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12. Negación

Me quedé en silencio cuando lo escuché decir aquello. Alexander estaba justamente frente a mí, pero yo no lo veía así. ¿Dónde estaba el hombre del que me había enamorado, por el que había esperado tanto? En mis ojos solo estaba un vampiro pálido y sin emociones que me gritaba algo que no podía creer.

—¿Qué acabas...?

—Ese niño no existe, pero es mi culpa. —Añadió sin mirarme—. Te dejé mucho tiempo sola.

Tuve un escalofrió cuando entendí a qué se refería. Moví mi cabeza de un lado a otro, negándolo todo.

—No, no es cierto, Alex. Max existe, lo sé. Es solo que ellos están confabulando algo, ¿no los viste? Todos están en mi contra.

El silencio reinó de pronto.

¿Alex? —Murmuré su nombre al ver su extraño comportamiento. ¿Por qué miraba al suelo? ¿Por qué no me sonreía?—. Alex, debemos ir a buscarlo.

Intenté hacer que me mirara, pero cuando hice aquello, pude sentir como ponía su gentil mano en mi cara. Me analizaba a pesar de que pude ver en su rostro ojos rojos y llorosos.

—Perdóname, Nicole.

—¿Qué? Oh dios, ¿por qué lloras?

Mi pregunta voló por el aire. Sentí cómo entonces Alex me abrazaba. Por un momento pensé que me pedía disculpas por dudar de mí; sin embargo, cuando no pude separarme de él y Alex hacía más y más presión para no dejarme libre, supe que no era el caso.

—¿Qué haces? Suéltame, cariño.

—Nicole.

—Suéltame —murmuré de nuevo, esta vez con un ligero toque de orden y súplica.

—Es por tu bien.

Con eso tuve más que suficiente. Peleé a pesar de que Alexander no dejaba que ni un solo músculo de mi cuerpo se contrajera. Me tenía bien agarrada y eso hacía que no pudiera respirar del todo bien.

—¡Suéltame, maldición!

Aquellos ojos que se parecían a los míos se tiñeron del color de la sangre. Fijamos nuestras miradas y peleamos en una batalla silenciosa que no duró más de tres segundos. Mi mirada terminó tan borrosa por las lágrimas que Alexander dudó un poco al verme.

—Nicole, olvídalo. Él no es...

—¡No! —No dejé que terminara de hablar—. ¡No me hagas esto! —Lloré con fuerza al sentir que me cargaba en sus brazos bruscos—. ¡Max es real!

—Por favor, Nicole.

—Maldita sea, Max, sal de una vez.

El desgarrador grito trajo consigo a muchos vampiros y mascotas. Algunos susurraban y otros, me miraban de nuevo con esos ojos de lástima. Alex los miró a todos como si les advirtiera que si escuchaba una carcajada, los aniquilaría a todos sin pensárselo dos veces.

Nadie dijo nada. Alexander me cargó en su pecho para comenzar a subir las escaleras, a pesar de que yo gritaba una y otra vez por aquel niño que nadie conocía. Seguí por el pasillo gritando y cuando llegamos a nuestra habitación, Alexander me dejó en la cama con cuidado.

—¡Tenemos que buscarlo! —Pedí un millón de veces—. Max es...

—¡Basta, Nicole! —Me interrumpió mientras me zarandeaba—. ¿No entiendes? Max no existe. Fue una ilusión, un sueño que te creaste en esta habitación. Y fue mi culpa, por favor deja de hablarle a alguien que no vive.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver como Alexander se separaba un tanto de mí y se acomodaba el cabello sin siquiera importarle que yo me estaba derrumbando por dentro.

—Yo no estaba soñando —farfullé cuando vi que me dio la espalda. Alexander suspiró cansado antes de ir hacia mí y tomarme de las manos con ternura otra vez.

—Por favor, Nicole. Olvida esto.

—No. —Me tapé el rostro con las manos—. Max no es un sueño. Yo... yo lo sé.

—¿Cómo lo sabes?

—Él salió de mi —susurré mientras me tocaba el vientre con delicadeza—. Max comió mi carne para hacerse paso en este mundo.

—¿Tienes pruebas? —Alex soltó aquello dudoso.

—¿Qué?

—Pruebas de que él realmente existe.

Parpadeé sin creer la poca fe que tenía en mí, pero con cierto coraje retenido, me levanté del colchón de un solo brinco. Caminé hacia el buró, donde abrí cajones al azar.

¿Pruebas? Yo no tenía cicatriz del parto ya que por ser un vampiro estaba tan delgada como siempre lo había estado; los juguetes y su cuarto habían desaparecido. ¿¡Qué maldita prueba podía darle!? Pensé por un segundo aquello mientras tenía la mirada expectante de un Alexander desconfiado.

