✨
Aparcó el auto y Sorrento volvió a la vida. Fueron apenas unos quince minutos de viaje, pero a kanon le supieron a eternidad.
Las luces de un restaurante iluminaron los ojos de Sorrento. Su estómago hizo lo propio y rugió para hacerse notar. Giró hacia kanon y le mostró el billete que obtuvo de su bolsillo.
La procedencia de ese dinero era un misterio que no estaba interesado en resolver. Kanon bajó primero del auto, el teléfono móvil vibró en el asiento trasero, protestando por ser ignorado. Refunfuñando lo tomó entre sus manos. La cantidad de notificaciones llenaba la pantalla.
Avanzó unos pasos esperando que Sorrento lo siguiera y devolvió la llamada.
—¿Qué carajo te pasa por la cabeza? ¿Por qué mejor no te metes una bala entre los ojos y acabas con toda esta mierda?
Kanon alejó el teléfono de su oído. La voz alterada de mermaid no se detenía.
—Tienes que matarme primero y luego irte al demonio. En eso quedamos. Tu patrón, ¿te acuerdas de él? Uno que parece un santo, pero es peor que las siete plagas de Egipto juntas, ya se enteró de todo. El mocoso cabrón de canon, casi se despezuña por ir corriendo a contarle tus hazañas. Sabemos que tienes cara de pendejo, pero no tienes que esforzarte en demostrarlo.
—Si ya terminate de rumiar voy a cortar para que te vayas a comer una verga y...
—¡Por un carajo, escúchame una vez en tu vida! Tú eres mejor que esto. Carajo, no puedes decepcionarme de este modo.
Kanon se mantuvo en silencio. No necesitaba escuchar los regaños de mermaid, sin embargo, su voz era un rayo de luz en medio de la oscuridad.
—Usa tu jodido cerebro y piensa en una solución. Porque desde ya te digo que cavaste tu tumba y la de ese chico. ¡Qué mierda contigo! Anda, revuélcate con él y sigue pensando con la verga. Espero que valga la pena y sea la cogida de tu vida, porque va a ser la última. Porque lo quieras o no, ese chico tiene los días contados. Lo sabes tú, lo sé yo, lo sabe tu jefe y todo el maldito grupo. ¿Lo sabe ese chico? ¿Se lo vas a decir, kanon?
—Nadie te pidió que metas tu maldita nariz en mis asuntos, mermaid.
—Tus asuntos, pedazo de asno, son mis asuntos también. Tu patrón quiere saber donde andas, cabrón. No soy tu jodida niñera. Así que ya que te dignas a responder tu maldito móvil, será mejor que te subas los pantalones, le des una buena lavada al mocoso ese y le pongas un moño en la cabeza. Porque se lo tienes que entregar a tu jefecito, si no quieres que él mande por ti.
La sangre se le heló dentro de las venas. Kanon pudo sentir que su corazón dejó de latir. Si es que lo que mermaid decía era cierto, entonces...
—¡Sé que me oíste! No eres tan imbécil, kanon, pero te empeñas a actuar como tal. Jodiste a levitan, a levitan nada menos, en un maldito hospital. Si serás pendejo, con todas las cámaras de seguridad sobre tu trasero. Solo a ti se te ocurre ser tan estúpido.
—Tengo todo bajo control —replicó kanon harto de escucharlo.
—Mi culo. Mi culo tiene todo bajo control. Lo único que tú controlas es como te bajas la bragueta. Escucha bien. La jodiste bien está vez. Te dije que no tienes opción. Ese chico es tu perdición y sabes bien que tienes que hacer.
Sí, lo sabía, pero no conseguía reunir valor para hacerlo.
—En el caso y escucha bien, en el
caso hipotético de que yo tuviera... me estuviera cogiendo a alguien... tampoco querría ese destino para ella. Sabes qué debes hacer. No tengo que decírtelo.
—Él.. . ¿Sabe donde estoy?
—No lo sé. Te lo juro, no lo sé. Lo sabrá, no va a tardar—replicó mermaid con tono sombrío.
Kanon lo escuchó resoplar y sonaba cansado.
—Sabes que debes hacer, hijo. Dejar de arruinar tu futuro. Por lo menos uno de ustedes dos tiene un futuro. Suerte con eso. La vas a necesitar.
Mermaid colgó la llamada. Kanon bajó el teléfono a la altura de su cintura. Sus palabras lo perseguirían para siempre como lobos hambrientos.
El móvil vibró una vez más y kanon ya harto contestó.
—¡Guarda tus sermones maldito anciano! Ya me cansé de...
—¿Anciano? Tú eres el anciano. Soy menor que tú, idiota— la voz burlona llegó acompañada de una risotada.
A kanon le rechinaron los dientes al reconocer de quien se trataba.
