada.

—Eo...—

fueron las últimas palabras de mamá al abrazarla con fuerza

—Eres valiente, eres fuerte, eres muy joven, pero no nos olvides.

No entendió en ese momento las palabras de aquella mujer quien alguna vez fue una cantante admirada por su belleza y talento. De esa gran artista quedaba su sombra triste, aferrándose a su niño.

Poseidón lo tomó en brazos y lo abrazó también. Eo a su tierna edad pudo descifrar que algo pasaba. Se aferró a su papá intentando no llorar.

—¿Recuerdas lo que te enseñé? ¿Las canciones, la música que tocaba para ti?

Como olvidarlas, era lo que lo mantenía con vida en ese lugar infernal. Papá tocaba el violín para que su familia y vecinos, para mantenerles la esperanza que todo iba a mejorar. Aunque no tuviesen comida ni agua, ni la garantía de seguir vivos cuando amaneciera.

EO asintió entre lágrimas y su papá las recogió entre sus dedos.

—Tengo algo para ti, es un regalo de tu «папочка» (Nana)

— Poseidón, no tenemos más tiempo. Tengo que partir.—

La señora seraphina era una enfermera que visitaba los ghettos con regularidad.

Entre sus funciones conocidas, recogía piezas valiosas que los habitantes del ghetto le entregaban a cambio de comida y medicinas. De las ganancias que obtenía con lo colectado, sobornaba a los soldados, quienes la dejaban ir y venir a su antojo,

—Un momento más, por favor —pidió «Nana»

—Es lo que menos tenemos —

replicó la enfermera apostándose al lado del carrito que llevaba consigo, lleno de las posesiones preciadas de los habitantes de aquel recinto miserable.

La señora seraphina abrió la cajuela y apenas si se asomó el rostro de un niño. La curiosidad pudo más que el miedo de ser descubierto.

Fue Poseidón quien le dio el último abrazo, le entregó el violín que construyó con sus propias manos. Tenía una inscripción para el. Eo era muy niño y todavía no podía leer el último mensaje de su papá.

El Niño de la cajuela regresó a su escondite y fue a donde el ingresó. Poseidón la puso dentro y le pidió que se quede calladito.

—Es un juego, como cuando tu mamá y yo jugamos a escondernos de los soldados. No hagas ni un sonido, es importante que nadie te encuentre. Nos reuniremos luego, tú, mamá y yo. En algún lugar, Dushenk'a, lejos de este lugar.

Eo asintió con lágrimas rodándole por las mejillas. Sujetaba el violín contra su pecho y se llevó consigo la última imagen de sus padres. Ambos mirándolo serenos, intentando sonreírle, despidiéndose con una mano, mientras que se abrazaban entre ellos.

La señora seraphina cubrió la cajuela y prometió hacerse cargo de su preciado cargo. Eo cerró los ojos, aferrándose a su destino. El Niño que iba a su lado, se acurrucó sobre su brazo.

—No tengas miedo —

le dijo a el niño pequeño que fue alguna vez

—Cuando salgamos vamos a cantar una canción y todo va a estar bien.

Dushenk'a

Era como su papá lo llamaba y si cerraba los ojos, todavía podía escuchar su voz.  Sus padres hicieron lo imposible por darle la vida, Eo no sabía como darse por vencido: era hereditario.

Amanecía y era jueves. Nunca faltaba al compromiso de la semana. Asistía a misa sin falta y luego del servicio se encontraba con aquel niño que conoció aquella vez en la cajuela. Caminaban juntos por las mismas calles y se sentaban en el mismo parque. Regresaban a casa de su amigo de antaño y preparaban la cena.

La velada transcurría entre anécdotas del pasado y canciones de sus tiempos. A esas horas de la madrugada, sentía deseos de llamarlo. Shun lo escuchaba no importaba la hora ni el día.

Su único amigo, su confidente, el recuerdo que no le permitía olvidar el porqué seguía vivo. Por el sacrificio de sus padres, para salir adelante atravesando el océano y hacerse cargo de sorrento, su Dushenk'a.

Shun lo escucharía soñar despierto con el día en que Sorrento diera su primer recital. Todo vestido de frack, tal vez un elegante smoking. Cuánto deseaba enviarlo a un instituto donde pudiera aprender música. Juntaba de a pocos y la cantidad que tenía ya le alcanzaba para pagarle la colegiatura. Pronto le daría la buena noticia, lo enviaría a un buen instituto y shun tenía contactos para que lo recibieran en el extranjero.

Sorrento iba a ser un gran músico, lo sabía, su corazón se lo decía. Por eso no podía rendirse, iba a encontrarlo así le tomara el resto de sus días hacerlo.

