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Capítulo 6

DIANA

Tardé tres horas en recuperarme del shock emocional que supuso encarar a mis padres.

Me quedé en aquel risco, sentada sobre la yerba, mirando las luces de la ciudad en completo silencio, hasta que fui lo suficientemente conciente para recordar el hecho de que no tenía a dónde ir.

Mis amigos de la universidad, menos Fara, eran amigos del apellido Lasher, no míos. Y sabía que la situación de Fara en su casa no estaba para recibir invitados. No tenía a dónde ir. Entre más vueltas le daba, peor me sentía. ¿Dormiría en la calle? Faltaban alrededor de tres horas para el anochecer, pero...

Una vibración me hizo dar un bote en el lugar.

Saqué mi teléfono de la bolsa a mi lado y sentí mis manos temblar al leer el nombre en la pantalla. Tommy. Tragué saliva y me aclaré la garganta para que mi voz sonara lo más normal posible.

—¿Sí?

No lo conseguí, al instante preguntó:

—¿Diana?¿Qué pasa?¿Estás bien?

Apreté los labios.

—Sí, Thomas, ¿qué pasa?

—Ahora sí que estoy seguro de que algo está mal.

Fruncí el ceño.

—¿Por qué?

—Nunca me llamas Thomas.

—Cierto—me mordí la lengua para callar una maldición—. ¿A qué se debe tu llamada, Tommy?

Suspiró.

—No trates de desviar la atención. Lo mío puede esperar. ¿Qué te pasa?

—No me pasa nada.

—Diana.

—Tommy.

—No tienes por qué mentir. Seguro que puedo ayudarte.

La seguridad en su voz, la calidez...eran cosas con las que no contaba. Fue eso lo que me hizo derrumbarme. Cuando solté un sollozo sentí un ruido al otro lado de la línea que me indicó un movimiento brusco.

—Mierda, Diana. ¿Qué pasa? Cuéntamelo ya. ¿Necesitas ayuda?

—No...—sollocé—. No tengo a dónde ir.

—¿Qué?

—Discutí con mis padres, me he ido de casa. No tengo a dónde ir.—perdí la cuenta de las veces que había repetido esas palabras. Cada vez dolían más.

—Joder...—chasqueó la lengua—¿Quieres venir a mi casa?

—¿Qué?

—Tengo una habitación de invitados. Podrías quedarte aquí. A Thalia le vendría genial tu compañía.

Tragué saliva.

—No sé qué decir, Tommy. Creo que sería un poco intrusivo que...

—Tonterías—interrumpió—. ¿Tienes cómo llegar?

—Ando con el coche—murmuré.

—Genial. Entonces ven. Iré preparando la habitación de invitados.

—Tommy...—mi voz sonó en un hilo, se me rompió a mitad del nombre—. Gracias.

—No hay de qué.

Colgué y me subí al auto. Me limpié las lágrimas con brusquedad. Estaba cansada de llorar por ellos. Tan pero tan cansada...Arranqué con los brazos débiles. Me tomó mucho más de lo que esperaba, pero finalmente detuve mi auto en la acerca frente al porche de Tom. Al instante salió a recibirme, como si...como si me hubiera estado vigilando. Me bajé con el enorme bolso de viaje colgado del hombro. Intenté con todas las fuerzas que me quedaban esbozar una sonrisa, de verdad que sí. Pero fue en vano. Me derrumbé. Si él no hubiera casi corrido hasta mí y me hubiera sostenido de los hombros hubiera caído de rodillas.

—Joder, Diana. ¿Qué cojones ha pasado?—preguntó, resumando preocupación; me quitó el bolso y se lo puso en el brazo contrario mientras con el otro me sostenía por los hombros.

—Después...—susurré.

Lo entendió. Siempre lo entendía.

Me ayudó a entrar. Thalia estaba sentada en el sofá con los ojos, también preocupados, puestos en nosotros. No dijo nada, en eso se parecía a su hermano, tal vez se lo había enseñado él. Ambos sabían respetar los silencios. Tom me ayudó a subir las escaleras hasta el pasillo donde estaba la habitación de Thalia y me abrió la puerta de al lado. Tenía una cama personal, una mesita de noche, un espejo y un armario vacío. Perfecta.