—Espero estar interrumpiéndote. El conejito ese me lo va a agradecer. Que digo, seguro está acostumbrado a ser tu puta. Su hermano hace lo mismo, lo heredó de el
A kanon se le llenó el cuerpo de bilis. Iba a responder, pero la voz continuó imparable.
—¿Crees que si le digo a Poseidón que me deje jugar con él, diga que si? Está contento conmigo. Me lo va a dar si lo quiero. No voy a jugar con él como tú. Tengo otros planes mucho mejores. No sabes las ganas que tengo de lastimarlo. Tu también lo haces, ¿no? Te gusta pegarle en la cara cuando te la esta..
Otra risotada se dejó escuchar. Kanon respiró hondo y con rabia contenida. No le daría a canon el gusto de escucharlo perder el control.
—Eres tan aburrido. Anda a joderte a tu juguete tan feo. Con esos dientes de conejo que tiene, no dejaría que se acerque a mi verga. Pero a ti te van esas cosas.
Canon hizo una pausa para soltar una risita y continuó.
—Lo único rescatable son sus ojos. Tiene un color interesante. No puedo esperar para sacárselos uno por uno mientras le estoy...
No pudo seguir oyendo. Kanon lanzó el teléfono al suelo de tierra y vació la carga de su revólver. Resoplando como un animal, recogió el móvil aun caliente y hecho pedazos, para lanzarlo a la carretera.
Furioso, respiraba con fuerza. Al darse vuelta vio que su ataque de ira atrajo más atención de la que quería. En las ventanas del restaurante, los curiosos se asomaban atraídos por el ruido de los disparos.
—Carajo —musitó kanon regresando sobre sus pasos donde encontró a Sorrento agazapado al lado de una de las llantas.
Cubría sus oídos con sus brazos y su rostro perdió el color por completo. El chico lo miraba pasmado y realmente no tenían tiempo que perder. Kanon le señaló el auto y Sorrento se movió en automático. Regresó a su asiento arrimándose contra la ventana. Parecía que necesitaba poner la mayor distancia posible entre ambos.
Sin decir una palabra, kanon pisó el acelerador y se marcharon envueltos en un rechinar de llantas.
***
Nunca vio tantas estrellas juntas. Era un espectáculo maravilloso y seguramente lo último que vería. Sin dejar de temblar, Sorrento se acurrucó sobre el motor del auto para disfrutar su calor. Los espasmos de su cuerpo no eran sólo producto del frío que sentía.
En realidad estaba aterrado. A esas alturas de su vida sabía bien que no saldría bien librado de la situación en la que estaba refundido.
Todo ocurría demasiado rápido como para que su pobre mente pudiera asimilarlo. Por lo menos pudo ver a eo una última vez, pensó. No acababa de entender la razón por la que kanon lo llevó e ese lugar. Tenía algunas ideas, pero profirió desecharlas en pos de su paz mental.
Perdió el apetito, pero no se atrevía a contrariar a kanon quien compró comida rápida en el camino y le prohibió sacar su contenido. No quería que ensucie el auto, le dijo.
No le sorprendía del todo que kanon condujera hasta ese paraje en medio de la nada. Una vez detuvo el auto le dijo que bajara y vio que sacaba una frazada del asiento trasero. Se le heló la sangre al ver como kanon se le acercaba. Tuvo ganas de correr, pero internarse en la oscuridad del bosque le asustaba aún más.
Sorrento estaba seguro que kanon se desharía de él. Solo esperaba que fuera rápido. Sin embargo, al ver como kanon tenía la frazada sobre el chasis del auto se quedó muy confundido. Pero cuando le dijo que subiera sobre el motor, se quedó inmóvil de la sorpresa.
Hizo lo que le dijo luego que vio a kanon treparse sobre el motor y acostarse sobre la frazada. Cruzó los brazos y apoyó su cabeza sobre estos. Luego de una breve pausa suspiró hondo, como si quisiera vaciar sus pulmones a la fría intemperie.
—Dime algo, ¿alguna vez viste tantas estrellas juntas? —preguntó kanon y de pronto parecía una persona completamente desconocida.
Su rostro se relajó notablemente, su respiración se volvió pausada y hasta una media sonrisa se dibujó en su rostro.
Sorrento no salía de una sorpresa para quedar pasmado por otra. Recostado al lado de kanon pudo ver bien como la expresión de su interlocutor se suavizaba un poquito. Tenía los ojos fijos en el firmamento y parecía que hablaba consigo mismo.
El cielo despejado dejaba ver la luna llena. Las estrellas se asomaban como ojos curiosos brillando sobre sus cabezas Sorrento negó con la cabeza dado que no tenía una mejor respuesta.
—Usa tu voz. Quiero escucharte.
—Hum... No— replicó Sorrento y de pronto de dio cuenta de lo que acababa de hacer.
No podía dejar que kanon piense que le estaba dando la contra. Seguro le disparaba o algo peor. De prisa quiso balbucear algo que no consiguió una forma.
