🌠Capítulo 23: Ser fuerte está sobrevalorado🌠
61 días en coma
—No, no, no. Lo estás haciendo mal.
Lisa resopló, provocando que varios mechones ondulados de su cabello se levantaran y desordenaran su ya desprolijo peinado. Patrick no hacía más que regañarla, pero no le explicaba qué tenía que cambiar, ni por qué lo que hacía no estaba correcto. Con ese método de enseñanza, se quedaría en ese Mundo hasta despertar.
—¿Sabes? En vez de quedarte allí parado, podrías acercarte y corregirme —le respondió Lisa, a la vez que se ordenaba el cabello—. Resulta más útil si me describes paso a paso lo que debo cambiar en mi modo de Canalizar.
—Más útil no, más rápido y sencillo sí. —Patrick se cruzó de brazos—. Si te digo en lo que estás fallando nunca aprenderás, debes descubrirlo tú sola. Si no, no hay ningún aprendizaje.
—Eres un pésimo amigo —se quejó Lisa.
Cerró los ojos, y volvió a dejar todas sus preocupaciones de lado; respiró, inhaló y repitió. Tal vez lo estaba haciendo demasiado rápido. Si lo que quería era relajar su mente, no podía actuar tan deprisa. Repitió el paso-meditación-de-yoga un poco más lento, tomando pausas. No estaba controlando la Canalización, se estaba dejando llevar por ella.
Volvió a hacerlo, el sentimiento fue el mismo. A la tercera vez, sintió escalofríos alrededor de todo el cuerpo. Abrió los ojos, y se encontró dentro de una pequeña nevisca amarilla. ¡Había completado el tercer paso, gracias a Patrick! Alzó la vista, y se encontró con una petulante sonrisa.
—Pero un increíble profesor —le respondió complacido.
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27 de octubre de 2013
Lauren se despertó.
Le picaban los ojos, y le ardían las manos, provocándole un profundo dolor que prefirió ignorar. No quería nada. Solo echarse sobre la hierba, y ver el cielo; quedarse ahí, tumbada junto a los restos de su mamá hasta que sus órganos dejaran de funcionar, y los gusanos acabaran con ella lentamente.
Necesitaba seguir llorando, pero había perdido gran parte de su energía llorando.
Si su madre había muerto, lo más probable es que su padre estuviera a punto, al igual que su hermana. ¿Qué haría si despertaba del coma y se enteraba que era huérfana? ¿Cómo lograría sobrellevar una pérdida así de grande?
Solo un instante hizo falta para que su mundo se desmoronara. Un día, estaba viajando con sus padres y hermanita hacia Nueva Jersey para comenzar una nueva vida, y al otro, visitaba la tumba de su madre.
¡No era justo! ¡Nada de lo que estaba pasando era justo! Ella era una buena persona, su padre era solidario y divertido, su madre comprensiva y cariñosa, y Jazzy, responsable y alegre. Eran una buena familia, que no merecía haber sido destruida.
Lauren suspiró. Se dio cuenta que importaba un pepino qué tan amables o malvadas fueran las personas, desgracia no discriminaba a nadie. Atacaba a todos por igual. Quizá por eso, los ladrones conseguían dinero gratis, mientras que un policía podía ser baleado en cualquier momento. Nada de lo que estaba ocurriendo era justo, pero nunca lo había sido realmente, y posiblemente nunca lo sería. Ya ni sabía si la justicia existía. No era más que una bonita palabra, como igualdad, libertad, y paz. Una definición que solo entraría en vigencia en una sociedad utópica.
Ella nunca había sido muy positiva, pero la poca esperanza de vivir felizmente hasta volverse anciana, había crecido dentro de ella a lo largo de los años. Ahora podía visualizar perfectamente esa pequeña fe, quebrándose dentro de ella, pudriéndose al igual que lo que quedaba de su madre.
Se echó de guata sobre la hierba a llorar, sin embargo la muerte de su mamá y la destrucción de su familia no eran la principal causa de sus lágrimas. Se sentía mal, no solo por el hecho que cada segundo que pasaba sentía un hueso quebrarse, y el cuerpo lleno de hematomas y llagas, sino porque su desdicha no era tan trágica como muchas otras. Estaba actuando como una niñita malcriada.
