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🌠Capítulo 14: Preguntas sin respuestas, verdades a medias🌠

27 de septiembre de 2013


¡Oh, Dios mío, han matado a Kenny!

¡Hijos de puta!

Zack y Kevin estaban recostados en el sofá de la casa de este último, viendo televisión.

Las vacaciones habían concluido, y ya llevaban casi tres semanas de escuela. Su último año en la secundaria, y todo se acabaría. Por lo menos Zack tenía clara la universidad y carrera. Lo que le preocupaba era su amigo Kevin, quien no tenía idea qué hacer con su vida; siempre que Zack sacaba el tema durante una conversación, Kev se rehusaba a responderle.

Una pequeña figura de cabello dorado y liso se interpuso entre South Park y los ojos de Zack. Miraba a ambos chicos con exasperación.

—Apaguen la televisión —ordenó Sasha con voz dura—. Siempre dejan todo para el final.

—¿Eso te perjudica en algo? —preguntó Zack. Era un fastidio que su amiga se comportara como su madre—. Además, la vamos a hacer, solo que no ahora.

Sasha puso los ojos en blanco; caminó hasta ellos, le arrebató el control de la mano y apagó la televisión. Podía ser una amiga y persona muy amable, pero cuando se trataba de deberes era mejor obedecerle.

—¡Sasha! ¡Devuélvenos el control! —protestó Kevin—. ¡Van a dar mi capítulo favorito!

—No hasta que hagan su trabajo de literatura. Apuesto a que ni siquiera han terminado de leer El gran gatsby.

—Aún ni lo compramos —dijo su amigo; Zack se rio—. ¿Y tú cómo sabes qué libro tenemos que leer los de último año? Eres escalofriante, Sashita.

—¿Están leyendo ese? —preguntó Amy, que había estado muy callada mandándole mensajes a alguien desde su iPhone—. Los de inglés medio tenemos que leer Crimen y castigo.

—¿Y cómo vas, Amy? —quiso saber Sasha—. Por favor dime que al menos tienes el libro.

—Oh, no hay problema con eso, hermanita. El informe es en parejas —respondió ella con una sonrisa traviesa—. Así que digamos...

—Que yo lo estoy haciendo —concluyó Bruno.

El resto del grupo volteó para ver al italiano. Zack casi había olvidado que él estaba allí, compartiendo con ellos. Bruno prefería estar callado, actuar casi como un fantasma. No era con exactitud la clase de amigo que Zack hubiera escogido, pero era simpático, y su mamá le había pedido que lo incluyera. Sí, Zack se llevaba de maravilla con sus padres, y no le avergonzaba admitirlo. Eli, por ejemplo, si bien...

¡No! No tenía que pensar en Eli. Le hacía mal, según su psiquiatra. ¿Pero cómo no pensar en ella? Necesitaba abrazarla; tomar su mano y no soltarla nunca más. Acariciarla; sentir su piel. Pero no podía. Todo por su... ¡Basta! No. No. Y no.

Cerró los ojos y suspiró.

Inhala, exhala...

Una dulce caricia lo sobresaltó.

—Zack, ¿estás bien? —le preguntó Sasha, con ojos de preocupación.

El chico pestañeó, se dio cuenta que Bruno, las mellizas y Kevin, habían dejado de lado lo que estaba haciendo y lo observaban con preocupación.

—Sí —mintió—. Creo que me quedé sin aire.

Sasha, no conforme con su respuesta —y con justa razón—, suspiró y le devolvió el control remoto a Kevin, que no paraba de lanzarle papas fritas del cuenco que tenía al frente.

La chica se fue a sentar junto a Bruno, y en seguida comenzó a reírse. Zack vio por el rabillo del ojo a Kevin, que miraba South Park con indiferencia, pero a juzgar por su mandíbula tensa, Zack se dio cuenta que su amigo escuchaba perfectamente la felicidad de Sasha junto con su primo. Debía ser triste estar enamorado de tu amiga de toda la vida, y que llegue tu primo a conquistarla en menos de un mes.