Quería decirle que nunca vio tantas estrellas juntas. El cielo sobre su cabeza era siempre el techo de su departamento o el de eo. Durante sus salidas nocturnas jamás tuvo la suerte de darse un tiempo y contemplar el firmamento. Las luces de la ciudad, el smog y los edificios tan altos no dejaban espacio para que las estrellas brillen y la luna se asome.
Sin embargo, ahora que tenía la oportunidad de ver con sus propios ojos todas esas estrellas brillando sin pudor, aprovecharía para grabar esa imagen en su mente.
El tintineo de cada una tenía un ritmo diferente. Estaban cantando para él. Era una melodía suave, etérea, definitivamente fuera del planeta. Sorrento sonrió sin quererlo. Absorto mirando las estrellas, escuchando su canto se olvidó del hambre, el miedo y todos los problemas que tenía encima.
Tal vez kanon siguió hablando y no escuchó ni una palabra. No tendría como excusarse. Estaban solos, rodeados de campo abierto. A lo lejos se dejaban oír los camiones de carga recorriendo la carretera. Sorrento volteó a mirarlo y el pánico se reflejaba en su rostro. Su cuerpo se contrajo preparándose para lo que viniera.
Sin embargo, no esperó encontrar los ojos pálidos de kanon mirándolo con curiosidad.
—Sigue, no te detengas.
Fue el turno de Sorrento de devolver el gesto. ¿A qué se refería?
—Te dije que usaras tu voz y te pusiste a cantar. No me quejo, pero quiero oír más.
Sorrento se contrajo un poco más, avergonzado, quería tener valor de bajarse y correr hacia la oscuridad. Levantó los ojos hacia las estrellas, acusándolas en silencio.
Kanon se acomodó al lado de Sorrento, recostándose a su lado. Tuvo deseos de alejarse, pero no se atrevió. El calor que irradiaba conseguía calmar el frío que siempre sentía. Entonces se le cruzó una idea muy tonta, quizá era tan caliente por el color de su cabello.
Sorrento ladeó el rostro con disimulo, observando bien las hebras de la cabellera de kanon. Ahora que lo pensaba, ¿ese color era natural? Sus cejas también tenían ese tono de mar. Recién se fijaba, las pestañas de kanon no dejaban lugar a dudas.
Teniéndolo tan de cerca y con apenas la luz de la luna, pudo ver pequeñas pecas asomándose sobre sus pómulos. Recorrió con sus ojos la piel expuesta de kanon y se topó de lleno con sus manos tatuadas.
Recordaba sus tatuajes, pero nunca se tomó la molestia de observarlos con detenimiento. El reverso de una mano tenia pintada lo que parecía una serpiente enroscándose sobre su brazo. Los nudillos ostentaban unos dibujos que eran sin duda su carta de presentación.
Un diamante, un corazón, un tridente y una espada. Era el tridente el tatuaje más intrincado.
—Entonces no vas a cantar.
Sorrento se sobresaltó ante las palabras de kanon.
—Con que estás despierto. Como estás tan callado, te hacia dormido.
¿Quién podía dormir en ese lugar, a la intemperie y en medio de un bosque? De pronto se le ocurrían mil peligros acechándolos en la oscuridad. Sorrento agachó la cabeza buscando algo que alejara la ansiedad que empezaba a asomarse.
La oscuridad le aterraba. Solía dormirse en medio de esta, agotado por el llanto. Siempre estuvo tan solo. Ahora que tenía compañía el miedo no era el mismo, aunque seguía presente. De pronto sonrió pensando que lo más peligroso en los alrededores, estaba a su lado.
—Dicen que quien solo se ríe de sus maldades se acuerda —kanon se estiró a su lado como si fuera un felino enorme — ¿Qué de malo puede hacer alguien como tú? ¿Ah? ¿Dejar la tapa del inodoro levantada?
No pudo evitarlo, Sorrento le devolvió la mirada y se arrepintió en seguida. Debió hacerse el dormido. Negó con la cabeza intentando darle una respuesta, pero la mirada intensa de kanon no lo dejaba apartar sus ojos.
Frunció el ceño y de pronto toda la amargura que pudo apartar un momento antes regresó con todo furor. Kanon no tenía idea de todo lo malo que traía consigo. Julian se lo recalcó cada momento de su vida.
Cuán inútil era y cuánto estorbaba. Era además demasiado estúpido como para hablar como una persona normal. No importaba cuánto asistiera a la escuela, era demasiado idiota para aprender algo. Sólo traía problemas. Le sucedió con eo, casi hace que lo maten. Sucedió con Julian, le arruinó la vida
Las palabras de Julian al final resultaron ser ciertas.
