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Dio un par de vueltas en el auto. Conducir en las turbulentas calles de la ciudad no conseguía calmarlo.

Kanon aceleró más de lo que debía apenas el semáforo cambió. Podía estrellarse y dejar que el auto estallara en medio de la avenida. Los pensamientos suicidas se multiplicaron al darle una mirada al Poseidón de los mares que lo observaba desde el asiento del copiloto.

¿Qué estaba haciendo? Se preguntó. ¿Suicidarse sería suficiente para escapar de Poseidón? Abandonar el mundo no era una opción. Sorrento se quedaría solo a merced de Poseidón y la sola idea era aterradora.

Las cintas de vídeo que Poseidón atesoraba formaban una muy nutrida y abominable colección de la cual su dueño se sentía orgulloso. Kanon no sólo vio algunas escenas, sino que estuvo a punto de ser parte del reparto.

La afición de Poseidón de producir ese tipo de contenido era espeluznante. Casi tanto como lo mucho que disfrutaba. La sola idea de que Sorrento fuera el siguiente en los mórbidos planes de Poseidón, lo volvería loco de atar.

Una vez en el hospital, tuvo toda la intención de ingresar, pero una figura familiar lo hizo detenerse en seco.

No era una coincidencia, al contrario, el hecho que estuviera en la entrada confirmaba todas y cada una de sus más oscuras sospechas.

-¿Qué carajo haces aquí? ¿Me estás siguiendo o que mierda? -masculló acercándose a quien lo miraba fijamente a unos pasos de la puerta del hospital.

-Lo mismo puedo preguntarte, pero no me interesa -respondió mermaid con un gruñido amenazante.

De imponente estatura y cuerpo macizo, mermaid se plantó en la entrada. Kanon reprimió una grosería. Demasiada gente transitando como para liarse a balazos en plena avenida.

Un guardia de seguridad los miraba de reojo mientras que sostenía una radio en una mano. El lenguaje corporal de ambos los ponía en evidencia.

Kanon se acercó, sin embargo, ejerciendo todo el autocontrol del que era capaz. Mermaid lo recibió tensando los músculos, esperando un ataque.

-¿Entonces estás de portero? ¿También vas a aparcar autos o solo vas a estorbar?

A mermaid se le agrió el rostro y se le fruncieron las cejas.

-Piensa lo que quieras. Igual, llegas demasiado tarde, muchacho.

La respuesta de mermaid elevó las alarmas en la mente de Kanon. Sin pensarlo avanzó un paso de más consiguiendo que su rival se ponga en guardia, bloqueándole deliberadamente el ingreso.

-Esto es un hospital, ten algo de respeto, hijo. Hay gente recuperándose allá adentro. Si quieres problemas, vete a otro lado.

Las palabras de mermaid llegaron a oídos de los demás transeúntes y del guardia de seguridad que decidió intervenir. Se acercó con cautela y sin lugar a duda ya había pedido refuerzos.

-¿Todo bien muchachos?

-Todo bien, jefe -replicó mermaid al guardia de seguridad quien lo miraba con intensidad.

Sabía bien que debía tener cuidado. El color de su piel lo convertía en presa fácil para un policía. Podía defenderse sin problema. No sería una estadística más ni harían marchas pidiendo justicia por él. Sin embargo, no era prudente llegar a esos extremos.

-Pues parece que algo sucede, por eso estoy aquí. No queremos tener problemas, ¿verdad?

Kanon gruñó entre dientes y mermaid tuvo deseos de menear la cabeza. Ese chico era un verdadero dolor de culo, pero ese guardia de seguridad no se quedaba atrás. Sin embargo, no podía dejar de sentir una gran sorpresa al ver que Kanon no le saltaba a la cara como perro rabioso.

Vaya, hasta que le llegó la pubertad, pensó mientras le devolvía una mirada especialmente preparada al guardia de seguridad.

-¿Cómo cree, jefe? Solo vine a darle una visita a alguien. Un dulce chileno, un poco entrado en años. Un santo alfa, ¿sabe? Tiene un corazón tan jodidamente grande, que acoge mocosos de la calle y los cría como si fueran suyos.

El oficial no le creía ni una palabra, tampoco estaba interesado en escucharlo. No le importó, mermaid continuó porque sabía que alguien más oía atentamente todas sus palabras.

-Y por criar cuervos es que le pasó lo que le pasó. Está medio muerto allá adentro -mermaud miró su reloj-. A estas horas ya seguro está entrevistándose con San Pedro.

-Para, para ya, no me importan tus malditos asuntos- interrumpió el guardia de seguridad-. ¿Acaso soy Jerry Springer para que vengas a contar tus problemas? No me interesa lo que le pase a quien quiera que sea. Vete por donde viniste, de una vez.

