ROSA (Versión de Amazon)
ÚLTIMO CAPÍTULO PUBLICADO AQUÍ DE LA NUEVA VERSIÓN.
Para leer mas el link del libro está en mi perfil
No era raro pensar que ahora todos querían que pasara más tiempo a solas con Gabriel. Pero lo que ellos no entendían, era que verlo era como estar observando a su padre, y para ser sincera..., aún no me acoplaba a la sensación que me propiciaba Daniel con tan solo imaginarlo. Ya no podía estar con Gabriel sin pensar en que él era una copia pequeña y con algunos errores, de lo real e interesante que había llegado a mi vida.
Me había obsesionado con alguien a quien no conocía, pero sentía que lo hacía; de alguien que proyectaba toda esa pasión figurativa.
Incluso mi mamá quería que pasara más tiempo con él, pero yo sabía de ante mano que ella sólo lo hacía para poder ver a su padre de vez en cuando. Mi mamá estaba por completo embobada con Daniel, y no quería arruinar su felicidad ni aunque me costara la vida. Miranda por fin había encontrado a alguien que le gustaba, y yo también. Oh madre... ¿por qué nos persigue la tragedia?
El sonido de la campana me volvió a traer a la realidad. Había terminado la clase, y era hora de irme a casa. Había checado que no se me hubiera olvidado nada abajo del pupitre, y después salí directo al autobús. Estaba tan centrada en no perderlo que cuando dos personas me cerraron el paso me sobresalté. Alcé la mirada y vi a Carolina y Amanda con los ánimos por las nubes.
No entendía nada. Se suponía que a esta hora ya debería de estar el autobús esperándonos, pero no había nadie atiborrando los pasillos. Cuando mis amigas se apiadaron de mí, una Romina atolondrada, me explicaron que era el receso.
Amanda quería fumar, así que fuimos a los sanitarios. Después de que saliera la última maestra, Carolina empezó a prender el cilindrín. Por esa vez me abstuve de consumir tabaco, no quería que el tiempo espacio me comiera con rapidez para ver que solo me quedaba la colilla entre los dedos. Desde el sábado por la tarde me encontraba de esa forma. Sentía que el tiempo volaba y que no encontraba una explicación para todo eso que me pasaba, siendo que muy en lo profundo de mi cabeza yo sabía la respuesta.
—¿Y bien? —preguntó Amanda, con genuina curiosidad. Sus marrones ojos me miraban desesperados por saber una respuesta de la que no sabía ni la pregunta.
—¿Hay alguien que deleite tus pupilas? —preguntó Carolina, imitando con dramatismo a la maestra de literatura.
—¿Qué? ¡No! ¿De qué están hablando? —Tomé un mechón de cabello y lo puse a bailotear entre mis dedos.
—¡Ay por Dios, Romina! —comentó Amanda, demasiado animada e inmoderada, como si supiera el secreto que ocultaba y carcomía mis entrañas todos los días sin falta.
Me les quedé viendo, esperando que ellas me dijeran cuál era la respuesta correcta que debía decir. Mis ojos no intimidaban como los marrones de mis amigas, y eso me tenía en desventaja. ¿Qué debía decir? ¿Debería decirles que en ese preciso momento tenía una pelea conmigo misma para no volver a tomar mi grisáceo pasado? ¿O acaso ellas ya lo descubrieron?
—En realidad no tengo ni idea de qué están hablando —Hice una mueca, me miré al espejo y me acomodé el cabello para evitar pensar en algo que las llevara a otra pregunta.
—¿En serio que no te gusta nadie? ¿Ni siquiera del club al que fuiste?
Sentí como los ojos se me abrían de una forma desorbitante. Lo sabían. No, ¿cómo podrían?
—Bien —Les di una mirada rápida, temía que si me les quedaba viendo por más tiempo se dieran cuenta que mentía—. Hay alguien, va al club, y... se podría decir que lo veré más seguido de lo normal —Vi sus caras de emoción. En cualquier momento me estarían preguntando el nombre del susodicho—. ¡Pero no les diré su nombre hasta que esté segura de lo que siento!, ¿de acuerdo?