****

Cuando abrió los ojos se sobresaltó tanto que casi salta de la cama. El chico seguía a su lado, recostado contra su pecho. Rendido por el cansancio y el malestar, sorrento parecía sin vida.

Respiraba muy lentamente y al notarlo, Kanon descubrió una cierta satisfacción nacer en su pecho.

De pronto tuvo hambre y se dio cuenta que estuvo omitiendo alimentos. Con cuidado de no despertar al chico, se deslizó hacia la mini cocina.

De pronto se le antojaba un copioso desayuno como el que preparaba su abuelo de turno. Salchichas, bizcochos frescos, huevos revueltos con salchicha de caimán hecha en casa y los famosos beignets. Ese abuelo era quien los preparaba mejor que nadie.

Las malas noches y los recuerdos no eran una buena combinación. Los sabores del Bayou quedaron atrás, mientras que hurgaba por algo de comer entre los gabinetes vacíos de su alacena.

Tras una infructuosa búsqueda, no halló nada. Podía caminar un par de cuadras y comprar algo, pero dejar solo al chico no era una buena idea.

¿En qué carajos pensaba? Que el mocoso ese se pudriera. Renegando consigo mismo, Kanon decidió posponer el desayuno al medio día y tomar un buen baño.

Al tomar el móvil de dónde lo dejó cargando, vio que tenía un par de llamadas perdidas.

—¡Mierda!

Devolverle la llamada al cabrón de su jefe no estaba en sus planes. A decir verdad casi se había olvidado para quien trabajaba.

—Dejé el teléfono cargando, ¿qué pasa?

La breve risa al otro lado del auricular no se dejó esperar. Por lo menos le parecía divertido a su jefe, que se reportara dos hora después de que lo llamó.

—Me preguntaba como te encontrabas, imagino que disfrutando lo suficiente para olvidar devolver mi llamada.

Kanon se quedó sin saber que decir. Su apetito se marchó a esconderse y ahora el nerviosismo se lo tragaba entero.

—Tuve una visita ineseperada esta mañana. Adivina de quien se trataba.

Odiaba los acertijos de Poseidón, porque no eran más que la antesala de serios problemas. Si se rehusaba a jugar, Poseidón lo cortaría en pedazos. Si lo hacía y fallaba correría el mismo destino.

—¿Me das una pista? —

pidió Kanon intentando ganar tiempo para que su cerebro terminara de despertar y encontrara una salida al embrollo.

—Es alguien que conoces y tienes algo que según dijo le pertenece.

Poseidón cabrón hijo de zorra, se divertía atormentandolo. Podía ser media ciudad así que esa pista se la podía pasar por la raja del cul...

—¿Te rindes?

Nunca, con Poseidón rendirse no era opción. Tendría que adivinar o morir intentándolo.

—Ya quisieras, déjame pensar un rato... ¿Levitan? ¿Lymnades? Si es la lymnades le voy a partir el hoci...

—No y no, sigue intentando... Tienes una oportunidad más...

—Entonces dame otra pista, que sea buena esta vez, porque tus pistas son una mierda...

—Es un Alfa. Ahí tienes, si no adivinas yo habré ganado e iré a por mi premio.

Poseidón jugaba a ganador y hablaba en serio. Lo sabía todo, ¿no? Sabía bien que estaba haciendo en su departamento y con quien. Seguro ya se había enterado de la droga y los supresores que consiguió para desintoxicar al mocoso.

—el Alfa de Julián.

—No tienes idea de lo insufrible que es ese Alfa, por ello no lo atendí. Vino a buscarte casi convencido que le debía algo.

Poseidón hizo una pausa, esperaba que empezara a dar explicaciones. Tendría que pensar rápido en algo convincente.

—Esa perra está loca ni caso le hagas, Poseidón.

Definitivamente no pudo dar un argumento mejor que ese

El silencio al otro lado del auricular no era buena señal. Tenía que darle una respuesta a Poseidón, aunque solo fuera para confirmarle lo que él ya sabía.

—Me encargaré que no vuelva a molestarte.

—Por supuesto que lo harás. Te has divertido lo suficiente como para no contestar mi llamada.

—No Poseidón, no es lo que piensas...

—No estoy preguntando y sabes cuánto me incomoda que me interrumpan.

Kanon se mordió la lengua.

—Tampoco me agrada que te tomes tanto tiempo de asueto. Las distracciones son buenas para un rato. No para quedartelas en casa.

De pronto se sintió como un niño que recogió una mascota en la calle y acababa de ser descubierto. Sabía lo que el regaño traía consigo, iba a hacer que se deshiciera del chico.

No tenía otra salida que hacer lo que Poseidón quería. Era lo mejor para él y lo sabía. Suficiente hizo con ayudarlo a desintoxicarse y sacarlo de dónde estaba. Sorrento tendría que sobrevivir por su cuenta, ya no era su problema.