—Las fotos...

Alexander dejó de cruzar sus brazos.

—¡Hay fotos! —Sonreí contenta, pero aún enfurecida—. ¡Tengo fotos! Espera y verás.

Revolví mis cosas extrañamente empolvadas. A pesar de que por un momento temblé al no encontrarlo, el libro celeste que había hecho hacía un año salió de repente entre mis manos. Alexander palideció al verlo, pero no dijo nada cuando me vio abrirlo a prisa en el suelo.

Sonreí victoriosa al saber que con esto yo ganaba, pero no pude evitar sentir nauseas cuando vi la primera foto del álbum. En ella estaba yo... solamente yo. Sonreía con una mirada vacía, como si estuviera dormida o sumergida en una ilusión. No dije nada a pesar de que Alexander se acercó para ver. Pasé página. En la siguiente, estaba en el restaurante. Esta vez, comiendo una caja feliz que apenas había tocado y con una malteada de fresa, esas de las que tanto le gustaban a Max.

Alex me llamó una vez, pero no contesté. Seguí mirando el álbum de fotos cada vez con más rapidez y desesperación. El pánico me inundó. Lancé, cuando acabe, el libro hacia un costado. ¿Dónde estaban mis fotos? ¡¿Dónde estaba mi Max?! Corrí a abrir más cajones, sin importarme que estuviera o no destrozando la habitación.

Alexander dijo mi nombre una vez más; sin embargo, no quise detenerme. Busqué sin parar por todos lados: en mis libretas, en mi armario. Volteé el cuarto de cabeza, pero no pude encontrar algo para probar que él había estado aquí.

Me detuve solo por un momento mientras observaba como él hacía lo mismo.

—Nicole... déjalo ya.

—¡No me toques! —Grité cuando trató de consolarme—. Tú no me entiendes. Algo está pasando. ¡Lo sé! Alguien ha hecho algo malo. ¿Podría ser...? ¡El hombre de azufre! —Alexander se quedó en silencio cuando lo vi—. Max me dijo que veía en sus pesadillas a un hombre que olía a azufre. ¡Él fue! Él se lo llevó.

Caminé decidida hacia la puerta, pero Alexander me detuvo casi al instante.

—¿A dónde vas?

—Al cuarto de Max —respondí temblando—. Ahí debe de haber algo, el hombre...

—No hay ningún hombre.

—Max sabía...

—Por favor, basta.

¿Por qué? ¿Qué es que no entendía? ¡Habían secuestrado a nuestro hijo! Teníamos que movernos, teníamos que buscarlo. ¿Por qué no me soltaba? ¿Por qué me detenía? Mi pecho se agitó cuando los segundos siguieron y él no pretendía soltarme. Le miré tratando que comprendiera, pero Alex no me devolvió la mirada.

—Suéltame.

—Nicole.

—¡No! ¿No lo entiendes? ¡Algo está pasando aquí!

Tuvimos una segunda batalla en silencio, pero el rostro angelical de Alexander pronto se derrumbó de impaciencia y desesperación. Me apretó de nuevo la mano, intentando que me fuera con él a la cama, pero yo no quería siquiera estar en la habitación. Me planteé bien en el suelo y peleamos de nuevo con fuerza.

—No te lo voy a preguntar otra vez, ¿vas a volver a dejarme sola o vas a venir conmigo?

Sí, tal vez mi forma para tratar de apaciguar la situación era errónea, pero no sabía qué más hacer. Estaba enojada y no sabía controlarme. Era Max, era mi hijo. ¿Por qué debía de parecer sensata, cuando por dentro, la llama de ser madre me gritaba por correr? Intenté calmarme ser cordial, pero había soltado aquello con la punta de la lengua, como una vil víbora de cascabel.

—No vas a ir a ningún lado. —Su voz gruesa afirmó su reciente enojo—. No vas a volver a irte solo por un delirio.

—¿¡Delirio!?

—Sí, es una locura.

—No sabes qué estás diciendo.

—Lo sé, es mi culpa.

—¡No, tú no sabes de lo que estás hablando! Max existe, Alex. Lo sé, pero como siempre, nunca quieres creerme. Siempre...

—Te expuse demasiado, te dejé demasiado tiempo.

—¡No me mires de esa forma! —Chillé al ver de nuevo esa mirada de lástima y decepción—. No estoy loca y no soy una niña. Me dejaste sola, sí, pero he estado muy atenta de lo que ha pasado en estos seis años y créeme, no he perdido el juicio.

