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No me sentía solitaria. No podía sentirme de esa forma cuando estaba con Gabriel..., incluso con Amanda y Carolina. En el transcurso de los días me hacían sentir bienvenida, como una bendición en sus vidas; y lamentaba mucho que en unos meses me tendría que ir de esos calurosos corazones llenos de vivas tonalidades. Estás acostumbrada a ello, no tienes que preocuparte mucho.

La escuela me había ayudado a ver que en realidad el estilo de vida que había llevado hasta la fecha no era saludable, no era buena... Mis ojos se habían dado cuenta de lo bueno que brindaba los escasos años que tenía de vida: amistades, música, amor...

Amor. No, no era eso, pero con un pequeño empujón podría decir que era lo que sentía por el pelinegro de ojos color miel. Gabriel era inteligente, carismático, amable y atractivo. Era el paquete completo para alguien de mi edad, pero el problema era ese; su edad. No me gustan los adolescentes, no me gustan los hombres que todavía no saben qué harían con su vida. Ellos no saben cómo mirarme, como tocarme.

Si Gabriel fuera un poco más grande, si tuviera esa madurez que tienen los verdaderos hombres... Esa cosa que me hace embobarme en ellos y no querer salir con alguien de mi edad. Quería sentirme segura a su lado, pero no lo conseguía porque sabía que por mucho que él quisiera hacerlo —protegerme— no sabría cómo. Esa necesidad de protección, del cuidado de alguien que sepa cómo hacerlo me fascinaba; lo adoraba.

Habían pasado dos semanas, la mitad de un mes y un sexto de tres meses. Poco a poco me iba acoplando a esta nueva escuela, en donde todos eran amigos en épocas de exámenes, y enemigos a la hora de apartar la cancha para practicar algún deporte. Hice amigos... más de los que alguna vez tuve. La escuela no representaba algún reto para mí siempre y cuando no me tuviera que levantar tan temprano, cosa que sucedía los lunes y jueves.

Todos los días llegaba de la escuela con la esperanza de ver que mi madre me esperaba en la mesa con un plato bien servido de su deliciosa comida casera, y no con un paquete de comida pre-cocida lista para meterla al microondas. Entendía que su trabajo era arduo,

¡pero vamos!, ¿ni siquiera podía poner a cocer pollo? Me preocupaba por ella, demasiado. Pero Miranda no daba indicios de que quería ser ayudada en su obsesión por el trabajo. Ella quería sentirse independiente, hacerle saber a mi padre —en donde quiera que se encontrase— que no lo necesitaba y que no le dolía en absoluto su partida. Lo cual no era cierto, pues le lloraba a diario.

No me hacía bien el llegar a casa. Los días me tenían felices, sonriéndole a todos, pero en cuanto pisaba la casa esos ánimos se venían a bajo. Se vinieron desde que supe que mi madre no toleraba verme porque era un continuo recordatorio de mi padre, de su huida...

Era martes, y entraba a las nueve de la mañana a la preparatoria. Después de desayunar y lavarme los dientes, me puse el pants azul oscuro de la escuela, y una blusa sport color blanco. Sabía que haría ejercicio, así que me sujete todo el ondulado y largo cabello castaño en una coleta. Me admiré en el espejo por unos segundos. Hoy me sentía linda, coqueta; con ganas de comerme al mundo en pequeños bocados.

Este era el día en donde veía a Gabriel correr por toda la cancha para ejercitarse, y también cuando me hacía la falsa promesa de enseñarme cosas básicas de tenis. Estaba un tanto convencida de que esa era una de las razones por las que regresaba a casa muy alegre. Ya habíamos tenido las cinco clases correspondientes antes del receso. Esta vez Amanda y Carolina habían decidido que no estaríamos con los demás. Había un momento en donde estar rodeadas de varios chicos se volvía exhausto. Fuimos al sanitario, en donde nadie podía descubrirnos fumando cigarrillos. Fumando, ¡no me reconozco! Me he perdido entre nubes de humo gris...

Gris. Contente. No vuelvas a ser gris.

Aún no sé cómo es que no las descubren. ¿Acaso los profesores no olían? Oh esperen... Se me ha ocurrido que también ellos lo hacen y es por eso que no piensan que los alumnos les siguen el juego.

¡Claro! Ahora todo tiene sentido.

Si alguien me hubiera dicho con anterioridad que mi vida se marchitaría en cuanto llegara a esta ciudad no le hubiera creído nada. Mi supervivencia ya no consistía en las preocupaciones de entregar los trabajos a tiempo, sino en que mi madre nunca detectara el olor del tabaco en la ropa. Pero ¿cómo lo haría si casi no estoy con ella?

Platicábamos de las primeras clases que nos había tocado, de cuán estúpidos eran algunos chicos, y de profesores que te hacían odiarlos. El sonido de la campana nos avisaba que el receso había terminado. Me tocaba dos horas de deportes, en donde no estaba con mis amigas. Lo bueno de ello era que no estaba completamente sola; estaría con Erick, uno de los chicos de mi nuevo grupo de amigos. Era raro, porque a pesar de no conocerlo por mucho tiempo, sabía que le podía confiar cualquier cosa. De acuerdo... No cualquier cosa. No de eso de lo que veía escapando desde lo que me parecían lustros.

El grupo de Gabriel salió en cuanto nosotros acabamos con nuestro calentamiento. Ahora era turno del siguiente grupo, en lo que nosotros practicábamos baloncesto o cualquier deporte que se nos ocurriera, mientras no acabáramos sentados en las gradas. Y es que, a pesar de querer estar activa jugando en la cancha, no tenía las suficientes ganas para hacerlo. Erick y yo nos fuimos a las gradas que se situaban enfrente de la cancha, todo lo contrario a lo que nos había dicho el profesor.

Vimos a Gabriel lucirse —como siempre—, corriendo lo más rápido que podía, dejando atrás a todos sus compañeros... Una, dos, tres, cuatro vueltas y no se cansaba. Nos saludó desde el otro extremo de la cancha, esperándonos para ir con él a jugar, cosa que no hicimos.

—Te has dado cuenta que Gabriel solo se está haciendo notar contigo, ¿verdad?

—¿Qué? —pregunté, irguiéndome de nuevo—. ¡Ya sabes cómo es él! Tú mejor que nadie debería saberlo, ¡eres su mejor amigo!

—Por eso mismo lo digo —Erick soltó una carcajada. Volvió la mirada hacia la cancha, para que yo le imitara—. ¿No te has dado cuenta? Sé que Gabriel es un idiota, pero no tanto para que no notes la indiferencia que tiene con otras chicas, pero cuando se trata de ti...

—Sus actitudes se ven modificadas dado a que soy "la nueva" —Hice las comillas con las manos—. Supongo que ha de ser así con todos los nuevos. ¿Acaso no comentó algo de que está harto de toda la atención femenina?

—Te equivocas. Él sólo quiere la atención de una persona, y creo que lo está logrando —dijo Erick, acomodándose el cabello color chocolate—. Él no es así con nadie. ¡Nosotros tuvimos que acercarnos a él cuando ingresó a esta preparatoria! Es un cohibido de primera... —Saludó al pelinegro a lo lejos—. ¡Mira quién viene! —me susurró.

Erick bajó de las gradas y se le unió a Gabriel, yo me dispuse a checar mi aspecto en un espejo de bolsillo que traía siempre conmigo; solté el achocolatado cabello que tenía para que pudiera moverse con el viento, y verme menos ridícula, cosa que salió peor de lo que había pensado.

—¿Qué haces? —me preguntó Erick, con un tono burlón.

—¡Ah... Nada! —Me sentí avergonzada y guardé el espejo en el bolsillo de la izquierda, y fui deprisa con ellos.

Después de sufrir el bochornoso momento —en el que Gabriel me veía arreglarme un poco, para lucir atractiva— comenzamos a jugar voleibol, pero lo dejamos al poco tiempo tras aburrirnos. Erick se fue de nuevo a las gradas a descansar, por lo cual Gabriel aceptó mis vastas súplicas para que me enseñara cómo agarrar una raqueta de tenis.

Pensé que sólo sería agarrar la raqueta, ponerme en posición y golpear la pelota en cuanto la viera venir a mí. ¡Estaba tan equivocada! En primer lugar me puso a calentar de nuevo; en segundo, me estuvo regañando por las posiciones erróneas que tenía. ¿Qué parte de "soy un amateur" en este deporte no entendió?

Trataba de concentrarme, pero tras lo que Erick había dicho sobre las actitudes que tenía Gabriel conmigo, lo único que podía hacer era prestar más atención, mirarlo con detenimiento, admirarlo... Vuelve Romina. ¡Vuelve!

—¿Tengo algo horrible en la cara? —preguntó, después de darse cuenta de cómo lo veía.

—No —Negué con la cabeza—. Nada de eso. Es sólo que...