—Muy de acuerdo —replicó Amanda, quien aventó lo último del cigarro al retrete y tiró de la cadena para que se fuera la evidencia.
—¡Aunque ya sepamos el nombre del chico del que nos hablas! —exclamó Carolina.
—¿Qué? —pregunté, confundida.
—¡Nada, nada! No le diremos a nadie que esa semilla de amor está empezando a germinar... Tengo que serte sincera —añadió Carolina—, sabía que pasaría. A todas alguna vez nos hizo sentir así él.
—¿Ah sí? De acuerdo —Me emocioné por un instante al pensar que no había sido a la única que le había pasado esto. No están hablando de Daniel, sino de su hijo, ilusa.
Me encontraba color rosa en ese momento. Tal vez durara así un buen tiempo hasta que de nuevo me viera manchada y ensuciada por el otro color que no debo recordar.
Era rosa por lo fantasiosa y deseadora de algo que no podría pasar nunca, ya que está mal visto por todos. O tal vez rosa por lo enamorada que me sentía. Cualquiera que fuere la razón por la que estaba pintada de ese lindo color, no quería dejarlo.
Cuando se escuchó la campanada que —ahora sí— era la última, me hizo querer salir volando para llegar a mi hogar lo más rápido que pudiera. Fui de las primeras en subir al autobús, y escoger un lugar que tuviera ocupado el que le precedía, para así evadir a Gabriel.
No quería hablar y decirle cosas sin sentido, u otras que me delataran. No quería arruinar las cosas con él, tampoco la amistad que habíamos hecho. Pero la amistad que hiciste con él se vio destruida una vez que te fijaste en su padre...
La oscura cabellera de Gabriel se hizo presente en el autobús. Estaba segura de que quería sentarse junto a mí, pero para su desgracia me había sentado en los asientos de atrás, los cuales ya estaban ocupados. Le ofrecí una disculpa con tan solo mover los labios, él asintió y se sentó en algún lugar desocupado.
En cuanto el autobús arrancó me puse los audífonos y cerré los ojos. Sabía que más adelante el transporte se vería vacío, dejándonos solos a los dos. Pero, ¿cómo me hablaría si yo estaría dormida? Buena estrategia.
Hacía un buen tiempo en el que el automóvil de color amarillo me llevaba y traía a casa que ya sabía los tiempos que hacíamos hasta la casa de Gabriel y hasta la mía. Así que tuve que contenerme las ansias de abrir los ojos y fijarme en cómo Daniel recibía a su hijo en la entrada de su casa.
Para cuando llegué a la mía, vi a mi madre en el sillón mirando la televisión, dejando a un lado su celular; esa era una de las más grandes alegrías que podía tener a estas alturas. Miranda suspiraba de amor, eso era algo bueno después de lo sucedido con mi padre. Me encantaría verla dichosa, pero con alguien más.
Habían pasado años en donde veía a mi madre de color azul. Ese color que portaba con indiferencia y no le importaba quedarse estancada en él, sin querer experimentar lo que se sentía ser parte de un arcoíris lleno de vida. En este momento compartíamos la misma tonalidad.
—Hola mamá.
—¡Hija! ¿Cómo te ha ido en la escuela?
—Bien —contesté con recelo—. ¿Está todo bien?
—Seguro, cariño. ¿Por qué no debería de estarlo? —Arqueé una ceja—. Por cierto, Daniel llamó. Aceptaron tu solicitud para entrar al club, ¿no es una maravilla?— ¡Conque eso era!
—Sí, es una maravilla. Es magnífico, y no me refiero a la noticia, madre. Así que —Caminé hacia ella—, ¿él será mi entrenador?
—Es lo más seguro cariño, a menos que te quieras cambiar de deporte.
—Estoy bien con el tenis —Sonreí y ella me regresó el gesto.
—Muy bien, es hora de comer. Hacía años que no cocinaba tu platillo favorito, así que espero que haya quedado bien.