—La última vez querías que me distrajera. Quien carajo te entiende Poseidón...

—Me haces sentir como el malo de la historia, hijo. Espero verte más tarde, tengo un encargo para ti. Y mas vale que para ese entonces hayas devuelto a ese omega, si no es asi te obligaré yo mismo a hacerlo y sabes que mis metodos no te convienen kanon... 

Poseidón cortó la llamada y a Kanon se le cayó el móvil de la mano. No le quedaba tiempo y el chico todavía no estaba sano.

***

Despertó cansado como si no hubiera dormido en semanas. Se encontró perdido entre recuerdos difusos y la sensación de todavía estar muriéndose. Otra sacudida lo ayudó a despabilarse.

—Levántate que tenemos que irnos.

Sorrento iba a preguntar a dónde, pero recordó que su voz se atoraba en su garganta y salía a pedazos. Se contuvo intentando darse cuenta de lo que sucedía.

Alguien lo jalaba del brazo arrastrándolo fuera de la cama. Esa habitación no era la suya, las paredes eran azules y el lugar estaba limpio. Sorrento se aferró a los cobertores, resistiendo a abandonar la calidez de la cama.

—¿Qué mierda estás haciendo? ¿No oíste? Tienes que irte.

Todo sucedía demasiado rápido. ¿Cómo llegó a esa habitación en primer lugar? Encontró un cuaderno sobre el suelo, donde fue a dar estrepitosamente.

—No puedo llevarte a un centro de rehabilitación. Tengo que devolverte a tu casa. Vístete, ¿qué me estás mirando?

Aquel sujeto sonaba furioso y no dejaba de renegar. Sorrento se puso una sudadera que no reconoció como suya, pero le quedaba cerca. Como pudo se levantó por su propia cuenta.

—¡Mierda!

Sorrento se contrajo en su sitio. El sujeto se veía enojado, pero a la vez triste. Parecía que no quería abrir la puerta y apretarlo contra su cuerpo.

—Esto no debería pasar, necesitas un maldito centro de rehabilitación, no que te regrese a ese lugar de mierda, con ese Alfa que...

No acababa de entender lo que sucedía. ¿A qué se refería? ¿Por qué sonaba arrepentido?

—¡Escúchame bien! ¡Ey, ey mírame! —

le apretó las mejillas con una mano llena de tatuajes

—No voy a dejar que todo el trabajo que me costó sacarte de ahí se vaya al carajo. ¿Entiendes?

Sorrento solo asintió en silencio aunque le estaba mintiendo. Más confundido que antes solo atinó a rodear el cuello de aquel sujeto con sus brazos. Asintió de nuevo con su frente pegada al pecho de aquel Alfa.

Estaba cansado y solo quería que lo deje volver a recostarse. No se reponía del malestar que sentía y si abrazándolo de ese modo conseguía que dejara de gritarle, se sentiría más que satisfecho.

Fue el turno de Kanon de perder la noción de lo que sucedía. El pequeño Omega se apoyó en él como quien busca refugio. Sin saber como pasó, sus propios brazos le correspondieron, antes que pudiera detenerse.

No duró más que un puñado de segundos aquel pequeño contacto, pero de pronto fue algo intenso. ¿Qué le pasaba? Debía estar afectándole tanta mala noche. El Omega parecía rendido entre sus brazos. Todavía no acababa de reponerse; seguía muy débil.

Debía regresarlo a la cama e intentar darle algo de comer, en vez de devolverlo al infierno de donde lo sacó. Kanon maldijo en silencio, porque no tenía otra salida. Tomó al omega en brazos y lo condujo a su auto.

Fue un trayecto corto y el Omega pareció dormirse sobre su pecho. Kanon lo acomodó en el asiento al lado del suyo y sorrento protestó como lo haría un niño pequeño. Finalmente, se dejó colocar el cinturón de seguridad y emprendieron el camino.

Kanon le colocó la capucha a quien iba dormitando a su lado. No quería mirarlo a la cara, la sensación de que lo iba abandonar a su suerte empezaba a arañarle las entrañas.

Llegaron más pronto de lo que pretendía a donde tenía que llevarlo. Sorrento se entregó a los brazos de Kanon, abandonándose como si sus huesos se convirtieron en jebe.

No le quedó de otra que rodearlo de la cintura para que caminara a su lado. Kanon empezó a arrepentirse de todo cuando sorrento buscó apoyarse contra su pecho. Gruñó bajito y al chico pareció no importarle.

Las escaleras las recorrieron con paciencia para no caerse. Los inquilinos del edificio prefirieron hacerse un lado al ver ascender a la extraña pareja. Kanon esperaba que alguien dijera algo, lo que fuera para desatar la ira que iba contenida en sus puños.