Llorar no traería a su mamá de vuelta, y quejarse con la vida que le tocó no la haría sentir mejor. Además, ¿qué sacaría quedándose en posición fetal, chupándose el dedo y desangrándose de pena frente a la tumba de su madre? Si ella estuviera allí, de seguro no le gustaría, le menearía la cabeza con desaprobación, como siempre lo hacía, como siempre lo había hecho...
¿A quién quería engañar? Lo que estaba ocurriendo era una porquería, y no era lo suficientemente madura como para aceptarlo con la frente en alto, ni siquiera a regañadientes.
Aunque se detuvo por casi un minuto, las lágrimas volvieron a caer, con más fuerza e intensidad que antes. Silenciosas, pero potentes.
Al cabo de una hora (o diez días, Lauren no llevaba la cuenta; no le interesaba saber cómo el tiempo la consumía a ella también) el sol comenzó a ocultarse. Decidió quedarse allí tendida, recibiendo a la oscuridad con los brazos abiertos, como a una vieja amiga.
El gélido aire no tardó en hacerse presente; le caló los huesos, y opacó el dolor de las múltiples contusiones en sus extremidades. Seguramente, si las personas pudieran verla, creerían que era una vagabunda, y huirían de ella. Pero por alguna extraña razón, todos la ignoraban, o mejor dicho no la veían; alguien incluso la pisó y se sobó el pie, siendo que había sido ella la dañada. Era invisible para el resto.
Los visitantes comenzaron a irse, puesto que el cementerio cerraba por las noches. El bullicio era cada vez menor, lo que le permitió acomodarse.
Luego de un par de minutos, Lauren decidió que, aunque estaba destrozada, quedarse allí no la ayudaría en lo absoluto a cambiar eso. Estaba llorando, pero se secó con el brazo las lágrimas. No podía seguir tirada sobre la tumba de su madre como un perro que perdió a su amo. Le partía el corazón en mil pedazos la muerte de ella, pero no iba a quedarse más ahí, por mucho que le iba a doler moverse.
Tú eres fuerte, Lauren. Levántate y busca una forma de salir de aquí, se dijo. Ya había llorado hasta deshidratarse, había sufrido hasta que no quedó más por lo que entristecerse. Había soltado toda su pena, y seguir allí solo atraería más
Se puso de pie, y soltó un ruidoso grito de dolor, pero no se detuvo. Ella podía seguir, era capaz de todo si se lo proponía.
—¿Oíste eso? ¡Está por allá! —dijo una voz familiar, pero no pudo distinguir quién era, Lauren nunca había tenido buena audición—. ¡Lauren! ¿Dónde estás? —gritó.
Se detuvo en seco.
—¿John...? —preguntó, pero su garganta escoció tanto que tuvo que interrumpirse.
—¡Laury! —vociferó John—. ¿Me escuchas? ¿Dónde estás? —La voz comenzó a alejarse—. ¡Responde, por favor!
—No... aquí... John —intentó decir Lauren, pero más bien sonaba como un gatito llorando.
Tenía tanto frío..., y su amigo estaba tan cerca.
—¡¡John!! —gritó lo más fuerte que pudo, pero fue un esfuerzo inservible, que solo le provocó dolor. Cayó al suelo de rodillas, no podía más. No tenía voz, ni energía para nada—. Estoy aquí —susurró con un hilo de voz.
—¿Lauren? —preguntó una voz femenina.
Las hojas secas en el suelo crujieron, anunciando que alguien se acercaba. Una chica avanzaba hacia su dirección. La sintió a unos pocos centímetros, pero no fue capaz de alzar la cabeza; abrió los ojos con dificultad y se encontró con un rostro preocupado. Jamás pensó que Grace se habría preocupado por ella.
—¿Lauren? —la llamó suavemente—. ¿Te encuentras bien? —preguntó. Se hincó para estar más cerca de ella—. ¡John, la encontré! —gritó.
Lauren le asintió con la cabeza. Se recostó sobre el césped, apoyándose sobre los codos.
Por fortuna, la luz de las farolas era tenue, y casi no alumbraba. De lo contrario, Grace habría visto a una chica ensangrentada, con el rostro sucio, el cabello enmarañado y los nudillos destrozados.