En los cuatro días restantes para el viernes, me acoplé a la forma tan risueña que había tenido mi madre. Incluso dejé que Gabriel volviera a hablarme —el cual se le veía lo que le seguía de contento—. Él era uno de esos chicos que por menos acciones que hiciera dentro de su plan de conquista, ya traía suspirando a más de una que no era su pretendiente. Qué pena que conmigo no funcionaba eso... Pero tenía que fingir que sí.
Por ratos, cuando hablaba con él, mis ojos se cerraban fortuitamente e imaginaba que Daniel me hablaba, que su cara era la que en realidad tenía enfrente de la mía; que la colonia que olía no era la de Gabriel, sino la de él.
No dejaba de pensar en él. Me traía tan carismática, tan llena de vida que ni yo me reconocía. ¿Está mal el cómo me siento? No. Pero está mal lo que le estás haciendo a Gabriel. Sabía que no tenía que ilusionar al pelinegro por ninguna circunstancia, y menos al reconocer que mis sentimientos se estaban aclarando a favor de alguien más. No debía, pero lo hacía al saber que al estar con él era como tener una puerta abierta para ver a la otra persona.
—¿Y qué tal te pareció el club? —preguntó Gabriel. Estaba cruzado de brazos, recargándose en la mesa, para acercárseme más.
—¡Es precioso! No sabía que un club deportivo podía llegar a ser así...
—¿Cómo pensabas que podría ser? ¿Lóbrego, con olor a sudor y con puros hombres? —Asentí con lentitud. Me apenaba tener que admitirlo. Él sólo se rió y me miró de una forma cariñosa, que expresaba los más delicados y centrífugos sentimientos.
—¿Por qué me miras así? —pensé en voz alta. Para cuando me había dado cuenta de mi error era muy tarde, pero Gabriel no dejaba de mirarme de esa forma—. Lo siento, pensé en voz alta.
—¿No te gusta la forma en la que te miró?
—Yo... Ah... —Me sonrojé. Tuve que evitar el contacto visual—. Es... No puedo decírtelo.
—Lo siento si en verdad te incomoda la forma en que lo hago, pero hay algo que me cautiva por completo de ti. ¡Y luego tus ojos! — Suspiró suavemente—. ¿Te han dicho alguna vez lo hermosos que son? Romi... —Agarró mi barbilla y me hizo mirarlo— ¡Eres hermosa!
¿Por qué no me lo dijo él?
Sentía la cara hirviendo, de seguro estaba del color de la kétchup. Presentía que lo que acontecía después sería que se atreviera a besarme. No me sorprendió para nada verlo inclinarse más para acortar la distancia entre los dos. Cuando estuvo a nada de mi rostro me volteé, dejando que besara sólo mi mejilla.
Ese día al terminar las clases, los pasillos se llenaron de murmullos y miradas agraviadas de las chicas que anhelaban a Gabriel como novio, por cualquier lado al que pasaba. Quería detenerme y gritarles que él no me gustaba del todo.
Algunas personas se encontraban púrpuras al saber que sus imaginaciones con le pelinegro sólo se quedarían como eso; otras estaban azules al saber que la chica que pretendía ser un arcoíris había ganado el corazón amarillo de Gabriel; y muy pocas personas —cómo nuestros amigos— estaban color rosa, enamorados de que por fin se lograra algo entre nosotros.
Todos esos susurros y esos vistazos no se disminuyeron a lo largo del viernes. No entendía del todo porqué armaban un barullo. En sí no estaba pasando algo real entre Gabriel y yo. No de la forma en la que pensaba toda la preparatoria.
—¿Te sucede algo? —me preguntó Erick, frunciendo el ceño. Estábamos todos juntos en el receso. Gabriel se había posado a mi lado, y no parecía querer irse de allí. Nuestros amigos nos miraban con enormes sonrisas, como si ellos supieran algo que nosotros no, o al menos que yo no.
—Lo siento, es sólo que no me gusta que me miren demasiado, mucho menos que las personas se susurren cosas cuando voy pasando por el lugar.
—Creo que lo dice por todas ese fanbase que tiene Gabriel — afirmó Amanda, echando una mirada rápida por encima de su hombro—, ¿a qué no, Romi?