Siendo el mayor de los tres, sabía que no servía de nada precipitarse. La vida le enseñó a tener paciencia y que, para enterrar a un muerto, se sella el cajón despacio, clavo por clavo. Mermaid frunció los labios y al ver que los refuerzos que pidió el guardia se aproximaban, se irguió altivo. Por instinto hundió una mano dentro de su abrigo, como buscando su arma. Ante sus acciones, tal y como esperaba el policía reaccionó sintiéndose atacado.

—Tranquilo jefe. Le dije que todo está bien, ¿O es qué acaso uno no puede peinarse sin que un policía retirado se moje los pantalones? Me gusta dar una buena impresión. Recuerde que mi cara será lo último que ese alfa vea antes de irse al otro mundo.

Las palabras de mermaid tuvieron el mismo efecto de una bofetada en la cara del oficial. Con una media sonrisa, pasó un cepillo negro sobre su cabello espeso, muy consciente de las consecuencias.

—¿Qué acabas de decir? —ladró el oficial con el rostro encendido de la rabia.

—Me oyó bien jefe —mermaid se dio la vuelta dándole la espalda y abrió la puerta del vestíbulo del hospital—. Tengo que ocuparme de mis malditos asuntos. Qué tenga un buen día.

Sin detenerse, mermaid ingresó al hospital, sin fijarse en la reacción del guardia y los refuerzos que llegaron a asistirlo. Al único que esperaba era a Kanon y este no se hizo esperar. Fue tras él pisándole los talones. Sonrió entre dientes, era de esperarse de parte de ese dolor de culo, pensó. Kanon no lo decepcionaría, iría tras él hasta el final del mundo.

Dejó que lo siguiera por todo el vestíbulo congestionado de gente. De reojo vio como la puerta se abría y entraban en comitiva el guardia de seguridad y su séquito. Kanon sin duda los vio, sin embargo, continuó su camino siguiéndole los pasos.

Mermaid abordó uno de los elevadores y Kanon se escurrió a sus espaldas. El mocoso sí que tenía los huevos más grandes que el cerebro, pensó al ver cómo le bloqueaba el paso a media docena de personas que querían entrar junto con ellos. Les cerró las puertas en la cara golpeando los botones con el reverso de la mano.

Fue entretenido ver la mueca de asco con la que Kanon se frotaba la mano que tocó los botones. Mermaid sonrió al ver el revólver asomarse con cuidado de no ser percibido por las cámaras de vigilancia.

—¿Qué vas a hacer, idiota? ¿Vas a disparar? Uno ya no puede hacer una buena obra, ¿no? Verás hijo, la nueva perrita de Poseidón, el mocoso al que levitan le jodió la mano, se la pasó chillando para que lo traiga a que lo atiendan. Así que aquí estoy, aquí estamos. Metidos en un jodido elevador mientras la perrita esa se divierte. ¿Sabes a lo que me refiero o te lo tengo que explicar con manzanitas?

Kanon perdió el color del rostro. Fue una delicia para mermaid observar por una fracción de segundo esa reacción. Los ojos se le fruncieron, los labios se le perfilaron y se abalanzó sobre él. Casi lo toma por sorpresa. ¿De cuándo acá el mocoso ese era tan rápido?

—Voy a matarte, muy, muy jodidamente despacio —musitó Kanon con un tono de voz que podía pasar por la de Poseidón—. Voy a separar los músculos de tu carne mientras hago que te los tragues.

—Maldita sea, muchacho, tanto te juntas con tu jefe que ya comparten los mismos gustos. Deja de hablar mierda y quítate de encima...

No pudo continuar. Su cuerpo reconoció el dolor punzante de un arma blanca. El mocoso acababa de apuñalarlo con tal disimulo que consiguió engañarlo. Mermaid se quedó muy quieto, planeando el siguiente movimiento. Kanon le hirió el brazo, la sangre empezaba a chorrear al suelo. Le cortó una arteria cuanto menos, el tendón de paso. Quiso liberarse, pero le resultó imposible por la presión que ejercía sobre la herida y su cuerpo.

—¿Qué me quite de encima? De acuerdo.

De un tirón, Kanon se liberó dejando que la herida abierta dispare sangre sobre las paredes. Mermaid de inmediato quiso parar el sangrado sujetando el brazo con su mano sana.

—¿Qué carajo contigo? Te mataré, perra, me las vas a pagar por eso.

—¿Qué piso?

—Vete al carajo.

Kanon retrocedió limpiándose el rostro salpicado, con una manga. Cubrió sus dedos con la tela de su chaqueta y golpeó los botones del elevador. De un momento a otro este se detuvo.

—De acuerdo, pero primero te voy a arrancar el cuero y revestir este maldito espacio. ¿En qué piso?

Mermaid apretó con más fuerza su herida. Perdía demasiada sangre y ya había un charco en el suelo. Para vengarse tenía que estar vivo y a ese ritmo no lograría nada.

—Noveno, perro.

