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46. Tres de la mañana

Sentí los ajenos pero filosos colmillos arañarme el dedo. Blake parecía querer arrancarme la mano completa. Sentí algo de dolor, tristeza pero ciertamente, un alivio increíble al saber que realmente estaba vivo. Por un lado pensaba que no moriríamos hoy, que estaba por salvar a quien tanta ayuda me había brindado en el pasado; pero por el otro, me agitaba entendiendo que estaba haciendo una atrocidad. A Alexander no le iba a gustar nada esto, menos si me veía ahora. ¿Qué debía de hacer? ¿Cuánto debía de darle? Sonreí débilmente al sentirme algo cansada. Blake tomaba demasiado.

Quise retirar mi mano al sentir el escozor de piel viva deshaciéndose en su saliva ansiosa... mas el color de sus ojos me hacía retenerme poco a poco. Aquella bala había sido culpa mía. No podía negarle aquello que necesitaba tanto.

—Blake. —Intenté hablarle despacio—. Me duele un poco, ¿podrías dejar de...?

—Un poco más. —Blake abrió los ojos mirándome como un total drogadicto—. Un poco más.

Blake calló al fin preso en la tentación. Cerré mis ojos al sentirme tan extraña. Ser mordida por otra persona que no era Alexander, me hacía considerarme bastante sucia e infiel... ¿pero qué podía hacer? Por culpa mía él estaba así y sería malagradecida si no le ayudaba ahora.

Miré a mis costados estando alerta. Tampoco debía olvidarme que Giselle y su tonto novio estaban allá afuera, buscándonos. Respiré con fuerza intentando aguantar mi respiración. ¡Cómo dolía!

«Sí tan solo él estuviera aquí... ». Recuerdo que pensé aquello al ver la nieve caer. No podía sentir frío, pero el escozor de las mordidas aún me dolía. ¿Extraños los le-kras, o no? Aún no podía creer todo esto. ¿Quién diría que terminaría aquí?

Escuché una rama quebrarse.

Mi mano salió de quién empezaba a quejarse. Me erguí derecha y desafiante. Los reclamos de quién no podía pensar se hicieron potentes. No pude evitar maldecir y taparle la boca para que dejara de hablar. Blake no tardó en morderme, clavar sus colmillos en mi mano para saciarse. Pegué un gritillo que hizo que un escalofrió me recorriera la piel.

¡Estaba muerta! ¡Maldición!

Respiré con más fuerza al saberme perdida. Las pisadas se hicieron cada vez más intensas. Pensé en levantarme, pero fue muy tarde cuando vi unos zapatos asomándose por los árboles.

Dejé de respirar y por un minuto seguido, pensé que estaba loca. Ahí, justo frente a mí, con un seño molesto y aquellos ojos cristalinos ardiendo en cólera, estaba aquel ser que era el único que podía controlarme de tal manera.

—¿Qué mierda estás haciendo?
—¿Eres tú? —solté cansada, sin saber realmente qué hacer. ¿Mi mente estaba jugando conmigo de nuevo? ¿Realmente estaba ahí, frente a mí?
—Él único que puede tomar tu sangre soy yo. —Alexander le arrebató mi mano a quién volvía a quejarse—. ¿Por qué mierda estas...?

Me quedé en silencio mientras mis lágrimas hacían el resto. No pude evitar tapar mis labios al entender que no estaba soñando, que Alexander estaba aquí para salvarme.

—Perdón... perdóname. No debí irme. Estuvo mal. Pensé... pensé que iba a morirme. Yo...

Sentí sus brazos en mi cuerpo y yo ya no pude evitar que mis sollozos salieran al aire. Lloré en su pecho mientras me abrazaba, aún molesto, pero diciéndome que todo iba a estar bien. Besó mis labios y con esto tuvo para hacerme callar.

—¿Cómo me encontraste? —Pregunté aún vacilando y abrazándolo.
—Puedes correr, pero no puedes esconderte de mí, Nicole.

Respiré profundamente antes de comenzar a llorar sin control. Era un alivio para mí el volver a verlo. Volver a tener esos brazos junto a los míos, abrazándome con fuerza.

Por unos cuantos segundos me olvidé de todo: de Giselle, de Blake, incluso de la estúpida situación. Estaba tan aliviada como para dormirme en su pecho. Ahora nada ni nadie nos iba a separar. Volveríamos a casa y entonces, solo ahí, encontraríamos la solución a este problema. Sonreí débilmente al sentirme más calmada y a ver a Alexander mirando a quién se quejaba en voz alta.

—Nos persiguieron unos cazavampiros. —Expliqué rápido y sin rodeos—. Nos dispararon pero él salió más herido que yo.
—¿Te dispararon?
—Estoy bien. —Intenté tranquilizarlo. Su mirada yacía perpleja—. Blake no lo está tanto. Pensé que con darle mí sangre sería más que suficiente, pero sus heridas no sanan.
—Son las balas —soltó débilmente mientras se levantaba un poco la camisa de las mangas.
—¿Qué estás haciendo?
—Pago el favor. ¿Te salvó o no?

Abrí mis ojos en un santiamén. Alexander Maximus se había hecho una pequeña herida en su muñeca en donde brotes de sangre salían sin control. No dudo, no tuvo miedo. Se acercó a Blake rápidamente antes de alimentarlo. Blake lo disfrutaba... demasiado diría yo.

¿Por qué sentía celos ahora? Esto era mi karma. Guardé silencio teniendo ganas de arrebatarle a Blake lo que era únicamente mío y esperé. Esperé en el frío piso albino viendo a ese Alexander frustrado por algo que no quería hacer. ¿Esto me iba a salir caro después, o no? Todo esto era mi culpa, por ser tan débil e imbécil.

—Nunca vuelvas a irte sin mi consentimiento —dijo Alexander, acaparando mi atención y además, dejando a un Blake pacifico en el suelo.

No quería mirar sus ojos, pues sabía que si lo hacia, volvería a llorar o decir cosas que no tenían nada que ver con el tema... que simplemente no tenían sentido. Mordí mis labios y cerré mis ojos tras ello. La tentación era muy grande.

—Lo siento —solté sin mirarlo.

No recibí respuesta de su parte; sin embargo, pude notar el contacto de sus manos rozando mi cintura; obligándome de esa forma a acercarme a su cuerpo aprisa. Llegó entonces a mi mano lamiendo aquella herida que Blake había hecho antes de encontrarme y posando su frente en la mía, me susurró que no lo volviese a dejar solo.

Conecté nuestras miradas casi al terminar de escuchar aquella frase cargada de un dolor y soledad increíble. No había pensando en eso. En que Alexander era igual o más inseguro que yo.

—¿Qué te paso? —Soltó casi inquieto—. ¿Quién te hizo esto?

Miré hacia dónde miraba. El agujero que me había hecho Rogelio en mi mano aún no cicatrizaba.

—No importa... no me duele.
—¿Quién te lo hizo?

Pasé saliva al saberle molesto y que debía contestar si no quería alimentar más ese enojo.

—Rogelio Cortez.

Se hizo el silencio. Pude sentir su respiración hacerse más profunda.

—¿Alexander?
—Ten —dijo antes de ofrecerme su muñeca.
—No —susurré—. No quiero hacerlo.
—Es una orden. —Me gritó molesto una vez más.

Llevé mis ojos a los suyos. Aun me miraba con frialdad. Estaba molesto conmigo por no obedecerlo. Me sentí desfallecer al olerle, percibí una culpa impotente. Con algo de vergüenza, lo hice. Besé su muñeca y sin querer lastimarlo, no lo mordí. Simplemente lamí hasta sentirme satisfecha; solo hasta cuando Alexander me tomó de la barbilla para verlo y besarme.

