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🌠Capítulo 12: Bajo el Gran Árbol🌠

12 días en coma


Cuando Lisa recibió un mensaje de Quae Vox, no supo si gritar o correr en círculos. Tal vez las dos. Tal vez ninguna.

El mensaje había sido corto y preciso —y en el raro idioma que utilizaban allí—: se le había asignado una casita. Y eso solo significaba una cosa, y no era nada bueno. Su estadía sería larga. Podían ser semanas, meses o años. Lisa descartó la posibilidad de "para siempre", le gustaba considerarse una persona positiva.

—No te preocupes, Lisa —la había consolado John—. Ya verás que despertarás pronto. No te quedarás aquí para siempre.

—Exacto —había estado de acuerdo Grace—. Tú no tienes mala suerte. No como nosotros, que nos moriremos de ancianos esperando nuestra Estrella, si es que no nos desconectan antes.

—Siempre viendo el vaso medio lleno, ¿no? —había dicho John con una sonrisa.

—Por supuesto.

Lisa contemplaba el techo de lo que sería su nuevo hogar mientras recordaba la pequeña charla de apoyo. Ella sabía que sus padres jamás la desconectarían. Ese no era el problema. El dilema era mucho más grave: ¿Cuándo despertaría? Suspiró y cerró los ojos, no servía de nada atormentarse con eso. Lo mejor era calmarse. Tenía los párpados cerrados, pero la luz del día insistía con atravesarlos y convertir la oscuridad que necesitaba para descansar, en un rojizo resplandor para nada relajante, por lo que tomó una almohada y se la colocó sobre la cara.

Alguien golpeó su puerta.

—¿John? —preguntó Lisa, aún sin abrir los ojos.

—Casi. Pero mejor. —Era la voz de Grace—. ¿Me abres tú o entro yo? —Sin esperar respuesta, la puerta se abrió. Grace entró y Lisa sintió el peso de su cuerpo sobre la cama—. Arriba, niña. —Le arrebató la almohada. Lisa gruñó, molesta de sentir cómo la luz parecida al color del fuego, penetraba en sus ojos adormilados. Aunque, técnicamente ella no podía sentir nada—. Vamos, no tenemos todo el día.

—De hecho, es lo que más tenemos —dijo Lisa con aspereza.

Se tumbó sobre la cama con la cara aplastada contra el colchón, sin ánimos de seguir charlando, y menos aún de moverse.

—No te pases de lista conmigo. —La tomó de los tobillos y la arrastró hasta la punta de la cama—. O te levantas o te boto. No bromeo.

Lisa reaccionó y se puso de pie de un brinco.

—¿Qué es tan importante? —inquirió ceñuda.

—Aprender a Canalizar. ¿No estabas emocionadísima por visitar a tu familia?

Lisa tomó un mechón de su cabello y lo enruló en su dedo.

—Supongo que ya que es oficial que me quedaré aquí un buen tiempo, la idea no me emociona.

—No puedes derrumbarte por una pequeñez como esa, Lisa. Andando, vamos a practicar.

Lisa la miró estupefacta. ¿Pequeñez? ¿Para Grace quedarse en coma por un tiempo indeterminado era una pequeñez?

Lisa quería despertar, y volver con sus amigos y su familia. Quería a Zack. Necesitaba de su risa y sus abrazos reconfortantes. Él siempre podía consolarla y hacerla sentir mejor. Lisa echaba de menos el contacto de sus labios con los de él. El fuego que sentía, y a la vez, la suave y dulce sensación de satisfacción.

Cerró los ojos un momento, y vio el rostro de su novio. Estaba sonriendo con los ojos abiertos; eran de un verde hermoso. Casi podía sentir su alegría.

—Lisa, apresúrate —le ordenó Grace.

La visión de Zack se desvaneció. Lisa volvía a estar en coma, lejos de él.

Tal vez nunca volvería a sentir su suave piel al tomarle la mano. O lo relajante que era apoyar su cabeza en su hombro; cómo calzaban perfectamente. O la felicidad de una suave caricia. Pero cabía la posibilidad de volver a verlo.

—Ya voy —respondió Lisa—. Necesito aprender cuándo antes.


,


—No te estás esforzando lo suficiente.

—Deja de fastidiarla, Patrick. Ya está cansada —la defendió John—. Lleva unas seis horas sin parar.

—Y aun así, no consigue nada —puntualizó Patrick.

Lisa le lanzó una mirada asesina. Ella estaba dando todo de sí. De verdad. Pero parecía que no era suficiente. Grace le había explicado una y otra vez cómo Canalizar. Incluso se lo había mostrado, pero ella no lo conseguía. Estaba harta de intentarlo y fracasar. Pero sobre todo, de que Patrick la molestara una y otra vez.

—Tiempo, tiempo. —Grace hizo un ademán para que se detuviera—. Será mejor que lo dejemos aquí. Podemos seguir mañana.

Lisa relajó el cuerpo.

—Y hasta la eternidad, si sigue así —comentó el rubio.

Lisa sabía que de ella dependía sacar a Patrick de ahí, aunque fuera por unas horas. También tenía claro que era lo que más quería, además de su Estrella, por supuesto. Sin embargo ella no se iba a romper la espalda para ayudar a un chico que ni siquiera era amable con ella.

—¿Cómo sabremos cuándo será mañana? Aquí el tiempo no existe, ¿o sí? —preguntó Lisa. Recordó lo extrañada que había quedado después de ver su reloj. Lo sintió como un recuerdo muy lejano.

—El tiempo no existe en ninguna parte —subrayó Grace—, es una herramienta creada por el hombre para fingir que tiene el control de todo. Lo que quieres saber es si el tiempo transcurre distinto aquí que en la Vida Terrestre, ¿cierto? —Lisa asintió, algo confundida—. Entonces no tengo la menor idea. He averiguado un poco: las horas son distintas en cada Mundo, pero no sé cuál es la que se parece más a la de la Vida Terrestre. Medimos el correr de los días con un reloj especial que está en la Civilización.

—Tengo entendido que el tiempo pasa más lento en comparación con el de la Vida Terrestre a medida que te alejas de tu Mundo asignado. Incluso puede producirse una especie de pausa temporal —informó Patrick—. Pero desconocemos cómo avanzan las horas en Pueblito.

—Prefiero no entrar en terreno desconocido —opinó John de buen humor—. Me conformo con que Quae Vox anuncie un nuevo día; el que signifiquen nueve horas o dos días en mi Vida Terrestre, no cambia que siga en coma. El tiempo de aquí es mi tiempo.

—Creo que me va a explotar la cabeza —admitió Lisa.

—¿Y ahora qué? ¿No quedamos aquí a esperar que vuelvas a fallar? —inquirió Patrick.

—¿Tienes un plan mejor? —replicó Grace con hostilidad—. No es como si tuvieras una cita muy importante, ¿o sí? ¿Acaso te llegó tu Estrella y no nos habías contado? —Le sonrió con malicia.

—Cierra el pico, Grace —escupió Patrick molesto.

—Solo era una broma, Patrick —se defendió Grace ceñuda.

—De pésimo gusto. —Pasó entre Lisa y John, y corrió hasta perderse en el bosque de las Afueras.

Hubo un silencio incómodo que Lisa aprovechó para ponerse al día con el nuevo conocimiento adquirido. Sin embargo, desistió de la idea en cuanto se le cruzó el pensamiento que un día en ese nuevo universo/mundo/dimensión paralelo podía equivaler a veinte años en la Vida Terrestre. ¿Y si al día siguiente despertaba en el cuerpo de una cuarentona, cuyos padres ya habían fallecido? ¿Y si Zack la dejaba ir y formaba una familia con alguien más?

No se preocupen, si bien ella desconocía el tiempo que llevaba en coma, yo dispongo de aquella información (protagonista 0 — narrador 1). Como bien leyeron al principio, no habían transcurrido más de dos semanas desde que cayó en coma, así que su cuerpo seguía siendo el de una atlética jovencita de dieciséis años.