El muchacho pasaba demasiado tiempo pegado a las pelotas de Poseidón, pensó mermaid apresurado. Hasta la misma cara de póker le había copiado. Vio como golpeaba los botones del elevador con la suela del zapato y este empezó a funcionar. Faltaban dos pisos. Mermaid quizá no tenía tanto tiempo. Se incorporó a duras penas.

Las puertas se abrieron y antes de salir, recibió una patada en el pecho. Mermaid cayó de espaldas y vio como el elevador se cerraba. Luego escuchó el sonido silencioso y supo que el elevador no se movería más.

— Ese hijo de puta— gritó mermaid debatiéndose entre la ira, la desesperación y la malsana admiración —Ese hijo de puta le disparó al panel de control del maldito elevador. Ese mal parido hijo de perra es el jodido clon de su hijo de puta jefe.

***

Io acarició su cabello hasta que Sorrento dejó de llorar. Quiso decirle algo, pedirle perdón por no estar presente para protegerlo, pero tuvo que detenerse.

¿Qué podía hacer él? ¿Defenderlo? No podía ni protegerse a sí mismo. Desaparecer, eso era lo que tenía que hacer. Irse del mundo para que el resto de las personas a su alrededor dejaran de sufrir por su culpa.

Sorrento estaba seguro como que el sol sale cada mañana, que todo era culpa suya. Ese ataque no fue un simple robo. Por el grado de violencia que sufrió, su atacante tenía en mente matarlo.

Estalló en llanto una vez más. Sorrento se sintió incapaz de seguir mirando a Io. Necesitaba huir y esconderse. No remediaría nada, pero por lo menos evitaría que volviera a suceder.

En mala hora se cruzó en el camino de Io y baian. Saori compartía la culpa, pero a ella no le importaba. Tendría entonces que conseguir dinero para pagar las deudas de Julián. Si no lo hacía volvería a pasar.

El apartamento de Io quedó destrozado. El alfa que lo acompañaba anunció que el no debía regresar a ese lugar tan peligroso.

—No puedes seguir viviendo asi solo y expuesto a ese tipo de delincuencia.

Sorrento no dijo nada, pero concordaba con lo que decía el alfa.

Las escaleras del edificio eran un problema para io. El resto de los inquilinos no se quedaba atrás. Para nadie era un secreto el tipo de negocios que se realizaban tras puertas cerradas.

La palabra «solo» caló profundo en la mente de Sorrento. Era cierto, lo dejó solo. Abandonó a Io cuando el más lo necesitaba. El recibió la golpiza destinada para él. Io fue quien pagó las cuentas no saldadas de Julián.

Sin embargo, a el parecía no importarle. Lo único que le hacía feliz era tenerlo a su lado, murmuró Io sin dejar de acariciarlo. Sorrento se secó las lágrimas con el reverso de su mano y se puso de pie.

Su propio cuerpo lo traicionaba. No podía hablar, no podía pedirle perdón y decirle que no volvería a suceder. Haría todo lo que tuviera que hacer para protegerlo, incluso si eso significaba no volverlo a ver.

El alfa le tendió una caja de pañuelos de papel. Sorrento la tomó sintiéndose avergonzado de sí mismo, de sus ojos hinchados y su rostro enrojecido.

—No temas mi Dushen'ka. Shun, llévalo con baian. El te va a cuidar hasta que me recupere. No llores más, todo va a estar bien.

Las palabras de io no hicieron más que desatar el torrente de lágrimas que acababa de contener. Sorrento se cubrió el rostro con un brazo. No quería preocuparlo más y su llanto alteraba al chileno.

Shun sacudió la cabeza alcanzando el brazo del muchacho. Lo apretó con más fuerza de la que necesitaba para removerlo del lado de io.

—Por supuesto, io, en seguida. Quédate tranquilo. Me encargaré de todo.

Io sonrió y por un momento su rostro tomó una tranquilidad envidiable. Había paz en su mirada. Sorrento deseó tener el valor de quedarse a disfrutar esa visión de Io tan pacífica. Sin embargo, shun, como lo llamó Io, se encargó de arrastrarlo hasta la puerta.

—Hay un baño acabando el pasillo. Llegando al elevador. Hazte un favor y lávate un poco la cara—señaló shun extendiendo una mano—. Ten un poco de respeto por ti mismo y algo de vergüenza, muchacho. Esa alfa que yace en esa cama dedica su vida a cuidarte. Ya es hora de que hagas algo por el y luciendo como un pordiosero no es la forma.

Sorrento recibió las palabras del Alfa como un golpe en la cara. No tenía que recordarle lo mal que se veía o cuánto sacrificaba Io por cuidarlo. Bajó la cabeza, avergonzado de existir y avanzó por el corredor. Tenía deseos de correr, pero las piernas le temblaban. La ligera cojera no lo dejaría ir muy lejos, no a la velocidad que deseaba.

Tal como dijo el alfa, el baño se encontraba casi al terminar el pasadizo. Golpeó la puerta con la palma de la mano e ingresó sin prestar atención a la sombra que se dibujó a sus espaldas.

La soledad que tanto ansiaba no duró más que un breve segundo. Sorrento se acercó al lavabo sin mirar a quien se movía tras él como un fantasma silencioso. Pasó muy cerca y percibió su reflejo. Sorrento suspiró hondo y cayó de rodillas sosteniéndose del lavadero.

—¿Qué te sucede, hermano? ¿Te sientes mal? ¿Te llamo a un médico?

La voz que se materializó a sus espaldas pertenecía a un muchacho de cabello oscuro y mirada penetrante. Sorrento sintió un escalofrío al verlo acercarse como lo haría un depredador a su presa. De pronto, sus movimientos le parecieron familiares. El sonido de su voz, la escuchó antes, pero no sabía dónde. Debió moverse más rápido, pero su innata torpeza le impidió escapar de las manos que lo asieron de los costados y levantaron de un tirón.

Quiso responderle que se encontraba bien, que no necesitaba ayuda, pero era la verdad era evidente. Si tan solo pudiera expresarse como deseaba, quiso lamentarse. Sorrento negó con la cabeza para responder las preguntas del desconocido.

—¿No te llamo a un médico? No te ves nada bien. ¿Andas en líos o qué te pasa? ¿Puedo ayudarte con algo?

Negó con la cabeza una vez màs. No necesitaba la ayuda de alguien que se la ofrecía de improviso. Su instinto se lo dijo y la experiencia lo respaldaba, no podía confiar en nadie. En especial de quien aparecía de pronto y de la nada. El tono de su voz, lo escuchó antes, estaba seguro. Sorrento quiso separarse del extraño, pero este no lo dejó moverse.

—¿Sabes algo? No tienes que decírmelo. Lo sé con solo verte. Estas en problemas, hasta el cuello. ¿Me equivoco? Por supuesto que no. No me equivoco.

El muchacho lo liberó y de pronto Sorrento regresó al suelo. El desconocido se rió de él y de sus intentos por mantener su dignidad.

—Se te ve en la cara lo jodido que estás. No creas que no te he visto antes. En la calle. El hermano de... ¿cómo es que se llama la zorra de tu hermano? Bueno, el. Estás más que jodido entonces. Necesitas más ayuda de la que te puedes imaginar.

Sorrento lo vio avanzar hacia el espejo. El muchacho lo miraba a través del reflejo. Torció la boca en una sonrisa que no hizo que se escalofriara de nuevo.

—La calle dice que la zorra de Julián está en la cárcel. Las noticias vuelan en el vecindario. ¿Por qué lo encerraron esta vez? ¿Drogas, prostitución...? Seguro que ni si quiera sabes, ¿no? Ya te enteraste, entonces.

¿Quién era ese chico? ¿Qué era lo que quería?

—¿Quién soy? Eres tan fácil de leer que resulta ridículo, hermanito. Puedo saber qué piensas con tan solo mirarte. Eres tan patético como un animal de la calle, abandonado y enfermo. ¿Quieres saber quién soy? Ángel, para ti soy un ángel que vino en tu auxilio.

Dominick no ocultó una mueca de desconfianza. Quizá debía prestar atención a sus palabras y pretender que lo que le decía no le afectaba.

—Y necesitas más que ayuda. Necesitas que te crezcan un par de cojones, pero rápido. ¿Cuál es tu nombre? Olvidalo. Tú, ni tienes salvación.

Esas palabras resonaron en la mente de Sorrento y algo se encendió dentro de él. Frunció el ceño y sus labios hicieron lo mismo. Las palabras se cuajaron en su garganta. Iba a responderle que se podía ir por donde vino, que nadie le pidió nada en primer lugar. Sí, eso le diría luego de estrellarle la cara contra el lavabo.

Despertó rápidamente de su fantasía. Las palabras todavía atoradas en su garganta. El tal Ángel lo miraba sin disminuir la intensidad de sus ojos. Tenía un aspecto siniestro que le recordó a quien seguro esperaba fuera del hospital.

Cierto, se olvidó de Kanon. ¿Qué estaba haciendo? Se preguntó una vez más. ¿Con Kanon, con Io, con su vida misma? El tipo ese lo miraba ahora con curiosidad. Lo observó levantarse del suelo y retroceder sin darle la espalda, hacia la puerta.

—Te vas a ir tan pronto. No, no vas a ningún lado, hermanito. Ya te dije que soy tu ángel de la jodida guarda. Estás de suerte, sí, hoy es tu día de suerte. Si tienes problemas puedo darte una mano con eso.

Ángel se acercó hasta aplastar la puerta a espaldas de Sorrento, impidiéndole salir.

—Unos cuantos muertos pueden ayudarte con los problemas que traes contigo —murmuró sólo para los oídos del chico que tembló al escucharlo—. Me refiero a estos, muertos, a estos presidentes.

Ángel sacó un fajo de billetes y golpeó la nariz de Sorrento como jugando.

—¿Creíste que me refería a otra cosa? ¿A un Alfa, por ejemplo? ¿No tuvo un accidente que lo trajo acá al hospital con una pata en la sepultura? Traes la mala suerte contigo, como un gato negro de esos de callejón.

Sorrento se estremeció ante sus palabras. ¿Cómo sabía de Io?

—Toda la calle lo sabe, hermanito. Toda la calle sabe lo que le pasó al Alfa ese. Culpa tuya, ¿no? Por no pagar las deudas de tu hermano querido. Yo que tú iría con mucho cuidado. A la próxima seguro enfrían al alfa. A ese y a tu hermano de paso. Está en la cárcel, pero si no tiene como pagarse protección, pronto te vas a quedar muy solo.

No quería seguir oyéndolo. Sorrento se zafó como pudo de los brazos del tal Ángel. Buscó poner distancia entre ambos, aunque sabía que no serviría de nada.

—¡Claro, me olvidaba! Tienes a tu novio, ¿no? ¿Es ese tu plan? ¡Ah! Eso es lo que quieres, ¿no? Deshacerte de tu hermano y del alfa ese. Así estás libre para hacer lo que te dé la gana con tu novio. No eres tan estúpido como pareces.

—Nnn no.

Esa nunca fue una opción. Esas palabras resultaban tan ofensivas que Sorrento hizo una mueca de asco al escucharlas. Desaparecería del mapa antes de ser la razón por la que alguien más salga lastimado.

Negó con la cabeza con tanto vigor, como si quisiera despegar esos pensamientos de su mente. El tal Ángel no le dio tregua. Se acercó con  los mismos movimientos que haría un animal al acecho.

—¿No, dices? Entonces, hermanito. Creo que necesitas mi ayuda más de lo que necesitas seguir respirando.

De un movimiento certero Ángel acorraló a Sorrento contra la puerta de uno de los cubículos y entró con él, cerrando a sus espaldas

—Necesitamos algo de privacidad para hablar de negocios —murmuró mientras cubría los labios de Sorrento con la Palma fría de su mano.

Escucharon la puerta abrirse y alguien entró a usar los servicios. Sorrento estaba atrapado entre las garras del tal Ángel. No podía gritar o zafarse.

Unos minutos después se quedaron solos de nuevo.

—Vas a tomar el dinero que te voy a dar y con eso vas a pagar las deudas de la zorra de tu hermano. Claro, no va a ser gratis. Será una paga por tus servicios.

—¿Qqq? ¡Nnn... no!

—¿No? No quieres mi ayuda, bien, jódete entonces. Te ofrezco ayuda y como no sirves para nada, seguro estás imaginando alguna mierda en tu patética mentecita.

Sorrento se estremeció con violencia. Ese sujeto conseguía aterrorizarlo.

—Puedes tocar música, te escuché en la calle. Quiero que entretengas a alguien. Eso es todo. ¿Es mucho pedir? ¿Ah?

¿De verdad esperaba una respuesta? ¿Acaso tenía opción a elegir? Sorrento sabía que estaba atrapado como un ratón en una trampa. Negarse no era una opción, porque el dinero solucionaría al menos uno de sus problemas. Con la deuda de Julián saldada, solo tenía que preocuparse por desaparecer en paz. No volverían a buscarlo en su departamento ni molestar a Io.

No sacaría a Julián de la cárcel. Por lo menos así sabría dónde encontrar a su hermano. El estaría más seguro tras las rejas que en la calle. Todo parecía tan sencillo, si es que tomaba ese dinero que le ofrecía a cambio de tocar para ese tipo una pieza o dos en su violín.

Sorrento detuvo en seco el tren de sus pensamientos. El violín era de io y el departamento estaba destrozado. El violín perdido para siempre. ¿Qué tocaría si no tenía un instrumento?

Devolvió los ojos hacia Ángel quien no dejaba de estudiar sus movimientos. Sorrento se encogió de hombros. No tenía idea de cuánto debía Julián. Podía usar ese dinero para su alocada huida.

¿En qué estaba pensando? No podía escapar sin que Kanon lo supiera y lo cazara como si fuera una alimaña.

—¿Ccc. Can cant ddd d nero?

Sorrento se maldijo así mismo. En un momento tan crucial no podía pronunciar ni una sola palabra para dejarse entender. Trató de gesticular para explicar el mensaje.

—¿Quieres saber cuánto dinero te voy a pagar? Depende. ¿Cuánto vales? Estoy bromeando, no vales una mierda. Te daré algo si es que haces lo que te digo.

Ángel se burlaba de él. Se rio a sus anchas de su propio comentario. Sorrento se encogió de hombros una vez más. Su suerte estaba echada. No podía negarse.

—Entonces tenemos un trato —el tono de voz de Ángel cobró un tinte aún más siniestro. Mirándolo bien a los ojos, parecía que estaba a punto de hacerle daño, pero se contenía.