Cerré los ojos con fuerza, llorando por lo estúpida que había sido. Por la tontería que había hecho.

—¿Ahora sabes por qué no quería que vinieras? —Me preguntó un poco más calmado.
—Ya dije que lo sentía... —susurré.

Me mostró una sonrisa antes de besarme en la frente y separarme lentamente de él. Había dejado de llorar ya que se lo había prometido a Blake y porque además, Alexander estaba frente mí y ya nada me pasaría. Suspiré lentamente antes de acercarme a Blake y tomarle nuevamente su pulso.

Estaba estable y fuera de peligro.

—Vaya, vaya. ¿Qué te parece, Rogelio? Sera un dos por uno.

Alexander y yo miramos hacia donde Giselle y su acompañante habían aparecido de pronto. Por fin, la última pelea estaba cerca, pero lo que cambiaba ahora la historia, era que Alexander se encontraba junto a mí y eso era benéfico y placentero. Ni siquiera Giselle podría detenernos ahora.

Sonreí pensando que esta pelea, la que me había estado persiguiendo desde mi nacimiento, la lidiaría con el amor de mi vida.

Los dos cazavampiros ya habían salido de su escondite. Pero claro estaba, que Rogelio no se encontraba en muy bonitas condiciones. Ya que por culpa mía, se encontraba cojo, la cual ahora, se hallaba parcialmente cubierta por una venda blanca que se había manchado en rojo.

Los dos nos apuntaron amenazantes con sus pistolas, con las que ellos creían que estaban protegidos y a salvo de nosotros, pero se equivocaban. Los le-kras no eran vampiros, sino algo mucho peor... algo completamente diferente al estereotipo original del ser de la noche y sangre. Nosotros no moríamos, no podíamos morir aunque lo deseáramos con todas nuestras fuerzas. Ya que cuando nuestro corazón deja de latir, nuestros "otros" salen para comer, para tener sangre para volver a reactivarnos. Y si es necesario, repetirlo uno y otra vez.

Eso era algo que había aprendido en esas semanas. La diferencia de los vampiros ordinarios a nosotros era que ellos sí podían desaparecer de la faz de la tierra con la tradicional estaca de madera en el corazón, la exposición continua del Sol o algo lleno de ajo. Pero eso ellos aun no lo sabían y no se los iba a decir.

Sonreí ampliamente, sabiendo que tal vez aquello agudizaría el odio que me tenía Giselle y compañía; pero no podía evitarlo. Saberme fuerte, con Alexander a mi lado, era como un instantáneo game over para ellos.

El silencio se prolongó por más de cinco minutos abrumadores. Y ahí estábamos los cuatro, esperando por quién sería el que daría el primer movimiento para empezar a movernos.

Mis sentidos se multiplicaron hasta el punto de poder escuchar al viento o a los animales que nos miraban escondidos desde sus cuevas y hoyos. Todos sabían ya lo que iba a pasar. Hoy habría gritos, sangre y dos muertes. ¿Quién ganaría? Alexander me miró. Él también estaba al tanto de todo. Escuchó como pasaba saliva y me sonrío.

Mata al alto; yo me encargo de la basura.

El susurro de Giselle ya había llegado a Rogelio, el cual acató muy rápido sus órdenes y ya se estaba separando de ella, apuntándole con seguridad a Alexander.

Alex y yo nos miramos como si accediéramos a nuestras batallas.

—No te atrevas a perder. —Fue lo que me dijo antes de separarse de mí y acercarse a lo que seria entonces, su próxima presa.

Sonreí débilmente sabiendo que esta era la noche. La noche definitiva. ¿Cómo la mataría? ¿Qué haría para hacerla rogar piedad? Observé hacia el frente. Giselle sonreía. ¿Por qué estaba tan segura de sí misma? ¿Qué no entendía? Nunca la dejaría matarme.

Respiré con fuerza acercándome a ella y escuchando entonces a esa Nicole, supe que tenía que cumplir mi más grande promesa esta noche.

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