—¡Eli, ven! —Amy se rio—. Tienes que ver esto —dijo, señalando su celular—. Es demasiado nosotras...

Enseguida se calló, dándose cuenta del terrible y doloroso error que había cometido. Hubo un silencio. Kevin apagó el televisor y se quedó con la boca abierta; Sasha puso cara de espanto y Zack cerró los ojos y suspiró, algo se quebró dentro de él. Una vieja herida siempre se habría al oír el nombre de quien ya no estaba junto a ellos.

—Maldita sea, soy una imbécil —dijo Amy, cubriéndose la boca a la vez que las lágrimas corrían su perfecto delineado.

El silencio permaneció unos segundos más, hasta que Bruno lo interrumpió.

—¿Eli es la chica que está en coma? —preguntó interesado—. Todos hablan de ella en la escuela.

Nadie abrió la boca


,


21 días en coma

Lisa caminaba nerviosa de un lado para otro. No paraba de morderse las uñas y repetir:

—Soy una zorra. Soy una vil zorra. No merezco vivir.

Y Patrick no paraba de responderle:

—No lo eres. Cállate, Elizabeth. Y deja de lloriquear.

Ya saben, cosas que dicen los buenos amigos para alegrarte el día y hacerte sentir mejor. ¡Qué amable era Patrick! Siempre tratando de reconfortarte. Si Lisa no hubiera estado demasiado preocupada por su metida de pata, le habría respondido algo como: "No estás ayudando". Pero no tenía energía ni para eso.

—¡Lo soy!

—No —dijo Patrick terminante—. Vuelve a decirlo y te arrojo por el Límite Estelar.

—¡Besé a un chico! —exclamó ella—. ¡Y tengo novio!

—Lisa, cállate —dijo Grace, que al parecer, ya había perdido la paciencia—. O ayudaré a Patrick a lanzarte.

Había besado a John. Bueno, él la había besado. Pero ella no se había quitado, había tardado varios segundos. Estúpida raíz. Estúpido John. Estúpidos labios. Estúpido tacto que evitó quitárselo más rápido de encima.

—¡No lo eres! —bramó Patrick—. Vox, tú no puedes ni sentir. ¿Cómo puedes llamarlo un beso? Sus bocas se tocaron, es cierto. ¿Pero lo sentiste? No. Porque no puedes. No fue uno de verdad. Así que cállate.

—Qué tierno —dijo Grace—. Tú sí que sabes lo que le gusta oír a una chica, Patrick. Cosas como estas te dan una pista de tu vida: no tienes novia, ni hermanas. O tal vez sí, y te odian.

—Es que me irrita —se defendió Patrick mirando a Lisa—. ¿Sabes? Hay mayores problemas que besar a John en el mundo. Puedes morir, por ejemplo. ¿De verdad vale la pena enloquecer por una estupidez como esa? Además, John se siente horrible. Deja de hacer sufrir al pobre, solo se tropezó.

Lisa quiso replicarle, pero Patrick tenía razón. ¿Por qué siempre sabía qué decir? No estaba bien alegar por un simple beso indeseado. A veces sus emociones conseguían opacarle el raciocinio.

De seguro Zack entendería; después de romper la mandíbula de John —y su brazo izquierdo—, por supuesto. Ella amaba mucho a su novio, sin embargo él era la persona más celosa del mundo. Ella ni podía ver a un chico, sin que él dictara la Tercera Guerra Mundial. La única razón por la que podía hablar con Kevin sin que Zack armara un escándalo, se debía a que también era el mejor amigo de Zack. Aunque eso era injusto, ¿no? A Lisa nunca le había molestado que él hablara con Sasha, Amy o cualquier otra chica. No era una persona celosa. Al menos, nunca lo había sido con Zack. Tal vez porque era obvio que él la amaba con locura, y ella sabía que siempre sería así. ¿Entonces Zack no creía eso de ella? ¿La falta de confianza en uno mismo justifica tratar a tu pareja como si fuera de tu propiedad?