Al llegar a la puerta donde tendría que dejar al chico, Kanon liberó una patada. Entró al departamento como si le perteneciera y Julián salió a su encuentro. Al ver de quien se trataba se replegó sin pensarlo dos veces.

La televisión seguía encendida y el olor a comida se cernía en el ambiente. La habitación donde encontró a sorrento quedó tal y como la dejó. La cama revuelta, las paredes pintadas y ropa tirada por el suelo. Cierto, sorrento usaba su ropa. Le quedaba algo grande, porque la complexión de un Alfa jamás se mediría con la de un omega.

—¿Crees que esto es un hotel? Si quieres divertirte con... él, buscate un cuarto en otro lado. No vengas a...

Julián regresó a la carga, tal parecía que tenía mucho que decir.

—Cierra el jodido pico o mato al cabrón ese y luego te mato a ti con su puto cadáver. —

Kanon apuntó con un dedo al Alfa de Julián y no podía contenerse más. Debió hacerlo desde un inicio y ahorrarse el tràmite de verlos una vez más.

Sorrento hasta se lo agradecería. Carajo, era lo mejor que podía pasarle al chico ese.

—¿Para qué has venido, ah? No tienes nada que hacer aquí. Largate con ese estorbo de una vez y no vengas a jodernos acá.

Vaya, que idea tan genial, marcharse de una vez con sorrento y no volver nunca era exactamente lo que deseaba hacer en ese momento. Es màs, en la cajuela del auto había espacio para dos cadáveres.

—Dije que cerraras el hueco de tu cara. Y no te metas en mis asuntos. ¿Entiendes? Él es ahora mi asunto, así que tú y ese cabrón de mierda van a mantener sus manos lejos de él. ¿Quedó claro?

Ninguno de los presentes dijo una palabra, parecía que les costaba asimilar lo que acababa de decir. Pero que carajo, ¿acaso hablaba en chino?

—¿Qué acaso hablo en chino? Tú cabrón, a ti te hablo imbécil...Si te le vuelves a acercar, aunque sea por casualidad, te busco y te destripo. ¿Me entendiste? Igual, no te creas que se va a quedar todo así. Lo que le hiciste la vas a pagar...

—No sé que te ha dicho el sirenito, pero no es lo que piensas. Julián ya sabe que el chico fue el que lo buscó. Anda, dile omega, dile que tu hermano no es ningún santo...

El Omega guardó silencio. Bajó la mirada y no respondió. Era obvio, tenía miedo y tal vez fue la mirada asesina del Alfa la que lo obligó a hablar.

—No....

Fue su respuesta y ahora era momento en que el Alfa volviera a hablar.

—ya lo debes saber, ¿no? Como se metió dentro de tus pantalones, se metió en los de otros Alfas. No sé qué más quiere ese inútil... En serio muchacho, ¿Kanon, no? Poseidón te tiene mucha estima y no te conviene meterte con este...idiota. Pierdes tu tiempo... Ahora está bien contigo, mañana se busca a otro y así...

Sorrento seguía apoyado contra su pecho, no había dicho una sola palabra, pero sin duda escuchaba todo lo que ese Alfa tenía que decir. Era lo mejor, que acabara con esos dos y se marchara de una vez. Dejaría al chico sobre su cama y esperaría que se repusiera por si solo.

No, tendría que sacarlo de ese nido de avispas. Nada bueno le esperaba quedándose en ese lugar. 

Ahora Fue el turno de Kanon de replegarse. Llevó a sorrento a su habitación y lo dejó sobre su cama. El chico lo miraba confundido. No podía dejarlo, no ahora.

—es... Esp...ppp..ra

Mencionó con la voz anudada y Kanon no supo que hacer.

— volvé por ti, lo prometo.

Respondió por impulso y Salió a toda prisa de aquella pieza silenciosa y miserable. Julián y su  Alfa todavía seguían en su lugar.

—Voy a regresar luego a buscarlo y tú ya no estás. Te largas ahora mismo o sales de aquí por las patas por delante. Y tú, cierra la cloaca que tienes por boca, si vuelves a hablar mierda de él, te vas a tragar mis balas.

Cerró la puerta que conducía a sorrento y luego la del departamento de un portazo. Le iba a perdonar la vida a esos dos, porque no quería que el chico viera semejante espectáculo. Con la rabia que llevaba, iba a despedazar a su hermano y su marido con sus propias manos y luego colgar sus órganos de las paredes.

Kanon se marchó masticando su rabia. Tenía que controlarse porque tanto en ese edificio como en el resto de la zona, las paredes poseen ojos y oídos.

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