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3. Secretos

—¿Estás bien, Nicole? —Me preguntó mi amiga asustada.

—Estoy bien, Ana. —Reí intentando restarle importancia—. Parece que soy algo torpe.

Mi último comentario tan solo hizo que mi confidente se destensará, ya que, conforme escuchaba que me sonreía, me apuraba para que saliera de tal asiento en una actitud totalmente relajada. Rogelio, como siempre, simplemente permaneció serio.

—Me pegaste un susto de muerte —Sonrió a mi lado—. Pensé que te habías metido en una pelea entre dos chicos borrachos.

Reí un poco sin entenderla del todo.

—¿Por qué dices eso?

—Lo que tú no sabes, es que los dos chicos de la esquina no te han quitado los ojos de encima.

—¿Lo dices en serio? —Abrí los ojos con sorpresa, mientras por fin terminaba de pararme  —¿Qué va? Igual y seguro no quieren nada serio.

Puede ser.

Mis piernas tocaron suelo justo al término de sus palabras y, apoyándome del cuerpo de Ana delante de mí, tan solo pude agitar mi cabeza varias veces. Por alguna razón, me sentía pesada y algo mareada... seguramente era todo aquel humo de cigarro que se podía presentir, claramente, por todo el lugar.

—¿Te encuentras bien? —Ana volvió a su faceta de madre—. Te ves algo... pálida.

—Creo que me duele un poco la cabeza, no te preocupes. —Suspiré algo cansada, ya que, mientras más hablaba e intentaba apoyarme bien, sentía que mis piernas se me iban de un lado a otro.

Si seguía de esta forma, realmente iba a caerme. ¿Qué debería de hacer? Hice una mueca en la oscuridad y, sintiendo aun las manos de Ana sobre las mías, no pude más que deshacerme del lazo e ir a oscuras hacia la pared, que seguramente me serviría de un verdadero soporte para caminar.

—¿A dónde vas? —Me preguntó curiosa mi amiga, quien había seguido mi tonto recorrido hacia el muro de hierro inoxidable.

—Al baño —contesté secamente.

—¿Te acompaño?

—No, no deseo molestar.

—¿Segura?

Ana pareció intentar persuadirme, pero Rogelio habló por ella justo cuando esta intentó  tomarme de nuevo las manos para escoltarme hacia el tocador.

—Está bien amor, Nicole dijo que podía... sola —contestó secamente.

Hice una pequeña clara de disgusto, pues sabía de ante mano que lo había dicho de mala manera. Siendo sinceros, era algo obvio que no le caía muy bien al novio de mi mejor y única amiga. Es decir, ¿quién lo haría? Si tu novia prefiere estar con alguien más que contigo, seguramente no lo tolerarías y bueno, ese era su caso. Su error era, que no sabía realmente la razón. A Ana la habían obligado a juntarse conmigo. Lo había escuchado de su padre hacía algunos años sin querer.

—Rogelio está en lo cierto. —Le di la razón, para al menos ganarme uno que otro punto de su simpatía y cariño.

—¿Estás segura? —Ana volvió a preguntarme.

—Sí, estoy segura. No te preocupes por mi —solté amigable y con rapidez, ya que, si no me iba rápido de ahí, probablemente vomitaría a pies de los presentes.

—Esta bien, pero te quiero aquí en diez minutos. 

Sonreí ante tal enunciado y, sin hacerme mucho del rogar, partí de la parejita hacia el cuarto de baño. El recorrido realmente fue el más difícil, pues, aparte de que había demasiada gente en el lugar, algunos que otros cuantos, se les daba por tocar mi trasero sin ningún pudor o vergüenza.

Así que en menos de cinco minutos y avergonzada, pude llegar al lavamanos con ayuda de una chica bastante borracha que me tomó de los brazos cómo si me conociera de por vida y fuimos juntas al baño. Fue gracioso escucharla en el camino hablar y maldecir a todo hombre que se nos acercaban para ligarnos; pero se lanzó al inodoro justo al llegar al lugar. Terminando una breve amistad que duró segundos.


.

Tomé un poco de agua del lavamanos, cuando pensé que había devuelto lo suficiente en el cubículo. No me había tardado tanto en hacerlo y, aunque no se me hacía sutil vomitar en la fiesta, lo divertido era que a nadie parecía importarle. Todas llevaban muchas copas encima; así  que muchas copeaban mis acciones.

 ¿La comida estaría infectada? 

Le resté importancia al sentirme mejor y, mojándome un poco el rostro, me erguí derecha para por fin salir de nuevo hacia el lugar de guerra... para poder llegar sana y salva hacia donde Ana y Rogelio me esperaban.

La música, que dentro del tocador había disminuido, simplemente pareció querer enterrarse en mi cabeza cuando salí con ignorancia hacia la pista de baile. Los gritos de diversión y algunas copas rompiéndose habían pasado a ser molestos. ¿Era yo o realmente me había vuelto a marear? Me llevé las manos a la boca cuando pude percibir aquello que hizo que mi vomito regresara. El aire que estaba dentro del antro simplemente olía asqueroso. Era más bien como si estuviera aspirando sudor humano y no oxigeno, así que me decidí rápidamente a retirarme fuera del edificio para tomar aire fresco y descansar. Ya esperaría a Ana afuera.