Eli se cuestionó el machismo normalizado en su relación; los celos de Zack no debían confundirse con muestras de amor.

—Hablando de John, ¿dónde está? —preguntó Patrick, captando su atención.

Lisa se encogió de hombros. Después del incidente, él había desaparecido sin más.

—Llorando detrás de un árbol, tal vez —dijo Grace—. Hizo de todo para poder besar a Lisa y ella casi vomita y se desmaya. Creo que entendió que no te gusta —agregó, mirando a la chica.

—Creo que a todos nos quedó claro —terció Patrick. Su voz trataba de trasmitir un mensaje, pero Lisa no entendió a qué se refería. ¿Acaso todos pensaban que ella se había enamorado de John? Estaban muy equivocados—. ¿Vamos a buscar a John? —propuso Patrick—. ¿O Elizabeth quiere seguir lamentándose?

Antes de que Lisa respondiera, alguien llamó a la puerta. Grace y Lisa compartieron una mirada de curiosidad, mas fue Patrick quien se aproximó a la entrada. Después de todo, estaban en su casita. Ambas chicas se quedaron viendo la puerta, mientras Patrick abría. Afuera, había un hombre de unos cuarenta años. La gente de Pueblito era verdaderamente asocial, casi nunca se les veía fuera de sus casitas, así que Lisa no sabía su nombre. A él lo había visto un par de ocasiones; de seguro era uno de los doce encargados, quienes salían al sol un poco más que los Suvhâe normales o los Khÿrapa.

Marĭhom, Steve! —saludó Grace.

Zwhek sügar;mo? —respondió este. Los ojos del hombre recorrieron la habitación hasta que se toparon con Lisa—. Zwhuk pfeng;yi?

—Es 175-P. Llegó hace unos dos meses. Recuerda todo así que no está familiarizada con el comărie. ¿Hay un Neófito?

Lisa comprendió entonces la inesperada visita. John le había explicado que, aunque no hubiera leyes específicas en ese lugar, sí existía un grupo de personas que se encargaban de mantener el orden de cada Mundo. Incluía a los Pacientes más veteranos, así que Patrick era considerado parte de esa organización. Solo ellos podían hablar el idioma de aquel universo a la perfección, y así, comprender y traducir las órdenes de Quae Vox. Cada Mundo tenía a su propio grupo de Suvhâe, que velaban por el bienestar de los Neófitos principalmente; para ello, se reunían en una central, cuya infraestructura variaba dependiendo del Mundo. En Pueblito, por ejemplo, era una basílica llamada Oppidum comatis.

Jets —respondió el hombre.

Si bien entendía inglés, casi todos los encargados olvidaban su lengua materna, obligándose a emplear comărie como único recurso de comunicación.

Patrick no dijo nada. Se despidió de las chicas y cerró la puerta por fuera.

—Lisa —dijo Grace de pronto—. ¿A ti no te gusta John, cierto? Por favor, sé honesta conmigo.

—¿Cuántas veces tengo que decirlo? ¡No! —negó furiosa—. Solo es mi amigo.

Lisa pensó en cómo le había explicado todo John. Fue profundo y sincero con ella desde el día que llegó. Rieron. Él la hizo reír. La hizo sentir bienvenida, no como Patrick. Vio su sonrisa, e imaginó su risa. Nunca triste. Siempre queriendo ver el lado positivo a todo.

Su amigo. Él era su amigo. Nada más.

¿Segura?

—Ah —dijo Grace—. Qué bueno.

—¿Por qué?

Grace tragó saliva y se mordió el labio. Pero cuando miró a Lisa, formó una sonrisa de medio lado. Ella y Patrick se turnaban para comportarse de manera extraña.

—Porque sería horrible que a alguien en coma le gustara otra persona que también está en coma —comentó, mientras se examinaba las uñas con gran aburrimiento.

Lisa no podía estar más de acuerdo.