El nunca dejó de tener razón, no era un buen omega ni siquiera una buena persona. No era capaz de hacer nada bien. Quiso desaparecer y no fue capaz de hacerlo, algo tan simple como dejar de darle problemas a eo y falló terriblemente.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y se sintió tan mal por querer llorar. Sorrento apretó los puños y se encorvó un poco más, como si quisiera convertirse en una bola y encerrarse en si mismo.
Respiraba pesado y se mordió los labios. A kanon no se le pasó ningún detalle de su lenguaje corporal. Apenas iluminados con la luz de la luna, podía ver bien la tristeza desbordándose en su rostro. Giró la cabeza demasiado tarde, kanon notó en seguida su angustia.
Quiso escapar, rescatar un poquito de dignidad, pero no pudo moverse. Kanon lo rodeó con un brazo y lo apretó contra su pecho. Sorrento no supo la razón, pero un acto tan simple terminó por desarmarlo.
De pronto se encontró llorando en silencio sobre el pecho de kanon. Su calor lo envolvía y las lágrimas se desataron. Se sintió como un niño pequeño, llorando de frío, de miedo, de angustia, de hambre.
Era todo lo que siempre deseó, poder sentir a alguien a su lado cuando más lo necesitaba. Siempre estuvo tan solo, tan asustado, encerrado en el apartamento donde vivía esperando que llegara Julián. Aterrorizado de que el no volviera, muerto de miedo cuando el aparecía a gritarle, a pegarle por seguir vivo.
Sorrento encontró un lugar donde guarecerse, donde podía dejar correr todas las lágrimas que guardó por temor a que Julián lo eche a la calle si no dejaba de hacer ruido. El solo quería dormir, trabajaba mucho, venía cansado.
Demasiado escándalo, cállate Antes que el viejo ese te escuche. Si me toca la puerta para quejarse de tus chillidos...Debí deshacerme de ti apenas supe que venías. Eres lo peor que me pudo pasar. Te odio tanto. No mereces estar vivo.
¿Qué más podía hacer? Porque no podía dejar de llorar. Su mente trastornada por el dolor de antaño no le permitía tener control sobre su cuerpo. Sorrento se abandonó en los brazos de kanon sin fuerzas para calmarse.
Perdió la noción del tiempo y de pronto notó que se sentía a salvo. Con el rostro escondido dejó de moverse y además se dio cuenta que kanon tampoco se movía.
¿Qué era lo que esperaba? Se preguntó a sí mismo al darse de que kanon no lo estaba tocando. Al menos no con malicia. Se sentía raro, pensó. No recordaba haber tenido ese tipo de contacto con alguien sin que hubiera algún tipo de interés por la otra parte.
Sorrento lo hizo antes con otras personas y sentía vergüenza de si mismo. Porque lo que eso no podía borrarlo de su mente. Siempre regresaba a atormentado. Las veces que dejaba que el novio de Julian lo abrazara sentía miedo. Cuando dejaba que lo tocara por debajo de la ropa sentía asco.
Sin quererlo se estremeció en los brazos que lo albergaban sin pedirle nada a cambio, sin obligarlo a recostarse y quedarse quieto, sin forzarlo a actuar de cierto modo. Odiaba cuando eso sucedía, cuando el novio de Julian le ordenaba que se quitara la ropa, que se arrodillará en el suelo y...
Un sollozo escapó de sus labios mientas casi se olvidaba de como respirar. Estaba tan asustado sentía tanta vergüenza. Las píldoras que le daba el novio de Julian aliviaban esa sensación de temor, de angustia y hacían que se olvidara de todo mientras duraba su efecto.
Las deseaba con violencia, quería dejar d e sentir aunque fuera por un rato. Poder esconderse de si mismo y permanecer en ese estado por lo que le quedara de vida.
Kanon lo sujetaba contra su pecho, parecía notar el ataque de pánico que se avecinaba . Sorrento sintió el frío recorrer su espalda. Va a suceder, pensó al sentir como una mano bajaba hacia su espalda. Se contrajo de nuevo, pero recordó que lo mejor era dejarse llevar. Se ahorraba muchos problemas cuando no ponía resistencia.
¿Qué de bueno le traía tratar de escapar? El novio de Julian lo perseguía y sabía bien que no tenía salida. Dentro del departamento, entre esas paredes no tenía donde esconderse. Era un juego que odiaba, porque siempre era quien perdía y se llevaba la peor parte. Aprendió rápido que si tenía que participar, por lo menos podía salir menos lastimado.
La mano de kanon solo lo sostenía. No lo estaba acariciando, no buscaba arañarle la espalda con rabia ni colarse bajo sus prendas. Sorrento abrió los ojos con cierta sorpresa. En lugar de aplastarlo contra el suelo y subirse sobre su cuerpo, kanon afianzó el abrazo.
El calor regresó al cuerpo de Sorrento a la vez que sentía que las mejillas se le encendían. Se acomodó entonces, avergonzado por haberse adelantado a los hechos. Aún atento dejó que su rostro repose de nuevo sobre el pecho de kanon recibiendo el ritmo de sus latidos en sus oídos.