Así que, entre empujones, direcciones y algunas disculpas, pude dar milagrosamente con la gran puerta de hierro, y salir rápidamente para inhalar aquel aire que ya me hacía falta.   

Bajé los escalones cuidadosamente, secundada del barandal y el guardia de seguridad. Esperaba no tropezar con nada ni nadie por lo idiota que ahora me sentía. Parecía que el toparme con el aire hubiera aumentado mi mareo, así que, sin hacerme la difícil, tan solo caminé un par de calles más alentada por el señor de mediana edad que estaba preocupado por mi salud. Me senté, después de casi tropezarme varias veces, al final de unas escaleras que estaban fuera del alcance de aquel lugar lleno de música extenuante y libertinaje extremo.

—¡Gracias a Dios! —Suspiré agradeciendo mi estadía—. Pensé que no saldría de ese laberinto nunca.

El silencio y las acaricias de la fría brisa tan solo me hicieron respirar profundamente, estabilizando mis síntomas. Dándome cuenta entonces que el sonido de la noche fuera de aquella fiesta, era exquisita. Me gustaba el silencio y la calma y escuchar a los grillos cantar en un día como este no eran tan malo.

Sonreí torpemente ante aquello, sintiendo mis parpados un poco pesados. ¡Qué chistosa estaría viéndome! Seguramente parecía que no había tenido mucho tiempo para dormir y quizás, hasta algo drogada. Así que, para evitar que algún policía me viera en tal estado y me reportara, mi mano fue hacia la bolsa que me había prestado mi amiga. En cuestión de segundos, ya había sacado mis lentes oscuros, que solo hasta ese día y tras muchas peticiones, me había desposado.

Era tan extraño que solo tras aquel artefacto me sintiera tan segura y hasta bella.

—¡Sí! Definitivamente los había extrañado —solté para mí misma, alegre, mientras los acomodaba en mi cara con delicadeza y cierto júbilo.

El silencio entonces se hizo eterno tras ello pero no me molestaba en lo absoluto. Sentir que nada ni nadie estaba ahí para reprimirme y que tan solo estaba yo sola para poder pensar y decir lo que me placiera, era lo más divino de todo.

—Que linda sería la noche si no fuera por todo lo que me ha pasado desde el amanecer —solté reprimiendo una pequeña sonrisa—. ¿Quién diría que terminaría aquí?

Reí debilmente hasta convertirla en una sonrisa entristecida y ahogada. Recordar el pasar de cada día, permanentemente encerrada en un mundo sin emoción, me hacía volver a tener esa idea de ponerle fin a mi sufrimiento.

Sería tan fácil.

Le resté importancia a mi asunto cuando escuché pasos a lo lejos. Me mantuve callada y con la vista fija en el suelo, esperando a que pasasen a mi costado sin saber que había una mujer deprimida con la vida y la maldita monotonía que tenía que seguir viviendo.

¿Qué haces tú aquí?

Mis ojos se abrieron a más no poder tras mis lentes oscuros. ¿Otra vez él? Aquella voz que en la mañana me había amonestado; esa que se había infiltrado en mi mente sin algún permiso, nuevamente me hablaba helándome la sangre de la forma más rápida en la que jamás había sentido.

Los pasos que me avisaban que alguien se acercaba, pararon. Él se había detenido frente a mí. Tragué saliva algo incomoda. Su mirada estaba clavada fijamente en mi cuerpo. Con un escalofrió y sin querer pasar un segundo regaño, me paré con rapidez. Por alguna extraña razón, el hombre con el que me había topado en el camino al hospital estaba frente a mí y claro, por su tono de voz, no estaba muy a gusto con mi presencia.

—¿No vas a contestarme de nuevo?

Su cizaña fue bien recibida de mi parte, y esta vez, tras mis lentes, pude hacer un pequeño gesto de incomodidad.

—Simplemente estoy aquí porque me place —solté, después de armarme de valor para encararlo.

—Parece ser que sí sabes hablar.

Su voz ronca pero varonil se hizo sigilosa en su último comentario. Por algún motivo, aunque fuese el más mínimo, sentía un mal presentimiento al estar frente a frente con él. Era como si estuviese mirándome de mala gana.

—Disculpa por el golpe que te dieron en la mañana —Traté de corregir mi falta para poder largarme a casa.

—¿La culpa te ha estado comiendo, no?

—La verdad es que no —solté algo malhumorada. Por algún motivo, su forma de hablar no me gustaba nada—. Simplemente lo he dicho por cortesía y respeto.

—¿Ah sí?

—Sí.

Mi respuesta envió todo a un silencio molesto. Él no volvió a hablar y yo, como estaba algo mareada, tan solo copeé sus acciones. No deseaba entablar conversación con un extraño, además, por cómo me había hablado, no me interesaba en lo más mínimo.

—Tengo que irme —solté apresurada—. Ana me espera.