El esfuerzo por mantener su peso sobre los brazos le sonsacó un quejido.
—Sé que duele —comentó Grace—. Es el precio que los Suvhâe con Energía debemos pagar al viajar a nuestra Vida Terrestre. Su me hubieras consulado...
—¿Cómo lo soportas? —preguntó Lauren. Grace tuvo que acercarse para poder oír lo que le había dicho—. Me siento como dentro de una trituradora.
—No lo hago. El dolor solo se hace presente en los Suvhâe que viajan a su Vida Terrestre. Como no estoy en casa, únicamente percibo una ligera molestia en la mejilla.
—¿Lauren? —dijo John; su silueta se alzó frente a ella. Venía desde el otro lado del cementerio.
John se apresuró; corrió e incluso se tropezó con una gran piedra que estaba junto a una banca de madera. Se sentó en la hierba y le sonrió. Lauren se dijo que, si ambos estuvieran en esa situación en la Vida Terrestre, él se lanzaría sobre ella y la abrazaría. Allí en cambio, no podía tocarle ni el dedo meñique a menos que quisiera recibir una descarga eléctrica.
—¡Estábamos muy preocupados! —exclamó su mejor amigo—. Vinimos lo más rápido que pudimos.
—Se tomaron su tiempo —bromeó Lauren.
Pensó en levantarse, sin embargo desistió de esa idea al sentir los brazos y las piernas adormilados, si intentaba acomodarse o cambiar de posición, no podría evitar chillar. John no podía enterarse. Solo se angustiaría más.
—No sabíamos dónde buscarte —comentó Grace; se levantó del suelo, para tener una mejor imagen del lugar en el que estaban—. Ni siquiera estábamos seguros de que pudiste Canalizar. Tuvimos que ir a tres Mundos. Ah, y entretanto, John casi muere —agregó a la ligera.
—Al menos ya me encontraron —respondió Lauren—. Y espero que sepan cómo regresar, porque si no, habría sido una pérdida de tiempo.
—Me encanta tu infinita preocupación por mi integridad física —comentó John.
Lauren medio sonrió.
—Yo siempre sé —le respondió Grace volteándose para verla; su sonrisa era genuina—. Si no, lo descubro. Y en casos muy extremos, lo invento.
Lauren no pudo aguantar una risita. Nunca pensó que Grace podría haberle hecho reír, aunque tampoco se le pasó por la mente que Grace se preocupaba por ella. ¿Qué más escondía esa chica?
—Muy bien, andando. Dejar a Lisa con Patrick me preocupa. Siento que si conviven más de una hora juntos, la sangre empezará a correr —explicó Grace—. Si es que no se arrancaron ya la piel.
John, quien seguía en el suelo, le acarició el cabello a Lauren. Esta le lanzó una mirada hostil, para que se detuviera. Ella sabía que John estaba intentando consolarla. Pero el menor roce le dolía. No solo a ella, sino a John. Lauren quería demasiado a su amigo como para permitir que se lastimara solo para reconfortarla. Además, nada ni nadie podían hacerlo en ese momento. Tal vez el tiempo, tal vez ella misma, pero tardaría.
—¿Hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor? —le preguntó John en voz baja. Lauren había tenido razón, conocía demasiado bien a ese chico—. Lo que sea.
—Puedes despertar. —Lauren cerró los ojos un momento—. No sé si seré capaz de soportar más pérdidas, no de quiénes me importan.
—¿Soy importante para ti? —le preguntó John; sus ojos adquirieron un brillo de esperanza.
—Eres lo más importante para mí, estúpido. Creí que lo sabías.
—Hay muchas cosas que desconozco, tarada. Creí que lo sabías.
Lauren casi sonrió.
—De veras lo siento —comentó John al notar la tristeza de Lauren—. Y aunque no sepa lo que sientes, ni por lo que estás pasando, sabes que puedes contar conmigo, ¿no? Para eso están los amigos.
—Mejores amigos —le corrigió Lauren—. No te confundas.
John le sonrió; su rostro siempre se iluminaba cuando lo hacía. Pero Lauren sabía que casi nunca sonreía por felicidad, al menos no propia. Podía sonreír para aparentar alegría, o para provocarla en los demás, pero él rara vez estaba contento consigo mismo. Lauren y Dylan lo sabían, por eso siempre trataban de ayudarlo, ofreciéndole consuelo y palabras de apoyo, pero John se limitaba asentirles con la cabeza, o a sonreírles. Se tragaba sus problemas, para no preocuparlos, y a cambio, recibía más angustia y tristeza de la que ya tenía.
Extrañaba demasiado a John. Al verdadero. Al John que recordaba; al John friki que amaba Pokémon; con el que jugaba a matar a los sims de diversas formas. Al que le encantaban las historias y reparar artículos tecnológicos. Al que adoraba sentarse a ver el Súper Tazón, y a jugar al soccer. Al John que amaba tanto Harry Potter como Lauren. Al John que nunca se separaba de ella, ni de Dylan.
—¿Me escucharon o no? —preguntó Grace de mal humor. Lauren casi olvidó que ella seguía ahí, de pie junto a su amigo—. Dije que tenemos que irnos. —Se llevó una mano a la mejilla, pero rápidamente hizo como si se rascara—. Ya.
—Danos un segundo, necesito hablar con ella en privado —pidió.
Grace se cruzó de brazos.
—Nos vemos en la entrada en diez minutos, si no están ahí tomaré a ambos de los pies y los arrastré sobre todas las rocas y palos hasta la puerta. —Lauren vio cómo su silueta se iba haciendo más pequeña hasta desaparecer.
—Ella no tiene idea, ¿verdad? —le preguntó Lauren con los ojos cerrados.
—Supuse que no querrías que lo supiera. Le dije que posiblemente viniste a ver a tu abuela, como rutina. —Suspiró ante de proseguir—. Nunca pensé que tu mamá...
—No —lo cortó Lauren—. Si lo dices en voz alta, será cierto. No estoy lista para que lo sea, no aún.
—Ni yo —confesó John—. Recuerdo que siempre me acogía en tu casa como a su propio hijo. Todas las memorias que tengo de tu mamá son buenas.
—Eso es porque te quería muchísimo —explicó Lauren—. Siempre intentaba que te sintieras bien. Es más, podrías haberle pedido lo que quisieras.
—Maldición. ¿Por qué no me lo habías dicho antes? Tenía todos los papeles de adopción listos. Estaba esperando el momento apropiado para pedir su firma —bromeó John. Lauren logró reír.
—Sería genial que fuéramos hermanos.
John no respondió enseguida. Se echó de espaldas sobre el césped húmedo.
—¿De verdad somos tan unidos? —le preguntó John, observando las estrellas
Lauren sintió una patada entre las costillas, un recuerdo de que su mejor amigo no estaba completamente ahí.
—Inseparables —le respondió casi en un susurro.
Hablar se le estaba haciendo más y más complicado; la garganta le ardía, los párpados le pesaban; los nudillos le picaban por el frío, y todo el resto de su cuerpo gritaba en agonía. Tal vez, John nunca debería haber ido. Era doloroso, más que todo lo que estaba sintiendo en ese momento. Él lo era todo para ella, eran prácticamente hermanos ¿Qué pasaría si lo desconectaban? Lauren no iba a poder seguir luchando sin él. Si John caía, ella se lanzaría con él.
—Sé que no hay nada que pueda aliviar tu pesar en este momento. Pero vas a salir adelante. —Le sonrió e intentó tomar su mano, pero Lauren lo miró enfadada. No iba a sufrir más por su culpa—. Lo haremos juntos, como siempre lo hemos hecho. —Se detuvo—. Según mis recuerdos, claro. Puede que en fondo, todo lo que sé es mentira y tú eres una maldita psicópata que quiere arrancarme los órganos para venderlos en el mercado negro.
—O simplemente quiero comérmelos.
—O colgarlos en la sala de estar como trofeos de caza.
—O crear un zombi para que destruya la ciudad.
—O hacer una escultura...
—Y presentarla como mi proyecto de arte —terminó Lauren.
Ambos rieron, como en los viejos tiempos. Solo faltaba Dylan, que de seguro estaría a punto de vomitar, regañándolos por ser tan extraños.
—Estamos enfermos —concluyó John, todavía riendo.
—Completamente de acuerdo.
John le sonrió (más de lo que ya lo estaba haciendo), se levantó y le tendió una mano para ayudarla a pararse. Oh, no. Ella no estaba lista, aún le dolía todo su cuerpo. Si no era capaz de acomodarse sobre el suelo, ¿cómo iba a ponerse de pie y caminar hasta la entrada del cementerio? Había agotado toda su vitalidad cuando huyó del supuesto hombre que la había oído. Si tan solo hubiese sabido que la gente de la Vida Terrestre no podía verla ni a ella, ni a ninguna persona que viniera de Coma.
—Mi mano se está congelando —le dijo John, que seguía sonriendo—. Anda, Laury, es tiempo de irnos.
—No todavía...
—Vamos, no puedes quedarte aquí en el cementerio. Solo te sentirás peor. Recuerda que no tienes por qué pasar por esto sola, yo sigo aquí.
—Ese es el problema —le respondió Lauren.
John se metió la mano en el bolsillo. Retrocedió y la observó profundamente herido, pero sobre todo, muy confundido.
—No tienes que sufrir conmigo solo para que me sienta mejor. Ni tampoco tienes que hacerte el fuerte para que busque refugio en ti. Siempre actúas igual; no es sano. —Esas eran las palabras de Dylan, pero Lauren supuso que él no las recordaría.
—Lauren. —John estaba perplejo—. Yo no... Yo no hago eso —objetó, ceñudo.
—Lamento si refuto lo que dices, pero tengo ventaja sobre ti. Yo sí recuerdo tu vida, y sé qué haces y qué no. Sé todo sobre ti.
John rio.
—¿Qué?
—Tal vez si eres una psicópata.
Lauren rio también.
Alabados sean los amigos que, sin intentarlo, logran sacarte del huracán y llevarte consigo a la sección Paraíso.
—Anda, Laury —John le volvió a ofrecer la mano para que se parara—. ¿Qué dices? ¿Ya es tiempo?
—No... —Ni siquiera puedo moverme, John, no puedo salir de aquí—. No aún.
—Vamos, Lauren —John se veía, exhausto, como si no quisiera seguir discutiendo.
Su mano seguía aguardando por la de Lauren. Al ver que su amiga no aceptaba, se pellizcó la nariz con la otra mano. Siempre lo hacía cuando se frustraba. Por lo menos eso no había cambiado en John.
Este estaba dispuesto a seguir hablando, pero el ruido de ramas siendo pisadas le interrumpió antes de que empezara. John tragó saliva, se volteó rápidamente y volvió a centrar la atención en Lauren, que seguía en el suelo sin ninguna intención de levantarse. John dio unos pasos hacia ella, se puso de cuclillas, y le sonrió.
—Lauren —la llamó con suavidad—, si no te levantas tú, Grace lo hará. ¿Quieres eso? No, no quieres.
El ambiente sereno y callado del cementerio fue cortado por un estruendoso grito de agonía, justo después de que un gran "¡No lo hagas!" fuera advertido por una sombra que se aproximaba hacia ellos. John, aterrado, soltó a la chica, que se estrelló contra el suelo, indefensa, incapaz de hacer nada para evitar la segunda oleada de dolor provocado por el golpe contra el pasto húmedo. El chillido era espantoso, se sentía como si una cuchilla estuviera rajando el cielo lentamente; el sonido de la tiza mal manipulada en la pizarra.
Grace corrió para socorrer a Lauren apenas vio a John tomarle la mano. Su exhortación había llegado demasiado tarde. Lauren sentía que el dolor no podía ser peor, pero luego se le ocurrió que un satélite podía caerle del cielo en cualquier momento y se arrepintió.
John seguía horrorizado por los alaridos de su mejor amiga. No muy seguro, se acuclilló frente a Lauren y estiró su brazo.
—¡No la toques, imbécil! —le gritó Grace. Esa vez, John le hizo caso.
La chica se arrodilló junto a Lauren, que se sentía a punto de dejarse llevar por el sufrimiento... ¿Por qué no la desconectaban y listo? Lauren tragó saliva, y dejó de lado ese pensamiento que surgió de lo más profundo de ella; allí se quedaría.
Intentó hablar, pero solo conseguiría llorar. Y no quería llorar, no frente a John, y mucho menos Grace. Lauren no lloraba frente a nadie, por mucha confianza que tuviera con esa persona. Ni siquiera le gustaba llorar frente a sí misma.
—Respira, y bota —le ordenó Grace—. Solo así recuperarás la estabilidad necesaria. —Su mirada se volvió más dulce—. Y no te aguantes el llanto, veo que lo estás haciendo. Si quieres dejar todo ese dolor a un lado, pues hazlo. Expúlsalo. Llora, y deja que el nudo de pena salga. Si lo dejas dentro de ti, te consumirá desde adentro. Si lloras, la amargura se irá.
Lauren lo intentó; el aire que entraba en sus pulmones pateaba todos sus órganos internos, y luego, el dióxido de carbono que salía, los aplastaba para impulsarse hacia los orificios de la nariz. Bueno, no tan literal, pero el punto era que le dolía mucho. No estaba resultando.
—No... n-no puedo —tartamudeó Lauren.
—Si no lo logras, no podremos irnos de aquí —confesó Grace.
—¡¿Quééé?! —John se paró de golpe y miró a Grace aterrado.
—¿Por qué crees que se llama Canalización? —respondió, a nadie en particular—. Sirve para organizar todas tus emociones y sentimientos. Transforma el dolor y la alegría en Energía. Los recuerdos también. Todo lo que te hace una persona es Energía que fluye por tu cuerpo, y se libera por tus dedos. —Se dirigió a Lauren—: Neutralízate y solo así podrás volver a Canalizar. —Se puso de pie—. Y de paso, volveremos a Coma antes de que Lisa y Patrick se despellejen.
—¡Deja de hablar como un puto libro de yoga y meditación y explícate! —le gritó John, perdiendo la compostura. Caminaba nervioso de izquierda a derecha.
—O te callas o te callo —le dijo Grace ceñuda. John no volvió a abrir la boca—. Sé que es difícil, Lauren, pero tienes que luchar contra tu mente. El dolor psicológico deja marcas invisibles que pueden parecer eternas, pero tú eres quien controla si te atormentarán en tus horas de sueño hasta tus últimos días, o si desaparecerán con el paso del tiempo.
—Lo sé —dijo Lauren en un susurró, con dificultad, le señaló la tumba.
Grace se levantó y giró la cabeza con interés hacia lo que Lauren le señalaba.
—¿Tu apellido no es...? —Grace se interrumpió al terminar de leer el epitafio—. Oh, no no no no no. —Se llevó ambas manos a la cara—. ¡Mierda, Lauren! No lo sabía.
—Lauren es sumamente fuerte, Grace, saldremos adelante —dijo John, aun alejado de ella.
—No soy fuerte —le replicó la chica—. Si lo fuera, no estaría llorando.
—Lo que te hace valiente —le dijo Grace, tratando de sonar calmada—. Que es mil veces mejor. Ser fuerte solo es una excusa para ocultar nuestro orgullo. El valiente no teme enseñar su vulnerabilidad; lucha contra el mundo sin ocultarse tras un escudo o una armadura.
Grace la levantó y abrazó. Le dolió; pero fue disminuyendo a medida que se concentraba en liberar su pena. El dolor que sentía solo era psicológicamente físico (¿tenía algo de sentido?). El cariño en cambio, era real. Lauren reposó su cabeza en el hombro de Grace, y ella se lo permitió. Entonces se dio cuenta que estaba llorando, que ambas estaban llorando. John se unió al abrazo; y también se desahogó.
Lauren se preguntó cómo podría vivir sin ellos, y cayó en la cuenta que eso incluía a Grace, que ahora era su amiga. Un nuevo miembro en su pequeña familia.
Los abrazó más fuerte. Y los tres adolescentes, junto a la tumba de Katherine Oak, continuaron llorando, cada uno por sus propias pérdidas.
—Una pa-palabra de esto a Patrick o Lisa y considérense muer-muertos —susurró Grace con dificultad.
Lauren sonrió.
—Te extrañé, Grace —dijo John—. Por un momento me asusté y creí que te habías transformado en una buena persona.
Los tres amigos, aún con los ojos rojos y la voz entrecortada, rieron.
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