Ángel sonrió y atrapó el rostro de Sorrento. El chico pudo notar la mueca de dolor que se dibujó en el rostro de ángel al apretar con fuerza sus mejillas. Tuvo que soltarlo, parecía que le dolía demasiado usar su mano. Sus sospechas se confirmaron al ver que se frotaba la mano vendada y notó un ángulo extraño en sus dedos.

—¿Qué tanto me miras? —Ángel sostuvo su mano herida frente a los ojos de Sorrento —La curiosidad mató al gato que da mala suerte. No sabes cómo odio a los gatos. Cada vez que me cruzo con uno me dan ganas de patearlo. Dame la mano, anda, que esperas.

Obedeció más por reflejo que por miedo. Ángel sonrió y sacó una navaja de su bolsillo. Sorrento entró en pánico. La voz de io gritó en su mente, las manos de un músico son su posesión más preciada. Sorrento trató de escapar, pero fue demasiado tarde.

—Si te mueves te rebano los dedos —lo dijo con calma el tal Ángel, repasando la palma de Sorrento con la punta del metal frío—. Entonces tenemos un trato.

La punta de la navaja se hundió sobre la muñeca pálida de Sorrento. Una sola gota redonda y carmesí se deslizó como danzando, sobre el metal blanco. Ángel la recibió admirándola como si fuera una joya. Sorrento observó con cierto miedo como Ángel encerraba su sangre dentro de un envase minúsculo.

Su sonrisa le heló la sangre que le quedaba en el cuerpo.

—Diría que fue un placer hacer negocios contigo, pero no es cierto—. Ángel guardó el envase en el bolsillo y dejó caer frente a los ojos de Sorrento el fajo de billetes que le mostró un momento antes—. Ni se te ocurra hablar de esto o esconderte. Sé cómo encontrarte. Volveré por ti cuando sea tu turno de cumplir la parte del trato.

No necesitaba responder. Ángel sabía bien la respuesta. Sorrento se encogió en su sitio y de pronto el tiempo dejó de transcurrir.

¿Qué acaba de pasar? ¿Sucedió realmente? Sorrento se acercó al lavabo. La herida en su muñeca todavía no cerraba. La vio en el espejo. Ahí estaba. La sangre corriendo hacia su palma. Se tomó un momento para admirarla rodando sobre su piel.

¿Qué estaba haciendo? Sorrento se preguntó abrazándose de la loza para no caer al suelo. Iba a volverse loco, si es que lo estaba ya. El dinero enrollado todavía seguía entre sus dedos. Todo sucedió, no fue un delirio.

La puerta a sus espaldas se abrió de golpe y el aroma intenso a Alfa inundó el ambiente. Sorrento saltó del susto y, por reflejo. escondió los billetes entre su ropa. Enseguida se agazapó como un animal asustado, otra vieja costumbre de supervivencia adquirida a lo largo de su vida.

De pronto su vida entera se proyectó en su mente como una película. Se vio de niño, escondiéndose en algún rincón del departamento que fue su hogar. Los años pasaron y el miedo, fue una constante en su existir.

Siempre tuvo miedo. A la oscuridad, a los sonidos fuertes, a quedarse solo, a los desconocidos, a rostros familiares, a morirse solo, escondido debajo de su cama. Demasiado asustado como para escapar de todo lo malo que le sucedía, demasiado cobarde para pensar en defenderse.

La película se detuvo en ese momento. Con el rostro pegado a la loza, Sorrento se arrodilló tratando de que la tierra se lo trague. Nunca deseó con tanta vehemencia, desaparecer por completo. Que ni su recuerdo quedara, nada.

Tenía dinero. Se marcharía tan lejos que... No, podía costearse ciertas píldoras que lo ayudaban a evadir el peso de seguir vivo. Las tomaría todas y sería su último viaje, uno sin retorno.

Quiso deshacerse de esa idea, pero está se hizo más fuerte. Mientras eso sucedía los pasos y aquel aroma se detuvieron en el umbral del baño, avanzaban hacia su miserable figura.

Sorrento dejó escapar un sollozo y ni sabía porque estaba llorando. Su rostro cubierto de humedad se sentía a la vez muy caliente. Sin embargo, el resto de su cuerpo parecía haber perdido toda temperatura. Sudor frío resbaló por su espalda. De verdad, estaba tan asustado.

Cerró los ojos, porque no se atrevía a mantenerlos abiertos, la pesadilla aún no acababa. Abandonó su escondite improvisado, al sentir que los pasos se detenían frente a él. Sorrento no lo pensó, solo se arrojó a los brazos de quien se mantenía en un horrible silencio, apenas aquel olor pareció familiar.

No podía más. Se rendía entonces. Nunca iba a despertar del mal sueño. Abrazó a Kanon escondiéndose sobre su pecho. Tenía tanto frío y Kanon de algún modo conseguía darle calor a su cuerpo.

Podía sentir el corazón de Kanon palpitar con fuerza a un ritmo descontrolado.