—¿Es eso? —me preguntó Gabriel, con un tono sobrio. Terminé asintiendo con la cabeza—. Ven —Me tomó la mano y me llevó hacia el séquito de chicas que me podrían matar con solo una mirada—. Hola chicas, ¿cómo están?
Ellas hiperventilaron por un momento. No me imaginaba cómo hubiera sido su reacción si Gabriel fuera un chico popular, de esos que aparecen en las películas de escuelas americanas.
—Mejor que nunca —contestó la que parecía ser la líder del grupo—. ¿Cómo estás tú Gabo? ¿En qué podemos ayudarte?
—Lo que pasa es que a Romi no le gusta las actitudes que toman con ella, y la verdad es que es un poco penosa como para decírselos. ¿Podrían dejar de hacerla sentir incómoda? Sería un gran alivio que lo hicieran, ella no les ha hecho nada malo —Les sonrío, y pude escuchar uno que otro suspiro—. Gracias.
—¡Así se hace Gabo! ¡Protege a tu chica!
—Cállate Aarón... —habló Gabriel, con fastidio, entrecerrando los ojos para que se notara la amenaza que estaba haciendo sin que todos lo notáramos.
Cuando por fin llegó la tarde caí en la cuenta de que mañana empezaría mi primera clase de tenis, y le agradecí a todo aquel que se encontrara arriba de mi cabeza y aún más allá de las nubes.
Me percaté que no tenía la ropa adecuada para ejecutar el deporte, y decidimos ir a una de las plazas de la ciudad, en donde, de seguro encontraríamos lo que necesitábamos. Compramos el uniforme para tenis, que no consistía en otra cosa que un enterizo color blanco. Sabía que usar ese color no era buena idea para alguien que su vida consistía en otros gustos aparte del blanco y negro.
—En realidad no quisiera utilizar un uniforme con este tono, mamá —le comenté, alisándome la ropa.
—¿De qué hablas, cielo? ¡Es un color hermoso, donde demuestra tu pureza! —Me tomó por los hombros y me hizo verme al espejo, esperando que entrara en razón. Miranda sonrió— ¡Te ves divina! Pero si quieres iré a buscar otro enterizo de diferente color, sino un traje de dos piezas —Besó mi coronilla y salió del vestidor.
En cuanto vi a mi madre salir decidí observarme a detalle. Ahora que estaba admirándome en el espejo no podía sentir otra cosa que no fuera ultraje e injuria que tendría mi madre si en realidad me conociera. Sentía que todo se vendría abajo, que me descubrirían en cualquier momento y no sabría cómo explicarlo. Me considero una mala mentirosa con este tipo de cosas, y es que a lo largo de los años no me había ido tan bien ocultando mis más profundos deseos.
Tomé aire para poder tranquilizarme y luego salí del vestidor. No había pasado tanto tiempo para que ella hubiera podido entablar una conversación de interés con alguien; pero cuando deseas que algo salga bien, será mejor que te prepares para lo peor... Allí estaba con él, quien se mostraba tenso y algo apresurado. Sí, allí estaba Daniel hablando con mi madre, entonces Gabriel debería estar...
—Se te ve bien —hablaron a mi lado.
Volteé y lo vi, fingiendo checar algunas cosas en los aparadores. Era casi un hecho que él ya me había visto desde antes de que me fijara en su persona. Regresé a la realidad al recordar sus palabras. Por un momento había olvidado que traía el traje blanco puesto. Me apené. A decir verdad, sentía como si estuviera en ropa interior; llevé los brazos al pecho para cruzarlos y sentirme más protegida. Quería salir corriendo de ahí, ponerme mis vaqueros y blusa, y olvidar todo ese revoltijo de emociones que me engullían poco a poco.
—Gracias —Curveé las comisuras de los labios—. ¿Qué hacen aquí? Tu... Tu papá se ve apresurado.
—¡Sí! Compras de último momento —comentó como si fuera natural todo ese ajetreo—. Nuestro perro ha masticado una de sus pelotas para entrenar, y hemos venido a comprar una nueva — Hacía otra vez ese ademán de sobarse la nuca.
