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🌠Capítulo 1: El blanco no es un color🌠

1 día en ¿?


El grito de asombro se transformó rápidamente en una silenciosa angustia, que flotó en el ambiente hasta desaparecer.

Elizabeth se encontraba en una habitación... No, en un lugar por completo blanco. No había ventanas, ni siquiera una pequeña puerta. Era imposible escapar de aquel extraño sitio; si daba un paso se arriesgaba a caer. Nada le aseguraba que una superficie se encontraba bajo sus pies, excepto donde estaba parada.

Oye, creo que estamos muertas. Eli estuvo de acuerdo con sus pensamientos.

Con mucho temor, pisó; intentó no apoyar demasiado la planta del pie en lo que podría llamarse suelo. Nada. Exhaló, aliviada. Dio otro paso, y comenzó a caminar, pese a no tener destino alguno. Continuó así por un tiempo indeterminado, podría haber sido una hora, como tres. Cuando empezó a sentir molestia en los pies, se detuvo y se sentó en el suelo para descansar. ¿Y ahora qué?, se preguntó Eli.

Pasaron los minutos, y Elizabeth no tenía idea qué hora era; sacó su reloj para averiguarlo. Pero al verlo, la sangre se le heló. El reloj estaba blanco. No supo cuándo ni cómo, pero ocurrió. Habían desaparecido los números que dicen la hora, el minutero, todo. Su costoso reloj de oro se había transformado en una especie de pulsera con un botón blanco y metálico. Como si el tiempo ya no se pudiese medir.

Horas después, seguía sentada, sin saber qué hacer o adónde ir. Solo estaba segura de una cosa: tenía sueño; los párpados le pesaban y no podía dejar de bostezar. Con lentitud, se acomodó y se acurrucó en el suelo de la forma más cómoda posible, lista para dormir. Colocó su mochila como almohada y esperó a quedarse dormida, pero no podía. No dejaba de pensar en su familia, en sus amigos, en Zack. ¿Dónde estarían? O mejor dicho, ¿dónde estaba ella? ¿Por qué su reloj se había vuelto blanco?

De pronto comenzó a recordar hermosos momentos con la gente que quería, y por fin, se durmió.



2 días en ¿?

Al despertarse, Eli sintió cada parte de su cuerpo adolorido. Resultaba muy distinto dormir en el suelo que en su cama ortopédica de miles de dólares. Aun así se puso de pie, lista para marchar hacia ninguna parte; siempre con la esperanza de encontrar algún indicio de civilización. Ya que, como no estaba soñando —una posibilidad que se le vino a mente, pero descartó al despertarse—, debía haber algo más que ese irritante color blanco en alguna parte...

Y lo había. Justo frente a ella, a unos diez metros, se encontraba un chico de unos dieciséis o diecisiete años; leía de forma muy concentrada un libro, como si no se hubiese percatado de la presencia de Elizabeth.

—¡Oye! —gritó Eli. El misterioso chico ni siquiera alzó la vista. O la ignoraba muy bien, o el libro estaba muy interesante—. ¡Hola! —exclamó, mientras se acercaba.

El adolescente levantó la vista con desgana, observando con hastío a Eli; de inmediato volvió a su lectura. Elizabeth continuó caminando en dirección al extraño lector.

—Hola —dijo, a la vez que tocaba el hombro del chico.

Tenía tantas preguntas para él: ¿Dónde estaban? ¿Cómo llegaron? ¿Estaban muertos? Pero no podía perder la compostura, razonó que si quería respuestas, debía controlarse. Nadie le tomaría atención si actuaba como una loca.

—Ya era hora —respondió él arrogante. Sacó un marca páginas de su bolsillo, lo colocó donde terminó de leer y cerró el libro. Luego se levantó y por primera vez, le sostuvo la mirada a Eli durante más de un segundo—. Patrick. —Extendió con seriedad y profesionalismo su mano.

Elizabeth le estrechó la mano con incomodidad. Estaba perpleja por la frialdad con la que se dirigió a ella. Nunca antes había conocido a un adolescente tan poco expresivo como él. Su mirada era seca, ininteligible, como si una aspiradora hubiese acabado de absorber todas sus emociones. Lo más extraño era que las facciones de su rostro no demostraban esa severidad. Su tez era blanca, y su nariz recta y delicada; tenía unos labios finos, pero no demasiado. Podría haber sido algo atrayente de no ser porque tenía el ceño fruncido. Estaba lejos de embelesar a alguien con su apariencia física, pero tampoco era merecedor de entrar en la lista de los chicos menos agraciados de la escuela.

—Elizabeth. —Soltó la mano del chico—. Pero dime Eli. Detesto que me llamen Elizabeth, suena demasiado formal —agregó, risueña. Tenía que conseguir la confianza de Patrick a toda costa.

—De acuerdo, Elizabeth. —Sonrió pedante—. Andando, quiero llegar pronto. Me quedé en una parte bastante buena. —Señaló el libro que tenía en las manos.

Pese a lo desagradable que resultaba Patrick, Eli se contuvo de decir algo que lo enfadara. Volverse su amiga estaba resultando más difícil de lo que ella había pensado, pero no se iba a rendir a la primera. Una gran idea acababa de aparecer en su cabeza.

El... prin... ci... pito, leyó Eli mentalmente.

El principito, me encanta ese libro, es uno de mis favoritos de hecho.

La mirada de Patrick se volvió inquisidora, y sus labios formaron una sonrisa de satisfacción.

—Interesante. No pareces una chica que sepa...

—¿De buena literatura? —Eli le interrumpió, poniéndose una mano en el pecho con orgullo.

—Yo iba a decir leer, pero supongo que eso también. —Mantuvo los labios juntos, sin esbozar siquiera una sonrisa.

—¿Por qué lo dices? —preguntó, comiéndose las ganas de callarlo con un solo golpe.

—Las adolescentes de Beverly Hills suelen invertir su tiempo y montones de dinero en otro tipo de actividades. —A pesar de la distancia física que mantenían, Eli podría jurar que aquel chico se estaba esforzando por adueñarse de su espacio personal—. ¿Me equivoco?

—¿Cómo sabes que soy de Beverly Hills?

—Solo lo sé. —Su sonrisa, además de petulante se tornó malintencionada—. Vamos. —Comenzó a caminar hacia adelante con Eli siguiéndole la sombra—. ¿Sabes algo, Elizabeth? Te agradezco por no alterarte ni preguntar cosas como loca, te sorprendería cómo reaccionan los adolescentes al llegar aquí.

—Hablas como si no fueras un adolescente. ¿Cuántos años tienes?

Patrick paró en seco y sus ojos marrones quedaron observando un punto en el suelo. ¿Había dicho algo malo Eli? Ella quería hacerse amiga de Patrick, y conocerlo un poco más. Pero si el enigmático chico se comportaba de forma rara siempre, iba a ser un trabajo duro, por no decir imposible.

—Dieciséis. —Cerró los ojos y apretó los puños con firmeza—. ¡Diecisiete! Los cumplí aquí. —Volvió a abrirlos, pero siguió plantado como un árbol mirando hacia la nada. Sin duda había sido lo más extraño que Eli había visto. Fue como si él hubiese olvidado su edad, pero eso era imposible...

Elizabeth y Patrick no volvieron a dirigirse la palabra hasta llegar a una peculiar puerta de madera. No era rústica, de hecho estaba muy bien tallada, con detalles muy finos y elegantes. Patrick acercó su mano al pomo de la puerta.

Sin duda era raro. Un pedazo de madera en medio de la nada. ¿Hacia dónde conduciría? Eli estaba a punto de perder la cordura, no resistiría mucho más sin hacer preguntas. Y, después de todo, encontrar a Patrick no había significado que su angustia se evaporara en el aire como ella ingenuamente pensó.

No lo soportó más.

—Patrick, por favor. Dime si estoy muerta.

—No. —Hizo una pausa para darle más dramatismo—. No estás muerta...

El chico masculló una palabra para sí mismo, sin embargo Eli captó cada letra pronunciada por sus labios. A—U—N. Un frío le recorrió toda la espina dorsal.

—¿Estoy viva?

Silencio. El adolescente ni se inmutaba en ocultar lo mucho que se regocijaba con la desesperación de Elizabeth.

—¡Por favor! —pidió la chica con voz suplicante—. Estoy harta de ver este estúpido color blanco.

—Elizabeth —la llamó exasperado—, el blanco es un tono, no un color. —Negó con la cabeza varias veces, a la vez que chasqueaba la lengua—. Tu profesora de artes ha de sentirse muy decepcionada de ti. Es materia de primaria.

Abrió la puerta.

—Después de mí —anunció Patrick con falsa cortesía.

Y sin más, se sumergió en la oscuridad.




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