🌠Especial 150K: Eva mordió la manzana, pero nadie castigó a la serpiente (1)🌠
La suave brisa de verano se colaba por la ventana, sacudiendo las campanas de viento que colgaban del vetusto marco de madera oscura. Se percibía un sonido tan remilgado que a ratos se camuflaba con la música del silencio; entraba en sus oídos como un niño temeroso, y la transportaba a una dimensión de calma y absoluta paz. Eso, sumado a los sueños de un tercero plasmados en papel, conseguían que Tori desease congelar el tiempo.
Pasaba cada página con el entusiasmo de acabar el libro y saber si los personajes se quedarían juntos o no; rogaba que les deparara un final feliz, algún desenlace que justificara todo el sufrimiento por el que tuvieron que pasar para amarse en completa libertad.
Estuvo así, leyendo bajo el enorme manzano que había en el jardín, hasta el toque de queda. La campana que anunciaba la hora de cenar la despertó de su ensimismamiento literario; solo entonces miró a su alrededor y se dio cuenta que el cielo estaba pintado de naranja y rojo, anunciando el ocaso que daba comienzo a la noche.
—Victoria, ¿estás esperando una invitación personal? —preguntó Hermana Adrianne desde el umbral que daba al interior de la residencia. Tenía su característico ceño fruncido y sus ojos amenazantes puestos en la chica, y si bien esta sabía que la hermana era una mujer de buen corazón, también había aprendido que era mejor no hacerla enfadar.
Tori memorizó la página en la que se había quedado y se levantó de la banca en dirección al comedor, pisándole los talones a la religiosa. Dentro del gran salón, las niñas charlaban con animosidad; reían y se contaban anécdotas que habían vivido o presenciado ese mismo día. Victoria escrutó las mesas hasta hallar la que reunía a las chicas de su rango etario más próximo. Estas le hicieron un ademán para que se les uniera en la cena.
La hermana Camille se levantó de su silla; al instante las demás monjas se pusieron de pie y esperaron a que hablara. Todas las niñas se callaron y centraron su atención en la directora del hogar, incluida Victoria, que ya sabía de qué trataría su discurso.
—Antes de bendecir los alimentos, me gustaría desearle una próspera vida a Tori Collins, que nos dejará el día de la mañana para unirse a la familia Taylor. Ha sido un honor tenerte aquí, y si bien me duele muchísimo tener que despedirme, espero que el futuro que Dios trazó para ti esté cargado de maravillosos momentos. Todavía recuerdo cuando llegaste a este hogar, hace más de una década —continuó, con sus ojos fijos en Victoria—. Y ahora que estás hecha toda una señorita de trece años, no queda más que decirte adiós, mi pequeñita. Siempre serás bienvenida aquí. Este es tu hogar y esta es su familia.
Victoria agradeció las bellas palabras de quien consideraba como una madre para ella. Enseguida fue el foco de atención de las demás niñas, todas ansiosas por indagar más acerca del matrimonio que la había adoptado. La joven pelirroja, sin ganas de narrar la historia por enésima vez, resumió los hechos de tal modo que las principales dudas se contestaran. "Me oyeron durante mucho tiempo cantar en la iglesia", comenzó explicando. "Cuando el último de sus hijos se fue a la universidad decidieron hablar con el Padre y preguntarle por mí". Desconocía la completa versión de la historia, pero sí sabía que el matrimonio había quedado encantado con su voz, y que al enterarse que vivía en un hogar para niñas, decidieron contactarse con la hermana encargada. Esta había quedado fascinada con la idea que de que Tori al fin pudiera ser acogida en una familia; tuvo que crecer junto con las decenas de rechazos que los demás le daban. Todo por su historia familiar de la que ella ni siquiera se sentía parte. Ya no recordaba a su mamá y pensar en su papá solo la ponía triste, le entraban unas desesperadas ganas de llorar y de abrazarlo, aunque fuera una vez más, pero sabía que era imposible.
Los Taylor no la juzgaron. Si bien eran relativamente nuevos en el pueblo, habían oído del horrible crimen en casa de los Collins, hacía poco más de diez años. Estaban conscientes que la enfermedad que llevó a la señora Collins a acabar con su vida y la de su marido no habitaba en la pequeña niña.
La visitaron por varios días, hasta ganarse su confianza e invitarle un helado. Luego de esa salida, más y más veces iban a buscarla para llevarla a algún sitio. Así pasaron meses, conociéndose y forjando lazos; y un día le preguntaron si quería formar parte de su familia.
Victoria aceptó de inmediato, con el corazón a punto de salirse de su pecho y los ojos brillosos debido a las lágrimas de emoción que no tardarían en surgir.
Había pasado un mes desde entonces, y al día siguiente sería oficialmente un miembro más en la familia Taylor. Extrañaría muchísimo a cada una de las monjas que la criaron y a las niñas, que eran más pequeñitas que ella, pero a las cuales Tori siempre vio con ojos de hermana mayor.
Terminada la cena, Victoria subió a al cuarto que compartía con otras tres niñas. Le tocaba a ella asear el salón, pero se libró de sus quehaceres para enfocarse en su equipaje, más bien ligero. La habitación se encontraba vacía y silenciosa; ya había guardado la poca ropa que tenía, sus libros, sus cuadernos y algunas partituras de piano que le habían dejado llevarse.
Contempló el techo blanco y las paredes, donde colgaba una enorme cruz de madera sobre cada litera. El cuadro de María sosteniendo al niño Jesús reposaba entre dos cómodas y, sobre su mesita de noche, San Francisco de Asís le sonreía, asegurándole que todo marcharía bien.
—¿Necesitas ayuda con la maleta? —preguntó Hermana Camille entrando en el dormitorio. Se sentó en la cama frente a Victoria y le sonrió con amabilidad. De todas las monjas, ella era su favorita.
—Estoy muy asustada, hermana —confesó Tori jugueteando con un mechón de su cabello rojo—. ¿Soy una malagradecida por eso? Cristo me dio una oportunidad y yo ya no estoy segura de querer tomarla.
—Frutillita, eres una jovencita hermosa e inteligente, con un corazón noble, el Señor lo sabe y también entiende que estés asustada. No tiene nada de malo temer por lo que nos deparará el futuro. Tú ya conoces a los Taylor, sabes que te aman y que ansían que formes parte de su familia.
—Me dijeron que tendré que cambiarme de escuela —dijo Tori apenada—. No tengo lo que se dice amigas, pero me da miedo comenzar de nuevo. ¡Es una escuela mixta, hermana! No sé cómo hablar con los chicos, no conozco a ninguno. Jamás he intercambiado palabra con uno.
—Piénsalo como una oportunidad para hacer amigos —contestó la religiosa—. Únete a clubes, ve a los bailes; vive la vida que cualquier chica de trece años debería vivir. No puedes estar encerrada siempre.
—Viajo cuando leo.
—No me refiero a eso, Tori. Hablo de reventar la burbuja en la que te criamos para que te enfrentes al mundo real. Con sus cosas buenas y malas. Tienes que ir a la escuela, hacer amigos, salir al cine, incluso ir de fiestas. Nosotras no podemos darte esa vida.
—No me importa, me gusta la vida que me han entregado —repuso Victoria con la mandíbula tensa.
La hermana sacudió la cabeza, algunos cabellos castaños se asomaron por debajo de la tela le cubría toda la nuca.
—Tienes que darle una oportunidad al mundo real. Cuando lo hagas, te darás cuenta lo maravilloso que es. Podrás estudiar en la universidad y...
—Hermana, yo le dije que quería ser como usted —le interrumpió la chica anonadada—. Quiero ser monja, quiero dedicarme a Cristo, quiero vivir con las demás en el convento y ayudar a otros.
—Me llena de amor que digas eso, Frutillita, pero no lo permitiré sin que antes hayas vivido algo fuera de todo este mundo. Yo entré al convento a los diecinueve años, luego de completar mis estudios y darme cuenta que mi vida estaba hecha para servirle a Dios, pero tú todavía eres joven, todavía tienes que pasar por muchas cosas. ¡Ni siquiera has conocido a un chico! Con lo linda que eres, apuesto que no tardarás nada en conseguir un novio. Me lo presentarás, ¿cierto?
Victoria y Camille charlaron durante horas, hasta que las demás niñas llegaron y la religiosa tuvo que marcharse para poner orden en el baño, pues al parecer una chica había usado el cepillo de dientes de otra, y estaban discutiendo.
Victoria se quedó dormida pensando en lo que la hermana le había dicho acerca de conocer a un chico. Le parecía una idea tan descabellada que no podía imaginarse junto a uno. Ella leía novelas románticas por montones, pero de ahí a vivir su propio romance... No estaba del todo segura. Ni siquiera sabía cómo se sentía uno cuando se enamoraba. Supuso que sería parecido a los libros; en algunos los personajes caían en los brazos del otro con una única mirada; había otros en los que luchaban por ocultar sus sentimientos hasta terminar por revelarlos; y otros, el amor se iba desarrollando a medida que los personajes se conocían un poco mejor. Victoria se dijo que, en caso de enamorarse, lo más probable es que fuera como la última opción: despacio y de forma madura. Sin embargo, en unas cuantas horas, comprendería lo equivocada que estaba.
