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Tres

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Por alguna rara situación, todos querían que pasara tiempo de calidad con Gabriel. Pero lo que ellos no entendían, era que ver a Gabriel era como ver a su padre, y aún no me acoplaba a la sensación que me propiciaba Daniel.

Incluso mi mamá quería que pasara más tiempo con él, pero yo sabía de ante mano que ella sólo lo hacía para poder ver a su padre de vez en cuando. Mi mamá estaba completamente embobada con Daniel, y no quería arruinar su felicidad ni aunque me costara la vida. Miranda por fin había encontrado a alguien que le gustara y yo también.

El sonido de la campana me volvió a traer a la realidad. Había terminado la clase, y era hora de irme a casa. Había checado que no se me hubiera olvidado nada abajo del pupitre, y después salí directo al autobús. Estaba tan concentrada en no perderlo cuando dos personas me cerraron el paso. Alcé la mirada y vi a Carolina y Amanda.

No entendía nada. Se supone que a esta hora ya debería de estar el autobús esperándonos, no había nadie en los pasillos.

Era receso.

Amanda quería fumar, así que fuimos a los sanitarios. Y después de que saliera la última maestra, empezó a prender el cigarrillo. Por esa vez me abstuve de fumar, no quería que el tiempo espacio me comiera otra vez y ver que solo me quedaba la colilla entre los dedos.

- ¿Y bien? -preguntó Amanda con curiosidad. Sus marrones ojos me miraban con desesperación por saber una respuesta de la que no sabía ni la pregunta.

- ¿Hay alguien que deleite tus pupilas? -preguntó Carolina, imitando con dramatismo a la maestra de literatura.

- ¿Qué? ¡No! ¿De qué están hablando? -tomé un mechón de cabello y lo puse a bailotear entre mis dedos.

- ¡Ay por Dios, Romina! -comentó Amanda demasiado animado. Muy animada, como si ella supiera mi secreto.

Me les quedé viendo, esperando que ellas me dijeran cuál era la respuesta correcta. Mis ojos realmente no intimidaban tanto como los marrones de mis amigas. ¿Qué debía decir? ¿Debería decirles que en ese preciso momento peleaba conmigo misma para no volver a tomar mi grisáceo pasado? No, en definitiva que no.

- En realidad no tengo ni idea de qué están hablando -hice una mueca, me miré al espejo y acomodé mi cabello.

- ¿En serio que no te gusta nadie? ¿Ni siquiera del club al que fuiste?

- Bien -les di una mirada rápida, temía que si me les quedaba viendo por más tiempo se dieran cuenta que mentía-. Hay alguien, va al club, y... se podría decir que lo veré seguido -vi sus caras de emoción. En cualquier momento me estarían preguntando el nombre del susodicho-. Pero no les diré su nombre hasta que este segura de lo que siento, ¿de acuerdo?

- Completamente de acuerdo -finalizó la charla Amanda, quien aventó lo último del cigarro al retrete y tiro de la cadena para que se fuera la evidencia.

Llegar a casa y ver a mi madre en el sillón, viendo la televisión y dejando a un lado su celular era una de las más grandes alegrías que podía tener a estas alturas. Mi mamá suspiraba de amor, eso era algo bueno después de lo de mi padre. Me encantaría verla feliz una vez más, pero feliz con alguien que no fuera Daniel.

Habían pasado años en donde veía a mi madre de color azul, un color que portaba con indiferencia y no le importaba quedarse estancada en ese color, sin querer experimentar lo que se sentía ser parte de un arcoíris lleno de vida. En este momento la veía color rosa de amor.

Era viernes por la tarde, y mañana empezaría mi primera clase de tennis, gracias a la ayuda de Daniel. El papá de Gabriel había metido mi solicitud entre todas las que estaban por revisarse, en la semana llamaron para que fuéramos a pagar la primera mensualidad del club.

Fuimos a una de las plazas de la ciudad, en donde estaba la tienda que vendía artículos deportivos. Compramos mi uniforme de tennista, que no consistía en otra cosa que un enterizo color blanco. En realidad sabía que usar ese color no era buena idea para alguien que su vida consistía en otros gustos aparte del blanco y negro.

- En realidad no quisiera utilizar el color blanco, mamá.