Torné la mirada hacia mi mamá, y sin consentirlo, terminé mirando a Daniel. Lo vi sonriente con ella después de que le hiciera la plática. Él volteó y me saludó a lo lejos con la mano. Le devolví el saludo de la manera más cohibida del mundo.
—Ya me voy —Miré a Gabriel, quien sonreía con fervor. Tenía las mejillas tensas por tanto sonreír—. Mañana te veo, ¡y espero que luzcas igual de preciosa con el uniforme!
Mi madre se posó a mi lado, así ambas podíamos ver como ambos se iban.
—Gabriel es un buen chico... Me alegra tanto de que esté sucediendo algo entre ustedes.
—¿Eh? —Giré la cabeza para poder ver a mi madre—. Ah sí... Claro.
Para no quedarnos más en la tienda de deportes accedí a usar el enterizo color blanco. Soy una deshonra... Una abominación.
Al llegar a la casa fui a acomodar todo para mañana, y al aventarme a la cama para por fin dormirme no lo pude hacer. Esperaba con tantas ansias que el día de mañana llegara que no me di cuenta que no había dormido lo suficiente para dar mi todo en la cancha en mi primer día como novata.
El día estaba nublado, pero eso no dejaba que la humedad y el calor se mezclaran tanto como para ser uno solo y atosigara a cualquiera que se encontrara afuera del aire acondicionado. Eran las doce menos cuarto, y mi clase ya estaba por comenzar. Nos habíamos sentado en una de las mesas en las afueras de la cancha, en donde la sombrilla adjunta nos abrigaba de los nulos rayos solares.
Daniel estaba jugando con unos de los que suponía, eran sus alumnos. Gabriel, por otra parte, estaba en otra cancha con niños explicándoles cómo era la forma correcta de golpear la pelota. Lo admito, verlo explicar a menores que él, era simple pero lindo. Él alzó la mirada y me sonrió de la misma manera en la que yo sonreiría si su padre me viera. Era como si Gabriel tuviera un sensor que le anunciara que yo, Romina, había llegado a algún lugar y tenía que voltear y sonreírme.
Faltaban menos de diez minutos para que diéramos comienzo a esto. Pedimos unas bebidas para refrescarnos, pero lejos de todo eso era para aminorar los nervios que sentíamos al ver que el tiempo se reducía con cada tic tac del reloj.
—¡Siéntate derecha Romina! —Me regañó mi madre. En serio quería dar una buena impresión. La obedecí, puse mi espalda lo más erguida que pude, sacando mis pequeños senos, alzando la barbilla para que se notara el filo de la mandíbula—. Mucho mejor.
Cuando menos me di cuenta los dos ya se estaban acercando a nuestra mesa. Tuve que tranquilizarme antes de hacer algo de lo que me pudiera arrepentir. Tenía esa espina de ansiedad por tocar los fornidos brazos de Daniel, sentir que me protegían con ellos; y por otro lado quería que Gabriel me mirara de la forma en la que lo hacía con frecuencia. No sabía con quién de los dos quería presionar mis labios y hacer que el labial se saliera de sus bordes por la fiereza del beso.
Venían muy animados para ser esas horas de la mañana. Mi madre ya se iba levantando de su asiento, alisándose la ropa. Me desanimé por un instante, mis sueños no se lograrían nunca, así que permanecí sentada. Gabriel le había aventado una toalla a su padre, quien se quitaba el poco sudor de la cara. Nos dirigió una dulce sonrisa, y entonces todo lo que veíamos era eso. Esa sonrisa había desatado un infierno en mis adentros, uno que ni el agua más celestial calmaría...
Me levanté para recibirlos con un fresco abrazo. El pelinegro me tomó en sus brazos dándome un abrazo más largo de lo usual, y a Daniel sólo pude brindarle una penosa sonrisa de medio lado. Una sonrisa que estaba guardándose todas las ganas de estallar en polvos de color rosa.
Rosa de palo¸ rosa mexicano, rosa claro... No hay escapatoria, eres rosa en cada una de las veces que lo miras...
Nos sentamos todos en la mesa, y los adultos comenzaron a platicar. Yo estaba exorbitada a cada contestación que daba Daniel acerca de los mejores lugares de la ciudad. Por un momento había olvidado a lo que en realidad venía.