Sonrió entonces sin darse cuenta de lo que hacía. Todavía tenía lágrimas en los ojos, pero de pronto la melodía que brotaba desde el corazón de kanon era algo que no podía ignorar.
—Tun-tun tun-tun tun-tun la-la-la
Sus labios se separaron, su voz brotó sin poder reprimirla. La música que sonaba en su mente se le saldría por las orejas si no la reproducía. Su cuerpo entero reaccionó ante el ritmo de los latidos de kanon, del compás que llevaba el viento colándose entre las hojas de los árboles, el vibrar de la carretera a la lejanía, el tintineo de las estrellas acompañando a la luna.
Sus dedos danzaban al ritmo, deslizándose sobre el vientre de kanon como si se tratara de las teclas de un piano. Una sola vez pudo sentir lo que era tocar uno, cuando eo lo llevó a la iglesia y lo dejó acercarse a uno. Jamás olvidó la experiencia, se juró alguna vez repetirla.
Tocaba a kanon como si fuera un instrumento y se sintió muy desvergonzado al hacerlo, pero no se detuvo. Tampoco quería abandonar su posición. El palpitar de ese corazón era pieza clave para las partituras que se tejían en su mente.
Tal vez no podía leer ni escribir con propiedad, tampoco podía multiplicar y menos dividir, pero si de algo sabía era de música. Eo le enseño bien. Todos esos ritmos, esas sensaciones, era una rapsodia la que se recreaba en su mente.
Lo mejor de todo y recién lo notaba, es que podía cantar. Su voz, algo ajada por el llanto, se liberó en su garganta. Con un oído pegado al pecho de kanon y con los ojos fijos en el firmamento, Sorrento dejó escapar todo lo que guardó por tanto tiempo. Toda esa música, todos esos sentimientos encerrados dentro se si mismo escaparon de su prisión.
Si algún día volvía a ver a ese sujeto tan extraño que lo hizo cantar, tendría que darle las gracias. No sabía su nombre, nunca se le ocurrió preguntárselo. Era un tipo misterioso que como apareció, desapareció también. Solo podía estar seguro que no fue un sueño porque le dejó un regalo.
El fulgor de las estrellas marcaba el ritmo. Uno apresurado. El murmullo del viento al revolverle el cabello tomó la batuta. Sorrento siguió el compás que la brisa nocturna ahora llevaba. Con la yema de sus dedos cambió el ritmo, formando espirales sobre la piel de kanon, estirando las notas que el aire recitaba en sus oídos.
—En momentos como este desearía tener mi maldito móvil —murmuró kanon acomodándose a su lado.
Sorrento no le prestó demasiada atención. La brisa cantaba para él y tenía que recoger la melodía entre sus dedos. A lo lejos se dejó oír el canto de un ave, era una lechuza. Nunca oyó uno en la vida real, tan solo en películas.
Kanon pareció estremecerse. Giró el rostro hacia donde parecía provenir el sonido. Sorrento se quedó en silencio al ver lo tenso que se puso su compañero.
La lechuza volvió a ulular y hasta escucharon su aleteo. Sorrento sintió a kanon tensarse y apretarlo en un abrazo. ¿Le tenía miedo a un simple pájaro nocturno? Esa idea era algo osada, pero quizá no se alejaba de la realidad.
Escuchó a kanon murmurar una grosería y vio que escupía al suelo.
—Maldito pajarraco...—musitó kanon mirando al cielo —.Lárgate antes que te llene de plomo.
Entonces, no le gustan las lechuzas, pensó Sorrento más intrigado que antes.
—Esos pajarracos son malas noticias. Mi abuelo, ya te hablé de ese viejo, ¿no? Decía que esos pajarracos son mal agüero.
Consiguió su atención. Sorrento se incorporo para mirarlo de frente, aunque kanon parecía perdido en sus memorias.
—Siempre le dije que hablaba mierda, pero cuando el viejo murió, uno de esos estuvo parado frente a la ventana. Cantó dos veces y se fue volando. Fue así como me enteré que el viejo murió. Por uno de esos jodidos pájaros.
Kanon hizo una pausa. Por la expresión de su rostro, Sorrento sospechaba que le estaba costando hablar del tema. Quiso hacer algo para aliviar la tensión, pero no se le ocurría nada.
De pronto notó dos cosas. La primera era que el miedo se le fue y recién se daba cuenta. Envuelto en los brazos de kanon podía sentirse de cierto modo cómodo. Sorprendido por el descubrimiento empezó a pensar en que no sabía cómo actuar.
Debía quedarse quieto y esperar su destino. Ese era el modo como se manejaba en el mundo. De un modo u otro, en un momento como ese, no estaba seguro de querer esperar lo que viniera. Era la salida más fácil, pero, ¿era la más conveniente?
