🌠Capítulo 36: Nuevos comienzos🌠
29 de octubre de 2013
—¡Zack Anderson está soltero!
—¡Dicen que terminó con Eli Scott!
—¿El de último año?
—¡Sí, sí, el que está buenísimo!
—¿Que Zack Anderson está soltero?
—¿Es eso posible?
—¡Él es tan hermoso!
—¡Y toca guitarra!
—¡Tiene un cuerpo increíble!
—Es tan perfecto.
Un gran suspiro se formó entre el grupo de adolescentes. Todas ansiosas de intentar conquistar su corazón.
Amy, que estaba pasando al lado de un grupo de chicas de su misma generación, escuchó cómo propagaban la noticia en la zapatería del centro comercial.
—Felices Juegos del Hambre, perras —dijo, guiñándoles el ojo mientras las chocaba con todas sus bolsas de compras.
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80 días en coma
John nunca pensó cómo sería estar dentro de una burbuja. Se imaginó la sensación de tocar una nube en el cielo, por supuesto. Puede que también tuvo el impulso de meterse dentro de una de esas ruedas de hámster para humanos y corre. ¿Pero viajar bajo el océano al interior de una burbuja de oxigeno? No, la verdad es que eso suena demasiado excéntrico. Y sin embargo, ahí estaba él, aventurándose por entre corales y algas; veía peces y delfines de especies únicas, sin siquiera tener que moverse. Al principio, tuvo el impulso de tocar la burbuja con el dedo índice, pero ni él era tan estúpido como para matarse de esa forma.
Suspiró; la cabeza le pesaba por toda la cantidad de recuerdos que tenía, los cuales, por cierto, no se adentraron con amabilidad en su cerebro como el ingenuamente pensó, más bien lo atravesaron como flecha, clavándose justo al interior de su cráneo. De a poco, el dolor se fue desvaneciendo, o haciéndose más soportable. No sabía la diferencia.
A medida que descendía, la burbuja que lo contenía adquiría un brillo amarillento, como el de los peces que habitaban en la oscuridad. Sintió que no era un lugar demasiado malo después de todo. No tenía que moverse, y podía apreciar en carne y hueso la vida bajo el mar. Por Desgracia, esta no presentaba ni sirenas ni musicales.
Buscó a sus amigas. Por desgracia, la presencia de humanos era tan remota como la posibilidad de salir vivo.
John cubrió el puente de su nariz, lleno de frustración, en cuanto se le cruzó ese pensamiento. Conocer su vida lo había vuelto a transformar en lo más odiaba: un maldito pesimista.
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Mucho antes de que Elizabeth los Canalizara hasta la entrada del tubo ocurrió algo. Bueno, más que "algo".
Es que esta chica no aprende fácilmente, y se equivoca como la gran mayoría de las personas (e incluso más), por lo que les sucedieron varias cosas entre Polos Opuestos y Subacuático. ¿Que acaso de verdad creyeron que la señorita Elizabeth Scott salvaría el día llevándolos al lugar indicado después de solo un error? Queridos, creo que a este punto de la historia ya deberían saber que nuestra vegetariana y fiestera protagonista no se caracteriza por hacer las cosas a la perfección, y por lo tanto, llegar hasta el Límite Estelar del mundo estilo La sirenita, tardó bastante.
Lisa, Eli, Elizabeth o como quieran llamarla no era alguien que poseyera habilidades especiales, pero sí un gran corazón, dispuesto a enfrentar las más mortales pruebas con tal de no perder a quienes quería. Tendemos a idolatrar la inteligencia, y olvidar lo que nos hace humanos.
Un alma llena de amor es mucho más valiosa que un cuerpo bañado en talentos.
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Desconocido
—No sé por qué creí que, por una vez, no fallarías. —Patrick suspiró con resignación—. Ya para qué me molesto.
Lisa, que revoloteaba por entre las nubes con la gracia de un águila, lo ignoró por unos segundos. Estaba ida, admirando la belleza del cielo azul y atravesando aquellas esponjosas y suaves bolsas llenas de humedad; sus ojos cerrados revelaban paz al interior de su mente y corazón, otorgándole la capacidad de volar sin alas.
De pie en el pequeño trozo de metal flotante, Patrick se preguntó si acompañarla sería una buena idea, pero temiendo caer. ¿Por qué todo se veía tan sencillo cuando Elizabeth lo hacía? Bajó la cabeza y vio un cielo interminable; tragó saliva ruidosamente y, mordiéndose el labio, regresó la vista hacia su amiga que ahora le sonreía con los ojos muy abiertos. Esta se acercó dibujando círculos en el aire que desaparecían segundos después de haber sido formados; realizar piruetas era parte de la naturaleza de Elizabeth, pues no le causaba ninguna timidez presumir su capacidad de girar con gracia, igual como un largo lazo en manos de una gimnasta rítmica.
—Veo que te gustó la idea de ser un pájaro —le comentó Patrick serio.
—¿Sabes? Siempre me pregunto si alguna vez tomaste algún riesgo en tu Vida Terrestre —le dijo Elizabeth girando en espiral frente a él. Al detenerse, quedó boca abajo, a pocos centímetros de su rostro; y agregó, con una sonrisita—: ¿Te lo puedes imaginar, Patrick?
Luego, se volteó y lo tomó de las manos. Su sonrisa cambió de burlesca, a despiadada.
—No... No te atreverías... —comenzó Patrick intentando zafarse.
Lástima que no alcanzó a terminar la oración antes de ser empujado al vacío. De nuevo.
Sus amigas de verdad tenían que dejar de aventarlo a la mismísima muerte. Dos veces en menos de cuarentaiocho horas ya era demasiado.
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15 de agosto de 2012
—¿Y bien?
Patrick fingió no haberlo escuchado y continuó con su lectura. Sin embargo, su hermano siempre había sido muy insistente, por lo que no le sorprendió demasiado que le arrebatara el libro y lo arrojara varios metros lejos de él. Pero sí lo encabronó. Y mucho.
—¡Es de la biblioteca, retrasado! —le gritó molesto.
—Sobrevivirá —añadió una voz de chica. Sintió dos manos sobre sus hombros, y el cabello largo y lacio de su hermana le tapo la vista, haciéndole cosquillas en la frente.
Dominic fue a buscar el libro que él mismo lanzó mientras que Savannah se acomodaba el sofá junto a Patrick.
—¿Y bien? —le preguntó alzando su rubia ceja derecha. Dominic no tardó en sentarse al otro lado, convirtiendo a Patrick en el jamón de un sándwich con sabor a interrogatorio.
Patrick intentó levantarse pero Sam se sentó encima de él; Dominic ya se había parado y lo mantenía clavado en el sofá con las dos manos sobre los hombros.
—Esto es una emboscada —se quejó cruzándose de brazos.
—En efecto, ogro —dijo Nick.
—¿Qué es lo que quieren? —gruñó.
—Solo queremos saber, hermanito —le dijo Sam acariciándole la barbilla—. ¿Qué tal lo pasaron tú y Daisy ayer?
—Así que de esto se trata.
—¿La pasaron bien? —le preguntó Nick.
—Supongo que sí.
—Es una chica muy tierna, ¿no Patrick? —Sam no iba a pararse nunca al parecer.
—Suelen comentarlo.
—¿Y qué tal besa?
—¿Qué? —Patrick intentó sonar lo más confundido posible, porque, en realidad, estaba aterrado.
—¿Nos vas a decir que en todo el día de ayer tú y Daisy no se besaron? —Patrick frunció el entrecejo, mostrando desagrado—. ¿Ni siquiera cuando pasearon sospechosamente por la granja?
—Parece imposible creer que un chico invite a una chica por simple amistad.
—Es posible —dijo Dominic volviendo a sentarse junto a su hermano—. Lo que no creemos es que lo que tú y Daisy tengan sea una simple amistad.
Antes de que Patrick siquiera pensara en una respuesta, sintieron la puerta del jardín abrirse. Sus padres, riendo y con las manos entrelazadas, entraron y se detuvieron de golpe al ver la escena: su hija mayor se encontraba encima del gruñón de su hijo, quien estaba siendo acosado por el único pelirrojo de ojos azules en la familia. Todos miraron a su mamá, como esperando su intervención.
—¿Ocurre algo malo? —preguntó ella.
—Sí, de he... mmmmmm. ¡Mmmm! —Sam le cubrió la boca con ambas manos mientras le sonreía a su madre—. Todo bajo control, estábamos... ¡Ay! —se quejó quitando la mano.
Patrick se sintió satisfecho de morderla.
—¿Nick?
—Tranquila, mamá. Sabemos lo que hacemos.
—Lleguemos a un acuerdo. Ustedes no nos vieron y nosotros no los vimos a ustedes —dijo su papá sonriendo—. Prosigan con confianza, chicos. Si es Patrick la víctima aquí, fue por algún motivo justificado.