- ¿De qué hablas, cielo? Es un color hermoso, donde demuestra tu pureza -me tomó por los hombros y me hizo verme al espejo, esperando que entrara en razón.

Salí del vestidor, con el uniforme aún puesto. No habían pasado más de cinco minutos desde que mi madre había salido, cuando vi que hablaba con él. Estaba hablando con Daniel, quien se mostraba tenso y algo apresurado. Vi a Gabriel caminar hacia mí, haciendo que mi vista se centrara más en él que en su propio padre.

- Se te ve bien, ¡eh!

Por un momento había olvidado que traía el uniforme puesto. Me apené, en realidad sentía como si estuviera en ropa interior. Llevé mis brazos al pecho, para cruzarlos y sentirme más protegida. Quería salir corriendo de ahí, ponerme mis vaqueros y blusa y olvidar todo ese revoltijo de emociones que me envolvían poco a poco.

- ¿Qué hacen aquí? Tu... Tu papá se ve apurado.

- ¡Sí! Compras de último momento... Nuestro perro ha masticado una de nuestras pelotas de tennis, y hemos venido a comprar una nueva -hacía otra vez ese ademán, de quererse agarrar el cuello pero a la vez la cabeza.

Volví la mirada hacia mi mamá, e inconscientemente terminé mirando a Daniel. Lo vi sonriente con mi madre, después de que ella le hiciera la plática. Él volteó, me sonrió y saludó a lo lejos con la mano. Hice lo mismo.

- Ya me voy -miré a Gabriel, quien sonreía con fervor. Tenía las mejillas tensas por tanto sonreír- . Mañana te veo, adiós.

Al llegar a la casa fui a acomodar todo para mañana, y al aventarme a la cama para por fin dormir, no lo pude hacer. Esperaba con ansias que el día de mañana llegara, que no me di cuenta que no había dormido lo suficiente para dar mi todo en la cancha en mi primer día.

El día estaba nublado, pero eso no dejaba que la humedad y el calor se mezclaran tanto para ser uno solo y atosigara a cualquiera que se encontrara afuera del aire acondicionado. Eran doce menos cuarto, y mi clase ya estaba por comenzar. Nos habíamos sentado en una de las mesas en las afueras de la cancha, en donde una sombrilla nos abrigaba de los nulos rayos de sol.

Daniel estaba jugando con unos de los que suponía, eran sus alumnos. Gabriel estaba en otra cancha, con niños explicándoles cómo era la forma correcta de agarrar la raqueta. Lo admito, verlo explicar a otros menores que él lo hacía tierno.

Faltaban menos de diez minutos para que diéramos comienzo a esto. Miranda, mi madre, pidió un bloody Marie para quitarse el agobiante calor. Si claro, el calor...

- Siéntate derecha, Romina -me regañó mi madre. En realidad quería dar una buena impresión. La obedecí, puse mi espalda lo más erguida que pude, sacando mis pequeños senos, y alzando la barbilla para que se notara el filo de la mandíbula-. Mucho mejor -sonrió.

Cuando menos me di cuenta, los dos ya se estaban acercando a nuestra mesa. Tuve que tranquilizarme antes de hacer algo de lo que me pudiera arrepentir. Venían muy animados para ser esas horas de la mañana. Mi madre ya se iba levantando de su asiento, alisándose la ropa.

Gabriel le había aventado una toalla a su padre, quien se quitaba el poco sudor de la cara. Nos dirigió una dulce sonrisa, y entonces todo lo que veíamos era su radiante destello. Me levanté, para recibirlos con un fresco abrazo. Gabriel me tomó en sus brazos y me dio un abrazo más largo de lo usual, y a Daniel sólo pude brindarle una penosa sonrisa de medio lado.

Nos sentamos todos en la mesa, y los adultos comenzaron a platicar. Yo estaba exorbitada a cada contestación que daba Daniel acerca de los mejores lugares de la ciudad. Por un momento había olvidado a lo que en realidad venía.

- ¡Ya es hora de tu primera clase! -Gabriel me sacó parcialmente de la conversación-. Será mejor que ya empieces.

Me empezaba a sentir emocionada, sentía el color amarillo correr por mis venas y mis pupilas sumamente dilatadas. Definitivamente estaban iluminando cada parte de mi oscuro ser con la luz que irradiaba el amarillo. Cuando menos vi ya estaba caminando a la cancha, sin saber si en esa me correspondía el entrenamiento.

Gabriel me alcanzó antes de que me pudiera ir a otro lado. Esperaba a Daniel con ansias, pero nunca vi sus intenciones de pararse y venir a enseñarme el deporte.

- ¿Acaso tu papá no es el entrenador? -pregunté, después de que veía a Daniel y a mi madre sonrientes.

- Él solo da clases para niveles más altos... Yo te enseñaré lo básico, antes de pasar con él-sonrió y me dio la raqueta que había olvidado en la mesa.

Antes de poder objetar acerca de que él me enseñara tennis en un club en donde había pagado para un entrenador profesional, Gabriel rebotó la pelota, la agarré en el momento exacto y dejé de mirar en dirección de mi madre.

Lo que quedaba del sábado me quedé en completo silencio. No hablaba si no me apetecía, y me abstenía de dar una oración completa. En realidad, muy adentro de mi mente, me preguntaba que tanto hablaría mi mamá con el padre de Gabriel. ¿Por qué tantas risas? ¿Qué era tan chistoso que mi madre no paraba de negar con la cabeza mientras cesaba su risa?

El domingo por la noche no podía dormir. No sabía exactamente que hacían esos ojos color ámbar, marcados en mis parpados. Estaba inquieta por saber de quién de los dos eran esos ojos. Unos ojos que eran idénticos, y sólo cambiaba la forma en la que miraban.

No pude dormir en absoluto al estar pensando en que si eran los ojos de Gabriel, o los de Daniel, los que me daban insomnio con tan solo imaginarlos. Ahora estaba metida en un grande lío. Uno enorme del que no sabía si volvería a salir con vida, y uno del que pensé se había alejado en cuanto cambié de ciudad.

Sólo dos meses y medio y esa pesadilla se iría antes de que pudiera decir tennis.

En la madrugada no me quería ni levantar. Abrí los ojos cuando la alarma empezó a sonar más fuerte, y entonces pensé si era necesario tener el certificado de preparatoria...

Decidí irme hasta atrás del autobús, en donde ya quedaban pocos lugares en donde Gabriel no podría sentarse y hacerme plática para saber cómo pasado el sábado en mi primera clase de tennis. No quería hablar por ahora con él.

Corrí al salón en cuanto el timbre había sonado. Habíamos llegado tarde por culpa de una chica, de quinto grado. Agarrando un lápiz entre los dientes, y con la mochila abierta, atiborrada de cuadernos, iba apenas llegando al salón. No había nadie.

- ¡Maldición! ¡No puede ser cierto! -miré a ambos lados del pasillo, estaba segura que ese era mi salón, no me había perdido. Vi a la prefecta caminar-. Buenos días prefecta -ella me sonrió-, quería saber qué ha pasado con la clase de comunicación con la maestra Ericka.

- Los hemos acoplado a un nuevo salón, dado a que la maestra ha renunciado. Ven, deja te llevo a tu nuevo salón.

Esperaba que me llevara al salón en donde Amanda y Carolina tenían la misma materia que yo, pero al doblar por el pasillo me di cuenta que no estaría en esa clase con mis amigas.

La prefecta tocó la puerta de un salón. Adentro estaba oscuro, y sólo se veía una luz proveniente de un cañón. Escuché como la prefecta se disculpaba por la interrupción, pero me iba a agregar al grupo. Entré después de escuchar al profesor aceptar.

Vi por todos lados para encontrarme con una cara conocida, y claro que lo hice. A mitad del salón reconocí la cara de Gabriel. Me había tocado en su clase hasta que acabara la materia.

- Pero tome asiento señorita, estábamos viendo un documental acerca de la radiodifusión del país.

Las piernas me pesaban, y cada paso se hacía lento.

Había una banca desocupada dos asientos enfrente a la izquierda de Gabriel. Por lo menos no estaría tan cerca de él para que me hiciera plática en la clase. Volteé por inercia, y me topé con su amielada mirada. Lo saludé con un ademán y me volteé antes de preguntarle por su padre.

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Hola caramelossss espero les haya gustado este nuevo capítulo. Aquí les dejo el doodle de Gabriel.

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