Tenía que pensar en cómo salir de esa. Si es que todavía podía esperar una oportunidad para escapar de kanon. ¿Realmente quería hacerlo? ¿Huir hacia quién sabía donde y perderse en la noche? No llegaría lejos. Quizá de pura suerte encontraría la carretera y luego que...
¿Que iba a hacer?
Acurrucado en los cálidos brazos de kanon, en medio de la nada y a merced de la noche, Sorrento lo supo. No tenía que hacer nada. Nada más que quedarse donde se encontraba.
Huir no era una opción y podía estar seguro de ello. Si trataba de escapar, eo pagaría el precio. Julian no sobreviviría en La cárcel, así que no podía abandonar a ninguno de los dos.
Sorrento cerró los ojos y la rapsodia nocturna se negó a detenerse dentro de su ser. Lo decidió de una vez y por todas. Se quedaría a enfrentar lo que le viniera, no importa lo que fuera.
—Ese viejo al que llamé abuelo no era nada mío. Era el novio de mi abuela. Mi familia es una mierda, peor que la tuya, te lo puedo asegurar.
Kanon hizo una pausa nuevamente y se tomó un momento para continuar. Sorrento se cuidó hasta de respirar muy fuerte, no quería perturbarlo. Cierta curiosidad nació dentro de él. Quería seguir oyendo más y más de lo que tuviera que decir, porque en medio de las palabras de kanon se le estaba escapando cierto acento que sin duda trataba de disimular en su común hablar.
—Tengo tantos primos y familiares que no conozco. Los que conocí dan una mierda por mi y yo por ellos. Ese viejo fue una constante en mi vida. Nunca conocí a mi papá, Nadie de mi familia tuvo esa jodida suerte... Ese viejo fue el padre que nadie tuvo.
Sorrento afinó el oído. El acento estaba ahí, presente como un elefante en medio de ambos. Kanon parecía relajarse conforme hablaba y dejaba que su voz se escape con suma sinceridad
—Mi abuela fumaba como una condenada chimenea. Mascaba tabaco y bebía como un maldito pez de río. El único vicio que tenia ese viejo era cazar y cocinar al aire libre. No era un santo, no, Para nada, pero nunca lo oí decir una mala palabra. Apenas hablaba, en eso me recuerdas mucho a él.
Bo pudo evitar contraerse al escuchar ese comentario. Kanon carraspeó un poco y se entregó a otro de sus silencios llenos de melancolía.
—Me crié con mi abuela. Éramos demasiados en un solo espacio y el viejo se encargó de que no nos faltara que comer. Comida y el sermón del pastor en la radio, es lo que más recuerdo de esa época. Por eso me la pasaba siguiendo al viejo en sus cacerías
Kanon rio un poco y suspiró hondo.
—«Tu abuela anda metida en su iglesia. Ahí solo me vas a ver entrando con los pies por delante», decía ese viejo cabrón. Y así fue...
De pronto, le pareció que kanon se hundía en sus memorias. Sorrento se quedó muy quieto esperando poder escuchar más de la voz de kanon cargada de su pasado y un escandaloso acento que ya ni se molestaba disimular.
¿Y qué pasó? Quiso saber. ¿Qué más había de La historia que escapaba de las memorias de kanon y que de pronto moría por descubrir?
Sorrento se movió apenas, como para sacar a kanon del trance en el que se encontraba. ¿Qué más? Murmuró en su mente y algo de sus pensamientos escaparon de entre sus labios. Fue un sonido que pasó desapercibido. Entonces se mordió los labios para prevenir otro escape de su propia voz.
—El lugar de donde salí es una completa mierda. Cuando me fui juré no volver más. Dejé atrás el donde vengo, solo me importa donde iré. No quiero sonar como el jodido predicador que mi abuela oyó toda su vida, pero óyeme bien: tienes que pensar en salir de esto y vivir tu propia vida.
Silencio de nuevo. Sorrento prefirió quedarse inmóvil y esperar que kanon dijera algo más. No lo hizo.
Con descontento, Sorrento guardó todo lo que kanon le dijo en su memoria, porque de un momento a otro no podía saciarse del modo cantarín con el que hizo su relato. Quería escuchar más, saber más, pero sobretodo seguir disfrutando del acento que cargaban las memorias de quien lo sostenía entre sus brazos y hacía sentir tan seguro.
***
Abrió los ojos y le costó trabajado recordar donde estaba. Lo último que su mente podía dilucidar era el paisaje nocturno y el sonido de las estrellas. El resto del trayecto que lo llevó a terminar postrado en una cama de hotel, era un misterio.
Sorrento se incorporo al no escuchar sonidos. Dio una mirada a su alrededor y percibió luz gris tras la cortina. Quizá otra persona se hubiera levantado a investigar, pero no. Sorrento prefirió enroscarse en la frazada que lo cubría y esconderse dentro de la calidez que lo envolvía.
