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🌠Capítulo 29: La Oveja Rubia de la familia🌠

15 de mayo de 2009

Daisy había comenzado el libro hacía seis horas y, hasta entonces, no lo había soltado ni siquiera para ir al baño. ¿Cómo es que nunca leyó Harry Potter antes? Y ella que pensaba que las películas le parecían fantásticas. Oh, simple error de muggle. Ahora entendía el fanatismo de los niños y adolescentes que se disfrazaban para los estrenos de sus películas.

Leyó la última página con prisa, queriendo descubrir el final. ¿Acababa de terminar el tercer libro en menos de un día? Muy bien, eso era demasiado, hasta para ella. Decidió guardarlo de inmediato en su mochila para devolverlo a la biblioteca y pedir el siguiente. Tenía que leerlos todos.

POR EL ÁNGEL, NICK. TENÍAS TANTAS RAZÓN. YA QUIERO EL CUARTO.

Presionó el botón, enviando el mensaje de texto a su mejor amigo. Al instante, un estruendo fuera de su casa le hizo soltar el teléfono de un brinco. Este cayó al suelo, esparciendo el chip y la batería por toda la alfombra.

—Diablos.

—¡Diablos! —exclamó una voz al mismo tiempo.

Se sintió en el jardín delantero, por lo que Daisy se acercó a la ventana de su habitación para comprobar de quién se trataba.

Ugh. Tenía que ser él, ¿no?

—¿Qué haces en mi casa? —le preguntó con medio cuerpo afuera.

—Técnicamente estoy en tu patio —le respondió encogiéndose de hombros—. ¿Está Dominic contigo?

—Pudiste llamar y preguntar en vez de venir.

—¡Daisy deja de gritar! —bramó su tía Clara desde el dormitorio.

La chica apretó los labios. No se había dado cuenta de lo fuerte que estaba hablando. Le hizo un gesto al chico para que esperara. No tenía muchas ganas de hablar con él —para nada de hecho—, pero jamás iba a dejar una conversación a medias sin despedirse. Además, quería saber qué había sonado en su patio delantero (obviamente fue su culpa. Siempre era su culpa). Bajó las escaleras descalza y abrió la puerta que daba hacia la calle. Apoyado junto al timbre, se hallaba aquella ruidosa molestia.

—Daisy —le dijo él a modo de saludo.

—¿Qué es lo que quieres, Patrick?

—Ya te lo dije, busco a mi hermano.

—Pues él no está aquí. —Se puso las manos en las caderas, tratando de mostrarse seria y poco amable.

—Él siempre está aquí con las otras —replicó él—. Ustedes solo se separan para ir al baño.

—Se llama ser amigos, tal vez te suene extraño.

Patrick frunció el entrecejo. Daisy estuvo a punto de reír; se veía aún más raro cuando arrugaba la ceja. Cómo si eso fuera posible. ¡Daisy!, se regañó a sí misma.

—Perdón —agregó ella con sinceridad—. No me refería a eso, no quería herirte.

—No lo hiciste —contestó él en voz baja—. Me lo dicen con frecuencia, supongo que ya me debo haber acostumbrado a tener fama de antisocial.

—Asocial —le corrigió Daisy.

—¿Hay diferencia?

—Un antisocial, atenta contra la gente. Un asocial, se aleja de ella.

—Vaya nerd.

—Y con orgullo —admitió Daisy llevándose la mano al corazón.

Patrick sonrió... ¿Sonrió? ¿A ella? Sus amigas nunca le creerían. Ella ni siquiera se había dado cuenta que el chico llevaba frenos. ¿Acaso ese chico nunca mostraba los dientes?

—¿Eso es todo? —le preguntó la chica.

—Eh, sí. Bueno, no. O sea... —Se mordió el labio—. Lamento el estruendo de hace unos minutos. Estaba probando un avión a control remoto a pocas cuadras de aquí, y podría decirse que perdí el control.

Hubo un largo silencio que ninguno de los dos supo cómo interrumpir. El muchacho se balanceó con ligereza con las manos en los bolsillos. Daisy... bueno, ella espero a que le hablara.

—Lo lamento —dijo Patrick al fin—. Ahora es propiedad de tu tejado.

—No hay cuidado... Espera un segundo —agregó molesta—. ¿Quieres decir que no viniste a buscar a Dominic, sino que chocaste tu juguete contra mi casa?

—Uno poco de ambos. Perdón.

Daisy no entiendo el porqué, pero la mirada cargada de culpabilidad del chico le causó diversión.

—No tienes por qué disculparte.

—No planeaba hacerlo —confesó—. Pero no lo sé. Siento que no debería mentirte, eres demasiado correcta. Es tu culpa.

Daisy ya se había acostumbrada a ser la chica bien portada entre sus compañeros. Todo el mundo se lo decía. Lo que ella no sabía era que ese muchacho entendía lo que era el arrepentimiento.

—¿Desde cuándo sientes, Collins?

—¿Desde cuándo crees tener el derecho a conocerme...?

—Campbell —terminó ella al notar que Patrick no sabía su apellido.

—Bueno, para que lo sepas, Daisy Campbell —dijo cerrando los ojos—. Collins no es mi apellido. Así que intenta no hablar sobre temas que desconoces. Soy todo un enigma.

Daisy rio. Y, aún descalza, bajó las escaleras de la entrada y se sentó sobre la hierba verde y seca de su casa. Bueno, de su casa temporal. Patrick le alzó una ceja rubia, como si creyera que ella estaba chiflada o algo así. Tal vez lo estaba, sobre todo por lo que haría a continuación.

—¿Qué es lo que haces? —exclamó él.

—Conociéndote. —Le hizo una seña para que sentara junto a él.

Patrick le rodó los ojos, pero sorprendentemente, aceptó. Llegó junto a Daisy y se tardó un largo rato en sentarse. Como si estuviese pensando la mejor forma para hacerlo.

—¿Estás tan aburrida?

—Bastante, acabo de terminar un libro y no sé qué hacer con mi vida.

—¿Qué libro? —quiso saber el chico. Sus ojos estaban muy abiertos, concentrados en el rostro de ella.

—¿Lees? —cuestionó Daisy con la frente arrugada.

—¿Dudas porque soy hombre?

—No, es que no te conozco. Y tengo que dejar de asumir cosas que no sé si son ciertas.

Patrick le sonrió.

—Bueno sí. Mi mamá devora toda clase de obras literarias...

—Conozco a tu mamá.

—Ah, tienes razón. Pasas en mi casa. Bueno, supongo que me crie entre libros por su culpa. Fue prácticamente imposible huir. ¿Y tú? ¿A quién de tu familia le gusta leer? —Daisy negó con la cabeza—. ¿Entonces eres como la oveja literaria de tu familia?

Ella volvió a acomodarse y le asintió. Obviamente, no le dijo nada por aquel término que empleó en ella. Le pareció sumamente tierno. ¡Pero no se lo vayan a decir, eh!

—¿Y tú? —le preguntó ella—. ¿Eres una oveja especial en tu familia?

Él se encogió de hombros antes de contestarle.

—La oveja negra, supongo. Soy el más antisocial de mi familia.

—Asocial.

—Asocial, sí, claro. Se me olvida. ¿En qué iba? Sí, definitivamente soy el asocial.

—Y friki.

—Y friki —estuvo de acuerdo el chico

—Y un poco nerd.

—Y un poco...

—Y algo rarito.

—¡Eh! —se quejó Patrick cruzándose de brazos—. ¡No te aproveches!

—Perdón, perdón. Era necesario. —Ambos rieron. Luego, la chica intentó mostrarse seria—. Pero no pienses que por eso que eres la oveja negra. No porque yo lea soy la oveja negra, y no porque tú seas... bastante peculiar. —El chico arrancó un puñado de césped y se lo lanzo a Daisy—. ¡Eres un tono! —le reclamó riendo—. A lo que me refiero es que no por ser distinto en tu familia, vas a ser una oveja negra. No eres una mala persona.

—¿Estás diciendo que por ser negra, la pobre ovejita es mala? Qué racista.

—¿Quieres dejar de arruinar mi discurso motivacional?

—No creo ser capaz de seguir consejos de una racista.

—Es como hablarle a un simio.

—¿Piensas que los hombres somos idiotas? Racista y además feminista. —Negó con la cabeza—. De mal en peor.

—¿Puedo seguir? —pidió Daisy molesta—. Además, se dice hembrista, no feminista, tarado.

—Oveja sabionda.

—Diablos, Patrick. —Daisy soltó una risa—. No se puede tener una conversación contigo.

—¡Racista, hembrista y satánica! —chilló el rubio poniéndose de pie con cara de espanto—. Yo mejor me largo de aquí antes de que dibujes el pentagrama.

Eso fue lo más extraño de todo. Patrick de verdad se fue. Así sin más. Sin despedirse, tan solo se levantó y caminó rápidamente fuera de su jardín hasta perderse a la vuelta de la esquina. Daisy se le quedó mirando hasta que desapareció de su campo visual.

Ella tenía razón: ese chico era rarísimo.

Volvió a entrar a su casa. Subió las escaleras. Se echó sobre su cama. Recordó. Sonrió. Dejó escapar una risita. Y por un largo rato, no pudo quitar la mueca de felicidad que la imagen de la conversación con el rubio de los frenillos le causaba. Decidió algo que nunca creyó que haría: le escribió a Patrick desde el chat de Facebook. Nunca en la vida se habían hablado a no ser que se tratara de un trabajo o una tarea para la escuela.

Daisy: Fue el tercero de Harry Potter.

Patrick: Santo Cielo, ovejita, te tardaste en responder.

Esa fue la primera conversación con Patrick. Y para ser sinceros, Daisy creyó que sería la última. No porque lo quisiera, sino porque aquel chico rara vez hablaba con otras niñas o niños.

Su intrigante personalidad de chico callado, causó un profundo interés en descubrir qué clase de persona era el hermano de su mejor amigo. Pero lo que Daisy no sabía era que esa extraña oveja asocial se convertiría en mucho más que el hermano de Dominic. No solo sería su mejor amigo. No solo sería su primer desvelo. Y no solo sería su primera cita.

Él sería su todo.

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28 de octubre de 2013

—Patrick, por favor. Sé que eres bastante introvertido, pero no por eso vas a quedarte inmóvil sobre esa estúpida camilla —dijo la chica rodando los ojos—. Levántate ya perezoso.

Peet, peet, peet...

—No es divertido, si no me respondes hermanito —bromeó tragando saliva.

Peet, peet, peet...

Savannah iba a decir otro comentario, pero la angustia de ver su hermano acostado día tras días durante los últimos seis meses la consumió. La tragó. Sintió un agujero negro bajo ella, atrayéndola hacia él para no regresarla nunca más a la vida. Tuvo que limpiarse los ojos con el borde de sus manos, y para cuando las vio, estaban manchadas de rímel. Teñidas de tristeza. Contaminadas de desesperación.

Peet, peet, peet...

—Lo que Savannah quiere decir, Patrick —comentó Nick tratando de animar a su hermana—, es que las conversaciones durante la cena han sido sumamente alegres sin ti. Nos hace falta alguien gruñón.

—El ogro de los ogros.

—Vamos, hermanito. Vuelve.

Dominic se acercó a la máquina.

—Hazlo por el recuerdo de Daisy —susurró.

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