Kanon no se movía. Parecía una estatua a la que abrazaba para buscar refugio. Sorrento levantó el rostro, casi a regañadientes. Quería seguir oyendo esa música que brotaba de su pecho, pero era importante hacerlo.

Lo que vieron sus ojos fue algo que no esperaba. Era Kanon, al menos, tenía el cabello azul como el mar, los ojos verdes pálidos, la piel muy blanca y los tatuajes en el cuello de diseños intrincados. Era él, sin embargo, algo cambió en Kanon y no podía decir que era.

Sorrento se sintió tentado de retroceder. Asustado de nuevo, quiso poner distancia entre ambos, por lo menos hasta poder estar seguro de que ese era Kanon y no su reflejo. Sin embargo, apenas movió un músculo los brazos de Kanon lo atraparon sin dejarle escapatoria.

*****

La radio dejó de funcionar y recién lo notaba. Kanon la apagó de un golpe. No le prestaba atención a la música de todos modos, solo era ruido blanco. Bulla, para no tener que ahogar el silencio. Giró el rostro hacia un lado para escapar de sus propios pensamientos.

Tal y como esperaba, Sorrento seguía en la misma posición desde que lo metió al auto, hacía ya tres horas atrás. Dormía o algo parecido, no se movía, apenas respiraba con el rostro oculto bajo la capucha de su chaqueta.

La ciudad quedó atrás y la carretera se abría frente a sus ojos. Campo abierto y el cielo despejado. Sin rumbo, Kanon respondía a la necesidad de alejarse del mundo. Seguiría manejando hasta que se acabara el camino y no pretendía detenerse. Sabía que no había manera de esconderse, pero necesitaba alimentar esa vana ilusión. Si por un momento, aunque fuera uno solo, podía poner distancia entre Poseidón y su más reciente víctima, sería suficiente.

Aceleró pretendiendo alejarse más y más de sus propios pensamientos. Su copiloto parecía ausente, tal vez ajeno al peligro que corría. No tenía que saberlo, pensó sintiéndose egoísta. Sorrento no tenía por qué enterarse de que tarde o temprano caería en las garras de Poseidón y su gente. No podía evitarlo, sus esfuerzos nunca serían los suficientes para mantenerlo a salvo. Era un tonto anhelo, totalmente inalcanzable y de descabellado.

Apretó el timón con ira. El auto le indicó que tenía que detener su alocada huida para a llenar el tanque con gasolina. Una milla más y podría hacer una parada. Estirar las piernas y tal vez darle una mirada al teléfono móvil que lanzó al asiento trasero cuando lo sintió vibrar.

Detuvo el auto en una estación de servicio. Tenía dinero en efectivo, pero ninguna intención de acercarse a la tienda y pagar al dependiente. Maldijo entre dientes y abrió la puerta sin dejar de mirar a al asiento del copiloto.  Sorrento reaccionó por fin. Se movió apenas y volvió a quedarse muy quieto.

Ignoró su silencio y se dirigió a pagar por la gasolina y quizá algo para beber. Su cuerpo aun no sanaba por completo y protestó apenas dio sus primeros pasos. La pierna herida todavía seguía resentida por el trajín y el poco descanso. Kanon maldijo en voz alta. De pronto sintió deseos de gritar y gritar hasta que la garganta le explote.

¿En qué momento perdió la razón? Se preguntó sintiéndose eufórico de pronto. ¿Cómo así qué no se dio cuenta? Sabía bien lo que hacía. Estaba desafiando abiertamente a Poseidón. Pretendía arrebatarle la presa que eligió para sus juegos dementes. Lo hizo muy al tanto de las consecuencias y no le importó.

Una carcajada estalló en sus labios. De pronto no podía dejar de reírse. ¿Cómo llegó hasta esa situación? A comportarse como un orate en medio de un estacionamiento, a un lado de la carretera, tan lejos de si mismo. Cuando Poseidón supiera lo que hizo en el hospital, pensó casi sin poder respirar. Cuando se enterara del laberinto que armó, de todo el daño que provocó y que mermaid quizá no volvería a arrastrarse a su lado como un perro fiel...

Las lágrimas inundaron sus ojos sin poder dejar de reírse. Kanon se dobló en medio del estacionamiento, incapaz de componerse. Podía imaginarse el rostro sin expresión de Poseidón y casi verlo materializarse frente a él, listo para hacerlo pedazos.

Cruzó la línea, pensó, la maldita línea invisible entre el bien y el mal. ¿Qué tan jodido estaba? Por completo, hasta los zapatos, se respondió a si mismo. Y no sólo él, arrastró a Sorrento consigo. Sí que era un egoísta. No era capaz de morir solo, necesitaba compañía.

Sería lo mejor. Hizo un esfuerzo por dejar de reírse. Falló una vez más. La sola idea de llevarse a Sorrento a un lugar descampado y dispararle como si fuera un venado, lo hizo carcajearse con más fuerza. Sería lo mejor, una muerte rápida y sin el sufrimiento que Poseidón le tenía reservado.

—Maldito Poseidón hijo de puta —murmuró secándose las lágrimas con el reverso de la mano—. No voy a dejar que te salgas con la tuya. Prefiero matarlo yo mismo a dejar que caiga en tus manos.

Dejó de reír, no porque la gente de la gasolinera lo miraba con preocupación. Lo hizo cuando sintió la puerta del auto abrirse. Giró su rostro y se encontró con el de Sorrento quien lo miraba aterrado.

¿Esa sería la expresión que tendría cuándo lo tuviera delante de su revólver?

Quiso acercarse al chico que se apoyaba sobre el chasis, debatiendo entre empezar a correr o regresar al auto y aparentar que no vio nada. Kanon avanzó un paso y odió ver como Sorrento se contraía para escapar de él.

—Ven aquí —ordenó odiando el tono severo de su voz.

Sorrento no se movió. Parecía más dispuesto a dejarse arrollar por el camión que se acababa de aparcar a unos metros, que obedecer.

—¡Ahora! —En esta oportunidad su voz no dejó espacio para negativas.

Como resultado, Sorrento saltó en su sitio y avanzó hacia él, casi pidiéndole permiso a sus pies para caminar. Kanon perdió la paciencia y fue a su encuentro. Lo tomó de un brazo y lo jaló consigo. Lo llevaría a un descampado. A donde nadie los encontrara. Donde nadie los buscaría. En medio del bosque. Donde su abuelo iba de cacería. En medio de la nada.

—Bbb...bba... año.

Sorrento protestó apenas, intentando zafarse. Kanon recibió el mensaje y lo condujo hacia la estación de servicio. Preguntó por el baño. La dependienta le dio una llave y le indicó que quedaba a unos pasos de la puerta.

—Olvídalo, debe ser un chiquero —anunció Kanon estampando un billete para pagar por la gasolina—. Vete y busca un árbol donde orinar. Si entras a ese baño se te va a caer el pene.

La dependienta hizo una mueca, pero se ahorró el comentario. Kanon se dio la vuelta y arrastró a Sorrento consigo. No tenía que decírselo, la idea de orinar en la intemperie era algo que no haría.

—¿Nunca has orinado en la calle? —preguntó sorprendido.

Ante la negativa Kanon levantó las cejas.

—Eres un mocoso de ciudad que nunca ha pisado el campo, ¿no? Pues no es difícil, busca un árbol y no te tardes.

Empujó a Sorrento hacia el área forestada a un lado del camino. No le sorprendía. Sorrento era totalmente opuesto a él. No conocía el mundo más allá del edificio donde vivía. Podía apostar la cantidad de dinero que fuera a que era la primera vez que el chico salía de la ciudad.

Entonces sintió unas ganas tremendas de llevarlo consigo y mostrarle todo lo que se estaba perdiendo. Bañarse en el rio, nadar en un lago, pasar la noche bajo las estrellas. Todas las cosas que en su infancia fueron tan normales, para ese chico era algo ajeno y desconocido.

De reojo vio como Sorrento se acercaba con timidez hacia el primer árbol que se le puso en el camino. Kanon meneó la cabeza pensando en lo perdido que estaba ese chico. No conocía nada de la vida. Al notar que Sorrento rodeaba el tronco para ocultarse de su vista, supo que el chico estaba ruborizado hasta las orejas.

Esperó con la paciencia que no poseía, que Sorrento terminara de orinar lo que parecía un río. De pronto vio que se asomaba, con el rostro colorado, acomodándose la ropa. Regresó con mucha lentitud al auto. Kanon lo interceptó y le tendió una botella de desinfectante de manos. Sorrento lo miró aun más sorprendido.

—Usa esto y lávate bien las manos.

Lo hizo, el chico obedeció sin chistar, pero no se quiso subir al auto.

—¿Ahora qué te pasa? —preguntó Kanon bastante irritado.

Sorrento se mordió el labio y le dio una mirada lastimera a la tienda a sus espaldas. Llevó una mano a su bolsillo y luego de rebuscar dentro obtuvo un billete.

—C..co..com..comida.

Así que eso era. Tenía hambre. Comerían luego. No en ese lugar infecto, pensó Kanon negando con la cabeza.

—Después. Entra que tenemos que irnos.

Pudo ver en los ojos de Sorrento una pregunta solamente. ¿A dónde? ¿A dónde vamos? ¿A dónde me llevas? Y luego se dibujó en su rostro una expresión de densa preocupación.

—¿Prefieres quedarte aquí? Sube.

Lo pensó, a Sorrento se le pasó por la cabeza la idea de quedarse en ese lugar y vérselas por su cuenta. Kanon lo notó en seguida y casi sintió envidia de la inocencia de ese chico. No tenía idea de todo el peligro que se cernía sobre su cabeza. No tenía porqué saberlo. No necesitaba atormentarse con eso. Kanon lo haría por él, era lo menos que podía hacer.

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