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Seis.

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Me encontraba ante la más difícil decisión en mi vida. No sabía si era lo correcto, o si me arrepentiría en un futuro, pero estaba decidida a hacerlo.

Me vi por última vez al espejo con el cabello largo, la estilista dio media vuelta la silla y empezó a cortar el cabello. Escuchaba como las hojas de las tijeras rozaban y me encogía al imaginar mi cabello cayendo al suelo.

Mala decisión Romina. ¡Pégate el cabello! ¡Recógelo y pégatelo!

Dicen que cuando una mujer se corta el cabello es porque se avecinan cambios en su vida... Yo, por otra parte, quería cortarme el cabello para olvidar todo lo inmoral. Veía mi cabello y era como una enredadera que crecía con cada deseo indecoroso que tenía, y era hora de cortar lo malo desde la raíz. Ahora cuando me viera al espejo no vería mi grisáceo pasado, sino un presente que pintaba ser blanco (si lo mantenía así al no hacerle caso a Daniel).

Cerré los ojos y traté de concentrarme en otras cosas que no fueran los mechones de cabello marrón que ahora ya no tenía conmigo.

Bien, faltan cinco... No, faltan seis horas para que Daniel... Digo Gabriel esté en la casa.

Si le quitamos las hora que nos tardaríamos en arreglamos serían cinco horas... Restémosle otra en lo que mi madre trata de cocinar una tarta... Dos menos en lo que mi madre va a comprar una tarta y la comida que no supo hacer... ¡UNA HORA!

— ¡Listo! Ya no más cabello corto —dijo la estilista—. Espero no te arrepientas más tarde.

— Me arrepiento ahora —dije tras ver como mi cabello rozaba mis hombros.

No me sentía yo, y eso era bueno.

— ¡Tranquila! De todas formas te ves encantadora para tu compromiso en la noche —me guiñó el ojo.

Sí, definitivamente mi madre estaba tan emocionada que le contaría a cualquiera que se le atravesara sobre su cita no oficial de hoy en la noche.

Llegando a la casa mi madre dejó cocinando algún tipo de guisado exuberante, para impresionar a Daniel con su magnífico sazón en las artes culinarias, pero al ser la primera vez que cocinaba algo que desconocía su sabor.

— ¡Mamá! Se está quemando tu... ¿Comida?

— Sólo apaga la estufa, y vete a arreglar. Ya falta poco para que vengan.

Hice lo que me pidió, y subí a prepararme para la ocasión.Saqué del closet la bolsa con el vestido. Lo miré una vez más y me imaginé en él.

Ya no hay más pasado. Ya no hay pasado en mí. Tomé aire, y empecé a vestirme.

Un brazo por aquí, el otro por allá, y la cabeza por el hueco más grande caberá. Aún no estaba lista, tenía dieciocho y a pesar de mi edad no me gustaba demasiado el maquillaje y sus efectos. Pero hoy era un día especial, así que quería maquillarme aunque sea un poco.

Fui directo al cuarto de mi madre, para que me prestara un poco de base, rímel, blush, y un labial.

— ¡Mamá..! —entré a la habitación gritando, no sabía que mi mamá estaba arreglándose.

Miranda saltó del susto, estoy agradecida de que no estuviera en ropa interior, o maquillándose. De ser así con la primera opción gritaría y saldría de la habitación; Y con la segunda, probablemente mi madre se hubiera maquillado mal.


— ¡Qué es lo que quieres, Romina! ¿No podías tocar antes? ¿Qué tal y me he estado cambiando?

— Perdón —me hundí de hombros―. Sólo quería que me prestaras tu maquillaje.

— Tómalo, y apresúrate. Te estaré esperando abajo —vio el reloj de muñeca y se asombró— ¡Ya son las siete y media! Iré a sacar la comida de las bolsas y hacer aparentar que he cocinado yo.

Salió rápido de la habitación. Pude escuchar sus tacones al bajar las escaleras, salí de prisa con la cosmetiquera, me asomé por el barandal y le grité:

— Sabrán que no has cocinado tú —dije cantando.

— ¡Lo sabrán si lo estás gritando! —contestó después de unos segundos.


Empecé a maquillarme, un poco de base, enchinar las pestañas y ponerles rímel. Ponerme blush, y por último estaba el labial. Mi madre se había colocado un labial con el color vino, haciendo resaltar sus finos labios.

Cuando estaba por ponerme el labial, escuché el motor de un carro estacionándose. Apagué la luz del cuarto, y en puntitas me fui hacia la ventana. Abrí la cortina lo suficiente para que uno de mis ojos pudiera ver qué pasaba.

Vi a Gabriel y a su padre bajándose. Ambos venían muy formales: Gabriel con una camisa blanca y suéter color amarillo pastel, y Daniel venía de traje.

Me apresuré a colocarme el labial, palpé los labios varias veces para que el color rojo quedara uniforme.

— ¡Romina, cariño! ¡Baja ya!

Antes de abrir la puerta de la habitación, tomé aire y me convencí a mí misma de que todo saldría bien.

Bajé las escaleras sin prisa, cuando di la vuelta para el último par de escaleras vi a Gabriel. Sonreía al verme. Mis mejillas se enrojecieron.