—¡Ya es hora de tu primera clase! —Gabriel me sacó parcialmente de la conversación—. ¡Será mejor que ya empieces!
Giré la cabeza para poder verlo. El encanto se había apagado. El rosa se vio opacado por el radiante amarillo que emanaba Gabriel al sonreírme. No debía de sentirme así... al final de todo en unos instantes me pararía del asiento y estaría escuchando la voz profunda de Daniel dándome órdenes a seguir.
Me empezaba a sentir emocionada, sentía el color amarillo correr por mis venas y mis pupilas dilatadas. Era seguro que estaban iluminando cada parte de mi oscuro ser con la luz que irradiaba el amarillo. Cuando menos vi ya estaba caminando a la cancha, sin saber si en esa me correspondía el entrenamiento. Gabriel me alcanzó antes de que me pudiera ir a otro lado. Esperaba a Daniel con ansias, pero nunca vi sus intenciones de pararse y venir a enseñarme el deporte, en su lugar se quedó platicando con mi madre. En ese momento fue como si mi pobre corazón ansioso de protección se quebrantara por la inseguridad proporcionada.
Caminé hacia Gabriel, y cuando reaccioné me entró miedo de ser descubierta por unos celos infantiles que no podían ser creíbles.
—¿Pasa algo Romi? —me preguntó, haciendo bailotear la raqueta en sus manos.
—¿Acaso tu papá no es el entrenador? —pregunté, después de que veía a Daniel y a mi madre sonrientes. No debiste preguntar. No debiste...
No me gustaba nada que estuvieran ambos de ese modo. No le deseaba el mal a nadie, ni a mi madre... Pero no me gustaba la sensación que tenía en la boca del estómago al ver a Daniel tan contento con alguien que, por desgracia, nunca podría ser yo.
—Él solo da clases para niveles más altos... Yo te enseñaré desde lo que es el nivel uno —Sonrió, dándome la raqueta que había olvidado en la mesa—. ¡Así que pon lo mejor de ti! Es una maravilla que no se hayan inscrito más personas en este turno.
Antes de poder objetar acerca de que él me enseñara tenis en un club en donde había pagado para un entrenador profesional, rebotó la pelota y la agarré en el momento exacto obligándome a dejar de mirar en dirección a mi madre.
Eso nunca podrá ser... Sólo recuerda los últimos meses. Estás enferma y por desgracia ninguno de ellos puede curarte, sólo te enfermarán todavía más, así que déjalo. Busca a alguien que en verdad te proteja con las agallas que se necesitan a esta edad...
Terminamos el entrenamiento. Había estado distraída, haciendo los calentamientos mal y sin atinarle una sola vez a las pelotas que lanzaba Gabriel. Él se estaba dando cuenta de mi extraño comportamiento, de mi falta de concentración, así que decidí enfocarme. Si no, ¿cómo explicarle lo que sentía y quién lo provocaba?
Quería sentirme púrpura, embaucarme en esa tonalidad que me envolvía con facilidad, pero no podía al verlo. Tan solo mirar su rostro y esos ojos idénticos a los de Gabriel me recordaban lo color rosa que había adentro, pintando cada órgano y célula de este pequeño cuerpo inseguro.
Lo que quedaba del sábado me quedé en completo silencio. No hablaba si no me apetecía, y me abstenía de dar una oración completa. En realidad, muy adentro de mi mente, me repetía las miles de razones por las que esto no podría funcionar nunca.
La mañana y la tarde del domingo me sentí desconectada del mundo. Tenía que hacerme entender que lo que hacía estaba mal. Por la noche no podía dormir. No sabía con exactitud qué hacían esos ojos color miel marcados en mis parpados. Estaba inquieta por saber de quién de los dos era ese par de ojos. Unos ojos que eran idénticos, y sólo cambiaba la forma en la que miraban.
Son de Gabriel, son de Gabriel. ¡Tienen que ser los de Gabriel!