—La Inquisición torturaba personas por "motivos justificados" —resopló Patrick.
—Perdón, brujo. Estaré del lado de mi esposo —dijo su mamá acercando la cabeza a su padre—. ¡Échenlo a la hoguera!
De no ser porque habían hecho una alianza más malvada que la de Hitler y Stalin con sus hermanos, Patrick habría sentido una profunda alegría al contemplar a sus padres riendo y besándose, con un profundo amor que iluminaba los ojos del otro. Parecía que con los años su relación no se hacía más vieja, sino más fuerte. Se preguntó si algún día él tendría eso con alguien. Se dio cuenta que de verdad le gustaría tener eso con alguien. Amarla, casarse con ella, y luego tener hijos de los que burlarse, juntos, como un equipo. Era un plan de vida bonito.
Pensó en Daisy, y en si ella era lo que él quería.
—Antes de dejar a la Inquisición con su acusado, ¿se puede saber qué acto hizo este? —preguntó su madre.
¿Qué se sentiría tener una mamá normal?
—Se sospecha que dicho individuo haya besado a quien dice llamar mejor amiga.
—¡Al fin se besaron tú y Daisy! —exclamó su padre alzando los brazos con la emoción de un niño de diez años que recibe muchos chocolates el seis de diciembre.
¿Y cómo sería un papá normal?
—No estés tan emocionado, David —le comentó su mamá sonriendo—. Paga.
—¡No tienen ninguna prueba al respecto! —bramó Patrick, luego, se dio cuenta de una horrible verdad—. ¿Paga? —repitió ceñudo.
Nick y Sam se echaron a reír sobre el sillón, pero a Patrick no le demasiado divertido.
—¿Ustedes... apostaron? ¡Yo no me besé con ella!
—Créeme, tesoro. Yo estoy tan molesta como tú.
—Sé una mujer fuerte, Tori. Acepta tu derrota.
Su mamá, a regañadientes, le dio un fuerte beso en la boca a su padre. Patrick refunfuñó; obviamente esos dos habían apostado un beso. Solo sus padres eran tan locos como para hacer eso. Al final, Patrick tuvo que admitir que les había mentido, y su madre nunca había estado más feliz. En serio, esa mujer brillaba como un sol al enterarse que su hijo había besado a Daisy, su novia. Claro que eso pasó después. Y, aunque no ocurrió demasiado tiempo posterior a ese día de la apuesta, sí duró muy poco. Tan poco que a Patrick se le encogió y secó el corazón, creyendo que su primer amor sería el único que tendría.
La vida no juzga buenos y malos, y la muerte mucho menos. Ella se lleva a quien tenga que llevarse, aun cuando eso implique a la mejor y más buena chica del mundo entero: su primera novia y mejor amiga, quien nunca alcanzó a terminar la secundaria.
Y nunca se casará con Patrick.
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1 día en Gravitacional (para evitar un daño en la memoria, se recomienda alejarse)
Sobrevolaron las nubes tomados de la mano, como si fueran uno. A Lisa le habría encantado decir que era una escena digna de Aladino y la lámpara maravillosa. Ah, si tan solo Patrick sonriera un poco, y cantara para darle más sentimiento al vuelo, tal vez Lisa de verdad habría llegado a pensar que vivía una auténtica película Disney. Lástima que su amigo tenía los ojos cerrados y constantemente los apretaba aún más, provocando que su frente se hundiera. Sujetaba las manos de Lisa como si ella tuviera alas o la capacidad de volar, siendo que él también podía.
Lisa suspiró, entre decepcionada y entusiasmada. Ella había esperado que Patrick dejara sus aflicciones durante unos minutos (ya saben, falta de memoria e identidad, lo típico) y se embarcara en el bello placer de sentirse ligero y libre, como una pluma. Sin embargo, se dio cuenta que el chico cargaba con demasiado peso en la espalda, o como si cargase con una gran ancla, prohibiéndole flotar con seguridad. Le pareció extraño que alguien con tan poca conciencia sobre sí mismo portara tales angustias, pero, por alguna razón, se dio cuenta que así era. No se trataba de recordar o no, sino de ser una persona llena de cargas. Incapaz de dejarlas.
Se sorprendió: había descifrado una característica de Patrick. Sintió que colocaba una nueva pieza en el puzle de mil piezas, también conocido como Patrick.
¿Y por qué entusiasmada? Porque se dio cuenta que él necesitaba un empujón. Y aunque tuviera que volver a hacerlo, literalmente hablando, lo ayudaría.
Lo soltó.
—¿Qué haces? ¡Voy a caer! —chilló Patrick, sus párpados cerrados temblaban a la vez que su rostro se contraía en una mueca de espanto.
Pero no lo hizo.
—Tres, cuatro y cinco —le dijo ella—. Cinco largos segundos en el aire sin dónde apoyarse, ni tampoco en quién. Me siento orgullosa.
Lentamente, y con una notoria inseguridad, Patrick abrió los ojos. Lisa le sonreía con amabilidad, intentando apaciguar el ambiente de tensión y miedo. Casi podía olerlo. No supo si eso le pareció patético o tierno. Y al instante, descartó la última opción, preguntándose en lo profundo de sí misma el por qué lo pensó en primera instancia. Patético, obvio. No te pongas rara.
—No morí. —Patrick no sonrió, sino que se palpó los brazos y hombros, comprobando que todo estuviera en su lugar.
—No te mataría tampoco.
—Gracias, eso me reconforta.
—No planeaba que lo hiciera.
Ahí estaba, una sonrisa. Ella se la respondió. Luego, se dio una voltereta pasando por sobre su cabeza para quedar de espaldas boca abajo. Él tuvo que voltearse para verla a los ojos.
—Si tú puedes arriesgarte por simple diversión, yo puedo sincerarme un poco, ¿no? —Acercó su brazo para revolverle los rizos claros.
—El problema, Elizabeth, es que yo no puse mi vida en peligro. Tú lo hiciste.
Ella adoptó una expresión más sería.
—Patrick...
—Chist —dijo él llevando su índice estirado a la boca de la chica para hacerla callar—. Debería aprovecharlo.
Esta vez, cuando cerró los ojos, Lisa pudo ver algo distinto. No parecía querer ocultarse del mundo, sino dejarse llevar por él. Y entonces, mientras contemplaba a ese chico, este le tomó la mano y la ayudó a realizar una vuelta para quedar de frente. Al lograrlo, Patrick la giró un par de veces antes de bordear las nubes, juntos.
Lisa no pudo elegir qué fue lo más extraño. Que Patrick la estuviera guiando por el cielo, o que ella de verdad lo disfrutara. Le preocupó decidir que ese, sin lugar a dudas, era el mejor momento que había tenido alguna vez en su vida.
¿Se debía a su capacidad de volar o a compartir el cielo con Patrick?
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2 días en Subacuático (¡alerta roja! Favor de dirigirse a su Mundo seguro lo más pronto posible, consecuencias fatales)
Resultó que, detrás de una cueva, las burbujas no funcionaban y el respirar era innecesario. Se debía a la magia perturbadoramente extraña de ese Mundo que no quería entender. Y sinceramente, estaba algo decepcionado de no haber desarrollado branquias como Harry, pero prefirió guardarse ese pensamiento friki para sí. Tenía una misión. Y, entremedio de eso, una tarea.
Los grandes ojos castaños que tenía de frente se mantenían abiertos del puro asombro.
—Tal vez no sepas quién soy, pero yo sí sé quién eres tú —comenzó presentándose; le tendió la mano—. Mi nombre es John, y soy tu mejor amigo. Y, ahora, ustedes dos tienen que abandonar este lugar y volver conmigo.
—¿Por qué deberíamos confiar en ti? —le preguntó cautelosa. Vaya, cuando no recordaba era casi sumisa. Impresionante. Ojalá tuviera una cámara aprueba de agua.
—Grace, por favor. —Oírle decir su nombre le hizo menear la cabeza—, ¿Cómo decirle que no a un encanto como este?
Las chicas se miraron por un momento.
—Además —continuó John, ahora más serio—, soy tu boleto para rescatar a tu hermana menor, Lauren. Así que, si queremos triunfar, debemos darnos prisa.
—¿Cómo sabes mi nombre? —le preguntó más interesada que asustada.
—Queridas mías, sé eso y más de ustedes. Si lo que quieren es recordar, será mejor que me sigan.
Sus amigas terminaron por asintieron con la cabeza.
—Muy bien, mejor amigo John. Será mejor que tengas un plan para rescatar a mi hermana de la que no recuerdo.
—Tendré que suponer que ustedes me agradan y aceptar la propuesta —comentó Grace mordiéndose una uña.
John les volvió a sonreír, por primera vez, él lideraba.
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