,


Indeterminado

¿Por qué nadie le creía? Lisa era su amiga. Era una buena chica, llena de cariño y compresión. Era mucho más humana que Grace y Patrick; nunca ocultaba lo que sentía. No se avergonzaba. Era abierta de mente, extrovertida y divertida.

Desde el primer día, él nunca vio más allá de una amistad con ella. Era bonita, eso no podía negarlo.

Estar con ella lo cargaba de vida. ¿No es eso lo que hacían los amigos? John se había encariñado con ella, pero era extraño, ¿por qué no le gustaba?

Era más que bonita, era hermosa, radiante. Excéntrica. ¿Eso no debía atraerle lo suficiente? Bella, amable, divertida, risueña, cariñosa... La lista seguía, pero a John no le provocaba nada más que ganas de abrazarla. Su corazón no saltaba. Tal vez él nunca se había enamorado y no sabía cómo había que sentirse al momento de ser invadido por el amor. ¿Y si le gustaba Lisa? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo descubrir lo que sientes por alguien? ¿Instinto? El suyo le decía que no, o eso creía. ¡¿Por qué tenía que ser tan difícil?! Los sentimientos, a pesar de ser suyos, actuaban de manera independiente.

John suspiró, y se echó sobre la hierba junto al río. Recordó la primera vez que habló con Lisa en serio. ¿Sintió algo por ella en ese momento? Amistad le decía su cerebro. En cambio, su corazón hablaba en una lengua que él no conocía ni podía descifrar. John cerró los ojos un momento e inhaló aire. Recordó cómo se había caído sobre Lisa. Sus labios tocando los de ella. Solo sintió un pequeño roce. Pero nada emocional, no se le puso la piel de gallina, ni se alteró su frecuencia cardiaca. ¿O sea que no le gustaba? ¿Era raro que no le gustara? ¿Estaba bien que le gustara?

Muchas preguntas siguieron surgiendo en la cabeza de John, pero solo una le preocupaba de verdad: ¿volvería a ser todo como antes con Lisa?

Vio una nube y sonrió.


,


Luego de que Grace Canalizara y desapareciera, Lisa salió abandonó la casita de Patrick para tomar algo de aire fresco.

Odiaba no ser capaz de Canalizar, a pesar de practicar. Ella nunca fue una chica brillante, era más bien del promedio (y bajo este en matemáticas). No poder Canalizar la hacía sentir inútil y desechable. Y nada, pero nada, le frustraba más que sentirse inferior al resto.

Lisa pasó por su casa. Entró y fue a buscar la única cosa personal que tenía: su mochila. La abrió y sonrió; había tres libros. Ya estaba sintiendo el vacío en el estómago, siempre le pasaba cuando no leía en un tiempo. Ahora no tenía nada qué hacer. Así pues, ¿qué mejor que disfrutar el placer de la lectura en un paisaje hermoso? Se decidió por Orgullo y prejuicio, su libro favorito de romance, aunque la literatura clásica nunca había sido su pasión. Sasha leía esa clase de libros. Lisa prefería las novelas juveniles de fantasía o ciencia ficción, algo liviano para viajar y olvidar la realidad un rato.

Tomó su ejemplar y camino hasta el centro de Pueblito. Había una fuente de mármol con un ángel en la punta. Lisa se imaginó leyendo allí, igual que en La Bella y la bestia. Pero la descartó, no había mejor lugar que bajo el árbol donde había encontrado a Patrick uno de los primeros días. Cuando él no estaba ahí, ella siempre se recostaba en ese tronco. Brindaba una gran sombra, casi era tranquilizador.

Caminó un largo rato. Pasó la Civilización, cruzó el río, llegó a la entrada Afueras —justo frente a los árboles—, e ingresó al bosque. Siguió el camino que tenía en la cabeza. Nunca fue buena para orientarse, pero luego de recorrer el lugar casi a diario, se lo había aprendido de memoria.