De nuevo se preguntó, ¿cómo llegó a ese lugar? Era lo de menos, pensó. Seguía cansado y hambriento, nada a lo que no estuviera acostumbrado. Podía seguir durmiendo para que se le pasara el dolor de estómago que acompañaba el tener hambre.
Pensar en comida era una mala idea, porque cuando eso sucedía se entregaba en fantasías sin remedio. Luego regresaba a la cruda realidad de su departamento en donde no había nada para engañar el estómago. En momentos como esos siempre podía ir en busca de eo. Aunque desde que se hizo amigo de los vendedores de comida de Unión Square, siempre podía recurrir a ellos.
Tal vez podía dejar la pereza y levantarse por fin. Buscar sus zapatos y algo con que abrigarse. Le pediría a eo que le preste su violín. Caminaría y caminaría hasta que se le deshicieran los pies, con tal de un plato de comida caliente.
Dio seguro preparó esa sopa cuyo nombre le era imposible pronunciar. Un delicioso caldo espeso y de color verde con trocitos de carne de cerdo. Ella decía que su mamá le enseñó a cocinar y a ella su abuela.
Ahora si que tenía hambre. Por esa sopa valía la pena caminar en el frío. Seguro tetthys le invitaba esas masitas rellenas que se comía con gusto, pero nunca supo cómo se llamaban. Los hermanos cocineros no lo dejarían ir sin darle algo de su cocina. Argol le daría de esas sodas con sabor a goma de mascar le caería tan bien y su hermano seguro le convidaba ese postre de color morado que tanto le gustaba.
Sorrento se relamió en silencio y de pronto se dio cuenta que era tan distraído que nunca sabía el nombre de lo que comía. Podía culpar a su problema al hablar lo que hacía que casi no se comunicara con el prójimo.
Sentía mucha vergüenza de usar su voz, porque como nunca la usaba sonaba muy bajo y hasta grave. En ocasiones, si se esforzaba en alzar el tono también sonaba aguda. Sorrento se escondió debajo de la almohada sintiendo que las orejas se le enrojecían.
Kanon seguro pensaba que era un tonto que no podía hablar y menos hacer nada por sí mismo. Era cierto, se reprendió. Toda su vida dejó que la corriente se lo lleve y nunca hizo nada para salvarse.
¿Alguna vez tuvo esa oportunidad? ¿Realmente tuvo el chance de sobreponerse a su destino? Era demasiado tarde para ponerse a pensar en eso, se dijo. Tomó una decisión y sería afrontar por fin sus problemas.
Tenía dinero en el bolsillo. Podía intentar pagar las deudas de Julian y hasta sacárselo de encima. El estaría bien solo. No planeaba regresar a su lado como un animal extraviado que prefiere recibir patadas a quedarse en la calle.
Tendría que ver el modo de volver a la escuela para que todo el esfuerzo que eo puso en él no fuera en vano. Si lograba graduarse podía obtener un trabajo y con ese dinero...
Tuvo que detener su tren de pensamiento. ¿Podría hacerlo? ¿Volver a la escuela sabiendo lo mal que le iría? ¿Podría dejar a Julián a sabiendas que el no lo dejaría en paz?
Tal vez podría solucionar todo desapareciendo. Esa sonaba como una mejor salida. No, no podía huir por siempre. Los líos en los que andaba metido tenían patas largas y.... Cabello azul, tatuajes en todo el cuerpo...
El rubor se le extendió a toda la cara. Un pensamiento solitario hizo que se avergüence de sí mismo. ¿Tendría todo el cuerpo tatuado? Pensó sin poder contenerse. ¿Todo, todo, todo?
La curiosidad era algo que lo metía en problemas con mas frecuencia de la que debía. Ahora que tenía la idea de descubrir cuanta tinta tenía kanon en el cuerpo, no iba a poder quedarse tranquilo.
No puede ser, pensó enroscándose más entre las sábanas, no solo tonto y distraído, también fisgón. Soy un desastre. Sorrento suspiró odiándose a sí mismo. Siempre tuvo buen oído y a pesar de que no necesitaba afinarlo, podía percibir el sonido de voces en la calle.
Atraído por la conversación se levantó a prisa para poder escuchar mejor. La voz de kanon era la más alta y de solo escucharlo sabía que algo pasaba.
—¿Qué carajo haces aquí?
—¡Ay lo siento! ¿Esperabas a tu jefecito? ¿Le estabas trayendo el desayuno a la cama a ver si no te corta las pelotas y te las pone de corbata?
Kanon hizo una pausa y a Sorrento le dieron ganas de levantar la cabeza para espiar con propiedad.