Lisa pensó en lo afectado que quedó Patrick por la broma de su amiga. Lisa llevaba apenas unos días allí, y lo único que quería hacer era irse. Pero el chico había caído en coma hacía muchísimo tiempo, y ni siquiera podía recordar una pequeña cosa de su pasado. Quién sabe qué teorías descabelladas se había planteado.

Odiaba el universo de Coma, pues carecía de una verdad absoluta, y eso solo ayudaba a que Lisa se sintiera más desprotegida, casi como si flotara en medio de la nada.

—Y así damas y caballeros —oyó que John decía—, es como se caga una linda tarde. Bien hecho, Grace. Eres consiente que no tenías por qué decirle eso a Patrick. —Negó con la cabeza—. Estuvo muy mal, y lo peor es que lo sabes, pero no te importa.

A Lisa le causó ternura ver a John regañando a Grace, como un padre furioso.

—¡De acuerdo! —Grace alzó los brazos de forma melodramática—. Iré a disculparme con Patrick, que por algún motivo se puso sensible.

—Tómate algo con seriedad por solo cinco minutos. No vayas a hablar con Patrick. A él le gusta estar solo.

—Pues a mí también —sentenció Grace molesta. Cerró los ojos, murmuró algo, y una brisa blanca se la tragó al instante. Había Canalizado.

—No sé qué voy a hacer con Grace —le dijo John—. No puede huir de los problemas. Pero aun así, pareciera que siempre lo hace.

—Vale la pena intentarlo —dijo Lisa.

John le sonrió. Lisa le devolvió el gesto.

—¿Siempre tienes algo que decir?

—Por supuesto —respondió Lisa.

—Iré a caminar por allí ya que a mis dos amigos no se les ocurrió nada mejor que abandonarme, ¿vienes? —le propuso con gentiliza.

—No gracias, necesito pensar.

Lisa no estaba muy segura por qué no había aceptado caminar con él. John siempre la animaba, y la contagiaba con su alegría. ¿Eso no era malo, verdad? Estaba bien sonreír, y ser feliz. Pero, ¿todo el tiempo? Era antinatural. Uno no puede dibujarse una sonrisa con un marcador en el rostro y pretender que todo marcha bien. Una cosa es ser positivo, pero otra muy distinta es ignorar situación en la que se vive.

Como se encontraba en la periferia del bosque, decidió adentrarse en él y disfrutar de la naturaleza. Había un silencio sospechoso. Como si todos los animales hubiesen ido a buscar refugio por un depredador. Claro que no era eso: en Pueblito no existían animales, salvo los peces del río. Tendría que acostumbrarse al ruido del silencio, ese pitido inexistente que se produce en los oídos hasta ser opacado por un sonido de verdad.

Continuó explorando hasta lo más recóndito del lugar. Había plantas y árboles que ella jamás hubiera imaginado. Le llamó la atención una flor anaranjada, con motas amarillas en los pétalos y azules en el tallo, pero cuando se acercó para sentir su aroma, no percibió nada. Desventajas de tener recuerdos.

La chica estuvo a punto de regresar a la civilización, cuando algo captó su interés. A unos metros de allí, bajo un enorme árbol con hojas de colores cálidos, yacía Patrick recostado contra el tronco. Tenía un libro en sus manos, y lo leía con gran interés. Lisa sonrió.

¿Sería correcto acercarse? Ella no era cercana a él. Levantarle el ánimo era trabajo de John y Grace (más John, porque esa chica no sabía otra cosa que ser fría e insensible). Mas ellos no estaban allí.

Estaba a pocos centímetros de Patrick, pero él seguía tan sumergido en su libro que no la había visto. Lisa todavía podía arrepentirse, dar media vuelta y volver. No lo hizo. Continuó andando, y sin querer pisó una rama, partiéndola en dos y provocando un estruendoso ruido.

Patrick pegó un brinco. Buscó con la mirada el origen del sonido, y se detuvo en Lisa. Frunció el ceño.

—¿Qué haces aquí? —demandó Patrick.

—Creo que lo primero que se le dice a una persona al verla, es hola —expuso Lisa. No iba a permitir que la pisoteara. No de nuevo—. Hola, Patrick. ¿Ves? Es fácil.

—Hola, Elizabeth, ¿qué haces aquí? —inquirió de nuevo, a la vez que cerraba el libro y lo dejaba junto a él. Lisa leyó la portada. Las crónicas de Narnia: la última batalla.

—Paseaba por el bosque meditando acerca de la existencia humana, hasta que me topé con tu desagradable persona y no me quedó más remedio que venir a saludar. Es lo que hace la gente educada.

—Ya dijiste hola, puedes irte.

Lisa se sentó junto a Patrick. Este trató de ocultar su perplejidad frunciendo todavía más el entrecejo.

—Mira, sé que no partimos con el pie derecho. Y que me odias por algún extraño motivo, pero no vengo a arruinar tu paz, o lectura. —Contempló el césped unos segundos. No podía creer lo que estaba por decir—. Solo quería comprobar que estabas bien.

—¿Y por qué tendría que importante a ti como estoy?

—Porque quiero que te des cuenta que yo no quiero seguir discutiendo contigo. No tiene ningún sentido. —Hizo una pausa para tomar un tono de voz más severo—. Lo que no significa que dejaré que me trates como basura de nuevo. Puede que tú me odies, pero yo no. Quiero una tregua.

Patrick se tomó unos segundos para responder.

—Yo nunca he dicho que te odio.

Lisa pestañeó, algo turbada. ¿Estaba bromeando, cierto? Por favor, que alguien le dijera que estaba bromeando. No podía hablar en serio.

—Aunque no lo creas, las acciones demuestran mucho más que las palabras —dijo Lisa, tragándose las ganas de ahórcalo por ser un cínico—. Y tus acciones dejaron bastante claro lo mucho que me odias.

—Odiar es una palabra muy fea. ¿Qué tal, "desagradar"? —propuso con una sonrisa.

—Solo pierdo mi tiempo contigo. Dime si estás bien o no para que mi decisión no haya sido por completo estúpida.

—No, no estoy bien. Es posible que muera aquí sin siquiera llegar a los veinte años, o recordar de dónde vengo, quién es mi familia, o cómo soy yo en realidad. No tengo personalidad, no sé quién soy. —Tomó el libro con una mano, y le hizo un gesto de despedida con la otra—. Ya puedes irte.

—No, Patrick. Ya deja de echarme a un lado, ¿no ves que solo trato de ser amable?

—¿Y tú no ves que no me interesa tu amabilidad? ¿Acaso crees que lo que necesito es un amigo? —Las mejillas se le habían enrojecido de tanta rabia—. ¿Y que tú, por ser la primera voluntaria, ocuparás el puesto número uno como mejor-amiga-por-siempre y te contaré todos mis secretos y tristezas?

—No. Esperaba que dejaras a un lado tu injustificado odio hacia mí.

Lisa se levantó del suelo, y se sacudió la tierra mojada de los pantalones.

Se sentía una tonta por tratar de ayudar a Patrick con sus problemas emocionales. Estaba claro que él solo era uno de esos adolescentes, lleno de inseguridades, cuyo único pasatiempo era humillar al resto para sentirse menos miserable consigo mismo.

—Ah, y para que lo sepas —agregó Lisa, señalando el libro de Patrick—: al final todos mueren menos Susan, porque es una maldita perra que traiciona a Narnia. —Se alejó de Patrick.

—No puedo creer que me hayas arruinado el final —le escuchó decir desde lejos—. Creo que después de todo, sí te odio.

Cuenta hasta tres. Uno, dos, tres... Eso es, muy bien. No lo mates. No aún.

Lisa dio media vuelta.

—Mereces que te arruine todos lo finales, de todos los libros que leas o quieras leer, por el resto de tu vida.

—Hazlo, pero no importará. —Se encogió de hombros—. He leído este libro cuarenta y dos veces.

Lisa entornó los ojos, demostrando su desconcierto. ¿Había oído mal? ¿Cuarenta y dos veces? A ella le gustaba leer, pero eso ya era algo enfermo. Patrick se volvía cada vez más extraño y misterioso. Y Lisa, por alguna razón ilógica, quería averiguar cada vez más sobre él. Era como leer un libro sin portada o contraportada. Quizá se debía a que estaba cansada de no recibir respuestas concretas de aquel mundo, por lo que se esmeraría en hallar una verdad donde fuera, incluso en un chico.

—Sé lo que piensas.

—Tú no me conoces. No tienes idea de lo que estoy pensado —le soltó Lisa molesta.

—Así que me vas a decir que no te estabas cuestionando mi cordura, por leer un libro cuarenta y dos veces —aclaró Patrick. Aunque sonaba más bien a una pregunta.

Lisa tragó saliva. Era oficial, eso chico era escalofriante, enigmático... Y quería saber más sobre él.

¿Por qué siempre la personalidad de lobo solitario consigue atraer a las chicas jóvenes?

—Me das miedo.

Patrick sonrió complacido.

Lisa volvió a sentarse junto a él. Después de todo, no tenía nada mejor qué hacer. No, la verdad es que no tenía nada qué hacer en lo absoluto.

—¿Por qué has leído el libro tantas veces?

—John te dijo que no puedo recordar. He ahí la respuesta.

—Ha de ser horrible —opinó Lisa con profunda sinceridad—. Olvidar tu Vida Terrestre, y tu vida aquí... No podría soportar una memoria de corto plazo.

—Al menos yo sí tengo tacto, olfato y gusto —dijo a la defensiva.

—Patrick, no te estoy atacando —explicó Lisa—. Estoy poniéndome en tu lugar. Se llama empatía, por si no lo sabías.

Patrick contempló el horizonte un instante; luego suspiró y volvió a mirar a la chica.

—Sé que el algún momento conocí esa palabra —dijo frustrado—, pero es claro que ya la olvidé. Lisa se recostó sobre el tronco del árbol. Parecía que la conversación había concluido. Y para su sorpresa, era lo más que había durado sin querer freír al adolescente vivo. Era un paso, ¿no? Patrick tampoco tenía aspecto de molestarla. Estaba demasiado cansado, de qué, Lisa no sabía. Lisa no sabía muchas cosas sobre él, pero Patrick acertaba muchas veces respecto a lo que ella pensaba.

—Puedo ver lo que pasa por tu cabeza a través de tus ojos —dijo él con los ojos cerrados.

—¿Qué? —quiso saber Lisa.

—Te estabas preguntando por qué sé mucho de ti, y tú no sobre mí, ¿no es así? La respuesta es que puedo ver a través tus ojos. —Le... sonrió. ¿Sonrió? ¿Pero qué diablos?—. Los ojos son la puerta al alma.

—No puedo creer que hayas dicho eso. Es lo más cursi que he escuchado —bromeó Lisa.

Patrick frunció el ceño.

—Y yo no sé por qué sigues acá —dijo furioso—. ¿No ves que quiero leer?

—Lo siento Patrick —se disculpó—. Yo no pretendía...

—Ya puedes irte —la interrumpió impaciente.

Lisa se quedó quieta. Patrick tomó el libro y se puso de pie.

—Si no te vas tú, yo me voy. —Dio media vuelta y se perdió entre los árboles.

Por primera vez, sabía por qué Patrick se había molestado. Y estaba en todo su derecho. Había metido la pata, no lo negaba. Pero correr a pedirle perdón no parecía muy tentador.

Lisa se acostó sobre el césped de espalda y contempló las nubes. Tal vez sí era un tigre después de todo. Puso sus brazos bajo la nuca, y trató de sonreírle al cielo, pero por alguna razón, la imagen de Patrick yéndose, no se iba de su cabeza.

Suspiró, se levantó y fue a buscarlo.

Estúpida conciencia.

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