—Fueron siete. —intervino Alexander.

—No, fueron...

Dejé de hablar por un momento, pensando en lo que había pasado en el patio. Rosette, por alguna razón, había dicho que me había perdido por siete años, pero eso no era cierto. Sonreí a ello.

—¡Fueron seis! —Volteé a verlo—. Tú debes de entenderme bien. Cuando yo desaparecí, tú sabías cuánto tiempo me había perdido; en esta ocasión, yo también conté cada día y cada semana. ¿No recuerdas? Ayer te dije que fueron seis años y tres meses.

Alex se quedó callado, justo pensando en lo que había dicho.

—¿Por qué entonces ellos mentirían?

—No lo sé. —Al fin respiré lentamente, feliz de que me creyera—, ¿pero vas a creerles a ellos o a mí?

Esperé por unos segundos, pero Alex se veía tan pensativo que me empezó a doler el pecho. ¿Qué tenía que pensar tanto? ¿¡Es que no recordaba todos los hermosos momentos que habíamos pasado juntos!? Yo era la única que lo había esperado con ansias. Había tenido un hijo suyo y lo había criado por mi misma contándole, en los últimos años, cuentos que me hacían recordarlo a diario. ¿Qué es que eso no contaba? ¿Por qué creía más en las mentiras de los demás que en la supuesta mujer que él amaba? Me mordí los labios de la impotencia y volví a sentir que las lágrimas se juntaban en mis ojos. Alex seguía en silencio. Respiré con fuerza, decepcionada.

—No vas a creerme, ¿verdad? —Volví a preguntar con un tono que lo daba por hecho.

Su silencio terminó por hacer que mi respiración parase.

—¡Bien! ¿Sabes qué? Olvídalo. —Mi mano se fue hacia la otra, sacando con pena aquella sortija de plata que había recibido hacía ya tiempo y que, tontamente, había atesorado como lo más precioso que tenía—. Debí de haberlo sabido. Yo, yo ya no puedo con esto.

—¿Qué estás...? —Se interrumpió así mismo cuando vio mis acciones—. ¿Qué haces?

La voz seria me hizo sentir una opresión en mi pecho. Sabía que si lo miraba, mi corazón se partiría en dos y uno se quedaría con él. Así que, aun mirando al suelo, dejé el anillo que se había desprendido de mi pálida piel en la cama.

—No me voy a casar contigo.

—¿Qué?

Teniendo a Max en mi mente, fijé mi mirada en él.

—¿Por qué debería de casarme con alguien que no confía en mí?

Alex miró el anillo perplejo por lo que acababa de escuchar, pero aún así, no contestaba. Aquello me enfureció y me hizo sentir rota por dentro. ¿Realmente había esperado a este hombre por seis años? Traté de que mi voz no se quebrara, pero no pude hacerlo. Dejé salir un gemido de lástima antes de suspirar y darle la espalda. Me tapé los labios sabiéndome tonta. Tonta por esperar algo de él o por saber que Alex no iba a creerme por más que intentara que lo hiciera.

Me sentí, más que nada, acuchillada por dentro y no pude evitar derribar una lágrima, que fina y silenciosa, se fue hasta mis labios. Saboreé el amargo y salado sabor con un rostro derrumbado y entonces caminé.

—Vete olvidando de la boda. —Pude llegar a decir—. No voy a dormir aquí de nuevo. Yo... vendré por mis cosas cuando tú no estés.

Tomé la perilla de la puerta en silencio y la giré. Abrí la puerta y salí. Di tres pasos antes de que escuchara la puerta de nuevo abrirse, está vez, en un seco sonido. Alexander salía de su cuarto con unos ojos abiertos y llenos de pánico. Aquellos ojos, que antes había pensado que eran los de un ángel, estaban rojos como el mismísimo infierno.

No me detuve a pensar, ni siquiera de respirar y reconocer que era yo quien de nuevo ponía una muralla entre ambos. Simplemente caminé decidida. No quería volver a verlo, no quería que me besara ni que me tocara. No quería saber nada de él. Era solo el hombre que amaba que me rompía el corazón otra vez.

—¡Nicole! —La lejanía pronto trajo consigo aquella voz varonil confundida que llamaba mi nombre con fuerza—. Ven acá.

¿Qué regresara? Eso era todo lo contrario a lo que haría. Alejarme, eso era todo lo que pensaba.

Aceleré el paso, segura de mi resolución. No quería... no podía mirarlo de nuevo. Y es que pensaba en si había actuado bien o no, porque solamente cuando llamo mi nombre desesperado, comprendí que estaban rondando lagrimas pesadas por mi rostro.