Se acomodó en él y abrió el libro. Podía leerlo mil veces y nunca se cansaría de Charles y Jane. En sentido literal, claro. Aún le parecía raro que Patrick leyera tantas veces un libro. Bueno, olvidaba la trama. Tenía excusa.

Lisa iba en la página veinte, cuando escuchó el crujir de unas hojas. Alguien estaba allí. Cerró el libro a regañadientes y escrutó el lugar, buscando al causante del ruido. Una rubia cabeza fue lo primero que vio. Adiós lectura.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Patrick con el ceño fruncido.

—Leyendo. —Le mostró su libro—. ¿No es obvio?

—¿Pero por qué aquí? —masculló él—. Ese es mi lugar. Siempre lo ha sido. No puedes llegar y robarlo.

—No sabía que los árboles le pertenecían a alguien.

—Ni yo que eras una ladrona. El mundo está lleno de sorpresas al parecer. —La vio directo a los ojos—. Algunas, no tan deseadas como otras. Pero así es la vida, ¿no? Qué se le va a hacer.

—Patrick. Solo quiero leer. Podrías no... Solo déjame leer.

El chico frunció aún más el ceño, dispuesto a discutir. Pero cuando vio la portada del libro de Lisa, algo cambió. Sus ojos se volvieron completamente blanco, y el poco color de su rostro, se esfumó. Parecía que en cualquier momento se iba a desmayar. Lisa se levantó de un brinco y corrió a auxiliar a Patrick. Después de todo, era su amigo. Su casi amigo su ¿conocido cercano? Sí, eso estaba mejor. Lo sostuvo para que no se cayera, y lo ayudó a sentarse en la hierba. Aunque más bien, se desplomó sobre ella. Con una mano, apartó a la chica. Lisa retrocedió, aún preocupada.

—No es nada —dijo él, recuperando la compostura—. Es que yo, conozco el libro. He leído Orgullo y prejuicio. Estoy seguro.

Lisa entrecerró los ojos, algo turbada.

—Creí que te ibas a desmayar o algo. Para la próxima, no te asombres tanto porque hayamos leído el mismo libro. ¡Me preocupé!

—No, no es eso —dijo Patrick—. Yo... vi la portada y lo recordé. Me vi leyendo ese libro. Pude ver algo de mi vida. Yo... —Se interrumpió—. ¿Te preocupaste por mí?

—¡Por supuesto que sí, tarado! Pensé que te... ¡No me des esos sustos!

—¿Por qué? —Parecía una pregunta bastante sincera. Sin trucos, sin ironías—. ¿Por qué te preocupaste por mí? No por lo que me pudo haber pasado, sino, ¿por qué te interesa lo que me pase?

Lisa se tomó la interrogante por sorpresa. Él no era amable con ella. Pero Lisa no era una mala persona, siempre que alguien necesitaba ayuda, ella se la brindaba. Además, él no era un desconocido. ¿Qué clase de monstruo no lo habría ayudado? No entendió muy bien a lo que Patrick se refería.

—Supongo que porque te conozco hace un tiempo. —Se encogió de hombros—. Y no uno normal: aquí paso más tiempo contigo que si fuera en la Vida Terrestre. Además —agregó—, aunque yo no te agrade lo suficiente, tú sí eres mi amigo. O algo parecido.

—Qué halagador.

—¿Dirás eso? —preguntó ella, con las manos en las caderas—. Esperaba más un "tú sí eres mi amiga". ¿Te ayudo y recibo eso a cambio?

—Parece que sí. —Patrick sonrió.

Lisa tuvo que resistir el impulso de borrarle la sonrisa a golpes y patadas. Ya no sabía qué más hacer. Él parecía reacio a compartir un pequeño momento de paz con ella. Una íntima charla, aún menos. Siempre que creía haber avanzado, él decía una pesadez como esa y Lisa caía en la cuenta que ambos estaban a años luz de formar una amistad.

—Patrick, por favor ¿qué he hecho yo para que me odies tanto? —inquirió ella—. Creí que ya habíamos superado esa etapa.