Tom me ayudó a llegar a la cama y me senté en ella, derrotada. Demasiadas emociones en un solo día. Me miró por segundos muy largos y luego se pasó la mano por la nuca en un gesto nervioso.

—Puedes poner tus cosas en el armario...—abrió las cortinas de la ventana junto a la cama. La luz del atardecer dio un aire naranja muy oscuro al cuarto—. Siéntete como en casa.

—Gracias—musité por lo bajo.

Tom suspiró y tragué saliva cuando se agachó frente a mí. Me puso las manos un poco más abajo de las rodillas y, a pesar del vestido largo, sentí el calor de sus palmas. Sus ojos, que eran de un verde muy claro con toques amarillos, indagaron en los míos.

—Diana, ¿qué ha pasado?—lo preguntó tan bajo que sonó como un susurro. Apreté los labios cuando se me empezaron a llorar los ojos. No quería llorar frente a él.

—Discutí con mis padres, ya te lo he dicho.

—Pero...

—Tommy—lo interrumpí en un murmullo—, de verdad estoy cansada. ¿Podemos hablar de esto mañana, por favor?

Algo en mi rostro le hizo suavizar el suyo.

—Está bien, como quieras.

Cuando quitó las manos de mis rodillas extrañé el contacto. Salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí. Aproveché para mirarla. A pesar de estar vacía, no era aburrida. Tenía las paredes pintadas de un tono salmón, como el resto de la casa—menos la habitación de Thalia que era rosa muy claro—, y convinaba con el marrón claro de los pocos muebles. Comencé a pensar en cómo se vería con todos mis jarrones y cuadros artesanales. Pero me vino el recuerdo de casa. Me vino el recuerdo de lo segura que sentía en aquel refugio de colores que es...era mi habitación. Que ya no lo sería nunca más. Porque cuando huyes de la tormenta no necesitas un refugio, ¿cierto?

Saqué las pocas prendas de ropa, mayormente vestidos, que había traído y las acomodé en el closet. Puse un cuadro abstracto que me gustaba en la pared, era pequeño pero le daba un toque hogareño a la habitación. Cuando acomodé un par de productos de higiene y belleza en un extremo del closet, saqué mis libretas de notas y mi ordenador y los acomodé en la mesa de noche.

A último momento, decidí que tal vez me vendría bien escribir, ¿no?

¿No era eso lo que hacíamos los escritores? ¿Transformar nuestras lágrimas en poesía y seguir el camino por el que nos guiaban las letras cuando perdíamos la fe?

Me senté en la cama y abrí el documento de mi nuevo libro. Solo había trabajado en el prólogo, algo completamente ambíguo, que no daba demasiado color en la historia, pero a la larga sería importante. Al menos, si seguía el hilo de la trama como lo había planeado. Eso último era difícil cuando no tenías definido si eras escritora brújula, escritora mapa...o ambas. A veces estaba segura de que era ambas, otras no tanto. Y, otras, solo me daba por pensar que mi proceso creativo era demasiado complicado para ser definido o encasillado en cualquiera de ellos.

Unas dos horas después, unos toques en la puerta me hicieron levantar los ojos cansados del ordenador. Me dolían las sienes por fijar la vista tanto tiempo en la pantalla.

—Adelante.

Thalia entró. Llevaba un pijama rosa en el que no había detallado cuando entré con Tom. Me miró, desde el ordenador sobre mis muslos hasta mis ojos cansados y sonrió.

—¿Escribías?

—Lo intentaba, más bien—pegué la cabeza al cabecero de la cama con hastío—. Es...difícil.

—Nadie dijo que fuera sencillo—se metió un mechón tras la oreja para quitárselo de la cara—. Pero Tom dice que es divertido.

—Suele serlo, sí.

Nos quedamos en silencio un par de minutos hasta que preguntó :

—¿Vas a contar ya que ha pasado?

—Peleé con mis padres.

—¿Y?

—¿Y qué?

—¿No me vas a dar detalles?

—No.

—¿Por qué no?

—Porque no me apetece hablar de ello, Thalia.

—A veces hablar te puede hacer sentir mejor.

Estaba usando mis palabras contra mí. Volteé los ojos.

—En serio, solo...discutimos.

—¿Y te echaron?

—Me fui por mi cuenta.

—Pero, ¿por qué?

—Porque me sentía presa con ellos. Porque, a pesar de presumir ser perfectos, no eran buenos padres. Me sentía más como un proyecto que como su hija. Les dije algunas verdades, hubo lágrimas, amenzas y, finalmente, tomé mis cosas y me largué—solté una risa desganada, carente de gracia alguna—. Supongo que me di cuenta un poco tarde que no tenía a dónde más ir.

—¡Nos tienes a nosotros!—exclamó dando un pequeño bote en la cama—. A Tom le caes genial y a mí también, no nos molesta que estés aquí.

A pesar de que me emocionaba ser así de bienvenida en su hogar, debía ser sensata.

—Soy una intrusa en vuestra vida, Thalia.

—No, no lo eres. Siempre...desde que tengo memoria, hemos sido solo nosotros dos. Una casa tan grande con solo dos adolescentes dentro se sentía muy vacía. Ahora somos dos adultos y una adolescente, yupiii—levantó el puño con sarcasmo—. Casi parecemos una familia tradicional y todo.

Muy a mi pesar, solté una risa.

—¿Y tú?—pregunté después de un rato—¿Qué tal estás?

Ella ladeó la cabeza.

—Más o menos. Me enfrenté a Brand y a sus amigos. Al final él decidió que yo tenía razón, que había sido un gilipollas conmigo y que no ayudaba que regara mala leche sobre mí por ahí...En fin—se encogió de hombros—, creo que...lo superaré. Algún día.

Le di una sonrisa triste. Ella me miró un segundo más antes de hablar de nuevo.

—Tom y yo vamos a cenar. ¿Quieres unirte a nosotros? Sé que no lo parece, pero se le da bien la estufa.

Solté una risa ante una imagen mental del pelirrojo dando vueltas por la cocina con un delantal de flores. Ante la mención de la cena mi estómago dio un vuelco.

—Vale, supongo.

La seguí hasta el salón y después por un pequeño pasillo hasta una mesa de cuatro plazas. Junto a ella estaba una amplia encimera muy...acogedora.

Tom estaba dando vueltas de acaá para allá. Aunque, para mi decepción, su delantal era de cuadros, no de flores. Qué aburrido. Aunque lo de aburrido pasó a segundo plano cuando lo oí tarareando la canción que sonaba en un móvil. La canción era Blank Space de Taylor Swift.

Estuve a punto de chillar pero me contuve y miré a Thalia que tenía una sonrisa orgullosa de sensei.

—Lo he enseñado bien—se limitó a decir.

Al oír la voz de su hermana, Tom dejó de cantar. Se giró hacia nosotras y, al verme, su cara palideció.

—Dime que no me has visto... y oído. Por favor.

—Lo siento—contuve una sonrisa—. Tus agudos y tus movimientos pélvicos eran difíciles de ignorar, Tommy.

Pasó de ser pálido a ser un rojísimo pimiento en un instante. Se aclaró la garganta y señaló las ollas.

—Madre mía...—murmuró—¡La cena está lista!—añadió en un grito nervioso; al decirlo, se oyó la voz de Taylor Swift de fondo y se giró hacia su hermana—¡Thalia, quita el móvil de una vez!

🌻

Nos sentamos a cenar. No era comida de cientos de dólares como en mi casa, pero tenía el toque hogareño que ningún precio podía pagar. Thalia se apoderó de la conversación, contando que una de sus series viejas favoritas tendría una nueva versión pero que no le gustaba el cast que habían elegido. Nos dijo que una autora que le gustaba mucho quería hacer una firma de libros en la ciudad pero que aún no era concreto. Ya, cuando casi terminábamos de cenar, dije :

—Mañana empiezo a buscar trabajo.

Tom soltó la cuchara y esta hizo un sonido agudo al chocar con el plato.

—¿Qué?—pronunció.

—Lo que has oído, Tommy. No puedo...abusar de vuestra hospitalidad. Soy una persona con muchos gastos, tengo que mantener mi coche en buen estado, pagarme los próximos cursos a los que me apunte y me...—tragué saliva, sintiendo la mirada de Thomas fija en mí, mientras yo aún tenía la mía en mi plato—. Me gustaría crear un fondo, para un contrato editorial en el futuro. No quiero que mi...vida dependa del dinero de otra persona nunca más.

Se hizo un silencio sepulcral.

Thalia miró a Tom, pero él siguió mirándome a mí. Entonces, sin más, preguntó :

—¿Eso es lo que quieres?—su voz no era un reproche, era una pregunta sincera.

Asentí.

—Sí.

Volvió a asentir.

—Entonces te acompañaré a buscar trabajo.

—¿No tienes nada que hacer?¿Estudiar, trabajar...?—lo dejé ahí, no sabía si era bueno hacer esa pregunta.

Thalía negó, dando un sorbo de agua.

—Mi hermano no estudia desde hace dos años cuando acabó el instituto. Quería pasar más tiempo con sus libros...y conmigo, claro está.

—No...—fruncí el ceño—. No quiero ser indiscreta, pero...

—¿De qué vivimos?—preguntó él conteniendo una sonrisa, como si hubiera oído esa pregunta un millón de veces—. Verás, en el instituto gané un concurso de escritura muy importante. El premio monetario era muy gordo, me ayudó a pagar la hipoteca para que pudiéramos conservar nuestra casa y, además, vendieron mi trabajo a una editorial.

—¡¿Publicaste en papel?! ¡Dijiste que no lo habías hecho!

—Y no lo hice—su sonrisa se apagó un poco—. Por lo menos no es mi nombre el que aparece en el libro.

—¿Qué dices?—mi emoción murió.

—En aquel entonces no lo sabía, pero el concurso era para ser escritor fantasma.

Abrí la boca, sorprendida.

—¿Me estás diciendo que por las librerías anda circulando un libro que escribiste tú...pero con el nombre de otra persona?—firmé los puños en la mesa, entre sorprendida e indignada—¿Estás de coña?

Negó.

—Ojalá estuviera de coña. No lo sabía. Pensé que era...para ser publicado directamente, no leí la letra pequeña y mandé el manuscrito casi sin pensar. Me llegó el dinero y todo bien hasta que vi que iban a publicarlo...con el nombre de otro autor. Me quedé en shock. Releí la convocatoria y lo decía perfectamente, pero yo estaba tan ensimismado con la oportunidad de ser publicado a papel que fui...imprudente. De repente vi...bueno, vi mi libro conquistando al mundo...sin mi nombre.

—Madre mía, Tommy...Eso es...horrible.

—Lo sé, pero aún sigo obteniendo beneficios por ello. Me incluyeron en los créditos no oficiales y me dan un por ciento lo suficientemente decente para criar a mi hermana y pagarle el instituto. Así que, veo ese libro como un soldado caído, sacrificado por el bien común...—soltó una risa triste.

—¿Cómo se llamaba? El libro, digo.

Resopló.

Atardeceres en el caos.

Me quedé de piedra.

—¡¿El best-seller?!—palidecí—¡¿El nominado al puto Nobel?!

—Ese, Diana, ese.

—Hostia puta, ¡¿y lo escribiste en el intituto?!

—Síp.

—Es un cerebrito. —aportó Thalia, que parecía pasárselo en grande.

—Lo noto, joder—bufé—. Dios, es...increíble.

Él era increíbe.

—Pero guárdame el secreto—me señaló con el tenedor—, se supone que es información confidencial.

—Si me guardas tú el secreto de que estoy viviendo contigo, me vale.

Asintió.

—Hecho, entonces.

Se hizo un ténue silencio, que se rompió cuando Thalia suspiró con fuerza.

—¡Pues, enhorabuena!—aplaudió—¡Ya conoces el secreto oscuro de la familia Smith!

—Supongo—me encogí de hombros y di un pequeño bocado al pollo de la cena, antes de señalar a Thalia con el tenedor, como Tom había hecho conmigo—. Sepas, que me siento muy afortunada al respecto.

—Comprensible—alardeó la chica—, mi hermano es algo así como una celebridad en las sombras.

—Thalia—gruñó el aludido rojo como un pimiento—, déjalo ya.

—Déjala, que se cachondee un poco, Tommy. Aunque no sea tu nombre el que salga en la portada, es tu trabajo el que es conocido.

—Puede...puede ser—dio un largo trago al vaso de agua—. Pero se siente igual de raro cuando hablan de ello. Se puede decir que es...una herida sangrante para mi ego como escritor, la verdad.

—Comprendo. Tienes motivos para sentirte así, pero al menos míralo de forma positiva.

—¿Cómo miro el hecho de que hayan robado mi trabajo de forma positiva, Diana?—a pesar del deje de irritación en la pregunta, no era desapercibida la tristeza que le generaba el tema.

—Puedes, por ejemplo, centrarte en la lección que te dio respecto a los documentos. Estoy segura de que jamás has vuelto a firmar uno sin leer, al menos tres veces, la letra pequeña. ¿Me equivoco?

Soltó una risa desganada, encogiéndose de hombros.

—Supongo, si lo miras de ese lado tienes un buen punto.

Thalia miró a su hermano y luego a mí en repetidas ocasiones, como si de un partido de tenis se tratase. Se limpió la boca con una servilleta y se bebió de un trago un vaso de agua. Volvió a mirarnos y se aclaró la garganta con una sonrisa suave que no parecía inocente en absoluto bajo el brillo en sus ojos.

—¡Madre mía, qué sueño!—miró su muñeca, donde cabe señalar que no había ningún reloj, con fingido dramatismo—¡Y qué tarde! Mejor me duermo ya, que mañana madrugo.

—Pero si mañana es sába...—no dejó a Tom terminar de replicar, salió corriendo escaleras arriba como un cohete.

Al instante unas carcajadas se apoderaron de mí.

—Madre del amor hermoso—jadeé, sin apenas poder hablar—. Es fatal disimulando. Tu hermana nos shippea, ¿lo sabes, no?

Tom volvió a enrojecer hasta las orejas. Qué mono era a veces.

—Es...una cría. Está...obsesionada con buscarme novia—apartó la mirada, asorado—. No es...No es nada personal. No...la tomes en serio.

—Vaya, Tommy—me llevé una mano al pecho con teatralidad—, si el caso fuera otro me hubieras destrozado el ego.

—No...No era mi intención, yo...—enrojeció, si era posible, aún más.

—Ay, ya, pobre, pareces un tomate—me levanté de la mesa y me acerqué a él dándole un golpecito en el hombro—. Que era broma, Tommy.

Soltó una tos ahogada ante el golpe de mi mano en su hombro y se aferró al vaso de agua junto a su mano con su vida.

—¿Necesitas algo más?—preguntó después de unos segundos.

Negué cuando giró la silla para ver mi respuesta.

—No, ya está bien. Aunque me gustaría darme un baño.

—Frente a la habitación de Thalia está el baño del pasillo. Tienes toallas limpias en el cajón. Si necesitas algo de comer en la noche hay galletas, leche y cereales en la nevera—suspiró con fuerza—. De verdad, si necesitas otra cosa...

—Estoy bien, Tommy—interrumpí con voz suave—. De verdad, no tienes idea de lo agradecida que estoy. Lo que estás haciendo por mí es...—chasqueé la lengua—. No creí que...hubieran personas que cometieran actos tan desinteresados, mucho menos por un desconocido...

—No eres una desconocida para mí, Diana—interrumpió—. No baso lo que conozco a una persona por los días o las veces en que la he visto. Si no...por la...—enrojeció de nuevo mientras hablaba—. Por la conexión. Es...raro, pero siempre he sido así.

—¿Y, según tú, hemos tenido...conexión?—pregunté, buscando que enrojeciera más. Lo conseguí.

Apartó la mirada de la mía.

—Creo...creo que sí.

—Me alegra oír eso, Tommy. Voy arriba—su sonrojo desapareció de golpe y fue sustituido por una palidez absoluta cuando me agaché hasta la silla donde aún estaba sentado y le di un beso en la mejilla—. Buenas noches.

—Buenas noches...—pronunció con suavidad cuando yo ya estaba a mitad de las escaleras.

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