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El primer día en casa de los Taylor no fue ni la mitad de incómodo que pensó que sería. Es más, se sintió acogida y amada; el nivel de miedo había descendido al punto que ya casi estaba emocionada por comenzar las clases al día siguiente.
Emily y Oliver la tranquilizaron, diciéndole que sería el primer día de todos, por lo que llegarían muchos alumnos nuevos y ella no sería la única.
Durmió como una roca en su nueva habitación —solo para ella, y que podría decorar en cuanto saliera de compras con Emily—, hasta que el despertador la sobresaltó y pegó un brinco que por poco la bota al suelo. En el hogar, las hermanas las despertaban con una campana que se encontraba en el patio central, jamás había tenido que usar un aparato tan espantoso como ese infernal reloj que le rompía los tímpanos.
Se enlistó para la escuela y rechazó que la fueran a dejar en auto, lo mejor sería tomar el autobús y así acostumbrarse al bullicio unisex que nunca antes tuvo que presenciar. Como la parada quedaba en la esquina de la calle, caminó sola y sin temor hasta ella. En el banco, una un chico escuchando música en un aparato circular.
Se sentó lejos de él para no molestar, dispuesta a sumergirse en una nueva aventura literaria, pero no alcanzó a abrir la página cuando un toque en su hombro la distrajo.
—¡Hola! —saludó el chico—. ¿Eres nueva? No te había visto en el barrio. Pero ahora que lo pienso, no he visto ningún camión de la mudanza tampoco. —Se llevó las manos a la boca, haciendo una mueca dramática de asombro—. ¿Eres una espía del FBI? ¿Acaso saben de mi plantación ilegal de zanahorias púrpuras? ¡Les juro que no fue mi idea! ¡Piedad, tengo tres pájaros y un perro llamado Catorce!
Victoria soltó una risa que iluminó los ojos del chico. Entonces, se detuvo a observar que eran parecidos a los suyos, pero más claros; los de Tori eran como la noche y los de él se asemejaban a un día despejado.
—¿Por qué tu perro se llama Catorce? —preguntó ella, todavía con el fantasma de la risa en la mirada.
—Me da mucha pena que preguntes por el origen del nombre de mi perro, pero no te intereses por el mío. Soy Alex, y los otros trece números estaban ocupados por los peces de mi mamá. No es muy creativa para los nombres.
—Soy Tori, no te preocupes, no soy una espía infiltrada.
—Eso es justo lo que una espía infiltrada me diría —argumentó Alex con el ceño fruncido.
—Entonces te diré que hoy estoy fuera de servicio. Vivo en casa de los Taylor, al final de la calle y comenzaré la escuela aquí.
—¿Qué leías? —preguntó de pronto.
—¿Qué?
—Que qué leías. —Tomó el ejemplar de Tori y, sin perder la página, leyó la portada—. En la brecha del destino, ese libro está de moda últimamente. Lo veo en todas partes. ¿Es bueno?
—Es maravilloso.
—Robert Stevens lo había recomendado en una entrevista, pero no estaba seguro si darle una oportunidad. —Le sonrió; Tori notó que se le formaban margaritas cuando lo hacía.
—¿Quién es él?
—¿No sabes quién es Robert Stevens? —preguntó Alex incrédulo. Tori negó con la cabeza—. ¡Es el mejor actor del mundo! Tiene como veintidós años y ha ganado cientos de premios.
—¿Y tú, qué escuchabas? —inquirió Tori, imitándolo.
En eso, el bus de la escuela llegó y se detuvo justo frente a ellos.
—Me temo que tendrás que sentarte junto a mí para averiguarlo —dijo Alex sonriente.
Hay ciertas amistades que se transforman en amor. O a veces, amores que pueden convertirse en amistad. Claro, porque están los que se aman y se camuflan como amigos o los novios que se dieron cuenta que en realidad, se amaban como hermanos. Pero hay otra categoría, una que muchos ignoran. Y es la de un amor que nunca fue amistad, un amor que se formó al cruzar miradas.
Y esa, justamente, fue la relación de Tori y Alex.
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N/A: Espero les haya gustado el capítulo especial. Como habrán visto en el título, este corresponde a la primera parte; veremos más sobre la relación de Tori y Alex en la segunda parte. <3
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