¡Olvídalo!

—Bien. Entonces lanza la pelota y pégale en el aire. ¡Y está vez será mejor que le atines!

Acaté las órdenes del chico, ahuyentando de la cabeza esas ideas de que algún día me podría gustar él. Esos deseos debían morir. Pude golpear la pelota mientras estaba en el aire gracias a la exigencia del deporte, de la concentración que le ponía a la pelota más que al sedoso cabello negro que estaba enfrente de mí, analizando cada movimiento que hacía.

—Pensé qué serías pésima en este deporte —afirmó, jadeante. Lo miré sorprendida.

A pesar de que habíamos estado hablando por un buen tiempo en las tardes, nunca me hubiera esperado que tuviera la suficiente confianza para decirme la triste realidad en la que me ven como la chica anti-deportes; la cual era cierta.

—¡No sé si tomarme eso como un insulto o como un halago! —

dije, tras dejar la raqueta en el suelo.

Me dirigí hacia la red que dividía la cancha. Vi a Gabriel muy contento caminando hacia mí,con serenidad pero decidido. Tenía una sonrisa que cautivaba, ¡y ni hablar de cuando se mordía con lentitud el labio inferior!, haciéndote desear mordérselo tu misma.

—Puedes tomártelo como quieras... Un insulto o un halago —Se hundió de hombros.

Sonó el timbre antes de que pudiera replicar con maldad. Hice una mueca, tendría que ir a la siguiente clase, en lo que él seguía en deportes. Miré a todos lados, viendo como montonales de estudiantes cambiaban de salón. Si el chico que estaba en frente no me decía nada me iría y no volvería... Bueno, eso se escuchó muy dramático. Volviendo al tema, en verdad quería que Gabriel dijera algo, lo que fuera...

Volví la mirada a él, quien paseaba su mano por el cuello, en un intento por quitarse el sudor sin que lo viera.

—Será mejor que me vaya. La siguiente clase es Calidad y Productividad y no quiero hacer enojar a la maestra —hablé, esperando a que Gabriel hablara... que alegara para que no me fuera.

Lo único que recibí fue una tierna risa. Lo veía algo indeciso, con ganas de decirme algo que no se atrevería. Quería que me tuviera la suficiente confianza como para decirme lo que tenía en mente, pero el tiempo no era eterno, y el sol no paraba de quemarnos la cabeza.

—Adiós Gabriel... —Comencé a caminar a los salones.

—¡Espera! —gritó él. Giré la cabeza un poco, lo justo para poder verlo desde esa posición. Estaba con una enorme sonrisa en el rostro—. Sé que te gusta demasiado el tenis, y bueno, en realidad veo potencial en ti. Hay un club —añadió—, en donde vamos a entrenar mi padre y yo. Se me ha ocurrido que... tal vez... Ya sabes —Me miró, pero pronto bajó la mirada—. ¿Quisieras venir?

—Lo tendré muy en cuenta —Sonreí como nunca antes. Me fui de ahí antes de que lo arruinara más con las palabras. 

Tenía la oportunidad de sacar a mi madre de la casa más del tiempo necesario al hacer las compras. Tardé en convencerla para que me dejara ir al club deportivo al que Gabriel iba. No estaba muy dispuesta a ir, es decir, ¿qué haría ella al llegar?, ¿quedarse como tonta esperando ver si nos dejan entrar? No, tendría que ir a sacar mi solicitud para que me admitieran, y obtener el carnet para poder pasar... ¡Qué gran invitación me había hecho Gabriel!

Al día siguiente quería hablar con él sobre el hecho de que no podría entrar si no tenía un pase o el carnet de que pertenecía al club. Esperaba el receso, o el cambio de clases con ansias, con nervios.

—¡Romina! ¡Romi! —escuché a lo lejos, como una vocecilla molesta que me despertaba de mis más profundos pensamientos.

—¿Pasa algo? —les pregunté a las chicas, mirándolas con aire risueño

—¿En qué estabas pensando, eh? ¡Tu cabeza está en las nubes!

—Sin mencionar que tenías una gran sonrisa —añadió Carolina, sonriendo de una forma que mostraba picardía.

—¿Qué? No... En nada. No pensaba en nada —Las miré, esperando a que con una rápida vista me creyeran, pero no fue así. Ellas seguían muy sonrientes—. ¡Bien! Ustedes ganan... Estaba pensando en ver a Gabriel, pero para que me dijera cómo era que iría al club deportivo en el que practica tenis.

Ambas se miraron, con rostros llenos de estupefacción. Lo que había dicho les había causado un gran impacto y no sabía porque.

—¿Tiene algo de malo lo que dije?

—¡No! De hecho nos hemos quedado anonadadas. Gabo no es de las personas que invitan a alguien para cualquier cosa. Y mucho menos para cosas personales como sus hobbies.

—Le estuve rogando mucho para que me enseñara tenis, ya que al parecer la actividad extracurricular no se implementará hasta el próximo semestre.

—¡Da igual! Él no hace nunca eso... —afirmó Amanda, cruzada de brazos pero todavía con una sonrisa enorme en su rostro lleno de lunares—. Nosotras, que lo conocemos más, cabe aclarar, le pedimos que nos dijera en donde entrenaba, queríamos que su padre nos diera clases. Él es un buen entrenador, pero nada comparado con su padre, el cual ganó el campeonato nacional de tenis hace dos años.

—El punto es —la interrumpió Caro— que no nos quiso decir nada del club deportivo. En realidad nos dijo que no quería que lo atosigáramos en otros lugares que no fuera en la escuela y en las salidas grupales que teníamos a las plazas y... esos tipos de reuniones de amigos. Creo que es muy obvio, ¿no lo crees?

—¿Qué es muy obvio? —pregunté sin entender del todo la pregunta.

—¡De que le gustas a Gabriel, pequeña niña tonta! —respondió, con sarcasmo en la última parte—. La verdadera pregunta aquí es, si a ti te gusta él. ¿Y qué dices?, ¿te gusta él?

—Apenas lo conozco. No puedo decir que me gusta alguien del que no sé nada —confesé.

Después de aquella intervención para que ellas supieran si gustaba de su amigo decidí no pasar más del tiempo debido con Gabriel. El resto de la semana me concentré en estudiar para los exámenes que parecían ser la siguiente semana. Y digo parecían, porque no sabía las fechas de éstos, y cuando les preguntaba a los chicos, cada uno me decían cosas distintas.

Carolina me había estado ayudando a aprenderme los temas que en la escuela pasada no me habían dado y por mala suerte no me sabía muy bien, ya que ella tenía que mantener su promedio de 8.5 para que no le quitaran la beca que tenía; y yo no era la típica chica que dejaba a último momento las cosas y no le importaban sus calificaciones, o peor... que supiera todo sólo con poner atención.

Cuando salía de clases siempre estaba Gabriel esperándome, con esa radiante sonrisa. Me ayudaba cargando la mochila y los libros que llevaba en mano; me invitaba a desayunar cuando se enteraba que en la mañana no me había dado tiempo de hacerlo; me ayudaba a estudiar y a terminar los trabajos que no terminaba en clases...

—¡Anda! Desayuna en lo que te explico este tema —habló él, cuando estaba a nada de explotar por el estrés que tenía acumulándose. Sonreía como si le encantara verme de ese modo.

—No, no... ¡Cómo crees! Yo puedo sola —Me apenaba tanto que él siempre quisiera ayudarme.

—¿Por qué no me dejas ayudarte?

Alcé la mirada y la llevé a su rostro. Mis mejillas se pusieron rosadas y no sabía el motivo. Pasé un mechón de cabello atrás de la oreja. Él enarcaba una ceja de la mejor forma posible, casi seductora. No sabía cuándo había sido la última vez que me había dejado enajenar de esta forma por unas cejas pobladas, unos labios finos pero que te decían que sabían besar muy bien, y esos lunares que tenía en las mejillas.

—Siento que en realidad te molesto —Desvié la mirada—. Además, esa chica de por allá siempre me ve como si me quisiera matar. Creo que es porque ve lo atento que eres conmigo. Así que prefiero que me deje de ver de ese modo.

—¿Quién? —Volteó indiscretamente— ¿Mishel? —continuó, conteniéndose una risa—. Sé que le gusto desde que entré, pero ella no me interesa. ¡Es muy común que vea así a las chicas que me..! ¡A las chicas con las que convivo!

¡Oh Gabriel! ¿Por qué eres así conmigo! Llevará años para que pueda verte como algo más que amigos.

La semana se me había ido con rapidez, los exámenes estaban a la vuelta de la esquina, Gabriel seguía encantándome con esa bella sonrisa que tenía... ¿Qué me está pasando? ¿Te gusta Gabriel? ¡NO!

Era viernes, ya había terminado la escuela y el transporte escolar nos esperaba para llevarnos a nuestras respectivas casas. Todos los que tomábamos el autobús estábamos en fila india esperando nuestro turno de subir. Se escuchó un ajetreo en la parte final de la fila, giré para ver qué pasaba, y vi a Gabriel adentrándose en ella para poder alcanzarme —como si no hubiere podido caminar afuera de ésta y encontrarme sin armar alboroto—. Traté de tranquilizar a los demás que esperaban subir diciendo que me había pedido cuidar su lugar. Fue una completa mentira que nadie se tragó.

Tomamos asiento en nuestro lugar; el mismo en el que nos habíamos conocido. A pesar de todo el ruido que causaban los demás, cuando él hablaba me parecía que estábamos a solas. No podía escuchar los gritos, las maldiciones que algunas chicas me lanzaban... Sólo estábamos los dos.

—¡Sólo se puntual! Yo juego a las once de la mañana, y me gustaría que estuvieras ahí viéndome... —Se quedó callado— Tú sabes... para que aprendas más sobre el tenis.

—Sí claro, el tenis —contesté con sarcasmo, curveando los labios. 

El autobús hacía paradas múltiples cada vez dejándonos más vacíos en el interior del mismo. Entre carcajadas y explicaciones de los temas de la materia Estructura socioeconómica del país, nos dimos cuenta que sólo faltaban por bajar dos chicos más y nosotros.

—Ten este pase —Me dio un carnet que decía el nombre del club deportivo y en letras más grandes y rojas un "visitante"—, antes de que se me olvide dártelo y me pongas de excusa eso, si es que no llegas a ir.

Pronto, el autobús frenó. Habíamos llegado a la casa de Gabriel. Antes de que pudiera ver si se había metido a su casa el autobús arrancó. Sólo logré visualizar a una silueta más alta y musculosa que él; su padre. Me entraron las inmensas ganas de saber cómo lucía el hombre que criaba a Gabriel. Deseaba que fuera como su hijo, pero con algunas mejoras, que su voz fuera tan grave que me derritiera con tan sólo escucharla, o que en sus ojos en verdad me perdiera...

Volví a ser yo...

La tarde del viernes me dediqué a hacer nada. Simplemente dormí, hasta que el hambre me despertó, bajé a la concina y me preparé un sándwich. Vi a mi madre hablar por teléfono, y en cuanto colgó se dejó caer en la silla con una cara demasiado larga. Sabía que era un mal momento, pero tenía que recordarle que mañana había prometido llevarme al club deportivo.

—No sé si puedas ir Romina. Me han llamado hace un rato, y me han dicho que están cayendo las ventas en otra zona —Se apretó con fuerza el tabique nasal—. Tengo que volver a hacer un análisis de la situación y mandar un informe para el domingo en la mañana.

—¡Oh vamos mamá! ¡Gabriel ya me ha dado el carnet con el que nos dejarán pasar! —La miré desanimada—. Él va a jugar a las once con su padre. —Pronto había descubierto una forma en la que Miranda quisiera ir— ¿Te... mencioné que es divorciado?

Mi madre me volteó a ver con las cejas arqueadas. Había acaparado su atención con tan solo la palabra divorciado. Accedió al momento. Más allá de que le hubiera dolido que mi padre la dejara por alguien unos años menor que él, en el fondo sabía que ella necesitaba un acompañante. Miranda necesitaba amor; justo como su pobre e inocente hija.

—Sólo iremos a verlos jugar —me advirtió, cruzada de brazos—. No nos quedaremos para pedir informes del club ni nada. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Había encontrado una forma en la que todos ganábamos: Yo iría a ver jugar a Gabriel, mi madre estaría dejando las citas a ciegas; y —con algo más que suerte— me inscribirían. Ahora todo quedaba en las manos de un chico al que apenas empezaba a conocer.

Al día siguiente nos paramos a las nueve de la mañana, y salimos media hora después. El tráfico en la ciudad estaba aún peor que cuando habíamos llegado, y el club deportivo al que iríamos no estaba a la vuelta de la esquina. Eran las once menos cuarto y, en mi cabeza empezaba a formular disculpas por el retraso.

¿Qué le diría a Gabriel? "Lo siento, pero mi mamá no quería salir antes para poder llegar a tu partido" No, ¡eso sonaba terrible! Empezaba a preocuparme tanto, como si él fuera algo importante en mi vida... Como si él me importara demasiado como para hacer y pensar todo lo que hacía.

A las once menos cinco, apenas estábamos aparcando el carro en el estacionamiento del lugar; había presionado a mi mamá para que pisara todavía más el acelerador y poder llegar a ver aunque sea un poco del partido de tenis. El lugar era muy lujoso, y diría que no podríamos costearlo, pero la verdad era que podríamos costear ese y otro aún más lujoso. ¿Qué puedo decir? Mi mamá gana muy bien en la empresa.

El lobby parecía un cuarto reluciente de lo aseado que estaba; el mármol color marfil relucía en los pisos y te daba la ilusión de que caminabas entre las nubes cuando los rayos de sol se filtraban entre las ventanas; y los candelabros que colgaban te hacían pensar que vivías en un palacio. No podría describir todo con otras palabras que no fueran: bello y precioso. Sin nombrar el numeral de flores que adornaban las esquinas, haciendo del lugar más refrescante.

Pedimos informes para que nos guiaran hacia las canchas de tenis, las cuales estaban al otro lado del lugar pasando por el área de natación y las canchas de voleibol.

Cuando llegamos el partido ya había iniciado. No quería distraer a Gabriel, así que sólo tomamos asiento en unas hermosas banquitas con sombrilla integrada. Estaban jugando en parejas. En cada equipo se encontraba un adulto y un joven, así que adiviné que con quien estaba en el equipo era su padre, pero no le encontraba ni una similitud con Gabriel. Todas esas ilusiones de poder ver a alguien que representara a mi amigo de grande fueron destrozadas en ese momento.

Me decepcioné en el interior, imaginé lo mejor. Estaba dispuesta a engullirme los colores y retomar mi camino. Tan pronto dejé de ver del lado de Gabriel me encontré admirando al equipo contrario. Mis ojos habían sido cautivados por la elegancia y el atractivo de ese hombre.

Gabriel volteó, y sonrió al verme. Siguió jugando, mucho mejor de lo que lo había estado haciendo. Yo quería decirle a mi mamá que ese era mi amigo y que sería tan buena como él en el deporte si me dejaba inscribirme, pero Miranda no sacaba la vista del celular y una libreta en la que anotaba como maniática cifras y nombres.

A pesar de que había ido hasta ese lugar para ver a alguien en específico, terminé dejando que mi simple existencia se cautivara ante otra persona.

Terminó el partido en donde Gabriel y su padre habían perdido; no le había servido de mucho el lucirse y desconcentrarse; pensaba que su padre era el mejor en ese deporte. Ha dejado que ganaran los otros, es modestia. Caminó a nosotras, con el hombre que estaba en el equipo contrario. Cada que él daba un paso en mi dirección el corazón me comenzaba a palpitar más rápido, con una agitación y exaltación que incluso a mí me causaba pánico. Era de alta estatura, fornido, y con una sonrisa encantadora que deleitaba a todos cuando la daba. Gris.

Era como Gabriel, pero mucho mejor. Él tenía esa cosa que yo amaba pero no sabía que era. Amaba algo que no sabía de dónde provenía y ello todavía me enloquecía más; sólo sabía que me atraía.

—¡Qué bueno que han venido! —dijo Gabriel, mientras dejaba la raqueta al lado de su mochila.

—No ha sido fácil llegar —dije, una vez que había dejado de hundir los hombros. Miré a mi mamá para que hablara sobre el caótico trayecto que tuvimos, pero seguía metida en el celular. Volteé la vista otra vez hacia Gabriel—. Lo siento, su trabajo le exige mucho.

—No hay problema —Me tomó de las muñecas y me acercó a él—. ¿Todavía quieres que los presente? —Asentí con la cabeza. Nos volvimos a alejar, sin separar nuestras manos. Gabriel se aclaró la garganta y, el caballero a sus espaldas prestó atención—. Él es mi padre, Daniel.

Algo estaba naciendo en mis adentros; algo caótico e irreversible que no sabría cómo explicar. Lo más cercano que encuentro para describirlo es cuando por primera vez en tu vida montas la bicicleta; te da pavor caerte, pero aun así la adrenalina te incita a seguir pedaleando.

Su padre. Un deleite.

Si Gabriel viniera del futuro hecho un adulto, ese de seguro se vería idéntico a su padre. Ni siquiera aparentaba ser un padre... Se veía más joven para tener la edad que tuviera. Bien, exagero, pero en realidad era atractivo. Siempre lo he dicho, los adolescentes son guapos pero los adultos son todavía mejores.

Mi madre al escuchar un nombre que no fuera el de Gabriel, alzó la mirada. Sabía que le interesaría saber quién era el aclamado divorciado. Si no hubiera aprendido a distinguir los ápices de emociones en el rostro de mi madre, en ese momento no hubiera sabido que había sido cautivada por la belleza de un nuevo extraño de un nombre hermoso.

—Miranda, para servirles —Se presentó mi madre, estirando la mano para estrecharla con Daniel.

—Un gusto —Tomó la mano de mi madre y la estrechó complacido.

—Ella es Romina, papá —dijo Gabriel. Con un rápido movimiento me solté de su mano.

—Mucho gusto jovencita —Estrechamos la mano. Sentí esa corriente eléctrica que me daba siempre que me gustaba algo. Ojalá y él la sintiera—. He oído hablar mucho de ti en el último mes y medio. Gabriel no deja de comentarme lo maravillosa, inteligente y bonita que eres.

—¡Papá! —Daniel se rió.

—Bueno, está bien... Mejor hablemos sobre lo que mi hijo me ha dicho. ¿Es verdad que te gustaría practicar tenis como algo más serio? —Se dirigió a mí, pero en ese instante estaba anonadada.

Sentía como los músculos de la mejilla se contraían por estar sonriendo demasiado.

—¡Oh sí! —contestó en mi lugar Miranda. Gracias madre, por salvarme en esta ocasión—. A mi pequeña le gustaría practicar tenis, pero no habíamos encontrado un lugar adecuado. En cuanto entramos al lobby sabíamos que este lugar era de calidad, y que no era una pérdida de tiempo... ¿Es usted entrenador aquí?

—¡Háblame de tú! —le pidió Daniel—. Y sí. He sido entrenador aquí un considerable tiempo. ¿Qué te parece si tomamos asiento y lo platicamos?

Eran lo mismo. Daniel había educado muy bien a su hijo. ¿Por qué me tengo que quedar con Gabriel habiendo alguien como él pero con las características que me encantan? Gabriel me trataba de hacer la plática, aunque no conseguía concentrarme en nuestro tema al querer incluirme en la charla de los adultos.

—Las inscripciones han cerrado, pero puedo hacer algo por su hija, Romi—Me miró—. Te puedo decir así, ¿cierto? —Asentí con la cabeza, no quería tartamudear—. Podría meter su solicitud en el papeleo de este fin de semana.

Vi que Gabriel me miraba sonriente, pero a la vez me miraba como si quisiera encontrar el motivo de mis sonrojadas mejillas.

Contrólate Romina. Le regresé la mirada y después la pasé otra vez a su padre.

Me avergonzaba verlo, en serio que me avergonzaba, pero tenía que hacerlo. Tenía algo que lo hacía lindo, caballeroso y seductor. Y creo que no soy la única que piensa eso, puesto que mi mamá también lo creía.

—... Así es —terminó de decir Daniel.

—Entonces no queda más que decir. Romina —Giré la cabeza para ver a mi madre— es hora de irnos.

Me había perdido parte de la conversación. Solamente quedaba la idea de preguntarle a mi mamá que había pasado en el momento en el que me puse a pensar en otras cosas. Cosas que nunca nadie debe saber; que ni siquiera debería pensar.

Mi color se había transformado a uno negro, siguiéndole ahora a uno en donde yo era gris; y ese color NO debía existir para mí. No debía...

Gris. Había vuelto al gris.

Vi a mi madre sonriente, mientras se despedía de los dos hombres a los que habíamos venido a ver jugar.

—Adiós pequeña —Se despidió el papá de Gabriel—. Un placer conocerlas.

Yo, con las mejillas coloradas me despedí de él con un ademán de manos.

—¡Nos vemos el lunes Romina!

Olvidé por completo a Gabriel. Me sentí una completa tonta al omitir que gracias a mi amigo volvía a ser quién era antes de la mudanza... Gracias Gabriel.

Caminaba al estacionamiento sin saber en realidad ha donde iba, a donde me llevaban los pies. Estaba en un lugar lejano del que no me podrían traer tan rápido de vuelta. Volvía a volar y a imaginar millones de cosas imposibles. Ya no había forma de evitar lo inevitable. Había venido con la oportunidad de empezar todo de una nueva forma, y en ese instante de debilidad decliné la invitación a ser una persona distinta a la que era.

Al llegar al carro le quise preguntar a mi mamá que había sucedido con el tema de pertenecer al club, pero decidí no hacerlo para que no se sintiera atosigada con el tema y me diera un no por respuesta.

A pesar de que no habláramos y de que la música del radio llenara el espacio camino a casa, el ambiente se había puesto mucho mejor que cuando apenas íbamos con Gabriel. Ambas estábamos contentas de haber ido al club. Sabía que detrás de todo ese esfuerzo por ser la mejor en su trabajo, Miranda necesitaba a alguien en su vida. Lo sabía —más allá de haber vivido con ella ya dieciocho años— por la forma en la que mi madre disimulaba no sonreír, y se contenía las ganas de cantar a todo pulmón las canciones de tema romántico.

Conocer a Daniel le había hecho bien, y no sólo a ella.

Bajamos del carro en cuanto el motor se apagó. Si no lo decía ahora no sería nunca. Le había dado su espacio desde que salimos del club hasta ahora que abría la puerta de la casa.

—¿Y bien?

—¿Bien, qué? —respondió con otra pregunta. Aventó las llaves a la pequeña mesa que teníamos en el corredor. Se dio un pequeño masaje con las yemas de los dedos en la cabeza. Abrió los ojos y me miró todavía ahí, esperando su respuesta—. ¿Te refieres a lo del club? No, no me respondas. ¡Claro que es sobre el club! 

Justo cuando iba a alegar para que tomara más tiempo para que me diera una respuesta que no fuera sonoro <<no>>, me sorprendió lo que dijo:

—¡Seguro! Daniel me ha dicho que él es el entrenador, y confío en que te enseñará muy bien. Ahora ayúdame a conseguir los papeles que necesita para enviárselos por correo.

Esa no era la verdadera razón por la que mi madre había aceptado inscribirme. De hecho, la realidad era otra. Mi mamá quería verlo de nuevo, sin imaginarse que su hija también lo quería. ¡Qué deshonra te doy madre, sin quiera imaginártelo!.

El fin de semana tuve una guerra civil interna. Me encontraba color púrpura, llena de frustración al no saber lo que en realidad sentía, el no saber lo que más adelante haría. Pensaba que Gabriel era el indicado para sacarme de esta batalla de colores que empezó desde que mi padre nos dejó, pero una vez que vi a Daniel todo volvía a atosigarme y a dejarme sin escapatoria.

Era algo maquiavélico, pero no entendía en realidad porqué lo era. Deseaba esto. Anhelaba que esto pasara y sucedió. No hay más que decir que la verdad. En lo más profundo de mí ser yo quería que esto me aconteciera. No consideré ni un momento en alejarme de mi tormento, de mis acciones que decepcionarían a más de uno y aterrorizarían a más de tres.

No podía conciliar el sueño. Quería creer que era por la emoción de saber que pertenecería a un club deportivo, pero el verdadero motivo era distinto. Similar. Batallaba en mi interior para que esta metamorfosis de colores parara de una vez por todas y me definiría en cualquier color, acatar el significado de mi vida y llevarla de una forma buena.

—Mamá, ¿te puedo preguntar algo?

Miranda se quitó los lentes de lectura, dejó a un lado su libro y con un gesto de manos me hizo sentarme a su lado. Me sentía como cuando tenía cuatro años y todo iba bien, sin problemas o regaños, sin tristeza.

Me recosté en su regazo, y ella empezó a juguetear con mi cabello.

—¿Qué pasa Romina?

—¿Alguna vez has sentido que estás haciendo algo mal, entonces lo dejas de hacer, pero por más que quieres dejar ir ese mal hábito no puedes porque te has dado cuenta que ya es algo adictivo? — Dejó de agarrarme el cabello.

—¿Esto es por un chico? —Giré para mirarla a los ojos. Tenía que mentirle mientras la veía directamente. Asentí con la cabeza—. El amor te hace pensar que estás haciendo algo malo, pero la verdad es que sólo es miedo de que se sepan las cosas. Puedes callarte, o afrontar las consecuencias que conlleva la parte de la atracción hacia alguien.

Había hombres que solo te llevaban por el mal camino un par de días, con suerte semanas; y quería que él fuera uno de ellos. Sin embargo, aquellos dos solo traían la discordia y la tentación de una forma intensificada que parecía no querer irse por meses.

Al concluir el fin de semana, sin saber qué era en realidad, cambié de nuevo la coloración que definía mí vida. Era púrpura. El color más bello que pudieran elegir. Me ayudaría a transformar esa enfermiza obsesión en algo neutral y natural en mi vida.

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¿Qué les pareció? Con sinceridad amo como se van desarrollando más los personajes y podemos ver qué es lo que piensa cada uno en el momento en el que actúan





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