—Vine solo, pedazo de imbécil. Eres mas fácil de rastrear que un elefante en la quinta avenida. ¿Quién mierda preparó este café? Sabe a agua sucia. ¿Y este que es? ¿Chocolate? Le estas trayendo un chocolate para que recupere energías después de tanto desgaste. ¡Qué considerado eres kanon! Esa no me la sabía.
Sorrento no necesitaba estar en medio de la conversación para escuchar como a kanon le rechinaron los dientes de la ira.
—¡Deja eso que no es para ti, viejo de mierda! Ahora tengo que ir por mas comida porque ya le pasaste tus pezuñas encima.
—¡Qué delicado te volviste! ¿No quieres también una de esas toallas femeninas para limpiarte el hocico?
El gruñido de kanon sonó al de un animal rabioso. Sorrento se estremeció en su sitio, pero no lo abandonó. Quería escuchar bien que tendría kanon que decir.
—¡No te atrevas a darme la espalda que todavía puedo patear tu trasero de vuelta a donde tu jefe! ¿Crees que hablo por hablar? Te dije bien claro: tienes una oportunidad de sobrevivir a todo esto. No la desperdicies.
En esta oportunidad el silencio entre esos dos se hizo mucho más escandaloso. Sorrento se contrajo en su sitio, francamente asustado ante las palabras que acababa de oír.
—¡Carajo contigo! No vine hasta aquí a arrastrar tu trasero huesudo. Es tu última oportunidad, muchacho. Estrena el cerebro y piensa en lo que vas a hacer.
Otro silencio igual de incómodo para los tres involucrados. Sorrento empezó a arrepentirse de quedarse oyendo.
—¿Pero que carajo tiene ese chico? ¿Tiene las pelotas de oro? ¿Te hace él Kama sutra de cabeza? ¿Tan rico coge que andas como imbécil detrás de él?
—¡Como serás puerco!. No soy como tú que anda detrás del primer culo que se le cruza delante.
La voz de kanon se llenó de una sincera indignación ante las palabras del otro sujeto.
—¿Así que ya le viste los huevos? No pierdes el tiempo, mocoso.
—¡Qué no, carajo! Ahora lárgate que por tu culpa se enfrió el desayuno. Sigue ladrando y al siguiente que enfrió es a ti. ¡Pendejo, come mierda!
Una carcajada se dejó oír fuerte y claro. Sorrento encogido en su escondite no podía más con la vergüenza que sentía. No debió fisgonear y era tarde para arrepentirse.
—Está bien, como quieras. Hasta un imbécil sin remedio como tú tiene derecho a disfrutar un poco. Iré por un café de verdad. No tardo.
—Me importa un carajo lo que hagas...
—Pues debería importarte. Si a mi me resultó tan fácil encontrarte a tu jefecito le basta batir una pestaña. Hazte un jodido favor y dale una llamada. No sé que mierda le vas a decir, para lo que me importa. Pero usa el cerebro antes de hacerlo. Es por tu maldito bien
Kanon resopló tan fuerte que no fue difícil percibir su molestia. Sorrento se encogió un poco más hasta casi quedar pegado contra el suelo. ¿En qué lío estaba metido? ¿De verdad quería saberlo?
Repasó la conversación de esos dos en su mente y lo único de lo que podía estar seguro era de que enfada bueno auguraban las palabras del interlocutor de kanon.
Odiaba sentirse atrapado sin poder encontrar una salida. Respiraba agitado y se abrazaba a si mismo. Estaba asustado y la sensación de encontrarse de nuevo en las cuatro paredes de toda su vida lo envolvió.
No podía moverse. De pronto se dio cuenta que empezó a temblar. Cerró los ojos y se quedó recostado al lado de la ventana como cuando esperaba que Julián regresara luego de abandonarlo por días enteros.
Daría lo que fuera por quitarse esa sensación de sobre los hombros, con tal de liberarse del miedo que no lo dejaba vivir. Era tan tonto , tan cobarde, tan inútil...
Toda su vida fue lo mismo y fue demasiado iluso para pensar que algo podía cambiar. Si Julián lo viera, seguro se reiría de él. No hay salida, pensó poniéndose de pie al ver que la puerta se abría.
No había una oportunidad para alguien que nació sin propósito alguno. Sin ningún tipo de valor para nadie.
Kanon se detuvo al verlo y dejó la comida sobre una mesita en la entrada
Eres un inútil, nunca debiste haber nacido. Lo único que haces es estorbar. Deberías estar muerto. Te odio, desearía que estuvieras muerto. La voz de Julian resonaba en su mente.
Alcanzó a kanon quien lo miraba inquieto y se colgó de su cuello escondiendo el rostro sobre su pecho.
Julian tenia razón, salvo en una cosa.
—T...ttt este... te extrañé...
Sí era indeseado e inútil. Quizá kanon ya lo sabía. Sin embargo, lo único que podía hacer y aprendió sin quererlo era sobrevivir.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro