🌠Capítulo 15: Si no es por la garrita, no es un juramento🌠
28 de septiembre de 2013
Lauren contempló su habitación, ya vacía, una última vez. Todo estaba dentro de las decenas de cajas de cartón, las cuales esperaban junto a la puerta, a ser recogidas y llevadas al camión de la mudanza. Su cuarto se veía distinto sin nada, casi ajeno, como si estuviera invadiendo el espacio de alguien más; y en dos horas, sería cierto, puesto que los nuevos dueños estaban muy emocionados por ocupar cuanto antes su nueva casa. Su antigua casa. Desde ese momento ya no era su casa. No es que le importara demasiado; ella no era una chica muy sentimentalista ni tampoco de recuerdos. Pero era triste tener que despedirse del único lugar que quedaba en su memoria con su mejor amigo, quien no estaba ahí, ayudándola como siempre. Pensar en él era desgarrador, más de lo que ella creyó. Lauren no estaba acostumbrada a tomarse las cosas muy en serio. Era simple y sencilla. No se caracterizaba por abrirse y compartir lo que pensaba. A lo mucho con Dylan. Pero ya no sería más que una amistad por Skype.
Hacía semanas que su amigo había dejado sola a Lauren y Dylan.
La chica suspiró, y cerró la puerta de su recamara por fuera, diciéndole adiós a él, y a todos los momentos inolvidables que pasaron juntos por diez años. ¡Toda una década! Y, posiblemente, toda una vida sin ellos desde ahora. Ella era la reina de las pesimistas, tenía que admitirlo.
—Lauren —la llamó su madre—. Por favor lleva a tu hermana Jazzy al auto. Tu padre y yo colocaremos las cajas que faltan e iremos enseguida.
Su hermana pegó un fuerte pisotón en el piso.
—¡Mamá! No necesito que Lauren me cuide —protestó Jazzy—. ¡Soy grande y fuerte!
—Y tienes once, Jasmine. —Se dirigió a Lauren—: Vayan ya, por favor. Tengo millones de cosas por hacer. Y tu padre me tiene los pelos de punta. No hallo las horas de mudarnos.
Lauren no supo qué comentar al respecto, así que se limitó a sonreírle, asentirle y tomar la mano de su hermanita, que estaba a punto de echarse a llorar.
Salieron a la calle; Jazzy se zamarreaba tanto que Lauren no tuvo más opción que soltarla. Su hermana corrió, sintiéndose libre, hasta el automóvil. Se acomodó, puso el cinturón y empezó a dar brinquitos, como siempre que estaba emocionada. Lauren, sobándose el brazo por los fuertes tirones de su hermana, se sentó junto a ella y le sonrió. Si bien se llevaban por cuatro años, tenían una relación bastante bonita. Sí, tal vez discutían mucho. Pero se querían, reían, ayudaban y jugaban como muchos hermanos no.
Los padres de Lauren llegaron después de quince minutos. Su papá encendió el auto, mientras su madre prendía la radio y seleccionaba una canción que le gustase. El motor sonó, el acelerador fue presionado, y... ¡rumbo a una vida nueva!
Lauren suspiró y tomó un libro de su mochila. Siempre había tiempo para leer, sobre todo si el libro era de detectives, zombis o guerras.
Había quedado en la mitad de Estudio en escarlata, y ansiaba descubrir el caso cuanto antes.
Así pasaron los minutos de viaje. Lauren, que estaba por terminar el libro y resolver el misterio, tenía la nariz tan pegada al libro, los ojos tan enfocados en la lectura y su mente tan enfrascada en ese mundo ficticio, que no vio lo que ocurría en la realidad. Solo oyó los gritos de su padre, los alaridos de su madre y los llantos desesperados de Jazzy. Asustada, levanto la mirada para ver que ocurría, pero lo último que vio fue el cristal haciéndose añicos, y un camión frente a ella.
Siempre pensó que sus últimas palabras serían algo divertido o profundo. Pero lo único que se le pasó por la mente fue el nombre de su mejor amigo que nunca más volvería a ver.
—John —susurró.
Justo antes de perder la conciencia, vio cómo todo se volvía blanco.
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28 días en coma
Resultaba divertido hablar de Orgullo y prejuicio con alguien tan fanático como lo era Patrick. Además de Orgullo y prejuicio, Las crónicas de Narnia y El principito, Patrick recordaba haber leído Canción de hielo y fuego, Eragon y Los Miserables. Por desgracia, a Lisa nunca le habían interesado esos libros, así que no pudo ayudarle con su memoria. No obstante —y no se lo digan—, se arrepentía de no haberlo hecho; poder conversar con alguien que amaba lo mismo que ella, era una sensación grandiosa. Como hallar su otra mitad de alma. No así de cursi, pero parecido.
Habría sido el comienzo de una increíble amistad, de no ser porque él estaba determinado a no relacionarse con ella. Ya no le decía algo desagradable, sino que la evitaba a toda costa. Cada vez que ella aparecía, Patrick la ignoraba o se iba. Pasaba la mayor parte del tiempo solo y parecía no importarle. Todo con tal de no interactuar con Lisa. ¿Un poco obsesivo, no? Ella no lo presionaba tampoco, prefería mil veces a un Patrick mudo que a uno grosero. Pero sin duda (esto no se lo digan tampoco) los pequeños momentos que compartían, eran excelentes. Él la comprendía muy bien, y ella a cambio, trataba de ayudarlo a entenderse. ¿Te imaginas no recodar cómo eres?
Lisa apartó sus pensamientos e intentó incluirse en la conversación de Grace con John. Ya se sentía integrada en el grupo y, mientras más se acercaba a esos chicos, más pensaba que en cualquier momento uno de ellos podría ser desconectado. ¡Ah, Lisa la positiva! Todo un ejemplo a seguir.
—¿Alguien sabe dónde está Patrick? —preguntó John. Él siempre se preocupaba por el resto—. Hace horas que se fue.
—Leyendo en el bosque, supongo —respondió Lisa, encogiéndose de hombros—. O en cualquier otro lugar, escondido para que yo no pueda encontrarlo.
—Patrick es como un ciervo —le explicó John sin una pizca de burla—. Hay que acercarse a él de forma pasiva y tranquila. Si lo haces de golpe, se espantará y huirá. Y tú te lanzaste sobre él.
Grace soltó una estruendosa carcajada.
—Nunca lo había pensado así —dijo, sin poder aguantar la risa—. La mejor comparación de la historia, John.
Lisa tuvo que unirse a Grace, su risa era contagiosa. John, pese a que se pellizcó la nariz demostrando su enfado, no pudo permanecer serio mucho más tiempo y soltó una pequeña risita, que mutó a una carcajada imparable. Los tres estallaron en risas, ninguno sabiendo muy bien el porqué. Tal vez, pensó Lisa, porque tenían que aprovechar cada instante para ser feliz y reír, por minúsculo que fuera. Podían no llegar a tener otra oportunidad. Podían morir en ese mismo momento, mientras reían. Lisa prefirió dejar de lado sus negativos pensamientos. Ser feliz no se lo arrebataría nada, ni nadie.
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Desconocido
Sentía que hablar con ella era abrirse una herida que creía, ya había sanado. Pero seguía ahí, profundizándose más y más. ¿Cómo estar cerca de ella sin sufrir? ¿Cómo soportar estar lejos de ella? No podía. Una simple y suave risa, le recordaba lo que podía ocurrirle. Le recordaba lo que a ambos podía ocurrirles. Y bueno, estar lejos de ella no era mucho mejor. De hecho, hasta era más horrible. Pero él insistía en distanciarse...
Tal vez así, no dolería tanto. Tal vez así, le importaría menos. Tal vez así, su corazón dejaría de palpitar como si fuera a salirse cada vez que ella se le acercara.
No podía estar más equivocado.
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—¡Vamos, Lisa! —la animó su amigo—. ¡Estás a punto de lograrlo!
—Ya era hora —comentó Grace—. Lleva casi tres meses practicando. Al fin podremos comenzar con el paso dos.
Lisa le sonrió. Se sentía muy orgullosa. Por fin había logrado Canalizar su estúpida Energía. No era difícil después de todo, solo había que hacerlo, no pensarlo. Al fin entendía a qué se refería Grace con eso. Y estaba más cerca de poder visitar a sus padres, a Sasha, Amy y Kevin, y a Zack. Quería ver cómo estaban. Lo necesitaba. Los necesitaba. Eran parte de ella, y sin ellos, Lisa no estaba completa.
Cerró los ojos. Nada, nada, na...
...
Sintió un cosquilleo en su espina dorsal, que le causó unos pequeños calofríos, pero nada más. Ella imaginó que Canalizar le produciría una corriente eléctrica o algo por el estilo, pero nada... Un segundo, ¡lo había logrado otra vez!
—Increíble, Lisa —la felicitó John—. Lo conseguiste.
—Eso es porque Grace es una maestra excelente —explicó Lisa—. Muy paciente. Si yo tuviera una alumna como yo, la habría arrojado lejos de aquí hace mucho.
Los tres se sentaron en la hierba a descansar. Llevaban horas allí, en la periferia del bosque.
Todo había ocurrido después de una larga y feliz charla con ellos en su casita. Se habían reído y sentido alegres y dichosos por unos segundos. Así que a Lisa se le ocurrió practicar, resultó que de buen humor funcionaba mucho más. Solo habían pasado unas horas desde entonces, pero las buenas vibras ya no estaban. Igual que Patrick, que aún no sabían dónde se había metido.
—Deberíamos ir a buscar a Patrick —comentó John, casi como si le hubiese leído el pensamiento—. Lleva muchas horas fuera.
—¿Y? Ni que fuera una mascota. No se va a morir de hambre o sed. Es libre y puede ir y hacer lo que quiera —respondió Grace terminante.
John se pellizcó la nariz, demostrando su frustración.
—Lisa, échame una mano —le pidió.
—Patrick no quiere ser buscado y menos encontrado. Lo siento John, pero opino lo mismo que Grace. Estás solo.
Le alivió poder hablar con él sin ningún problema. Lo del beso casi no se tocaba. Habían vuelto a ser amigos, solo amigos. Y ambos parecían estar bien con eso, sobre todo Grace, que le había dicho a Lisa la verdad. Si no fuera por eso, Lisa habría creído que su amiga era un monstruo sin alma o sentimientos (todavía lo creía, pero en menor cantidad).
—Hablando del rey de roma —dijo Grace, apuntando detrás de John y Lisa.
Estos últimos voltearon y se encontraron con Patrick; caminada de forma rígida y nerviosa, y cada paso lo hacía con suma cautela. Oh, Dioses, de verdad que parecía un ciervo.
Cuando ya estuvo junto a ellos, se alejó lo que más pudo de Lisa. Su rostro era indescifrable, y Lisa no tenía tiempo para sus raras adivinanzas. Sí, era un buen amigo para hablar de libros. Pero mucho misterio y duda ya la estaban agotando.
—Hola —saludó Lisa.
Patrick hizo un gesto con la mano, respondiéndole. Vaya receptor.
—No sé ustedes —dijo Grace—. Pero siempre que aparece Patrick me deprimo. Como que trae consigo un aura de negatividad y melancolía.
Antes de que Lisa se despidiera de ella, Grace ya había desaparecido tras una sutil bruma blanca. John los miró e intercambió peso de su pierna izquierda a la derecha.
—Yo mejor me voy —avisó—, antes de que comiencen a discutir y arrancarse los ojos con una cuchara.
—No vamos a discutir —dijo Lisa—. Ya no más
—Sí, claro, y Grace me ama —ironizó John. O al menos, Lisa creyó que eso pasaba por la mente de su amigo—. Prefiero huir y salvar mi vida. —Se dio media vuelta, y caminó en dirección a la Civilización.
Patrick se mordió el labio inferior.
Silencio. Un incómodo silencio. Estaba claro que él no quería hablar primero, así que Lisa se aclaró la garganta, y dijo:
—Estuviste muchas horas afuera. Nos preocupamos.
—Necesitaba pensar.
—Y estar lejos de mí —agregó ella en voz baja, pero él pudo oírla—. Ahora que ya no peleamos, prefieres estar lo menos cerca mío posible. Vaya razonamiento. ¿Quién te entiende Patrick?
Él tomó una pausa antes de responder.
—Tú no.
—Dime algo que no sepa —dijo Lisa con una áspera carcajada.
—Enrollas tu cabello en tu dedo cuando estás incómoda —musitó, como si estuviera diciendo un secreto—. No te das cuenta, pero siempre lo haces.
—¿Te fijas en lo que hago? —preguntó ella sorprendida.
—Me fijo en ti.
En cada pequeño detalle, pensó con amargura.
¿Por qué mejor no se hincaba y le pedía matrimonio? Odiaba a su boca por no querer interactuar con las otras partes de su anatomía, su cerebro por ejemplo. Patrick no permitiría que ella supiera lo que sentía por Lisa. Pero seamos sinceros, ¿qué sentía él por Elizabeth? No lo sabía. No entendía nada de lo que le estaba ocurriendo. No podía dejar de hablar con ella, o mirarla; contemplar su rostro y sonrisa era fascinante. Le encantaba compartir con ella el gusto por la literatura, lo hacía sentir menos solo, más comprendido. ¿Cómo se clasificaba eso? ¿Amistad? Lo dudaba. Con Grace, metía la pata sin que le importase. Pero con Elizabeth, procuraba no hacerlo. No le gustaba. Quería que todo fuera perfecto con ella. Quería estar siempre con ella. ¿Por qué? Ni idea. Solo estaba seguro que esa clase de pensamientos no se tenían sobre una amiga. O tal vez sí, y él no entendía nada de nada.
Elizabeth seguía mirándolo consternada. Quizá no conocía cómo eran las adolescentes, pero ella calificaba como hermosa, de eso no había duda alguna. ¿O sea que a él le gustaba Elizabeth? Encontrar a alguien atractivo, y agradable significaba que te gustaba, ¿cierto? Dios santo, necesitaba clases urgente de psicología adolecente. O su memoria. Cualquier de las dos no le vendría mal en ese momento. Le urgía saber qué le estaba ocurriendo. ¿Le gustaba Lisa? Si eso era decir que era hermosa y muy simpática, sí, por supuesto que le gustaba. ¿A qué hombre no? El problema era un sentimiento que no sabía cómo salía a flote. Uno que esperaba, no tuviera él por ella. Era imposible, de cualquier modo. Tal vez solo estaba siendo paranoico, y no sentía más que atracción por Elizabeth. Tampoco es como si le fuera a decir. Pero se sentía mejor pensando que solo le gustaba.
—Tú frunces el ceño —respondió Elizabeth, después de lo a él que le pareció toda una vida— cuando estás enojado. —Se rio—. O frustrado, irritado, angustiado, confuso... Y te muerdes el labio cuando estás incómodo.
Patrick tuvo que sonreírle devuelta. Era halagador darse cuenta que alguien se fijaba en él, que le prestaba atención. ¿Uno sentía eso también por los amigos, cierto? Por favor, que alguien le ayudara. Él no tenía idea de qué estaba bien y qué mal. No entendía cómo funcionaba la conducta humana y eso lo estaba cabreando bastante para ser honestos.
—¿Ah, sí? Pues tú tratas constantemente de encajar. Necesitas un grupo, pertenecer a algo. Y no soportas caerle mal a alguien, todo el mundo debe amarte.
—Tú siempre esperas que las cosas se solucionen solas, no puedes enfrentar nada —declaró ella—. Sin excluir, que un ermitaño se relaciona mejor con la gente que tú.
Patrick volvió a sonreír e incluyó una pequeña risa de alegría. No podía enfadarse con ella, no otra vez. No cuando todo estaba saliendo bien. Bueno, "bien" a su manera. Porque estar en coma y enamorado de una chica que también lo está y tiene novio no es del todo "bien".
¡Alto todo el mundo! ¿Acaso...? ¡¿Enamorado?! ¡¿Pasó por su mente eso?!
—Se siente estupendo bromear sin que uno termine gritándole al otro, ¿no? —dijo Patrick, tratando de alejar sus pensamientos.
Elizabeth adoptó una postura más firme y seria.
—Querrás decir: se siente estupendo que no me insultes hasta el punto que pierdo la paciencia y exploto como un volcán en erupción.
Alzó los brazos y simuló a la lava saliendo por el agujero de la montaña. Muchas veces expresaba su idea por medio de la mímica. Patrick creyó que Elizabeth no se daba cuenta de eso tampoco. ¿Por qué él sí? ¿Por qué se fijaba en cada mínimo detalle que ella hacía?
—La verdad, no. No quería decir eso. Pero ya que lo comentaste, no es una mala comparación. —Agachó la cabeza unos segundos—. Yo... lo lamento. Lamento todo. Desearía echar el tiempo atrás y jamás haberte tratado como lo hice.
Vergüenza en tres, dos, uno.
—Pero no puedes. Me heriste muchísimo, y me hiciste enojar como nadie.
—Lo sé, ¿de acuerdo? Sé que lo arruiné desde el primer día, y que fui un idiota y que no mereces que ninguna persona te trate como lo hice yo —dijo él un poco molesto. Odiaba la posición en la que encontraba—. Nunca debí ser tan grosero contigo. Es que... estaba molesto, colérico para ser exactos. Creí que tú tenías la culpa, pero estaba muy equivocado. Me di cuenta muy tarde de eso. Creí que estaba enojado contigo, pero no. Era la situación. No es tu culpa que yo esté en coma, por supuesto que no. —Se mordió el labio—. Es que yo estaba muy enfadado. ¿Sabes lo horrible que es estar aquí sin recordar nada? Y de repente llegaste tú, por casi voluntad propia.
—No me arrepiento —dijo ella firme.
—Ya sé. Y yo no soy nadie para no querer respetar tu decisión. Así que lo siento, ¿está bien? Lo siento. No más peleas. —Bajó un poco la cabeza. Sentía la cara caliente y tenía la piel tan blanca que Elizabeth no tardaría en darse cuenta lo avergonzado que estaba—. Lo prometo.
Elizabeth cambió de peso de la pierna izquierda a la derecha. Él creyó que se enojaría, pero no tardó en sonreírle. Algo dentro de Patrick despertó gracias a esa sonrisa, algo que él nunca había sentido. Algo que él no conocía, ni entendía.
—En resumen —dijo ella—, me tratabas mal porque estabas molesto debido a que yo llegué aquí, por mi sacrificio por así decirlo. Pero después te diste cuenta que esa era la mayor incoherencia desde la adaptación cinematográfica de Percy Jackson y el ladrón del rayo. Y te sentías mal contigo por eso, ¿no? Si es así, déjame decirte que eres mucho más raro de lo que yo creía. Pero al menos ya entendiste que no tiene ningún sentido. —Chasqueó la lengua—. ¿Entonces qué? ¿Nada pasó dices tú? ¿Quieres que pase la página y finja que nunca me maltrataste verbalmente?
Patrick frunció el ceño.
—¿Percy Jackson? —preguntó. Sintió como si hubiese escuchado ese nombre en algún lugar lejano y distante, hacía muchísimo tiempo.
—Dos sagas —le explicó ella. Al parecer no tenía ganas de ahondar más en la disculpa del chico—. Ocho libros, noveno en un mes más. Seguro que la leíste.
—No lo recuerdo. ¿De qué trata?
—Mitología griega y romana.
—¿Qué es eso? —preguntó él confuso. Sabía que Grecia era un país y Roma una ciudad. ¿Pero mitología? ¿Con qué se comía eso?
—Tengo mucho que enseñarte —dijo Elizabeth sonriendo—, si ahora vamos a ser amigos y todo eso.
—Lo seremos, si tú me das la oportunidad. Prometo no volver a ser un imbécil las veinticuatro horas del día. —Formó una sonrisa torcida—. Solo una o dos para no perder la costumbre.
La chica resopló.
—¿Lo juras? —preguntó Elizabeth—. ¿Por la garrita?
—¿Por la qué?
—Por la garrita. —Estiró su mano derecha empuñada, y sacó el meñique—. Une tu dedo con el mío. Solo así será un juramento de verdad.
Patrick le sonrió y no tardó en obedecer.
La piel de Elizabeth era cálida, suave y reconfortante... y dolorosa. Apartó la mano de golpe, pero la pelirroja pareció no notar nada extraño. ¿Qué le había ocurrido? Jamás había sentido algo así. Como si hubiese metido los dedos en un enchufe eléctrico. Eso no tenía ningún sentido... A menos que sí se conocieran, y compartieran Energía; la suficiente para activar la de Patrick, pero no lo bastante evitar el electrochoque. Pero Elizabeth le había dicho que no. ¿Acaso le mintió? Prefirió apartar sus descabelladas conclusiones y concentrarse en Elizabeth. No fue difícil olvidar todo lo que había pasado por su cabeza. Siempre se perdía entre sus risos rojizos y sus ojos azules como el mar tranquilo.
Podría haberla contemplado todo el día.
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