—¡Nicole! —Alexander volvió a llamarme, esta vez más serio y enojado—. No te atrevas a dar otro paso.

Seguí caminando por el pasillo ignorando lo que me decía, intentando que mis lágrimas no me decayeran; dejando que todo mi coraje retenido le ganara a mi tristeza, para que aquellas gotas saladas pararan y no salieran a flote y me destruyeran.

—Nicole, detente.

Alexander seguía detrás de mí, intentando tomarme de la mano para que recapacitara o seguramente me pusiera a sollozar y cayera de nuevo en su pecho para hacer el amor o besarnos con locura mientras me decía que Max era solo una ilusión.

—¡No! —Contesté, sin importar si me escuchaban o no—. Tú no eres quién para mandarme nada.

—¿Qué no soy nadie? —Su mano llegó a mi cuerpo, enojada—. ¿¡No soy nadie!?

—¡No! —Grité a todo pulmón y con una voz distorsionada; sin verlo pero deteniéndome. Enojada conmigo misma porque sabía que estaba totalmente equivocada.

¿Por qué sería que cuando el enojo se apodera de alguien, solo hace que olvidemos todo lo importante? Solo podía recordar lo que más me hacía enojar y eso era que él nunca me apoyaba en nada. Ni cuando quise recuperar mis memorias ni ahora, que no creía lo que yo sabía que era real.

—Maldición, mírame, Nicole.

Al ver que no quería mirar, sentí como me abrazaba. Su pecho, que acelerado me acogía, palpitaba por lo que decía.

—¿No soy nadie, Nicole? Soy tu prometido, maldición.

—¿Casarnos? ¡Por favor! —Me solté, aún negada—. ¿Cómo pude ser tan tonta en esperarte tanto tiempo? Tú no eres mi Alex, el hombre que pensaba que era para mí. Tú solo eres un maldito vampiro que no cree en nada ni en nadie. ¡Estaba tan cegada! Alex, tú nunca me has apoyado. Siempre me guardas secretos y ahora, esto. ¿Cómo es posible que seas tan cínico? ¿Realmente crees que nos vamos a casar a pesar de que no crees ni una sola palabra que sale de mi boca? ¡Por favor, Alexander! ¿Estás mal de la cabeza?

—¡Ayer te encantó revolcarte conmigo y ahora me sales con estas tonterías! Estoy tratando de creer en ti, pero es tan ilógico. ¿Qué me dices de las fotos, de que nadie sabe nada de este supuesto niño que dices que existe? Ni siquiera puedes probar que nació. ¡No me pidas cosas imposibles!

Respiré con fuerza, tratando de ser fuerte. Mis lágrimas empañaron de nuevo mi vista, haciendo que mirase al suelo lleno de desconsuelo.

—Te odio. —Continúe hablando sin pensar—. Lamento haberte conocido, lamento estar atrapada en este lugar contigo y lo que más lamento, más que nada en este mundo, es creer que estaba enamorada de un hombre sin escrúpulos y desconfiado. Alexander, eres... eres un maldito monstruo.

Ese último comentario simplemente nos dejo callados a los dos. Mi mirada se abrió cuando estuve consciente de lo que había dicho. Alexander me soltó y fue ahí cuando pude mirarlo. Aquel hombre pálido y de oscuro cabello, tenía en su rostro unos ojos abiertos y lastimados. Miraba al suelo casi hasta congelado, seguramente repitiendo mis palabras en su mente.

¿Cómo era posible, que aun enojada, sintiera culpa por lo dicho?

Apreté mi mandíbula cuando lo vi en shock; sin embargo, cuando intenté correr por las escaleras, sentí que me agarraba de la cintura y ahora me tomaba como un costal de papas. Grité su nombre para que me bajara, pero cuando me arrastró de regreso a su habitación sin decir ni una sola palabra, supe que aquel cuarto volvería a ser mi peor enemigo.

Y vaya que tenía razón.


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¡Hola! Ya regresé. ¿Por qué me tardé ahora? Estaba en un concurso y al fin terminé con Condena. Si tienen tiempo, pasen a ver para que me digan que tal quedó.

Por otro lado, estoy leyendo un libro buenísimo y bien... cuando me como los libros, literal me los como y estaba muy llena... así que tenía que dejar pasar un tiempito para que me dieran ganas de escribir y bueno.. ¡Voilá! ¿Qué les pareció? Ya prometo, ahora si bien, en publicar cada semana. Esto de irme por mucho tiempo no es del todo sano. Necesito escribir más. xD

Un beso y gracias a todos por los comentarios de los capitulos pasados.

—Nancy A. Cantú

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