—Así que esa se llama Ana. —Aludió divertido, pero con su fría y decidida voz que lo caracterizaba.

—No es esa y sí, ella es quién me acompañaba al comienzo del día. —Afilé mis palabras, irritada por la manera en que había llamado a mi mejor amiga.

—¿Así que tu amiga aún te cuida?

—¿A qué te refieres?

—¿Así que no te lo ha dicho?

Me mantuve callada. ¿Ana me estaba escondiendo algo? Tragué saliva algo nerviosa. ¿Sería posible que mi mejor amiga hubiera sido capaz de contarle mi secreto? Arqueé mis labios, en símbolo de confusión y cierta desconfianza. No. Ana no podría haberme defraudado de esta forma.

—¿Qué debió de haberme dicho? —pregunté, recelosa.

—Es un secreto.

Oh... Maldición. 

—¿Qué te ha dicho? —solté esta vez preocupada pero curiosa al mismo tiempo.

—Buenas noches, disfruta la noche.

—No evites la respuesta —respondí rápido para detenerlo, malhumorada más bien por ignorarme.

—No la evito.

—¡Entonces contesta!

—No tengo por qué hacerlo.

—¿¡Te lo ha dicho, verdad!? Mi secreto...

—Puede ser.

Abrí mis ojos sorprendida, recomiéndome de la rabia que sentía en estos momentos. Este charlatán tan solo estaba jugando conmigo. Seguramente no sabía nada de nada y probablemente, tan solo me estaba reteniendo para molestarme.

Rechiné mis dientes unos con otros y, volteándome resignada, tan solo me moví a dirección contraria por donde se suponía que él había llegado.

Pero las cosas nunca salen como uno espera.

Yo, quien caminaba impaciente para no volverme a topar con ese ser que me ponía la piel de gallina, tan solo pude sentir su piel dura como la piedra chocar en mi rostro.

¿Cuándo había llegado frente a mí? ¿Cómo había caminado sin que se oyesen sus pasos por sobre los charcos de la lluvia? ¿Y por qué? ¿Qué no me odiaba y no deseaba volverme a ver?

Mis pensamientos comieron entero a mi cerebro antes de que pudiera reaccionar al medio ambiente. Sin notarlo, su fría piel había tocado mi rostro y, sin poder negarme, este me quitaba con delicadeza esos lentes oscuros que todo el tiempo usaba.  

Cerré mis ojos casi al instante y, como siempre solía hacer, me los tape por reflejo con mis manos para evitar que me viese.

—Quita tus manos de tu rostro. —Pidió con un tono hasta angelical.

¡NO! —Le grité con furia, realmente enfurecido por su atrevimiento—. No quiero —Agregué ahora para mí misma.

—¡Quita tus manos de tu rostro! —Ordenó esta vez, con una voz mucho más fría que antes.

Pasé difícilmente saliva, que parecía que se había atorado en mi garganta. Pasaron unos cuantos minutos mientras la ventisca helada recorría mi cabello y lo mecía junto con él para provocándome el escalofrío más largo de mi vida. Lenta y dolorosamente quité mis manos de donde se encontraban y las ponía en su sitio de origen para luego tener mi mirada cabizbaja a ese húmedo piso.

—¿Feliz? —dije seriamente.

—Mírame.

Retrocedí y me negué al principio pero, si no lo hacía, ¿qué era capaz de hacerme? Yo solo era una chica inofensiva y el era un hombre con mas habilidades que yo en combate. Si lo golpeaba en sus extremidades, igualmente me atraparía rápido, ya que no era para nada una chica deportista.

Así que, difícilmente, accedí a su petición. Con mis ojos abiertos y una lágrima cayendo de ellos, lo repudié con la mirada. Intentando imaginarme porque me estaba molestando de esta forma. Si tanto quería vengarse por el pequeño golpe de la mañana, esta no era la mejor forma de hacerlo... es decir, no conmigo.

—¿Ves? Que bonito color de ojos tienes.

Sin saber por qué, simplemente me eché hacia adelante, con cierta delicadeza pero sufrimiento. Mis manos sencillamente fueron más rápidas que mi propio cerebro. La abofeteada que recayó en su intrigante gélida piel resonó múltiples veces por el eco del lugar, pero no me sentí culpable de ello, es más, quería lanzarmele a golpes.

¿¡Te estás burlando de mi!? —hablé, soltando fuego de la lengua.

Pude escuchar como empezaba a sonreír ligeramente. Aquello me puso furiosa. Le miré con mi mirada vacía intentando darle pelea para que se largara y me dejara sola, mas parecía que le divertía todo esto.

—Como me burlaría de alguien como tú, mi lady.

—¡Estas haciéndolo!

—Yo no estoy haciendo nada —soltó con una sonrisa—. Tu eres la exagerada.

—¿Exagerada yo? —Me mordí los labios más cabreada que nunca—. Por favor, no te hagas el ignorante, ambos sabemos que lo sabes, que Ana te lo ha dicho.

—¿Qué me ha dicho Ana? —soltó, desafiándome.

¡Que soy ciega!

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