Vi que Daniel le hablaba a mi madre, pero ésta, por verme bajar las escaleras hizo caso omiso a lo que le decía.

— Bueno, ya que Romina ha bajado, será mejor que pasemos a cenar.

— ¡Vaya! —musitó Gabriel—. Te ves realmente hermosa.

—Gracias —en ese momento quería juguetear con un mechón de cabello, pero al llevar la mano a donde se suponía que tendría el mechón, me acordé que me había cortado el cabello horas atrás.

—Se te ve bien ese nuevo corte, Romi —comentó Daniel.

Lo miré estupefacta al saber que lo había notado. Sonreí con timidez

Miranda se quedó viendo la manera en la que Gabriel me sonreía y me miraba. Lo que ella no había visto, fue la forma en la que padre e hijo me daban el paso hacia la mesa, ambos sonrientes.

Mi madre pasó al comedor sin esperar que nadie la invitara, y así fue como me quedé segundos a solas con dos hombres que me invitaban a pasar antes que ellos.

No fue hasta que entré yo, que ambos entraron al comedor.

Miranda apareció con platos para nuestros invitados llenos de lo que parecía carne con espagueti. Yo fui por el tazón con la ensalada, y las copas para servir agua y después un poco de vino.



Me encontraba batallando al cortar la carne en lo que Daniel y Gabriel tenían una conversación interesante sobre cómo era su vida, las cosas rutinarias que hacían y cómo sobrevivían sin una mujer que les hiciera los quehaceres o les cocinara. Sería mejor que mi mamá se saliera de esa conversación lo más rápido posible, antes de que se enteraran que la comida era comprada de un restaurante italiano.

— ¿Me podrías pasar la ensalada? —preguntó Gabriel.

Alcé la mirada y vi cómo se reía de mi intentó por cortar un pedazo de carne.

—Seguro —cogí el tazón y se lo pasé.

Mis ojos pasaban de Gabriel a Daniel en cuestión de segundos. ¿A quién debía de admirar más esta noche? Los dos se encontraban realmente apuestos. El único par de ojos de color en la habitación navegaba por el contorno de la cara de Gabriel una y otra vez, tratando de memorizárselo, para que una vez que se fueran de la ciudad lo pudiera recordar con claridad.

Nunca supe cuándo ni cómo pasé de apreciar a Gabriel, a mirar con lentitud a Daniel. Miraba esos ojos que le había heredado a su hijo, unas gemas color ámbar que te daban ganas de perderte en ellos una y otra vez, y esa sonrisa resplandeciente que... ¡Maldición me encontró viéndolo!

Daniel se señaló la barbilla, para indicarme que estaba manchada con algo. Agarré una servilleta de tela y me limpié, miré de nuevo al papá de Gabriel y me guiñó el ojo. Me sentía realizada y apenada al saber que todos me estaban viendo. ¿Se darían cuenta?

— ¿Quién quiere postre? —ofreció mi madre con ánimos.

Acompañé a mi madre a la cocina, para llevar las tartas que había comprado. Las servimos en platos limpios y empezamos a charlar.

Cuando menos nos dimos cuenta ya eran las once de la noche. Ya se tenían que ir, vivían algo lejos de nosotras, y aunque no había tráfico a esas horas un sábado por la noche, querían llegar a descansar para mañana irse nuevamente al club a dar clases.

Los acompañamos a la puerta, la brisa era refrescante. Cerré los ojos y me detuve a sentir el frío viento.

— Yo, eh... Lamento no haberte traído un obsequio —abrí los ojos y vi a Gabriel—. No sabía que podría gustarte, así que no quise arruinarlo, pero si me dices qué es lo que más quieres haré lo posible para dártelo.

Esa era una pregunta que se podría contestar con un nombre, pero en ese momento ya no sabía el nombre de a quién quería.

— No hay problema —le sonreí—. Con que ustedes hayan venido es más que suficiente.

¿Qué se supone que le diría? ¿Traerme a tu padre con un moño? ¿O, ponte un moño y quédate conmigo? ¡NO!

— Gabriel, hay que irnos —le gritó Daniel, desde su auto. 

Lo acompañé hasta al carro, en donde se encontraba mi madre con Daniel, esperando a su hijo.

— Adiós, pequeña —Daniel se inclinó un poco y me abrazo—. Y nuevamente felicidades.

No podía con eso, realmente estaba confundida en esos momentos, y llega él y me hace quererlo aún más...

— Nos vemos el lunes en comunicación —y antes de que le contestara, Gabriel besó mi mejilla, dejándome aún más boquiabierta de lo que ya estaba.

Esto era un cuadrado amoroso en el que nadie se gustaba de vuelta. A mí me gustaba Daniel, yo le gustaba a Gabriel, y por último a mi madre también le gustaba Daniel. Esto era un caos del que nadie saldría vivo. 


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Hola caramelos, les traigo el capítulo #6 de colors, espero les guste mucho. 

Por otra parte, les quiero presentar a Gabriel de carne y hueso 

Como pueden ver hay una frase que Gabriel dice, y bueno... creo que ya sabrán cómo acabará todo esto. 

¡No olviden votar y comentar! Es muy importante para mí saber que opinan de esta historia. 

-Con cariño iQueBooks 

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