—Yo no te odio —repuso con una sonrisa—. Es más, si estuvieras ahogándote, y yo pasara en un bote, te saludaría.

Aquello ya era demasiado. Lisa se paró de golpe, roja por la ira (y por su cabello, claro). Quería matarlo, estrangularlo. ¡Patearlo hasta que fuera amable!

—¡Suficiente! —le gritó descolocada—. ¡Te he aguantado dos meses! He soportado tus insultos, ironías y desprecios. Y aun así, creí que podíamos ser amigos. ¡Ya deja de tratarme como basura! Yo no te he hecho nada para que te comportes así conmigo. —Recordó cuando le gritó en el Lugar Blanco, y la cara de Patrick de furia total. Pero esta cara, era un completo enigma. Como casi todo de él—. ¡No entiendo por qué me odias y exijo que me des una explicación lógica y razonable!

Patrick se levantó del suelo para quedar a su altura. Sus mejillas estaban adquiriendo un color rojizo y tenía las manos empuñadas. Su mandíbula estaba tensa y Lisa se fijó que se mordía el labio con rabia.

—¡No te odio! —le gritó encabronado—. ¡Entiéndelo de una vez!

—¿Entonces por qué eres así? —exigió saber.

Patrick se mordió el labio aún más, pero se quedó callado.

—¡Dime! —demandó colérica.

—¡¡Porque no soporto verte!! —Estaba fuera de sí—. ¡No soporto tener que verte cada día, sabiendo que tú no perteneces aquí! ¡Habrías seguido con tu vida normal y feliz de no ser porque tu estúpido novio no sabe diferenciar maldita la luz roja de la verde! —escupió con agresividad—. No lo soporto —dijo más sereno, aunque exhausto—. No puedo verte a la cara, hablar contigo, o sentarme a tu lado, porque sé que puedes morirte en cualquier segundo. Y yo... —Cerró los ojos un momento—. No sabría qué hacer si pierdo a un amigo. Si te pierdo a ti.

Lisa se quedó sin palabras.


Elizabeth seguía demasiado consternada. Patrick la estaba mirando de frente, esperando que ella le dijera algo, pero apenas podía respirar. Nunca debió abrir su boca. Menos confesarle. ¿En qué estaba pensando? En nada. Absolutamente nada. La rabia le había provocado ese ataque de sinceridad, del que se arrepentía con cada hueso, tendón, órgano y célula de su cuerpo.

La miró directamente a sus ojos azul marino. Observar a Elizabeth era igual que leer tu libro preferido. Conocías cada página, párrafo y capítulo. Entendías la forma de narrar, lo que intentaba explicar. Y aun así, no importaba, porque se podía leer diez mil veces sin aburrirse. Siempre se descubría algo nuevo y fascinante.

¿Por qué ella seguía callada? Solo estaba allí de pie, mirando un punto en la nada.

—Patrick —dijo ella. Algo corto, pero alentador. Al menos no la había dejado muda. No tener olfato, gusto y tacto ya era suficiente.

—Elizabeth —respondió él.

Tampoco tenía muchas ganas de hablar. Sino más bien, de enterrar su cabeza en el suelo durante un par de años. O tal vez, desaparecer unos meses. Aunque de querer cosas imposibles, borrar los últimos minutos era lo que más deseaba.

—¿No te caigo mal? —preguntó ella con inseguridad, casi con tono de pregunta.

—No —corroboró él—. Y lamento muchísimo cómo me comporté contigo. Sé que fui un monstro.

—Te portas tan mal conmigo que me resulta imposible pensar que te agrado.

Patrick aguardó un momento antes de responder. Ya estaba dicho. Las palabras ya pronunciadas no podían ser borradas. Permanecerían ahí siempre. Fueran hirientes, sinceras, o bellas, si la voz las decía, no podías retractarte.

—Lo sé —respondió cansado. Esa era la idea.

Esa siempre fue la idea.

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