No pude dormir por completo al estar pensando si eran los ojos de Gabriel o los de Daniel, los que me daban insomnio con tan solo imaginarlos. Ahora estaba metida en un gran lío. Uno enorme del que no sabía si volvería a salir con vida, del que había pensado, se fue en cuanto cambié de ciudad.
Sólo dos meses y medio y esa pesadilla se iría antes de que pudiera decir raqueta.
En la madrugada no me quería ni levantar. Abrí los ojos cuando la alarma empezó a sonar más fuerte, y entonces pensé si era necesario tener el certificado de preparatoria... Si tenía que mirar a Gabriel y forzarme a quererlo del mismo modo al que quería a su familiar. ¿Es que no lo entiendes? Tonta niña empedernida.
Decidí irme en la parte de atrás del autobús, en donde ya quedaban pocos lugares en los cuales Gabriel no podría sentarse y hacerme plática para saber cómo me la había pasado el sábado en mi primera clase oficial de tenis con él.
No quería hablar por ahora de ese tema; de ninguno que relacionara a su padre.
Habíamos llegado tarde por culpa de una chica, de quinto grado. Corrí al salón en cuanto el timbre había sonado, agarrando un lápiz entre los dientes, y con la mochila abierta atiborrada de cuadernos. Iba apenas llegando al salón cuando vi que no había nadie.
—¡Maldición! ¡No puede ser cierto! —susurré sin entenderme a mí misma. Miré a ambos lados del pasillo, estaba segura que ese era mi salón, no me había perdido. Vi a la prefecta caminar—. ¡Buenos días prefecta! —Ella me sonrió—, quería saber qué ha pasado con la clase de comunicación con la maestra Penélope.
—Hemos dispersado a tu salón para agregarlos a otros. La maestra Penélope renunció el día viernes por la noche —añadió la prefecta antes de que yo preguntará algo sobre la materia—. ¡Ven! Acompáñame. Te agregaré a un grupo —Empezamos a caminar—. Espero te toque con tus amigas, porque los demás ya tienen un cupo lleno, y en el que estarás sólo hay espacio para una alumna más.
Esperaba que me llevara al salón y que de nueva manera me tocara con Amanda y Carolina. La prefecta tocó la puerta de un salón. Adentro estaba oscuro, y sólo se veía una luz proveniente de un cañón que proyectaba algún vídeo referente a la clase. Escuché como la prefecta se disculpaba por la interrupción, y explicaba que necesitaba agregarme a un grupo de inmediato. Entré después de escuchar al profesor aceptar.
Vi por todos lados para encontrarme con una cara conocida, y claro que lo hice. A mitad del salón reconocí la cara pecosa de Gabriel. Me había tocado en su clase hasta que acabara el ciclo escolar, y no con mis amigas, a quien necesitaba decirles todo de una buena vez.
Él sonrió al notarme. Ese lunar que tenía al costado inferior derecho del rostro, casi pegado al labio, resaltó más que otros cuando se alegró. Si mis pensamientos me dejaran te besaría ese lunar hasta fingir que alguna vez desaparecerá.
Por más que intentara alejarme de él no podía. No había escapatoria de su lado. Así me fuera a la isla más solitaria a la mitad del océano, estaba segura de que él estaría allí conmigo tratando de protegerme y ganarse mis sonrisas que no se veían con auténtica frecuencia.
—Tome asiento señorita, estábamos viendo un documental acerca de la radiodifusión del país.
—Sí, profesor —Estaba nerviosa a un nuevo grado incluso para mí, y por eso me pegué con una de las primera bancas de la fila. Todos se rieron de mi torpeza.
Había una banca desocupada dos asientos enfrente a la izquierda de Gabriel. Las piernas me pesaban, y cada paso se hacía lento. Por lo menos no estaría tan cerca de él para que me hiciera plática en la clase.
Pasaron unos treinta minutos desde que me habían incluido a un nuevo grupo. En todo ese tiempo no había querido mirarlo ni siquiera por coincidencia. Pero tenía esa sensación de que alguien me vigilaba, así que giré la cabeza y me topé con su mirada. ¡Esa mirada que despertaba lo peor de mí! Lo saludé con un gesto y me volteé antes de preguntarle por su padre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro